En esta oportunidad les ofrecemos una serie de trabajos que nos causan de lleno al trabajo hacia Los enredos familiares y las consecuencias en la clínica actual.

El trabajo de Gladys Martínez de la NEL nos permite pensar la violencia y las segregaciones familiares apoyada en eso que tan descarnada y crudamente nos muestra el film Manchester sobre el mar, relato que también Nicolás Bousoño articula en su lectura sobre la fraternidad discreta, recordando cómo -frente a la falta de brújula contemporánea- el discurso analítico puede abrir la vía de la orientación fundamental del objeto a.

Por otro lado, Débora RavinovichMaría Rita Guimarães y José Fernando Velásquez nos introducen vivamente en Las nuevas configuraciones familiares preguntándose: ¿Qué es un padre, qué una madre, qué son los hermanos, en el contexto contemporáneo? Pues, frente a las transformaciones de las configuraciones familiares determinadas por los nuevos valores y creencias sobre los goces ahora posibles, por el discurso del mercado y la biotecnología, por la incertidumbre generalizada y la falta de garantías y sustento de los modelos familiares tradicionales, estos roles familiares se ven «renovados» en su alcance y dimensión.

Y algunas consecuencias en lo social, nos dice Maria Wilma Farias, son «…familias intoxicadas», como para pensar también la clínica de hoy y las toxicomanías.

También Gastón Cottino se pregunta acerca de las formas en que ciertas Instituciones sanitarias o de protección de derechos intentan suplantar, utópicamente, lo familiar, reduciendo la operación de transmisión de una ley.

Todos ellos resultan trabajos valiosos para pensar la operatividad del discurso analítico en los desafíos que la clínica contemporánea nos presenta para procurar despuntar cada vez al sujeto y su modalidad de goce, y orientarnos por lo real.

Claudia Lijtinstens
Responsable Córdoba VIII ENAPOL

Este excelente film nos brinda la ocasión para abordar la zona donde los asuntos de familia se enredan con los aspectos más delicados e insondables de lo humano, esa zona de la que nos ocupamos diariamente como analistas y que interesa, por supuesto, al próximo ENAPOL.

Un pequeño pueblo –Manchester by the sea, cerca de Boston, EE.UU.– es el escenario donde se desarrolla una tragedia moderna que articula, fatalidad y contingencia, lo clásico en plena actualidad.

La acción se centra desde el inicio en Lee (Casey Affleck), su protagonista. Lo muestra como alguien tenso, solitario y casi al margen de las cuestiones de la vida. Su trabajo como encargado de mantenimiento de edificios ocupa todo su tiempo, pegado a los desechos de los que debe ocuparse -la basura, los inodoros, los caños tapados-, insensible a los deseos de los otros que encuentra llevando adelante su tarea, en especial las mujeres. Su distracción exclusiva parece ser salir por los bares a tomar, donde una y otra vez ignora la sutileza del deseo, transformándola en la oportunidad para tomarse ferozmente a golpes de puño.

La irrupción de un acontecimiento familiar -la muerte del hermano- rompe la rutina que Lee sostenía con tanta determinación y nos revela la trama en la que se sostiene su decisión subjetiva.

Antes de morir, su hermano se ha ocupado de dejar expresa su última voluntad: que Lee asuma la tutoría de su hijo de 16 años. Ese acto resulta pleno de consecuencias, emplaza a Lee en el lugar del que con tanto empeño buscaba alejarse: su pueblo, su historia, sus afectos, su responsabilidad subjetiva. Es el lazo fraterno el que lo trae de vuelta al mundo de los vivos.

A partir de allí la película desarrolla los esfuerzos de Lee en el presente -sus intentos por declinar ese llamado, su consentimiento a él, el ejercicio de su lugar como tutor- y al mismo tiempo recuerda lo que lo condujera a su posición melancólica.

Lee había sido un hombre despreocupado, había tenido una familia, una mujer y tres hijos a los que amaba. Una noche, luego de una reunión con amigos, alcohol y drogas en la casa familiar, decide salir a comprar más cerveza para sosegarse y poder dormir. Antes se ocupa de que su familia no tenga frío, encendiendo el hogar. Camina, temía los efectos del alcohol si manejaba. En el camino advierte que olvidó colocar el protector de chispas en el hogar, pero desestima su preocupación, no pasaría nada. A su regreso encuentra el infierno: la casa en llamas, su mujer en una ambulancia, los niños no habían logrado escapar del fuego.

Ya en la comisaría declara lo sucedido con detalle. Los policías lo escuchan atentamente y le responden: has recibido el peor castigo posible, has pagado carísimo el error que cometiste. «¿Puedo marcharme?», pregunta Lee, incrédulo. «Así es», le dicen.

Su pasaje al acto señala la diferencia entre la responsabilidad que determina la ley social y el sentido de responsabilidad subjetiva. Lee se levanta aturdido, le arrebata la pistola a un policía e intenta dispararse. Ni la intoxicación ni la suerte le sirven de coartada, él se ha juzgado culpable y pagará. A pesar de no haber logrado disparar el arma, allí terminó su vida. Hasta la muerte de su hermano; un hermano que sabía de la soledad y el desamparo y cuyo deseo le ofrece una nueva chance.

La continuación del drama señala cómo avanzar por el lugar que le abre el deseo del otro requiere la decisión subjetiva de ocuparlo. El amor de Lee por su sobrino, el amor del joven por la vida, reconstruyen algo del lugar del deseo para aquel; hasta que la carta marcada de un encuentro casual con su ex mujer vuelve a confrontar a Lee con su encrucijada.

Ella, embarazada, le pide disculpas por sus insultos proferidos entonces, le dice que entiende que él también ha sufrido mucho y que lo ama; Lee, aturdido, balbucea que no, que no ha quedado nada de aquello. El alcohol vuelve a presentarse allí como instrumento del superyó: Lee se emborracha y busca hacerse pegar hasta el desmayo. Un sueño traumático marca el momento de un nuevo alejamiento: «Padre, ¿no ves que ardo?», le dice su hija. «No puedo vencerlo», dice Lee; pretende vencer la pulsión e impotente, se retira. No sin hacerle un nuevo lugar al sobrino.

La película expone de modo trágico de qué nos habla Lacan cuando señala que el hombre «liberado» de la sociedad moderna -liberado de sus determinaciones, liberado de las opacidades de la palabra, liberado de los lazos e intentado una relación inmediata con el goce- «…es una víctima conmovedora, evadida, por lo demás irresponsable, en ruptura con la sentencia que lo condena a la más formidable galera social, a la que recogemos cuando viene a nosotros; es a ese ser de nonada a quien nuestra tarea cotidiana consiste en abrir de nuevo la vía de su sentido en una fraternidad discreta por cuyo rasero somos siempre demasiado desiguales».[1] La figura del hermano de Lee evoca esa fraternidad -que Lacan retoma en su texto «Introducción teórica a las funciones del en criminología»[2] y más tarde en la clase XVI del Seminario …o peor-[3] que ubica que es por medio del lazo que permite alojar ese ser de nonada, ese desecho, sin juzgarlo; que puede ser interrogada la articulación entre el goce y la culpa en las diferentes formas que pueda tomar. «Nuestro hermano transfigurado es lo que nace del conjuro analítico, y eso es lo que nos liga a aquel que denominamos impropiamente nuestro paciente».[4]

NOTAS

  1. Lacan, J. (2010), La agresividad en psicoanálisis, Escritos 1, Buenos Aires: SXXI, p. 127.
  2. Lacan, J. (2010), Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología, Escritos 1, op. cit., p. 151. Va a plantear allí la idea de «fraternidad eterna».
  3. Lacan, J. (2012), El Seminario Libro 19, …o peor, Buenos Aires: Paidós, pp. 230-1.
  4. Ibid, p. 231.

El padre, la madre, las parentalidades y el psicoanalista