El presente trabajo surge de las conversaciones sostenidas en un pequeño grupo[1] que se organizó como preparación para el VI ENAPOL sobre el tema Cuerpos toxicómanos.
Dos dimensiones surgieron de entrada frente a la expresión Cuerpos toxicómanos:
La primera con relación al sujeto consumidor de alguna sustancia tóxica. Nos preguntamos ¿qué función cumple la sustancia tóxica en su cuerpo, en su economía pulsional? En este trabajo no se abordará esta dimensión.
La segunda dimensión ya no estaba pensada exclusivamente en relación a un sujeto consumidor de sustancias tóxicas, sino a cualquier sujeto en el que el goce cifrado en sus síntomas puede tener un carácter adictivo y tóxico.
Una primera consideración es la pregunta por ¿qué es lo tóxico? Para el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, tóxico[2] es: «Perteneciente o relativo a un veneno o toxina». Por su parte, toxina es: «veneno producido por organismos vivos». Mientras que veneno es: «1. Sustancia que, incorporada a un ser vivo en pequeñas cantidades, es capaz de producir graves alteraciones funcionales, e incluso la muerte; 2. Cosa nociva a la salud; 3.Cosa que puede causar un daño moral; 4. Afecto de ira, rencor u otro mal sentimiento; y 5. Sustancia que frena un proceso físico o químico».
Varias cuestiones llaman la atención en la definición del veneno:
1- El veneno (lo tóxico) produce alteraciones funcionales, es decir, concierne al orden del organismo, afecta el funcionamiento regular del soporte material de la existencia. Sin embargo, que produzca la muerte es solo una posibilidad, así entonces, no es seguro que todo veneno mate, pero existe la posibilidad de que así sea, por lo tanto el veneno goza de la propiedad de la mortificación, es decir, aunque susceptible de conducir a la muerte, no es seguro que ese sea su destino en tanto regla.
2- El veneno (lo tóxico) puede causar un daño moral. Si bien no es clara la justificación de esta definición es muy llamativo encontrar tal acepción de la palabra. Si el veneno (lo tóxico) puede causar daño al organismo y a la moral, entonces el veneno (lo tóxico) es algo que compromete cuerpo y alma.
3- Más sorprendente aun es encontrar que la cuarta acepción le reserva al veneno un lugar en los afectos: ira, rencor u otros considerados malignos. Así pues, además de la moral el afecto también se ve comprometido. Esta combinación de factores: organismo, moral y afectividad arrebatan al veneno (lo tóxico) del plano de lo enteramente natural, del orden de la biología de cualquier ser vivo (en la primera acepción el veneno afecta a cualquier ser vivo), y le reservan un lugar en el que serán susceptibles de gozar de lo tóxico, de una manera particular, los seres hablantes, en tanto es por efecto del lenguaje que se hace posible el desarrollo de la afectividad.
4- Por todo ello, si la cosa tóxica (el veneno) es nociva para la salud, como reza la segunda acepción, es necesario considerar que moral y afectividad sobrepasan el plano de la salud física y nos trasladan a una cuestión relacionada con lo psíquico.
Siendo así, la toxicidad, la intoxicación por veneno, es una cuestión que compromete lo psico-somático (soma y psique) y por este camino arribamos por los senderos del psicoanálisis a la necesidad de preguntarnos por el goce.
¿Puede ser que el goce conduzca a un destino tóxico, es decir, con efectos mortificantes para el sujeto) independientemente de que se trate de una sustancia tóxica?
Se trata, entonces, de preguntarnos por un cuerpo toxicómano sin sustancia tóxica. El análisis de un sujeto puede permitirle encontrar la dimensión tóxica del goce sintomático, aquello a lo que está aferrado. Una época como la actual, caracterizada por un empuje a un «más de satisfacción», a una satisfacción más allá del límite, como efecto de la fragmentación de lo simbólico, pareciera ofrecer condiciones favorables para que el goce sintomático tome ese carácter adictivo de una manera quizá más notable.
No obstante lo anterior, referirse a esta dimensión tóxica del goce, pareciera que va más allá de una consideración de la época actual, pues lo que habría que tener en cuenta, de manera central, son los efectos de goce que se producen en un ser hablante por la inscripción de ciertos dichos en su cuerpo que toman un peso fundamental en su economía libidinal en tanto alrededor de ellos se organiza un modo de goce que regula su vida.
Así las cosas, esto que se nombra como la declinación social del Nombre del Padre, la fragmentación de lo simbólico, la crisis de los referentes de autoridad, cumple la función de levantar cierta barrera que hace que el empuje al goce tienda a estar a sus anchas.
El encuentro con el analista, bajo transferencia, le puede permitir a un sujeto recorrer ampliamente el árbol de significaciones de su vida, para ir decantando y aislando aquello que se juega a nivel del sinsentido y que está ligado a las marcas de goce en el cuerpo, que determinan en buena medida el factor pulsional del síntoma y su repetición incesante. Es precisamente por vía de esta dimensión de lalengua que se inscribe en el cuerpo, produciendo un goce para el ser hablante, que puede pensarse cierta dimensión tóxica del goce sintomático. El sujeto puede encontrar en su análisis que ese goce repetitivo cifrado en el síntoma es el producto de la inscripción en el cuerpo de ciertos dichos asemánticos que tomó del Otro.
Para efectos de este trabajo el propósito es desarrollar esta segunda dimensión.
Una referencia que encontramos en la obra de Freud en donde aparece separado lo tóxico de la sustancia tóxica, la encontramos en la carta 79 a Fliess fechada en Viena el 22 de diciembre de 1897[3]. Allí Freud plantea dos puntos muy interesantes: 1) que la masturbación es la adicción primordial, y 2) que las otras adicciones a sustancias tóxicas no son más que sustitutos o relevos de esta primera adicción. Es interesante esta referencia de Freud pues nos está señalando que, a nivel del cuerpo, un cuantum de excitación ligado al acto masturbatorio, toma un carácter adictivo primordial que se vuelve como una especie de paradigma de goce adictivo, al cual posteriormente se ligan ciertas sustancias tóxicas.
Un segundo texto de Freud en donde también encontramos esta referencia a la toxicidad por fuera de una sustancia tóxica externa es Sobre las perturbaciones psicógenas de la visión de 1910[4]. Allí Freud desarrolla la idea en relación a las neurosis de que cualquier órgano del cuerpo puede alterar su función como consecuencia de un aumento de su valor erógeno, el cual puede tener como origen razones fisiológicas o de origen tóxico: «… si vemos a un órgano que de ordinario sirve a la percepción sensorial comportarse directamente como un genital a raíz de la elevación de su papel erógeno, no consideraremos improbables aún alteraciones tóxicas en él»[5].
En El malestar en la cultura[6] encontramos una tercera referencia a una dimensión tóxica esta vez en relación a los procesos mentales. Freud señala en este texto que las drogas, a las que llama allí «quitapenas», cumplen la función de alterar el funcionamiento del placer y el displacer. Compara este tipo de mecanismo con lo que sucede en la manía en donde se puede presentar igualmente una alteración del placer y del displacer. Es interesante porque si bien habla de la manía, también se refiere a la vida psíquica normal: «También en nuestra vida psíquica normal, la descarga del placer oscila entre la facilitación y la coartación y paralelamente disminuye o aumenta la receptividad para el displacer. Es muy lamentable que este cariz tóxico de los procesos mentales se haya sustraído hasta ahora a la investigación científica»[7].
Es supremamente interesante esta afirmación porque desplaza la cuestión de la toxicomanía de la sustancia tóxica, sus efectos y la cantidad del consumo a una reflexión sobre los procesos mentales del sujeto. En otras palabras, lo que esto señala es que el mecanismo del placer y el displacer, lo que luego Lacan trabajará como goce, tiene en sí mismo un carácter tóxico.
Precisamente es esta toxicidad del goce la que en el análisis, bajo transferencia y con la acción del analista, el analizante puede aislar y hacer algo con ella, luego de un trabajo dirigido a cernir lo real de los síntomas que lo aquejan.
Otra manera de pensar el cuerpo toxicómano es a través de revisar en las fórmulas de la sexuación el centramiento del sujeto en el goce fálico sin el Otro. Para ello hay que retomar a Lacan en el seminario Aún[8] en las fórmulas de la sexuación. En la parte inferior izquierda de las fórmulas de la sexuación encontramos en el lado hombre dos términos: el $ y un segundo término que Lacan llama su soporte significante, el Falo Ф. Más adelante agrega que el $ está acompañado por el Falo Ф, significante del que ni siquiera depende como pareja, y más bien para alcanzar su pareja sexual tiene que irse del otro lado de la barra vertical para encontrar el objeto a.
Las fórmulas de la sexuación en su parte superior plantean la imposibilidad de la relación entre los sexos mientras que en la parte inferior nos muestra los posibles modos de encuentro entre los sexos sobre la base de dicha imposibilidad. Teniendo esto en cuenta y considerando que del lado Hombre de las fórmulas tenemos estos dos términos $ y Ф, podemos retomar entonces la cuestión de la ética del soltero, según la cual el sujeto en lugar de pasar la barra vertical para dirigirse hacia el objeto a, se queda de su lado en una relación estrecha con su Falo Ф. A esta relación se le conoce también como goce idiota, o goce masturbatorio, un goce que, como lo plantea Graciela Brodsky en el seminario Clínica de la sexuación[9], es idiota por su repetición, siempre la misma, al alcance de la mano, sin esfuerzo. Este goce es absolutamente solitario, autoerótico y deja por fuera cualquier encuentro sea homo o heterosexual.
El punto que resulta importante señalar de esta posición en la vida erótica que se extrae de las fórmulas de la sexuación como una de las opciones clínicas del sujeto, es precisamente que al quedarse centrado en el Falo también puede darse allí un exceso tóxico. «Tanto Falo» puede llegar a ser tóxico para el sujeto. Vemos pues como se llega a articular esta referencia de Freud en la carta 79 a propósito de la masturbación como adicción primordial y lo que se puede desprender de las fórmulas de la sexuación en Lacan.
Adicionalmente, Graciela Brodsky en el seminario en mención, señala unas líneas más adelante que hay una diferencia entre la ética del soltero y el homosexual. Si bien en ambos casos la relación es estrecha con el Falo, si bien se borra la diferencia castrado/no castrado, en la posición del soltero no hay un movimiento hacia el Otro, no hay un esfuerzo, no se paga nada. En la posición del soltero el Otro no cuenta, de alguna manera se asume una posición cínica, pues el sujeto allí se basta a sí mismo. Al homosexual, en cambio, le toca hacer su esfuerzo por conquistar su pareja, entra en el plano del amor y del deseo. Tenemos entonces una diferencia importante en la manera como se obtiene el goce fálico: 1) por la vía del Otro a través del objeto a; ó 2) por esta vía de quedarse centrado en el Falo.
Como contrapunto de este planteamiento derivado de la lógica de la sexuación, habría que discutir con el mismo Lacan su importante y orientador planteamiento de que las drogas rompen la relación del sujeto con su «cosita de hacer pipi», que fue planteada en unas Jornadas sobre carteles de la Escuela freudiana de París[10]. Surge la pregunta de si no es contradictorio plantear por un lado una perspectiva del cuerpo toxicómano por la vía del goce idiota de la masturbación centrado en el Falo, con esta otra idea de la droga como forma de ruptura de la relación del sujeto con el Falo.
Por ahora lo que se logra entender del asunto es que por un lado se tiene un exceso de satisfacción ligado al goce del órgano, y por otro lado, como ruptura con el Falo, la toxicomanía ofrece también otro exceso de satisfacción en el cuerpo pero a través de un objeto externo, a través del cual el sujeto establece un montaje pulsional lo suficientemente eficiente como para no saber nada del problema sexual, de la castración.
Podría concluirse que ambas vías son operaciones a través de las cuales el sujeto se las arregla para no saber nada del Otro, para mantenerse en un goce cerrado, completo, total: la una por la vía de un encerramiento en el goce Uno fálico masturbatorio, y la otra por la vía de la ruptura con el Falo a través de encerramiento en el consumo de una sustancia tóxica.
Como resumen de este recorrido sobre la idea de la dimensión tóxica propia del goce en sí mismo versus aquella que está ligada a una sustancia tóxica externa al cuerpo pero que incide en él haciendo impacto a nivel de lo real, tenemos lo siguiente:
- Una dimensión tóxica primordial ligada a la masturbación.
- Una dimensión tóxica posible para cualquier órgano del cuerpo que puede llegar a alterar su funcionamiento por vía de una erotización intensa del mismo.
- Una dimensión tóxica en el goce solitario con el Falo, posición desde la cual se niega dirigirse al Otro.
- Una dimensión tóxica concebida a partir de la relación de un sujeto con una sustancia tóxica que rompe su relación con el Falo para no saber sobre la imposibilidad de la relación entre los sexos.
Surge de este recorrido la pregunta por el lugar del psicoanálisis frente a lo tóxico del goce cifrado en el síntoma. Es gracias a la presencia del analista, en la transferencia, lo que permitiría para el ser hablante aislar esos significantes amos, Uno, sin sentido, que trazaron huellas de goce en su cuerpo, para fisurar esa relación tóxica, repetitiva y mortífera con el goce, y quizá inventarse así modos de vivir la pulsión más del lado vivificante.
Septiembre 9 de 2013
Notas
- Grupo de estudio sobre «Cuerpos toxicómanos» conformado por César Bocanegra, Aldemar Perdomo, Manuel Alejandro Moreno y Jaime Castro. NEL Cali, 2013.
- Definiciones extraídas del Diccionario de la Real academia de la lengua española en su versión online: www.rae.es
- Freud, S. (1895). Carta 79, en Obras Completas, Vol. 1, Amorrortu, Buenos Aires.
- Freud, S (1910). Sobre las perturbaciones psicógenas de la visión, en Obras completas, Vol. XI, Amorrortu, Buenos Aires.
- Op. cit.
- Freud, S (1930). El malestar en la cultura, en Obras completas, Vol. XXI, Amorrotu, Buenos Aires.
- Op. cit.
- Lacan, J. (1981). El seminario de Jacques Lacan. Libro 20. Aún. Editorial Paidós. Barcelona.
- Brodsky, G. (2004). Clínica de la sexuación. NEL. Bogotá.
- Jornadas de los carteles en la Escuela freudiana de París. 12 y 13 de Abril de 1975. Lettres de l’École freudienne, 1976, n°18.