Fernando Gómez Smith

En la programación de un canal de televisión de señal abierta en el Perú existe un programa que durante muchos años ha sido el de mayor sintonía. Este tenía un formato en la cual la conductora mostraba lo que ella llamaba el “ampay”, es decir, videos donde salían personajes de la vida pública del país, especialmente del espectáculo, deportistas y en ocasiones políticos en situaciones comprometedoras, especialmente en escenas sexuales o consumiendo alguna sustancia toxica.

Desde su tribuna televisiva se coloca en el lugar de un ojo omnividente, que todo lo ve para sancionar, controlar, y tener una supuesta vigilancia de la moral social, ya que por otro lado, alimenta con sus comentarios, el morbo del televidente. Por otra parte y desde lo imaginario del cuerpo, la conductora del programa, en el transcurso del tiempo, se realizó una serie de intervenciones drásticas en el cuerpo con la finalidad de lograr tener al ojo del Otro una “figura” atractiva, al punto que comparativamente podríamos decir que sería muy difícil reconocerla.

Muchos personajes públicos se vieron involucrados, a partir de la difusión de los videos, en escándalos, estando en la portada de la llamada prensa amarilla y en la boca de un buen número de peruanos. Es claro que muchos de ellos si bien se colocan en el lugar de víctimas, utilizan este medio para tener una publicidad constante y asegurada.

Tenía a su vez un sistema muy efectivo, en realidad la mayoría de los peruanos trabajábamos para ella, pues si alguno le alcanzaba algún dato que a la postre terminaba siendo una noticia de impacto, porque mostraba escenas que alimentaba el morbo peruano, recibía una “jugosa” compensación económica. Más de 8 millones de ojos de peruanos prestos a colaborar con ella, no solo como cómplices informantes sino principalmente como parte de su auditorio.

Este es un ejemplo como otros donde encontramos que el campo visual que queda enmarcado en lo que podríamos llamar hoy día, “el espectáculo del mundo”, se ha constituido en una fuente de goce, la escopia corporal funciona como una provocación a un goce destinado a saciarse en la modalidad del plus de gozar. El mundo es “omnivoyeur”, decía Lacan[2] pero además deberíamos añadir que ha devenido también exhibicionista, obsceno, es decir, que se da a ver, excita la mirada, y en ese darse a ver borra las barreras de lo público y lo privado.

Vivimos una época en la cual lo imaginario ocupa un primer plano. Es el cuerpo que se introduce de entrada como imagen. Cuerpo imaginario donde las palabras de la lengua hacen entrar las representaciones, que nos constituyen un mundo ilusorio con el modelo de la unidad del cuerpo. Y es mediante su imagen como el cuerpo participa, en primer lugar, en la economía del goce.

Se ha insertado en la escena social de forma relevante lo visual. En lo “omnivoyeur” podemos reunir a la tecnociencia y al discurso capitalista donde el ojo omnividente está al servicio del control y la vigilancia.

La mirada absoluta es la mirada no enmarcada por el registro de lo simbólico, es la mirada del Otro que se hace presente por todas partes, irrumpe desde lo invisible al orden de lo visible, apareciendo en la dimensión de lo Unheimlich, lo extraño, lo siniestro, invadiendo el marco de la realidad del sujeto y produciendo su desvanecimiento.


[1] Término del argot popular que hace referencia a la acción de encontrar a alguien realizando actos prohibidos, inmorales y que por supuesto no desea ser descubierto.

[2] Lacan. J, El Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1991, pág. 83.