Alejandra Glaze (EOL)

El odio asegura, rechazándolo, el ser del otro, lo que conduce, finalmente –en lo social–, a las estrategias de guerra, las venganzas y los crímenes. Se trata del odio “como aquello que se dirige de la manera más sólida al ser que habla”.¹

La cultura es un tipo de lazo que se afirma sobre ciertas representaciones que responden a la unidad del cuerpo, constituyendo imperativos de goce que incluyen el odio al Otro, manifiesto en los racismos. Hacer del Otro un extraño odiándolo en su ser, es producto del propio odio que surge de no obtener la satisfacción que se espera, odio que termina volviendo del Otro que goza de lo que carece el odiador, “robándose” el goce que le correspondería. Una orientación precisa en la clínica del odio.

Ana. En la entrada en la adolescencia padeció el rechazo de su padre, “porque ya era una mujer”. “Yo era una niña alegre y feliz, hasta que llegué a la adolescencia. Y me convertí en esto, una inútil para todo, una discapacitada, que no sirve ni como mujer, ni como madre, ni como nada”. Pero lo que nos interesa está en esta frase: “Soy Katrina cuando algo me enoja, cuando intentan hacer conmigo lo que quieren”. Nunca a la altura de los ideales, llora por aquello perdido irremediablemente, que a ella no le ha tocado y de lo que supone que los demás disfrutan, incluso sus propias hijas, a las que les hace la vida imposible. Ante la inminencia del objeto, como sensación del deseo del otro que la objetiva, aparece la angustia que la confronta a la finitud del mundo construido como orden simbólico sobre el vacío del objeto.

Pero la dialéctica imaginaria, con sus pasiones, no alcanza para dar cuenta de esto, pues el otro puede ser para el sujeto lo imposible de soportar”.²

Eva. Luego del nacimiento de su hija dice: “Soy una bella m…”. “Lo único real son mis malos pensamientos”. “Quedé desilusionada cuando vi que esta es la realidad, y me convertí en esto”. Riendo plantea lo que implica la demanda infernal del otro, que despierta su odio más absoluto: “Un chico llora, grita, y probablemente quiera matarlo”. “Hay algo insoportable en esa situación de dependencia, esa demanda constante donde pareciera que la vida me sepultara”. “Me represento con todos los pelos parados, vomitada, enloquecida, convertida en un ser degradado a objeto”.

“Inundada de odio”, agrega: “Yo era una nena y eso era un problema. Crecí, mi papá nunca me pudo parar y nos matábamos”. “Hoy sigo esperando algo del Otro, y no tengo que esperar nada”. “Tengo una furia que debo controlar porque soy capaz de cualquier cosa”. La desestabilización es siempre inminente frente a la impostura del mundo que la rodea.

Ambos casos evidencian de qué manera se ubican como “un regalo envenenado para el otro”. Un odio que brinda cierta consistencia a un parlêtre que siempre está en fuga. A un cuerpo que odiándose, también odia, y que localiza un Otro al cual dar cuerpo y forma, pero que siempre está en retirada. Así, la figura del melancólico hipermoderno da cuenta de aquel que salta al vacío guiado por el odio, “único sentimiento lúcido”³ que da alguna consistencia al Otro también en ruinas, dejándolo en su dimensión de puro objeto de desecho –poseedor de un cuerpo que se es como única certeza. Un cuerpo sin velos como única consistencia.⁴

Vemos así que el desencanto frente al amor del padre produce esta certeza sobre el goce del Otro, donde el amor vira irremediablemente al odio –“un odio que siempre es más certero que el amor”.⁵


¹ BASSOLS, M., Una política para erizos y otras herejías psicoanalíticas, Grama ed., Bs. As., 2018, p. 6.

² MORAGA, P., “Del odio como lazo social”. Disponible en: http://ampblog2006.blogspot.com/2018/12/normal-0-false-false-false-es-ar-ja-x.html

³ LACAN, J.: El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Bs. As., 2010, p. 97.

⁴ Ver GLAZE, A., “La certeza corporal del melancólico”, Deseo y sinthome (G. Arenas –comp.–), Grama ed., Bs. As., 2016, p.
69.

⁵ BASSOLS, M., Op. cit., p. 62.