El error común como defensa ante lo real

«El transexual no lo quiere en calidad de significante. En eso padece de un error, que es justamente el error común. Su pasión, la del transexual, es la locura de querer librarse de ese error, el error común que no se ve: que el significante es el goce y que el falo no es más que su significado [1] Lacan O peor p.33

El psicoanálisis sostiene lo imposible de la relación sexual como lo real del psicoanálisis; real que es del orden del traumatismo o, como Lacan lo denominó, del troumatisme, aludiendo al vacío de significación proveniente del impacto de lo real.

La cuestión para poner a debate en esta conversación, es el modo de abordar y asumir la sexualidad, enfrentar el deseo, el amor y el goce, y los efectos en el cuerpo que el discurso de género sostiene.

La relación con el propio goce tanto para el sujeto masculino como el femenino, plantea siempre una relación perturbada, nos dice Lacan, entre el ser hablante y su cuerpo. Lacan pasa este goce sexual a lo escrito, en el sentido que cada uno guarda una relación particular con este goce y es con éste con quien se hace de un partenaire; es eso justamente lo que hace barrera a la relación «directa» entre los sexos.

La dificultad reside en aceptar el significante que dará cuenta de la diferencia sexual anatómica.

«La presencia o la ausencia de pene no es un dato natural, sino un dato significante y por esta razón la diferencia sexual anatómica trae consecuencias a nivel de la lógica de los goces y de la constitución del deseo de uno y de otro lado» [2]

Cuando Lacan se refiere a la mal-dición del sexo en Televisión, no lo hace en los términos de la etimología sino en términos lógicos, entendiendo mal-dición como lo imposible, y esta imposibilidad es que entre los sexos femenino y masculino no haya una proporción que permita una relación. «Lo que tienen en común la maldición y lo imposible es que los dos términos designan algo que escapa al alcance del sujeto». Es en el seminario 20, Aún, donde desarrolla esta falla fundamental de la estructura —la no relación sexual—, a partir de las elaboraciones sobre la sexualidad femenina, sobre el goce femenino, porque no hay cómo nombrar a la mujer sin que se la mal-diga, es decir que solo se la puede nombrar desde el lado masculino, del lado fálico, por lo tanto, se la mal-dice.

La sexuación, para Lacan, se asume a partir del significante fálico, es decir, dependerá de la manera como cada sujeto, independientemente de su sexo biológico, se ubique respecto de este significante; el sujeto elige, de una manera insondable, respecto del significante y del goce. Pero la cuestión crucial tiene que ver con lo estructural de lo femenino, por cuanto encarna lo real imposible de ser nombrado, se sitúa más allá del sentido y del nombre.

«En efecto, la clínica demuestra hasta qué punto las posiciones sexuadas son ambiguas y vacilantes en función del compañero que está enfrente y en función de la estructura. [3]

Todos los sujetos, sea cual fuere su anatomía, están ubicados en el lado masculino, pero para la mujer las cosas se complican, hay un dualismo, que concierne a la pareja sexual y a los hijos. La mujer tiene distintos modos de abordar el falo, y allí reside todo el asunto. «El ser no-toda en la función fálica no quiere decir que no lo este del todo. No es verdad que no esté del todo. Esta de lleno allí. Pero hay algo más» [4].

Hay para una mujer, siempre «algo más», algo más allá de ese lugar de objeto a por el que es tomada según el fantasma de su pareja, algo que aloja su ser femenino y a lo cual el hombre debe consentir. Ese algo más, Lacan propone escribirlo como L/a.» Es la instancia a la que un hombre no puede apuntar en su fantasma; sin embargo, que él tome en cuenta ese L/a es lo mejor que puede hacer por amor por una mujer: aceptar que ella sea Otra, radicalmente extranjera para él, heterogénea al fantasma que sostiene su deseo de hombre.»

Sin lugar a dudas, el encuentro con la diferencia sexual anatómica produce un efecto de subjetivación particular para cada sujeto. Pero no se trata de tener o no tener pene, sino de que la mujer es no-toda fálica.

Si hay Otro radical, lo propiamente hetero para ambos sexos, incluso, ese goce femenino que ni siquiera se inscribe en el significante, entonces no hay partenaire complementario. El inconsciente no sabe de lo femenino porque no está inscripto. Este impasse es el que a su vez permite las ficciones alrededor del partenaire. «Lo real como imposibilidad de la relación sexual, produce ficciones pseudo-sexuales, edípicas, que sirven como instrumento para construir el fantasma y se alojan en un goce. El fantasma, al ser una significación cristalizada, garantiza la estabilidad con la que se sostiene una realidad y es de esta manera que puede entenderse «como mueca de lo real». [5]

Lo que está implícito en la noción de gender es la posibilidad de asignar una palabra amo a las diferentes variedades de goce, dejar de lado la diferencia del binario masculino y femenino y postular una pluralización bajo el significante género, con la aspiración de encontrar a una identidad sexual «libremente determinada», a salvo de las influencias culturales y sociales. Implica también, por tanto, «cambiar de género», para librase del «lastre» de lo real del goce del cuerpo, siempre más o menos ajeno, éxtimo, extraño, innombrable. Precisamente, éste es el campo del psicoanálisis.

Los esfuerzos nominalistas de los estudios de género por alcanzar la llamada identidad son vanos en el sentido de que la susodicha identidad no evita la división del sujeto frente al amor, el deseo y goce.

Dice Lacan, en el Seminario 18, De un discurso que no fuese semblante: «La identidad de género no es otra cosa que lo que acabo de expresar con estos términos, el hombre y la mujer. Es claro que la cuestión de lo que surge allí precozmente solo se plantea a partir del hecho de que en la edad adulta el destino de los seres hablantes es repartirse entre hombres y mujeres .Para comprender el hincapié que se hace en estas cuestiones, en esta instancia debe percibirse que lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. Nada nos permite abstraer estas definiciones del hombre y la mujer de la totalidad de la experiencia hablante, incluso de las instituciones donde estas se expresan, por ejemplo, el matrimonio.» [6].

La experiencia hablante tiene que ver con las contingencias en relación a su encuentro con el goce, y el Otro sexo más allá de la anatomía.

«Para el muchacho se trata en la adultez de hacer de hombre. Esto es lo que constituye la relación con la otra parte. A la luz de esto, que constituye una relación fundamental, debe interrogarse todo lo que el comportamiento del niño puede interpretarse como orientado por este hacer de hombre. Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante.»[7]

Lo que ordena este juego de semblantes, es el falo, el semblante por excelencia tanto para los chicos como para la chicas «Para los hombres, la muchacha es el falo, y es lo que los castra. Para las mujeres, el muchacho es la misma cosa, el falo, y esto es lo que las castra también porque ellas solo consiguen un pene, y que es fallido. Ni el muchacho ni la muchacha corren riesgo en primer lugar más que por los dramas que desencadenan, son el falo durante un momento.» [8]

Por el contrario, se aprecia que en muchos de los estudios culturales dedicados al género, la problemática sexual tiende a diluirse en discursos que otorgan prioridad a los derechos individuales o a elaboraciones de índole social o cultural. Como señala M. Barros, el tratamiento de la cuestión sexual en términos de relaciones de poder es, en realidad, un «empuje a la desexualización del conflicto». [9]

Se trata de algo que, a su propio modo, se plantean igualmente las teorías performativas de Judith Butler y Jean Copjec. Al respecto dice Butler: «Quisiera sugerir que en todos los debates relacionados con la prioridad teórica de la diferencia sexual sobre el género, del género sobre la sexualidad o de la sexualidad sobre el género, subyace otro tipo de problema, que es el problema que plantea la diferencia sexual, a saber, la permanente dificultad de determinar dónde empieza y donde termina lo biológico, lo psíquico, lo discursivo y lo social.» [10]

O, como dice J. Copjec: «¿Las alternativas (entre) el sexo como sustancia/el sexo como significación, son las únicas posibles? De no ser así ¿qué otra cosa puede ser el sexo? ¿O existe un modo diferente de concebir la división de los sujetos en dos sexos, que no responda a una heterosexualidad normativa? ¿La identidad sexual se construye de la misma manera u opera en el mismo nivel que la identidad racial de clase; o la diferencia sexual difiere de estos otros tipos de diferencia?». [11]

Como se observa, ambas autoras se preguntan por la cuestión real del sexo. Podemos señalar, junto con M. Barros [12], que la faz real del sexo es lo que no entra en nuestros cálculos y que el uso de la palabra «género» en lugar de «sexo» obedece a una lógica represiva que pretende expulsar la diferencia de los sexos, la misma que nunca se presenta ante el sujeto sin angustia. «La posición subjetiva del ‘progresista’ muestra cierto puritanismo larvado. El forzamiento de la palabra ‘género’ expulsa el cuerpo, y constituye el paradigma de un proceso de neutralización y desexualización del lenguaje. Se instaura entonces una retórica descafeinada que sustituye ‘negro’ por ‘afroamericano’ o impone leyes de cupos. Pero la diferencia suprimida retorna de la peor manera a través de los fenómenos de violencia manifiesta o solapada» [13]

El debate básicamente se opone a la distribución de masculino y femenino para los sujetos repartidos por el significante fálico. Desde este ángulo, como señala nuevamente M. Barros, «cabe establecer una estrecha relación entre sexuación y castración. (…) Zizek advierte que lo verdaderamente promovido [tras la pluralidad sexual] es el unisexo. (…) pero antes de recurrir al fetiche cultural de la dominación masculina debemos considerar la perspectiva de la aspiración al no-sexo, a un más acá de la sexuación, a una expulsión más bien forclusiva de lo ‘sexuante'». [14]

Existe la tendencia a sostener que sin represión no habría dificultades en la sexualidad, sería posible el encuentro entre los sexos, armonía en los goces, sin embargo «…la función de las palabras amo es también la de mortificar el goce. Cuando el S1 es reprimido, la mortificación de goce-castración, ya no opera .La consecuencia a nivel del cuerpo es decisiva .Ya no hay ningún límite a la producción del objeto a plus de goce .Es la explotación a muerte. Porque lo que está implicado no es solamente el tener sino también el ser. El sujeto, al no estar identificado a ningún amo en particular, está mucho más liberado a la férula del amo absoluto». [15] Como señala Barros: «[hay ideales que rigen nuestra época] y son muy fuertes . Podemos mencionar, entre otros, el ideal del derecho de la felicidad, el de la igualdad de los géneros, el del derecho a la autodeterminación de los sujetos. Estos ideales pueden constituir la condición para la represión de lo sexual, aún más eficazmente que los de la tradición». [16]

Esta es a la exigencia de los discursos de género: atrapar con estos significantes los modos de goce de goce de los sujetos «normalizando» sus elecciones, como, por ejemplo, con el llamado «falo lésbico» (Andriotti»Metamorfosis) [17]. Lo que se obtiene es dejar de lado el cuerpo como sexuado, aspirando a suprimir de ese modo el malestar del cuerpo y del goce en el hablanteser.

Una sujeto que se declara lesbiana por encontrar «asqueroso» el pene, hecho que, según considera, es el único impedimento que encuentra para tener una relación con un hombre, —lo que no le impidió tener sus primeras experiencias sexuales con muchachos—, encuentra que su rechazo se debe al temor de repetir el lugar pasivo que su madre tiene en relación a su padre. La elección lesbiana cierra esta cuestión, pero no consigue obtener placer del cuerpo femenino y eso precisamente constituye el motivo de la consulta. Según G. Morel: «El hecho de que haya dos inscripciones respecto a la significación fálica, no contradice la posibilidad de que un sujeto mantenga una posición ambigua en el caso de la neurosis, o bien que se invente una sexuación inédita y fuera de la norma, en el caso de la psicosis».[18]

En julio de este año CNN propaló la historia de un transexual peruano que después de vivir como mujer por más de 28 meses, con reconocimiento legal y matrimonio, ahora solicita a las autoridades que le devuelvan legalmente el nombre y sexo con el que nació. Dice que al escuchar el mensaje de la Biblia cayó desmayado y al despertar no se reconoció como mujer. Ha pasado por una serie de cirugías previamente autorizadas por médicos y psicólogos para volver a tener aspecto masculino, y solo le falta el reconocimiento legal. Es ahora un pastor que predica la palabra de Dios y quiere salvar a los homosexuales y lesbianas que han caído en el pecado.

En la psicosis, a falta del Nombre del Padre, la identificación del sujeto a «La mujer», anuda lo Simbólico y lo Imaginario, pero lo Real queda suelto. La demanda de corrección quirúrgica busca anudar lo Real con los otros dos. Como plantea C. Millot, el síntoma transexual funciona como un intento de paliar la ausencia del significante del Nombre del Padre, en tanto que el transexual tiende a encarnar a La Mujer toda entera, precisamente la que Lacan dice que no existe. [19].

En la presentación del tema del próximo Congreso de la AMP, dice Miller: «Lo real inventado por Lacan no es lo real de la ciencia. Es un real azaroso, contingente, en tanto que le falta la ley natural de la relación entre los sexos. Es un agujero en el saber incluido en lo real. Lacan ha utilizado el lenguaje matemático que es lo más favorable a la ciencia. En las fórmulas de la sexuacion, por ejemplo, ha tratado de captar los callejones sin salida de la sexualidad en una trama de lógica matemática(…) . [Pero] Eso es una construcción secundaria que interviene después del choque inicial del cuerpo con lalengua, que constituye un real sin ley, sin regla lógica. La lógica se introduce solamente después, con la elucubración, el fantasma, el sujeto supuesto saber y el psicoanálisis». [20]

Así se expresa Helene de Cixous: «Predecir qué sucederá con la diferencia sexual dentro de un tiempo otro (¿dos o trescientos años?) es imposible. Pero no hay que engañarse….no se puede seguir hablando de la mujer y del hombre sin quedar atrapados en la tramoya de un escenario ideológico en el que la multiplicación de representaciones, imágenes, reflejos, mitos, identificaciones, transforma, deforma altera sin cesar el imaginario de cada cual y, de antemano hace caduca toda conceptualización». [21]

La deriva sexual de este siglo es tomada por el discurso del género así como por la tecnología científica, que sostiene una diversidad sexuada basada en la genética y/o en la anatomía tratando de producir un sujeto univerzalizable. No podemos desconocer el debate que está en los discursos de género, de los cambios en el orden simbólico, más allá de lo que escuchamos en nuestra practica analítica, donde los sujetos homosexuales de alguna manera se adscriben a estos postulados que dejan de lado la división que produce el encuentro con el deseo, el goce y el Otro sexo.

Agrega Miller en la presentación del tema de nuestro próximo Congreso, del 2014: «Pero en el siglo XXI, se trata para el psicoanálisis de explorar otra dimensión: la de defensa contra lo real sin ley y sin sentido. Lacan indica esa dirección con su noción de lo real tal como lo hace Freud con el concepto mítico de la pulsión.

No hay saber en lo real. Hay una constancia en esta variabilidad misma que indica que no hay un saber prescripto en lo real y que la contingencia decide el modo de goce del sujeto. [22]. El real de la no relación sexual, de la incompatibilidad de los sexos.

La orientación del psicoanálisis, es una demostración de lo imposible por la contingencia, una apuesta del acto analítico que, vía la transferencia, pueda poner al trabajo en un analizante las salidas sintomáticas frente a su encuentro singular con el «error común».


Bibliografía

  1. Lacan, Jacques, Seminario 19. O peor, Editorial Paidós, 2012, p.17
  2. Barros, Marcelo .La condición Femenina. Editorial Grama, 2011. p 58
  3. Barros Marcelo .Óp. Cit p 77.
  4. Lacan Jacques. Seminario 20 Aun. Editorial Paidós 1981, p.90
  5. Lacan Jacques. Otros Escritos. Editorial Paidós 2012 Televisión p 538,
  6. Lacan Jacques. Seminario 18 De un discurso que no fuera de semblante. Editorial Paidós .2012. p 33
  7. Ídem p 33
  8. Ídem p.34
  9. Barros. Marcelo .Psicopatología: clínica y Ética. Fabián Schejtman (compilador) Editorial Grama.2013 p.253
  10. Butler Judith, Deshacer el género, Editorial Paidos.2006. p 262.
  11. Copjec Jean .Imaginemos que la mujer no existe. Fondo de cultura Economica.2006
  12. Barros. Marcelo, Óp. Cit. P 252.
  13. Ibídem .p 257.
  14. Ibídem. p 258
  15. Aflalo Agnes .El Orden simbólico en el siglo XXI. Volumen de VIII Congreso de la AMP. Editorial Grama .2012. p 270
  16. Barros. Marcelo. Óp. Cit.p.250.
  17. Andreotti ,Rosi. Metamorfosis. Ediciones Akal. 2002. p
  18. Morel.Genevieve. Ambiguedades sexuales – Situación y Psicosis. Ed manantial. P
  19. Millot .Catherine. Ensayo sobre transexualismo.
  20. Miller. Jacques Alain. El Orden simbólico en el siglo XXI. Volumen de VIII Congreso de la AMP. Editorial Grama .2012. 435
  21. Cixous de Helene La risa de Medusa . Editorial p 19.
  22. Miller Jacques Alain. Op cit .p 435