«Niños amos»: discusión sobre el psicoanálisis con niños
Participantes en el grupo: Fábio Paes Barreto, Leny Mrech, Mariana Ferretti Moritz, Mariana Bacigalupo Martins, Maria Cecília Galletti Ferretti, Maria Cristina Merlin Felizola y Valéria Ferranti.
Nuestro trabajo partió de la lectura del texto de Adela Fryd – «Niños amos», del cual sacamos las articulaciones más importantes y posteriormente las cuestionamos. Nos basamos también en otros textos y en nuestras discusiones. A partir de este punto formulamos algunas preguntas que nos orientaron en cuanto a lo que efectivamente quisiéramos discutir sobre el tema; a saber:
- ¿Estos niños amos son síntomas de la civilización actual? ¿Qué quiere decir eso?
- ¿Cuál es la principal diferencia entre considerarle al niño un «amo» y lo que describe Freud como «su majestad el bebé»?
- ¿El denominar a los niños amos favorece la dirección del tratamiento? ¿Cómo?
- ¿Qué respuestas puede ofrecer el psicoanálisis, desde otra perspectiva, distinta a la profiláctica o preventiva, para evitar el surgimiento de adolescentes delincuentes?
Presentación del tema
Retomamos algunas articulaciones presentadas en el texto de Adela Fryd- Niños amos – en el que ella los define como niños que se colocan con una sorprendente paridad frente a sus padres y las autoridades, ya que no obedecen a nadie, quieren que les atiendan en sus reivindicaciones, creen ser autónomos, sólo hacen lo que quieren y se portan como si nadie pudiera detenerlos. Estos niños nos sorprenden, pues dicen cosas brillantes, hacen preguntas inteligentes y creativas y parecen saber lo que dicen. Tratan de imponer su manera de ser a los demás, con frases como: «yo quiero así»; «yo soy así».
Desarrollo y discusión
Un primer punto a desarrollar es que los padres juegan un papel importante en la transmisión de la subjetividad de sus hijos. Cuando logran ocupar sus funciones transmiten al hijo algo de la constitución subjetiva implicada a un deseo. De la madre, los cuidados traen la marca de su interés particularizado, y del padre, el nombre que es vector de la encarnación de la ley en el deseo. En ese contexto, cabe recordar que la «madre debe tener faltas» y el padre «en la condición de poseedor de un deseo por una mujer, conjuga al mismo tiempo la ley, la prohibición y el deseo». A partir de eso podemos seguir la idea de Lacan que retoma Laurent al decir que «el fundamento de la autoridad es poder decir sí».[1]
En la primera enseñanza de Lacan se focalizaron: el Nombre del Padre, el deseo de la madre, el Otro y la significación fálica. La metáfora paterna sería la sustitución del deseo de la madre por el Nombre del Padre y al sujeto le produciría una significación fálica. En este trecho[2] habría una sustitución significante, en la que el falo sería el significante de la falta. Dicha operación marcaría la entrada del sujeto a lo simbólico, al escribir el significante fálico y, por consiguiente, el goce que le conviene.
Para la autora, la falta de referentes tradicionales, es decir, simbólicos,acarrea una falla en la constitución subjetiva, en el encuentro con elOtro, lo que obligaría a estos niños a ser «artesanos de sentido de su propia existencia».
Estos niños parecen responder con síntomas característicos de la disposición actual del Otro de la civilización[3], donde los síntomas ya no están basados en la creencia del Nombre del Padre y la vertiente simbólica deja de tener primacía. Los síntomas actuales revelan algo que toca lo real.
En los años 60 encontramos en las elaboraciones de Lacan la reevaluación de la Metáfora Paterna, más precisamente en El Seminario, libro 17, El revés del psicoanálisis. Tal reevaluación promueve un desplazamiento del niño de su lugar y definición.
Eric Laurent afirma que la metáfora paterna es el tratamiento del goce en una escala familiar[4]. Es una traducción del matema en que el operador que limita el goce de la madre al taponar su castración con el niño es el Nombre del Padre. Aunque conocemos los esfuerzos de Lacan por retirar al niño y a la familia de la reproducción del ideario burgués, – y para ello propuso funciones y no la actuación (performance) de padre y madre – hay un lugar para el niño que se constituye a partir del narcisismo parental y de la circulación del significante de la significación: el falo.
A partir de los años 60/70 se produce un desplazamiento en cuanto al foco puesto en el deseo de la madre para la mujer y se formula la siguiente afirmación: hay una cuestión preliminar a cualquier tratamiento que se le pueda dar al niño: la sexualidad femenina.
También a finales de los años 60 encontraremos textos políticos relacionados al niño. En Alocución sobre la psicosis del niño[5], de 1967, Lacan hace referencia al libro Antimemorias de Malraux en el que subraya la inexistencia de grandes personnes, la infancia generalizada y su correlato, la segregación. Y aquí se forja, más allá de la edad o del desarrollo una distinción entre el niño y el adulto: una persona grande es aquella capaz de hacerse cargo de su goce. Laurent afirma:
«El que sería una persona grande es un individuo que podría hacerse cargo de su goce. (…) El tema es: ¿hay un individuo que sepa qué hacer con su goce? No se trata del padre ideal como señor del goce, como señor del deseo sino del que penetró hasta muy dentro de un deseo y encontró sus restos.
A partir de aquí, Lacan define al padre no tanto en términos de la relación con el falo sino de la relación con el objeto a.»[6]
Ya no tiene que ver con la potencia fálica, con la voz de trueno, sino con el modo como un hombre, que generó un hijo, se dirige a una mujer como objeto a. En el artículo de Michel Silvestre La neurosis infantil según Freud – destacamos la siguiente elaboración: La pregunta que formula un niño es¿qué quiere mi madre? Para esta pregunta hay una respuesta, aunque que para eso se haya que pagar con la neurosis. Pero la pregunta que se le hace a aquel a quien la castración le es condición de la sexualidad es¿qué quiere la mujer? Y aquí el significante falta. La pregunta y la respuesta sobre la madre enmascara la pregunta sobre la sexualidad.
Este desplazamiento nos permite situar al niño al lado del objeto a. Laurent afirma:
«(…) En el enfoque freudiano clásico, el niño es el Ideal del Yo, ideal de la pareja, y Freud lo designa por «su majestad el bebé». Por medio del niño es que la familia se distribuye. En Notas sobre el niño, Lacan parte de otro punto: ‘el niño realiza la presencia de lo que Jacques Lacan designa como objeto a en la fantasía.'[7] Se pone énfasis sobre el niño capturado no en un Ideal sino en el goce, el suyo y de sus padres, habiendo sido lo que resumió Lacan con el objeto a.
Entendemos que es en este eje de la teoría donde el niño tirano se sitúa. No es más efecto de la inversión narcisista de sus padres, sino que es capturado como objeto de goce.
Ejemplos
Con el intento de responder nuestra primera pregunta, o sea, si hay algo en lo contemporáneo que favorece este «tipo» de niño y articulando esta respuesta a este lugar propio al objeto de goce , optamos por presentar un ejemplo que pueda cumplir esta función de articulación:
«Hoy el niño puede quedar a merced de imperativos sustentados por la civilización que promueve la prisa y la satisfacción inmediata. (…)
El diálogo entre un padre y su hijo, publicado en «O Globo»[8], nos permite situar la prisa. El niño le dice a su padre: » ¡Tráeme un vaso de agua!» Y éste responde: «¿Cuál es la palabra mágica?» (esperando un «por favor») El niño dice prontamente: – «¡ya»[9]!»
Podríamos preguntarnos si hay en este niño un síntoma establecido o un goce sin sentido. ¿Podríamos también acoplarle al síntoma de la prisa, encontrado en nuestra contemporaneidad, el significante «contemporáneo»? Diríamos entonces que nos encontramos frente a un síntoma contemporáneo.
Lacan, desde el seminario «El revés del psicoanálisis», apunta a la proliferación de objetos de goce, los objetos más del gozar, en nuestra contemporaneidad.
Sabemos que esta proliferación se debe en gran medida a los desarrollos de la ciencia: «Con efecto, no deberíamos olvidarnos, de todos modos, que la característica de nuestra ciencia no es haber introducido un mejor y más amplio conocimiento del mundo sino haber hecho surgir en el mundo cosas que no existían de ninguna manera en el plano de nuestra percepción»[10]. (p. 150) Lacan, al mostrar que la ciencia «desempeña, tal vez, la función del discurso del maestro», hace que «cada uno de nosotros sea determinado primero como objeto a«.[11]
El niño amo, el niño maestro, recupera una forma de goce implantada a su alrededor. Lacadée describe de la siguiente forma este niño que encontró en la clínica:
«El niño que encontramos no es el niño abstracto ni generalizado. Es aquel que se nos presenta a los psicoanalistas a menudo a partir de un síntoma que le otorga cierta posición subjetiva en la existencia y que le trae un problema».[12]
Nuestro intento es responder a la tercera pregunta considerando que la segunda ya ha sido respondida al posicionar a «su majestad el bebé» del lado del ideal del yo y el niño tirano más cerca del objeto a.
¿Tipificar al niño como «amo» favorece la dirección del tratamiento psicoanalítico? ¿Ubicar su posición en la familia y en el Otro social a partir de los conceptos de objeto y de goce interfiere en el tratamiento?
Cabe preguntar por la dirección del tratamiento de este niño que llega hasta nosotros y que, a pesar de responder a un orden establecido, también presenta una singularidad que el análisis deberá revelar.
El psicoanálisis podrá abordar lo que surja de nuevo en las subjetividades contemporáneas.
Es verdad que los psicoanalistas han sido cada vez más buscados por los padres que se quejan de la imposibilidad de lidiar con sus hijos autoritarios. Muchas veces, son niños que a pesar de ser muy pequeños creen en una autonomía que los vuelve independientes de los padres, de manera que no importa su poca edad. Esta fabulación hace que no acepten reglas que puedan limitar sus deseos imperativos y, de esta forma, los padres actúan como aquellos que no logran imponer restricciones a estos hijos que frecuentemente instituyen el «no».
Una lectura superficial nos podría conducir a la conclusión de que son niños que están buscando separarse de los padres. Pero, retomando lo que destaca Adela Fryd en su texto, sería una falsa separación, pues el niño «amo» está actuando en la dirección de una huida que, como sabemos, no promueve la separación de los significantes parentales. Es justamente en este punto que está la posibilidad de intervención del analista, porque puede ubicar cuál es el lugar que le dan a este niño en la familia. Si «el niño puede ocupar el lugar de objeto a, del goce de la madre, de la familia y, además, para la civilización, el niño como objeto aliberado»[13], es necesario el manejo de la angustia como una estrategia para dirigir estos tratamientos. El niño «amo» vive la pulsión sin la falta y por eso mismo lo invade la angustia, lo que abre la posibilidad de entrada para el analista.
Elegimos dos ejemplos más para discutir sobre las intervenciones posibles con relación a los niños de este tipo: uno, a partir de una película, y el otro, retirado de una viñeta clínica.
El primero retoma los efectos en el proceso de constitución del sujeto a partir del grito.
Optamos por esta película porque retrata bien las innúmeras discusiones que se han dado en la Educación Infantil sobre el reconocimiento de la importancia de varios lenguajes del niño, así como sus formas de contacto con otros niños y con el profesor. No obstante, más recientemente, han aparecido en las guarderías niños cuya forma de lenguaje posible es el grito y que se acercan a lo que estamos considerando como niños tiranos o «amo».
Del grito es necesario algo que desencadene una respuesta en el Otro. Pero si esto no ocurre: si ante el grito de estos niños no hay respuesta del Otro. ¿Si el grito queda en el aire? Lo que puede suceder es lo que revela la película biográfica O Contador de Histórias, de Luiz Villaça.
Roberto Carlos es un niño pobre que vive en una casucha con su madre. Ella tiene muchos hijos. Bajo el impacto de los anuncios de ese momento, ella decide internarlo en la FEBEM[14]. Su creencia era de que allí él estaría mejor y podría estudiar.
Ella parte sin despedirse porque la directora consideró que le haría mal al chico. Roberto Carlos pasa a sufrir el proceso de alejamiento y rechazo. Otro más que lo deja, que no responde a sus pedidos. Otro más que lo ignora.
Hay Otro más que asume el lugar del Otro maléfico. Otro que le pega, que lo persigue. Él se une a los otros, a sus pares, que roban, agreden, atacan a los demás.
Rápidamente se convierte en un niño «amo». Aquel que se impone ante los demás, que consigue de alguna forma sostenerse. Y en la institución lo tildan con un adjetivo: irrecuperable.
Este proceso se rompe cuando él conoce a la profesora francesa Margaritte. El interés en una investigación la lleva a querer oírlo. Hasta ese momento él no hablaba y se escondía de las miradas.
Hay un momento en el que, al ser atacado sexualmente por una banda de chicos de la calle, él corre hasta la casa de ella y se encierra en el baño, sin decir nada ni contar su historia. De a poco, ella logra que vuelva a acercarse. Primero, sin hablar. Pero, poco a poco, se involucra con ella buscando Otro que lo acoja.
El proceso se completa cuando él va a Francia con Margueritte. Ella, a lo largo del tiempo, le fue enseñando otra lengua, el francés. Posteriormente él vuelve a Brasil y se convierte en un contador de historias.
Después de haber salido de la casa de su madre, Roberto Carlos no encontró a nadie que acogiera su grito. No se percibía ningún llamado en él. Era uno más de los niños de la calle que estaba allí.
Él se deja capturar por un significante – el contador de historias – bastante semejante al de Margueritte que, en su investigación, contaba su historia. Es él quien va a convertirse en el contador de historias. El Otro ahora quedará en el lugar de aquel que escucha, como él lo hacía antes con Margueritte.
Otro aspecto fundamental que caracterizaría a los niños «amo» es colocar el cuerpo en riesgo al utilizar la acción como forma de sostener la falsa separación con el Otro, pues para estos niños que «mandan», el Otro no está instituido como lugar de puro vacío, donde pueden alojarse los significantes y la pulsión. Elegimos un ejemplo más, esta vez de la clínica, para demostrar que a pesar de que parezca que estos niños tienen «el mando», en realidad están mandados por los significantes del Otro. En este caso, siendo un niño educado.
Algunos aspectos del caso: la madre se refiere a L. como «el hijo de los sueños» y dice que él es «la realización del sueño de su vida». El niño de cuatro años es fruto de una relación esporádica de esta mujer con un conocido. Ella quedó embarazada enseguida de terminar un noviazgo de nueve años sobre el cual no logra explicar nada. A pesar de que el padre de L. quiere acercarse al hijo y a la madre, ella siempre lo ha rechazado y lo descalifica.
En las sesiones, L. buscaba muchos juguetes sin jugar con ninguno en especial y no respondía las preguntas. Cuando se decidió a responder hablaba de una forma incomprensible y jugaba aleatoriamente. Su agitación era constante y evidenciaba un goce disperso y angustiante. Se calmaba cuando alejaba al otro y podía jugar solo con su videojuego. Demandaba alguna que otra vez el acercamiento de la analista, pero se ponía en riesgo al asomarse por la ventada o subirse al pasamanos de la escalera.
Las sesiones de mucha agitación le fueron dando lugar a los juegos en los que, con los muñecos, hablaba de un niño que tenía súper poderes: podía volar, golpear y destruir la casa. La cuestión que se imponía era como hacerlo al ser tan sólo un niño. Otras veces jugaba solo con los muñecos de figuras masculinas y dejaba a la analista de lado, le decía que era un juego sólo para varones. Su discurso señalaba la subjetividad de la madre que, al retirar al hombre del escenario familiar, intenta hacer de su hijo un sustituto de su relación amorosa y sexual.
En la relación madre e hijo siempre hay algo que va más allá de la equivalencia fálica, y lo que está más acá, dice Laurent, es la posición del niño como resto, resto con relación a la genitalidad.[15]
Su agitación parece ser un rechazo al lugar que esta mujer le ha otorgado. En las sesiones puede estar sin que se le pida un comportamiento adecuado y usa el análisis para elaborar algo de la sexualidad y de la subjetividad de su madre.
Si entendemos que L. no es un niño psicótico, o que hay una ordinarización de la psicosis a través del sinthome «niño amo», como dice Adela, el niño sufre la patología del Otro frenado. Según la autora, son casos en que el Otro no funciona como vacío, pues las madres completan el Otro, y la consecuencia para el niño es la falicización del yo ideal que intentaría remediar el exceso de goce.
A partir del texto «Niños Amos» se puede pensar que la dirección del tratamiento de L. es instaurar un lugar de vacío donde la pulsión puede ir «armándose en el campo del Otro», un lugar donde está el lenguaje cediendo un poco del goce de Uno al Otro; así, «podrá enganchar ese goce al significante que resuena con la pulsión y conectar este significante al saber inconsciente. Dándole un destino a lo que le viene como exceso».
Para concluir, retomamos las propuestas de Adela Fryd como los niños amos y las de Éric Laurent sobre el niño como un significante-maestro en la cultura, para decir que el problema en cuestión debe considerarse, en perspectiva de la orientación lacaniana, no como una categoría homogénea sino como un mosaico clínico bastante complejo.
En definitiva, no están en el mismo nivel el niño que toma para sí el «Ya» como palabrita mágica y el niño de la película, aunque ambos puedan estar alineados en la idea subyacente del «niño amo». Para que se avance más allá de la lectura de la «ciencia del comportamiento», tenemos que considerar que la clínica del síntoma, si se lo toma en estado bruto, cobra un precio muy alto para garantizar cierta posición subjetiva en la existencia de un niño.
Sin embargo, no estamos tratando exactamente niños «caprichosos», «malcriados» o «sin límites» y para la gravedad de las condiciones con las cuales nos hemos deparado en la clínica, cierta prudencia siempre es bienvenida. Si por un lado la psicosis en la infancia ya se desencadena desde el primer contacto del niño con el lenguaje (como recuerda Adela Fryd), en muchas situaciones esta psicosis no tiene la exuberancia de los fenómenos elementales que constatamos en adultos: su «patoplastia» es la de una psicosis ordinaria. Y un sujeto puede, por ejemplo, ordinarizar su psicosis forjando el sinthome «niño amo».
Los diálogos y contrapuntos entre la primera y la última enseñanza de Jacques Lacan son fundamentales en este enfoque, principalmente al tomar como fundamental (también para el análisis con niños), el goce femenino.
Referencias bibliográficas
- Barros, M. R. R. «Lacan e a criança». In: Opção Lacaniana nº 62. São Paulo: Eólia, dezembro 2011.
- Lacadée, P. Le malentendu de l’enfant. France: Editions Payot Lausanne, 2003.
- Lacan, J. O Seminário, livro 17: o avesso da psicanálise. Rio de Janeiro: Zahar, 1992.
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- Laurent, É. «Psicanálise com crianças e sexualidade feminina». In: A sociedade do Sintoma: a psicanálise, hoje. Rio de Janeiro: Contra Capa, 2007.
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- Laurent, É. «El niño como reverso de las familias». In: El goce sin rostro: Psicoanálisis y política de las identidades. Buenos Aires: Tres Haches, 2010.
- Laurent, É. «Falar com seu sintoma, falar com seu corpo». In: Correio, nº 72. São Paulo: Escola Brasileira de Psicanálise, 2013.
- Leite, M. P. S. L. Deus é a mulher. São Paulo: IMP, 2013
Notas
- Laurent, É. A Sociedade do Sintoma, pg. 43.
- Leite, M. P. S. Deus é a mulher, 85.
- Laurent, É. Correio n. 72, 9.
- Laurent, É. A Sociedade do Sintoma.
- Lacan, J. «Alocução sobre as psicoses da criança». In: Outros Escritos.
- Laurent, É. El goce sin rostro.
- Lacan, J. «Nota sobre a criança». In: Outros Escritos.
- Periódico de la ciudad de Río de Janeiro. 36473647558
- Barros, M. do R. R. «Lacan e a criança». In: Opção Lacaniana n. 62.
- Lacan, J. O Seminário, livro 17: o avesso da psicanálise, 150.
- Ibid.
- Lacadée, P. Le malentendu de l’enfant, 45.
- Laurent, É. A Sociedade do Sintoma.
- FEBEM – Fundación Estatal del Bienestar del Menor (sigla antigua para la fundación CASA- Estado de São Paulo).
- Laurent, É. A Sociedade do Sintoma.