Gabriela Basz

EOL (Buenos Aires)

En el grupo de trabajo acerca del «cuerpo cosmético», coordinado por Ennia Favret, estamos investigando la función de lo cosmético en nuestra época. Son varios los autores que lo abordan por la vía del arte, de la sociología. Gilles Lipovetsky, por ejemplo, ubica lo cosmético en la época como el signo más inmediato y espectacular de la afirmación del yo, de su unicidad. Según leemos en sus textos, estamos todos invitados a modelar la propia imagen, a reciclar el cuerpo. Llama «neonarcisisismo» a esta búsqueda de brillar en el goce de la propia imagen inventada, renovada.

J. Lacan, en su seminario del 19 de marzo de 1974, se refiere al registro de lo imaginario de un modo novedoso, muy interesante para abordar el problema que nos concierne. «No veo por qué me impediría yo imaginar lo que sea si esa imaginación es la buena…por poder demostrarse en lo simbólico… en tanto ella hace acceder al inconsciente» [1]. La buena imaginación… un imaginario del cual podemos servirnos para acceder al inconsciente. Hay, entonces, un imaginario que permite acceder al inconsciente y, siguiendo la lógica de la clase, podemos suponer que es aquel articulado a la castración en la transmisión materna. Ya que Lacan plantea que en la época hay una pérdida de lo que se soportaría en la dimensión del amor, pérdida sustituida por el «ser nombrado para» algo. Se trata de una sustitución en la que la madre basta ‒por sí sola ¡qué diferencia con los tres tiempos del Edipo!‒ para designar un proyecto (de vida) en que lo social tiene predominio. ¿Podemos pensar al cuerpo cosmético en la línea de lo que Lacan nombra como proyecto? Me parece que sí, que el «cuerpo cosmético» puede pensarse como uno de esos proyectos a los que alude Lacan. Este ideal social suple otro tipo de transmisión (más ligada al Padre) y se le da consistencia a un proyecto-cuerpo que empuja a minimizar los efectos de la castración.

Una paciente de 16 años que ha perdido más de 10 kilos, se acerca al peso en que su abuela materna, anoréxica, murió. «Yo lucho contra mi propio cuerpo, tengo miedo de engordar, no soporto mis piernas». «Acompañé a mamá en un viaje para operarse los ojos; ella tenía complejo con los ojos y se operó, yo lo tengo con las piernas y no me puedo operar». «Si no estoy con mi mamá no vivo». Tal el registro de su decir durante los primeros meses de tratamiento. Interpretaciones imaginarias (por la vía del sentido, buscándolo) fueron llevando a que se interese por historizarse y enganche recuerdos, momentos de su vida, con lo que le pasa. Por ejemplo: relata que su mamá siempre fue a nutricionistas y que con sus amigas se la pasan hablando de que lo mejor es ser flacas y cómo adelgazar. La madre siempre trabajó para ser hermosa y brillar con su cuerpo a diferencia de ella que es fea y gorda. «¿Cómo yo no voy a sufrir con el cuerpo si siempre me hablaron así?» se interroga. Además ha comenzado a incluir en sus dichos frases referidas a sus abuelos y a su padre. Parece entusiasmada en este trabajo, hace tiempo que no habla de sus piernas. Se estabilizó en el peso pero surge otro riesgo: los padres la quieren sacar del tratamiento analítico porque se volvió «muy difícil». (Efectivamente comenzó a cuestionarlos). Por el momento ella se opone. ¿Se podrá, en este caso, construir un imaginario que permita acceder al inconsciente? Al menos ahora parece posible.


  1. Lacan, J., Seminario 21, Les non dupes errent, clase del 19 de marzo de 1974, inédito.