Sérgio Laia[1]
Al ubicar la transferencia como la investidura libidinal ligada a la figura del analista que, «en las condiciones» estipuladas para el amor por el paciente, actúa como un «cliché … repetido» y «reeditado»[2], Freud consideró su manejo decisivo para que, aunque tomado por esta reedición de clichés, «el camino del analista» se efectivice «como aquel para el que la vida real no ofrece un modelo»[3]. A su vez, en el Seminario inaugural de su Escuela, que marca un nuevo modo de concebir y practicar tanto la relación entre los analistas como la formación de cada uno, Lacan consideró la transferencia como uno de los “cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”[4]. Sin embargo, como apunta Miller, es también Lacan quien hace de la transferencia “lo ausente” de su “ultimísima enseñanza, al menos en los Seminarios 23 y 24”, en la medida en que “supone un Otro bien establecido y bien armado,” p144 como “determinante de las coordenadas del destino” de cada uno[5].
Si consideramos, entonces, estas breves referencias a Freud y Lacan, ¿por qué y, sobre todo, cómo la transferencia aún interesa al psicoanálisis? Además de permear este camino referencial, esta pregunta concierne a la práctica actual del psicoanálisis porque – para verificar algunas mutaciones en torno a este concepto fundamental – la relación destacada por Miller entre la implicación de la transferencia en la construcción de la estructura del Otro y su ausencia en la ultimísima enseñanza de Lacan es oportuna.
La trama de los afectos
En los casos clínicos relatados por Freud, y también en los de la clínica postfreudiana, del más detallado al más breve, la transferencia se presenta como amor y odio dirigidos por el analizante al analista. Para el manejo clínico de esta investidura libidinal, Freud tuvo cuidado de alertar a los practicantes del psicoanálisis para que aceptaran el afecto transferencial como verdadero, pero sin confundirse personalmente con el objeto amado u odiado por el cual fueron tomados. Este tipo de despersonalización freudiana de la transferencia se justificaba no por una frialdad con la que se confundió al analista en la clínica postfreudiana y en lo que genéricamente se difundió como psicoanálisis: era la forma freudiana de hacer valer lo real de la investidura libidinal presentada en la condición amorosa u odiosa que un análisis acabaría extrayendo de la trama de la vida inconsciente de cada analizante, compuesta por los primeros objetos libidinales relacionados con la “imago paterna…, de la madre o del hermano[6]. Basándose en el olvido, los actos fallidos, los sueños, los recuerdos, las asociaciones libres, es decir, en elementos fugaces que ninguna clínica antes del psicoanálisis se atrevió a conferir dignidad alguna, Freud nos mostró cómo manejar la transferencia para reencontrar la construcción del Otro, que es determinante para la constitución del sujeto. Pero también ya constaban las fallas y oscilaciones del Otro, por ejemplo, en las fantasías histéricas del padre humillado, seductor e ideal; en la división de la vida erótica obsesiva entre la madre intocable y la prostituta seductoramente amenazadora; en los delirios psicóticos de un Dios implacable y caprichoso.
Lacan, a su vez, apoyó el regreso a Freud en un mundo psicoanalítico en el que la relación analista-analizante pasó a concebirse como interpersonal y la transferencia se redujo a una trama novelesca a ser reconducida a la llamada «vida real» únicamente por el analista considerado, entonces, como dueño del propio inconsciente. La despersonalización de la transferencia defendida por Freud reaparece en los pagos que Lacan coloca como incumbencia efectiva del analista: “pagar con palabras”, elevadas, por la transmutación realizada por la operación analítica, “a su efecto de interpretación”; «pagar con su persona» prestada «como soporte de los fenómenos singulares… descubiertos en la transferencia»; “pagar en lo que hay de esencial en su juicio más íntimo”, para hacer valer “una acción que llegue al núcleo del ser”[7]. Más aún, Lacan desplazó el manejo freudiano de la transferencia de la trama narrativa del tipo amor-odio hacia la dimensión aún más despersonalizada y operativa de un juego: «los sentimientos del analista» (que la decisión de algunos postfreudiana a favor de la contratransferencia pasó, al contrario de Freud, a valorar) “sólo tienen un lugar posible… el de muerto” que, al ser reanimado, hace que “el juego siga sin saber quién lo dirige[8]. Sin embargo, incluso en esta mutación de la forma narrativa (y freudiana) a la forma de juego, la transferencia seguía siendo un ingrediente en la mezcla de la construcción del Otro porque, en los términos de Lacan, aunque el juego siga sin que se sepa quién lo conduce, tal ausencia de saber no socava la suposición de la existencia de quién sería responsable de la conducción del juego.
Los afectos destramados y… el saber
A la despersonalización respecto al abordaje de la transferencia ya sostenida por el mismo Freud, se le agregó, con Lacan, lo que yo llamaría la despatologización de la transferencia, es decir, una especie de extracción de su relación con las pasiones que conferían a los relatos clínicos freudianos y postfreudiana un montaje cercano a una novela, una obra de teatro o incluso un cuento corto. Sin embargo, esta despatologización lacaniana de la transferencia no quita los afectos de las sesiones analíticas, ya que los articula a lo que se supone o a lo que se de-supone como saber. Me pareció que responde mucho más a las mutaciones de la transferencia en un mundo que – diferente al mundo en el que Freud apoyó su práctica – ya había sorprendido con el desmantelamiento de la narrativa y las formas consolidadas de la novela, el teatro y el cuento. Después de todo, si los relatos clínicos freudianos no dejan de evocar, por ejemplo, el Werther de Goethe, el Despertar de la primavera de Wedekind y los cuentos de Hoffmann o Schnitzler, el mundo en el que Lacan practicaba el psicoanálisis tuvo que lidiar con las distintas formas en que un Joyce (para quedarse solamente en una referencia cara al ultimísimo Lacan) sacudió la composición de una novela, de un cuento e incluso una obra de teatro o un libro de poemas. El mundo de Lacan fue también aquel en el que la ciencia – ya consolidada en los tiempos de Freud – conoció a la vez su resplandor y angustia ya que, por ejemplo, poder operar la fisión nuclear nos permitió acceder de modo inédito a una energía que también fue responsable de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, la catástrofe de Chernobyl, el accidente con el Cesio 137 en Goiânia…
En este contexto de desmontaje de la narrativa, así como de experiencias de ascenso, de impasse y angustia con las promesas y logros de la ciencia, encuentro provocador cómo Lacan renueva el manejo y la manera misma de concebir la transferencia que los analizantes nos dirigen, enseñándonos a tomarla – más allá de la ambivalencia amor-odio y la construcción del Otro – como referente a lo real que perturba las vidas y puede ser abordado en la “actualización de la realidad del inconsciente”[9], en el “amor que se dirige al saber”[10] y, más aún, en el odio resultante de la “de-suposición de… saber[11].
Actualidad de la transferencia
La práctica analítica en nuestros días, aunque todavía permeable por lo que se supone o se de-supone en cuanto al saber, me parece más vaciada de la pasión amorosa que se destacaba en los relatos clínicos freudianos, como transferencia del analizante al analista. Un ejemplo de este vaciamiento, en mi opinión, contrastado quizás solo por los eventos erotomaníacos que aparecen (pero no muy a menudo) en la clínica actual de las psicosis, es la rareza de situaciones con las que un analista de hoy tiene que lidiar con lo que Freud relataba en los siguientes términos: «la paciente no quiere hablar ni oír nada más que de su amor, que ella exige ser correspondido»[12].
Como Lacan nos enseñó a articular el odio con la de-suposición de saber (y no pura y simplemente con las hostilidades dirigidas al analista), considero pertinente investigar si la incredulidad contemporánea en el inconsciente como saber, a menudo manifestada por una impermeabilidad de lo que es posible saber sin saber que se sabe o por la búsqueda de soluciones que funcionen sin la implicación real de quienes están sufriendo, no indicaría un predominio de la transferencia negativa en nuestra práctica, aunque no dirigida (como ya defendía Freud) a la persona del analista, pero sí (como anticipó Lacan), al saber a qué un analista es identificado y que utiliza en su escucha. Esta manera flemática – por no decir indiferente o blasé – de presentar el odio transferencial nos daría la posibilidad de expandir, más allá de las psicosis (pero con las diferencias debidas a cada estructura clínica), lo que Lacan denomina lo “desabonado del inconsciente” experimentado en el modo como Joyce, con su escritura y su obra, pudo prescindir del psicoanálisis para ejercer, en cuanto a los hechos que le comprometían la vida y le hacían desprenderse del cuerpo, un savoir y faire[13].
Ciertamente, en esta expansión contemporánea del desabonado del inconsciente que aquí evoco, no siempre encontraremos la genialidad de la solución joyceana, pero, como señaló Miller, es esta solución a la que recurrió Lacan «para dar un paso más allá del punto en el que Freud se detuvo»[14] y nos permitir hacerlo atravesar otro siglo, ahora el XXI. En el caso de Joyce, su manejo del síntoma fue tan riguroso y decidido que terminó por identificarse “con lo individual”, llegando – con su obra – “al extremo de encarnar en si el síntoma, por el cual escapa a toda muerte posible, ya no se reduce a una estructura igual a la de uom”[15], es decir, del hombre reducido a su propia resonancia, al materialismo del significante, a un soplo: u o m. En el mundo contemporáneo, esta presencia de lo individual se destaca en la escala masificada de lo que, incluso en campos distintos del psicoanálisis, se ha llamado «individualismo».
La masificación de esta identificación a lo individual, incluyendo, a través de la ausencia del miedo o lo que se impone como flemático, una especie de incredulidad sobre la muerte misma, puede en mi opinión ser detectada, por ejemplo, en la ola por la cual, en medio de la pandemia de Coronavirus y en diversas partes del mundo, individuos se amontonan como si la Covid no hubiera resultado en muertes y secuelas. De manera más detallada, en nuestra práctica como analistas, la identificación a lo individual se presenta, por ejemplo, en las dificultades de acceso o en la expresión de no pertinencia de muchos analizantes en cuanto a lo que se tramaría antes de su propia existencia. Este distanciamiento, e incluso la incredulidad en el inconsciente como discurso del Otro son, por un lado, más genéricamente compensados por lo que se busca en los oráculos de Google o Big Pharma como ordemiento y tratamiento de lo que le sucede al cuerpo y, por otro lado, de forma más circunscrita, hacen que nuestra clínica se presente como lo que Lacan llamó “un autismo de a dos”[16].
Sin embargo, este “autismo de a dos” – al que la clínica psicoanalítica se reduce hoy más que nunca y (con sus debidas e importantes diferencias) mucho antes de un análisis tener la perspectiva de su fin – no debe confundirse con el individualismo de masa que se difunde en todo el mundo contemporáneo. Porque, en un principio, incluso inmerso en este autismo, el analizante se dirige a alguien, es decir, su desabonado del inconsciente no es lo suficientemente radical como para rechazar la búsqueda por un analista que, entonces, tiene la ocasión para a veces de Heteros, es decir, de alteridad y diferencia, dentro del ámbito de lo auto – que “alteriza” en la transferencia experimentada en este “autismo de a dos”. Laurent, en su conferencia en el último Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, nos ofrece una lectura innovadora del rol del analista como Sujeto Supuesto Saber a partir del Seminario 24 de Lacan[17]. En este Seminario, la transferencia relacionada con la construcción del Otro está realmente ausente, como destacó Miller[18], pero lo real a lo que ella responde lleva a Lacan a enfatizar que, como “supuesto saber”, el analista “es una atribución”, indicada por el adjetivo supuesto y porque saber aparece allí como “su atributo[19]. A su vez, Laurent aclara que, desde Freud, hacer un juicio de atribución no confiere a lo que así se atribuye, un “juicio de existencia[20]. En mi opinión, si atribuir un saber al analista no le confiere existencia, es a partir de esta inexistencia que un analista, inmerso en el “autismo de a dos” convocado por la práctica analítica, y hoy más que nunca, puede responder a la altura de lo que se experimenta, no sin perturbaciones, como la inexistencia del Otro. En otras palabras: en este “autismo de a dos”, un analista, gracias a la transferencia, toma a veces el lugar del Otro que no existe, pero que tiene un cuerpo y responde a lo que se le dirige.
Actualmente, cuando alguien es relegado en su existencia, no es raro que él (o ella) empiece a seguir o, como dicen los jóvenes hoy, a stalkear, a inmiscuirse en la “intimidad” de quienes lo declararon como inexistente. El problema, en estos casos tan actuales y constantes en nuestra clínica, es que el acosador no puede salir del propio autismo al que fue relegado cuando fue “bloqueado” o incluso “cancelado” como “inexistente”. Además, en este contexto, stalkear es la forma extrema de imponer su existencia a quienes han desechado su ser. A su vez, un analista, según la cita que Laurent recorta y comenta sobre Lacan, se pone como “un Otro que sigue” lo que un analizante “tiene para decir, para saber lo que él sabe”, pero lo hace por lo que se le atribuye a él y no desde su propia existencia, presentándose, por tanto, como el Otro que Lacan marcó «con una barra que lo rompe”[21], es decir, la marca misma de la inexistencia del Otro, y para el que no hay construcción capaz de ocultarlo.
Un análisis, por tanto, configurándose como “autismo de a dos”, implica “forzar este autismo” porque usa algo “común”[22] a los dos que lo componen, es decir, algo que no es tan segregado, “auto” o aislado. Este elemento común es lo que Lacan forjó con un término –lalangue– en el que las palabras se descomponen, no sin satisfacción, por la lalación, es decir, por lo que resuena sin sentido (pero no sin hacer algún «lazo», algún «agarre»), por ejemplo, en esa resonancia por la que nos encontramos balbuceando al hacer eco del balbuceo de un bebé, a través del cual los adolescentes inventan palabras como si hablaran un idioma inexistente o, aun así, los amantes se nombran de una manera inédita y que, en ocasiones, comienza a ser adoptado por quienes los rodean… Entonces, atrapado en este “autismo de a dos”, un analista engancha, es decir, todavía hace valer la transferencia cuando, siguiendo al que le dirige su habla, lo hace escuchar lo real que, de manera sorprendente e inadvertida, se apodera de su cuerpo. En la época de Freud, marcados, como explicó Miller[23], por la interdicción, el sin sentido se hacía resonar como el propio sentido sexual de los síntomas. En nuestro tiempo, aturdidos por la devastación de la construcción del Otro, el sin sentido se presenta en la forma en que un analista hace que sus analistas escuchen las palabras que insisten en resonar en un mundo que tiende a menospreciar o incluso a rechazar la fuerza que tienen para impactar los cuerpos. Es por la escucha de estos ecos de lalangue y en consonancia con lo que ellas tienen de efectivamente individual, es decir, no compartible, que los analistas muestran cómo la transferencia, tomada por mutaciones que pueden diferenciarla radicalmente de lo que se lee en la trama freudiana de los afectos, puede todavía afectar lo que ocurre en un análisis, y hacer que el psicoanálisis trasponga a otro siglo, el XXI.
Traducción: Tainã Rocha
Revisión: Silvina Rojas
[1] Psicanalista, Analista Miembro da Escola (AME) pela Escola Brasileira de Psicanálise (EBP) e pela Associação Mundial de Psicanálise (AMP); e-mail: laia.bhe@terra.com.br
[2] FREUD, S. Sobre a dinâmica da transferência (1912). In: ____ Fundamentos da clínica psicanalítica. Belo Horizonte: Autêntica, 2017, p. 108.
[3] FREUD, S. Observações sobre o amor transferencial (1915 [1914]). In: ____ Fundamentos da clínica psicanalítica…, p. 173.
[4] LACAN, J. Le séminaire. Livre XI: les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse (1964). Texte établi para Jacques-Alain Miller. Paris: Seuil, 1973, p. 113-248.
[5] MILLER, J-. A. En deçà de l’inconscient. La Cause du Désir, revue de psychanalyse., Paris, n. 91, p. 105. Trata-se aqui, das aulas dos dias 14, 21 e 29 de março de 2007 do Curso L’orientation lacanienne. Le tout dernier Lacan, pronunciado no Departamento de Psicanálise da Universidade de Paris VIII. En español “El Ultimisimo Lacan” Paidos Buenos Aires 2004 p.144
[6] FREUD, S. Sobre a dinâmica da transferência (1912)…, p. 109.
[7] LACAN, J. La direction de la cure et les principes de son pouvoir (1958). In: ____. Écrits. Paris: Seuil, 1966, p. 587.
[8] Ibidem, p. 589.
[9] LACAN, J. Le séminaire. Livre XI: les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse (1964)…, p. 133.
[10] LACAN, J. Introduction à l’édition allemande des Écrits (1973). In: ____. Autres écrits. Paris: Seuil, p. 558.
[11] LACAN, J. Le séminaire. Livre XX: encore (1972-1973). Texte établi para Jacques-Alain Miller. Paris: Seuil, 1975, p. 64.
[12] FREUD, S. Observações sobre o amor transferencial (1915 [1914])…, p. 168-169.
[13] LACAN, J. O seminário. Livro 23: o sinthoma (1975-1976). Texto estabelecido por Jacques-Alain Miller. Rio de Janeiro: Zahar, 2007.
[14] MILLER, J-. A. Nota passo a passo (2005). In: LACAN, J. O seminário. Livro 23: o sinthoma (1975-1976)… p. 201.
[15] LACAN, J. Joyce, o sintoma. In: ____. O seminário. Livro 23: o sinthoma (1975-1976)…, p. 163.
[16] LACAN, J. Vers un signifiant nouveau. Ornicar? Paris, n. 17-18, p. 13. Correspondente à sessão do dia 19 de abril de 1977 do Seminário 24.
[17] LAURENT, É. Disrupção do gozo nas loucuras sob transferência. Opção Lacaniana, São Paulo, n. 79, 2019, p. 52-63.
[18] MILLER, J-. A. En deçà de l’inconscient…., p. 105.
[19] LACAN, J. Vers un signifiant nouveau… p. 18.
[20] LAURENT, É. Disrupção do gozo nas loucuras sob transferência…, p. 56.
[21] LACAN, J. Vers un signifiant nouveau… p. 18. Para a leitura de Éric Laurent com relação a essa passagem do Seminário 24 de Lacan, ver: LAURENT, É. Disrupção do gozo nas loucuras sob transferência…, p. 55-57.
[22] Ibidem, p. 13.
[23] MILLER, J.-, A. O sintoma e o cometa. Opção Lacaniana, São Paulo, n. 19, p. 5-13.