María Elena Lora
Actualmente nuestra época está marcada por una extraordinaria proliferación de la literatura sobre el poder de las imágenes. Sin embargo, la presencia de un enjambre digital y la multiplicación de una realidad virtual, que se interpone entre el sujeto y lo real, es para el psicoanálisis un tema especialmente actual.
Ahora bien, para abordar los efectos del poder de la imagen, una vertiente es seguir la reflexión respecto a la actual modernidad tecnológica en la que la sociedad está inmersa con tanto ímpetu y para ello propongo comentar algunas ideas sobre el texto “La sociedad de la transparencia” del filósofo coreano Byung-Chul Han. La perspectiva de este autor es orientadora a partir de pequeños y concentrados capítulos en los que va dibujando un repaso crítico y radical a la contemporaneidad, concentrando su mirada aguda sobre los cambios que se propagan en los sujetos y en las relaciones detonadas por la galaxia digital, el multimasking y la anulación de la singularidad en la opacidad del “infierno de lo igual y la transparencia”.
El filósofo indaga con sarcasmo y desbroza un camino a través de la maleza constituida por aquello que se ha venido planteando sobre las transformaciones consecuentes de una subjetividad que navega debilitada y a la deriva, bajo la fuerza incansable de la marea del consumo. Asimismo, permite vislumbrar que “el ideal de transparencia va hoy mucho más allá de la denuncia de la corrupción política y de la defensa de la libertad de información, llega al ámbito del ser que habla para transformar su universo, sin alteridad posible”.
¿Qué quiere decir transparente en este tiempo? Significa la posibilidad de saber todo sobre el Otro, pero no solo como posibilidad, sino que es un imperativo constante. Es una exigencia que quienes están al frente o de manera virtual se desnuden, haciendo de la sociedad de transparencia algo como una “exposición sin secretos ante la mirada del Otro, exposición que aniquila la distancia de lo íntimo en un ideal de integración de cualquier alteridad”, cuando se trata más bien de redirigir la mirada y reflexionar que es precisamente esa falta de transparencia lo que mantiene viva la creación de lazo como un factor propio de innegable presencia en la condición humana. Una relación transparente es una relación muerta.
Igualmente, el pensar que teniendo torres de información a disposición, permitiría ejercer una mejor decisión sobre cualquier tema. De esta manera, se postula como posible que alguien pueda dominar todo lo que está en las redes, en el Internet. Se plantea la ecuación de que a mayor cantidad de información que un sujeto administre, mejores decisiones tomará. Esta ecuación supone creer en un todo desde una perspectiva positiva, donde no hay lugar para el sufrimiento y el dolor. Por ejemplo, en el Internet, el Facebook, todos pueden “estar enamorados sin caer enamorados”, dado que se tiene la suficiente información y nivel de racionalidad superior y, con ello, se pretende tener la capacidad de domesticar el amor, el goce o lo que es lo mismo, se puede emitir un veredicto final que alimenta el narcisismo en el “me gusta” del Facebook. Así, a partir de esta modalidad se genera la “imagen comunicación” entre quienes se siguen en las redes y también se genera rápidamente rechazo hacia quienes no dan ni un solo “me gusta”.
Por lo tanto, a propósito de esta transparencia, se tiende a actuar más como una sociedad de la pornografía en la que se exige un mutuo desnudamiento sin límites, alejándose cada vez más de la singularidad opaca del goce. Esta forma de relacionarse no permite jugar sobre terrenos no definidos, no da lugar a la contingencia. Todo se nos antoja sentir más rápido y es más, no se disfruta con sentir las experiencias de una en una, se demandan muchas al mismo tiempo, generándose los problemas de dispersión típicos de la época. De este modo, se renuncia a la distancia y las intimidades se exponen, se venden en un mercado de imágenes en tanto lugar de exposición y no de representación.
Bajo esta perspectiva, lo que da valor al ser humano es el aparecer, el colocarse en un escaparate, es decir, que la sociedad capitalista terminó de imponer como valor máximo el tener y en la sociedad mediática lo realmente importante es exhibirse. Un ejemplo son los “selfies” que constituyen una forma de exhibicionismo en tanto implica mostrar una imagen como una especie de versión oficial de un sujeto, que “refuerza la sensación de fugacidad y supone una desnudez en la vida”.
Consecuentemente, este siglo XXI da inicio a un nuevo tipo de panóptico que no es el tipo que proponía Bentham, pues en el de ahora ya no hay la diferencia entre el centro y la periferia; es decir, ya no existen celdas que se encuentran en disposición circular donde el centro gobierna y controla. En el nuevo panóptico digital se genera una suerte de ilusión de ser libre, se cree y se busca controlar todo, ocupar el puesto del que controla la torre sin que el resto pueda vigilar. Un modo de ilusionarse con este poder se da cuando al estar sentado frente a la pantalla de la televisión, la computadora, el teléfono inteligente y conectado además a través de las redes sociales es que se ejerce este papel; que más allá de cumplir la función de hedonismo de control, se materializa simple y burdamente en un papel de fisgón que goza de la transparencia misma desconociendo la opacidad que la habita y, por otra parte, es el accionar de una negatividad a participar en la vida.
Este mundo de la transparencia no permite que nada escape a la visibilidad ni da oportunidad a espacios vacíos. De esta manera, cada sujeto se entrega a la mirada panóptica digital, donde es siervo y actor a la vez. Por lo tanto, la propuesta de una sociedad transparente posibilita la formación de grupos casuales cuya máxima función es alimentar un yo, un narcisismo individual en el que cada uno busca construir una marca de sí mismo.
Para concluir, en esta reflexión es fundamental señalar ante el imperio de la imagen y el cómputo de la mirada, cómo la experiencia analítica trata más bien de abrir allí donde la transparencia digital esconde la exigencia del sinsentido, se cierra a la contingencia y al agujero mismo de la existencia para construir tal como indica Lacan, una clínica encauzada por lo que no anda, por aquello que es innegable como la intimidad del goce que habita el cuerpo en el ser que habla.
Bibliografía General.-
1.- Byung-Chul Han. “La sociedad de la transparencia” Ed. Herder, España (2013)
2.- Bassols, M. “Sociedad de la transparencia, opacidad de la intimidad ” miquelbassols.blogspot.com
3.- Bassols, M. “El imperio de las imágenes y el goce del cuerpo hablante” Texto VII Enapol