Desde las primeras páginas de las Sagradas Escrituras, tenemos evidencias claras que los asuntos de familia nunca son cosas sencillas.
Hay quienes sostienen que hubo una primera mujer que se separa de Adán tras una disputa íntima. Ella abandona el domicilio conyugal, se instala en la inmediaciones del Mar Rojo y se convierte en madre de tantísimos demonios. El hombre, conmocionado por la decisión de su esposa, pide a Dios que interceda para traerla de regreso. Pero los intentos del Creador -quien envía a tres de sus mejores ángeles a mediar la reconciliación- son absolutamente vanos ante la decisión irrevocable de aquella mujer.
A partir de entonces Lilit pasará a la historia como un personaje ligado a lo oscuro, inquietante y amenazador para todos aquellos que transiten asuntos propios de la vida familiar.

La segunda compañera, mujer de una la belleza extraordinaria, fue condenada al olvido debido al mal tino del Supremo. La historia cuenta que Adán nunca pudo superar el estupor que le causó ver como Dios la iba armando con tripas, pelos y barro. Ser testigo de semejante creación divina tuvo como consecuencia directa que el pobre hombre jamás pudiera acercarse a esa criatura.
Nunca más se supo de ella, y tanto de la primera como de la segunda de estas compañeras no encontramos rastros en el Antiguo Testamento.
La tercera, es la famosa Eva bíblica. La primera de las mujeres o la primera mujer oficial de Adán para los cristianos.
Así –detalles más, detalles menos- Dios creó la célula original de lo que iba a ser la familia. Después vino la manzana, el desalojo del Edén, los hermanitos Caín y Abel y un sinnúmero de enredos familiares.

Los clásicos tampoco escapan a los Asuntos de Familia. Hamlet, Edipo o Antígona viven inmortalizados en permanente tormento, empujados y atravesados por sus trágicas historias familiares.

¿Y quién no leyó o escuchó hablar sobre esa enorme familia que se embrolló y embrolló hasta traspasar los límites de lo permitido y ver nacer un niño con cola de chancho en Macondo?

No olvidemos a Dora, nuestra Dora. Ella podría haber sido la joven heroína de una novela del corazón de no haberse encontrado con Freud preguntándole qué tenía que ver ella en ese dramático vivenciar inter familiar. La icónica pregunta le da un giro a esa trama, pero nosotros sabemos muy bien que hasta el propio Freud queda un poco enredado en todo eso.

Por distintas y discordantes que parezcan estas historias, todas ellas son modos de contar lo que parece no dejar de escribirse.
Los asuntos de familia pueden ir tomando los colores de la época, pero resisten, insisten y siempre los encontramos.
Nuestros controles dan cuenta de ello. ¿Y acaso en nuestros propios análisis no les dedicamos todo un tiempo a desembrollarnos de ellos?
Ellos se escriben y re escriben desde la singularísima pluma de aquel que los relata y padece.

Entonces, quien esté libre de Asuntos Familiares, ¡¡que arroje la primera piedra!!

BIBLIOGRAFÍA

  • Freud, S. (1986), Fragmento de análisis de un caso de histeria, Obras Completas, Buenos Aires: Amorrortu.
  • García Márquez, G. (1995), Cien años de soledad, Buenos Aires: Sudamericana.
  • Graves, R.; Patai, R. (1969), Los mitos hebreos, El libro del Génesis, Buenos Aires: Losada.
  • Nueva Biblia de Jerusalén (Revisada y aumentada), Génesis. I «El origen del mundo y de la humanidad» (1998), Bilbao: Editorial Desclée De Brouwer.
  • Shakespeare, W. (1994), Hamlet, Barcelona: Edicomunicación.
  • Sófocles (1956), Edipo Rey. Tragedias de Sófocles, Madrid: Librería y Casa Editorial Hernando S.A.
  • Sófocles (1956), Edipo en Colono. Tragedias de Sófocles, Madrid: Librería y Casa Editorial Hernando S.A.
  • Sófocles (1956), Antígona. Tragedias de Sófocles, Madrid: Librería y Casa Editorial Hernando S.A.