Trazos de un recorrido compartido.
Trabajo propio; investigación colectiva. Escrito, para conversar. Conversación; precipitado firmado; conversación. Decir lo mismo de otro modo; decir otra cosa con lo mismo. Finalmente, hacer pasar algo de un esfuerzo: el de hacer decir que aproxima a la Escuela con la posición femenina, en tanto causa. Agradezco a la Escuela por estar a la altura. Y a los que encarnaron aquí y allá un modo de hacerla ex – sistir, bajo esta propuesta novedosa.

Pinceladas
1.-Hace unos meses la actriz Angelina Jolie sacudía a los medios al declarar al mundo su decisión consumada de realizarse una doble mastectomía preventiva luego de que se le detectara una alta probabilidad de desarrollar cáncer de mama como su madre y su tía muertas. La noticia se dio a conocer a través de una carta suya titulada Mi decisión médica. Jolie es una mujer que presume su particular modo de agitar a la opinión con los semblantes que sostiene y las decisiones que ofrece a la vista de una audiencia ávida de consumir las variaciones públicas de su ser-mujer. Por eso no es vana su intervención, en la que declaró: no siento que haya afectado en nada a mi feminidad esta decisión. La vida tiene muchos desafíos; no deben asustarnos los que podemos asumir y controlar.

2.-En el film Eric Brocovich una mujer a la que la cirugía le había extirpado ya sus senos y su aparato reproductor -por los efectos de una contaminación radiactiva producida con fines económicos y bajo el amparo de la corrupción- se preguntaba: ¿una mujer sin senos ni ovarios sigue siendo una mujer?

3.-Recibí a N quien consulta por problemas con una pareja construida de modo tal que vivían uno en las antípodas geográficas del otro. Su vínculo frecuente era virtual y sus visitas pautadas mantuvieron por 15 años el encuentro de los cuerpos, en ciertas condiciones. No tenía hijos ni quería tenerlos. Sin proponerse trabajarlo, N relató las vicisitudes de un cáncer de mama en remisión, no obstante lo cual, le han recomendado una doble mastectomía preventiva y una operación posterior de útero y ovarios para minimizar las posibilidades de recidiva. Fue escuchándose en el análisis decir cortar por lo sano que se abrió una dimensión subjetiva y surgió una pregunta por su cuerpo, que no encontraba femenino.

Lacan en el seminario XX adjudica los caracteres secundarios de la mujer a la madre por lo que «nada distingue a la mujer como ser sexuado, sino justamente el sexo»[1]. El problema es que al hombre, «en cuanto provisto del órgano al que se le dice fálico […] el sexo corporal, el sexo de la mujer […] no le dice nada, a no ser por intermedio del goce del cuerpo.»[2] Pero es justamente por lo propio de la función fálica en juego, que este medio y el goce que de allí se deduce -goce fálico- es el obstáculo por el cual el hombre «no llega [..] a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano»[3] No sabemos entonces del cuerpo de una mujer sino a través del falo y lo que éste representa, pero esto es justamente lo que ella no es, no toda –fálica- es.

Control de los cuerpos y horizonte de La/ mujer
El significante de la falta en el Otro vale para los dos sexos, pero de maneras diferentes. Para la mujer el S(A/) designa el goce femenino más allá del falo; para el hombre, designa el goce pulsional en tanto asexuado. No es lo mismo pensar el ascenso al cénit del objeto a desde estas dos perspectivas. Eric Laurent puntuó de manera precisa cómo la creencia en el Padre podía mutar en nuestra civilización en la creencia en La mujer y cuáles serían sus consecuencias respecto del mandato de goce que de ello puede desprenderse. Mientras que en el caso singular la creencia –creerle/crearla- en una mujer surge para un hombre como una certeza soportada en la autorización de un goce que deviene posible, la época propicia un retorno de esta creencia como universal. La inexistencia del Otro -modo de introducir la excepción necesaria para constituir el Todo- tiene por efecto una generalización de cierta forma del no-todo, poniendo en el centro la cuestión del sin límites. En tanto que no hay uno que ordene hay uno, otro, otro, un enjambre, uno más siempre es posible. Entonces la época guarda cierta afinidad con lo femenino por la infinitud que su lógica implica. La ciencia apunta interminables clasificaciones y multiplica sus intervenciones al ritmo del mercado. La inclusión toma la forma de una adición propia de la dinámica del consumo que no garantiza la singularidad, borde mismo de lo indecible para cada uno, que más que una sumar, positiviza. El no-todo responde allí con su ordenamiento horizontal y descentralizado. Pero librado a sí mismo, el infinito de la diversidad puede pecar de ser homogeneizante en tanto iguala las diferencias, reduciéndolas en su eficacia: todos pueden decir lo que quieran, pero a nadie le importa lo que dicen. Es que la feminización precisa que la horizontalidad ligada a lo femenino preserve la noción de La/ mujer en el horizonte.

Lo que encontramos en cambio es una lectura fálica y fetichista de La mujer, bajo el predominio de un goce ilimitado afín a lo femenino[4]. Detrás de las banderas de la tecnociencia, el mercado y el derecho al goce el superyó, femenino hace su arrogante maniobra insensata de cortocircuitar lo que –veremos- es una relación estructural entre el Padre y La/ mujer, relación que no es del orden de la creencia universal. El cortocircuito conlleva una contradicción nuclear: para todos el mismo goce informe y sin medida.

Cuerpos, derechos y goces
Coy, una niña transexual de 6 años «ganó la batalla contra la discriminación»[5] en USA al serle permitido legalmente usar el baño de niñas en su escuela, entendiendo que su género es femenino a pesar de haber nacido con sexo masculino. ¿Son lo masculino y lo femenino una cuestión de significantes sobre puertas? ¿De qué hablamos cuando decimos cuerpo de hombre, cuerpo de mujer?

La lógica que Lacan despeja con sus fórmulas de la sexuación no se encuentra rígidamente abrochada con la anatomía. Pero es preciso recordar que siendo ésta una afirmación lógica con todo su peso, puede ser utilizada por las actuales exigencias de discurso que promueven la autodeterminación de los individuos.

La apuesta del psicoanálisis implica que hay un campo de las relaciones que escapa a la dimensión de la demanda, del contrato, de los derechos. El recurso al género elide la dimensión real del cuerpo, es una disección de la erótica que favorece la desexualización del discurso. No se trata entonces de biología o fisiología pero sí de cierta ana-tomía, tal como Lacan la entendió refiriéndose a la famosa y polémica declaración de Freud la anatomía es el destino. El cuerpo en psicoanálisis es un cuerpo ana-tomizado, recortado por el significante y significado por el Otro. Separación que nos exilia del Otro, pero nos convierte en exiliados también de nuestros propios cuerpos pues el goce narcisista unificante se funda en el goce unario extraído de la excepción fálica que, estando por fuera de esa totalidad, tiene la función de ordenarla y limitarla, haciéndola asimismo una norma. Pero hay Otro goce que se presenta como abierto, no localizable, no discreto.

La diferencia sexual implica un límite irreductible para ambos sexos. El falo agujerea, castra tanto a varones como a mujeres aunque tal castración sea subjetivada de maneras diversas. La repartición entre hombres y mujeres es una repartición de goce y está dada en función de la castración y el lugar concomitante otorgado al falo, objetando la pretendida autodeterminación liberal. Es en el eje falo-castración donde se construyen los cuerpos y el falo tiene una función esencialmente sexualizante: todo aquello que se proponga para ser amado, deseado o con valor erótico –sea idealizado o rebajado- incluyendo la dimensión de la mascarada femenina, está en relación con el goce llamado fálico.

A esto se opone Otro goce, femenino, que vale en antagonía con los semblantes, con la cifra fálica, con su localización. La/ mujer no existe, como no existe la relación sexual: encontramos en su lugar desencuentros, señas y enredos. El goce femenino sí existe y tiene consecuencias para ambos sexos, porque la subjetividad está tramada en una íntima relación entre lo masculino y lo femenino: entre el Todo y el Uno por un lado y el no-todo por otro. Es lo que entendemos cuando damos pleno valor a la ambigüedad de la excepción: si del lado masculino la excepción funda el Todo y la regla, del lado femenino -al no hacer conjunto cerrado- las mujeres devienen excepcionales, en una constelación que no hace serie. Pero aún en el lado femenino la significación fálica persiste para ellas, no-toda.

Lo femenino se asienta en un lugar éxtimo pues si bien no se trata de una referencia adentro-afuera del dominio del significante, conserva una orientación que permite cernir el goce que siendo, irrepresentable para todos, afecta más a las mujeres a las que lo real de su cuerpo se impone: «Al escucharlas, el cuerpo femenino se vuelve un espacio abierto en los dos extremos, de la boca a la vagina y agujereado en toda su longitud. Las emociones como los líquidos lo atraviesan. Lágrimas, sangre, leche materna, vómito, diarrea, líquido amniótico, orina, esperma lo inflitran, lo sumergen, o simplemente fluyen, haciéndolas mujeres gozantes, habitadas, invadidas o abiertas. Su hendidura se vuelve llaga o vaina, durante el tiempo efímero del placer arrebatador o bienhechor.»[6]

Mujeres y madres
Para Lacan la madre no es disociable de la mujer ni se puede reducir a ella. La madre tiene una relación al falo y al objeto a –en el mejor de los casos- La mujer, como hemos dicho, tiene una relación con el falo pero también tiene su más allá desde el que ella pide decirse-mujer, donde «Otro goce la arrastra a un mundo en que su cuerpo está imbricado al ser, fuera de la identificación, y donde el sentimiento de existir se confunde con la intensidad de sus estados. Ellas se encuentran allí femeninas, con un cuerpo compuesto por los objetos plus de gozar, en el sentido de la última enseñanza de Lacan, que a la vez empujan a gozar y son un monumento conmemorativo de lo imposible»[7]

Entre la realización del objeto a y la articulación de y de –phi que son los planos en los cuales puede situarse un niño, no podemos dejar de señalar que el cuerpo de la madre goza de tal niño que la colma de diferentes maneras. Lacan nos recuerda que la sexualidad femenina nos concierne a todos en tanto hijos de una mujer. Pero también señala que el niño le da a la madre «como inmediatamente accesible, aquello que le falta al sujeto masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real»[8] Un hijo es una marca en el cuerpo de una mujer, deja huellas en un lapso que no se reduce de ninguna manera a un tiempo cualquiera de gestación.

Para el hombre la condición de accesibilidad sexual, su orientación para abordar una mujer gracias al buen oficio del fantasma, es el objeto a que en ella encuentra. Lacan explicita que este objeto representa una parte perdida de su propio cuerpo: «Le han quitado esa costilla, no se sabe cuál, y por otra parte no le falta ninguna. Pero está claro que en el mito de la costilla se trata precisamente de ese objeto perdido. La mujer, para el hombre, es un objeto hecho con eso»[9] El $ es esencialmente macho en este sentido. Y tal es su perversión polimorfa aunque la clínica nos la muestra –una vez fijada- bastante monomorfa: el sujeto no aborda como tal al otro sino a una parte perdida de su cuerpo y esto es válido para hombres y mujeres en posición de sujetos. Sin dudas la maternidad opera entonces desde este lugar, puesto que pone en su máximo relieve que este objeto que es el niño, se experimenta como una parte desprendida de su cuerpo.

La posición maternal de una mujer que puede prescindir del hecho de haber tenido hijos o no, afecta inexorablemente su cuerpo: «…la mujer no será tomada sino quo ad matrem. La mujer no entra en función en la relación sexual sino como madre.»[10] No se trata solo de que un varón pueda maternizarla en su fantasma. Allí donde ella se atiene a la dimensión fálica y a su relación con el objeto a, ella es maternal. Por eso el destino freudiano es reformulado por Lacan pues la relación al goce fálico excede al hecho de ser mamá de un niño, pero la estopa de su posición deseante es maternal.

La oposición se plantea entre una mujer como sujeto deseante –en su declinación maternal- y La/ mujer como Otro absoluto. En tanto ama como madre, no es Otra. Pero la condición propiamente femenina se ubica más allá, en una dimensión que no es fantasmática: no es tanto la condición necesaria para amar lo que allí cuenta, sino ser amadas. «Si la posición del sexo difiere frente al objeto, es con toda la distancia que separa a la forma fetichista de la forma erotomaníaca del amor»[11]

Goce fálico, goce femenino
Los cuerpos tienen agujeros. La cuestión en la subjetivación de tales cuerpos –la que interesa al psicoanálisis- es si lo que estos agujeros hacen pasar está regulado por la lógica de la falta.

Podríamos suponer que cuerpo de mujer es aquel donde lo doble juega especialmente su partida: la dimensión fálica –simbólica- que se ordena en torno de la trasmisión de una falta y la dimensión real del agujero, en lo que éste tiene de abierto. Lo prueban las intensidades inconmensurables de lo que puede sentirse como goce femenino, que no se rige por lo insaciable -afín a la repetición- o la extralimitación -que precisa de un límite, hecho para transgredirse- sino por el sin límites. Es la cara siempre desnuda de su cuerpo, como virgen de la elaboración significante, cuya verdad de estructura se cuela en el no tengo qué ponerme. Es también la referencia polifónica que hace que en cierta medida nunca esté sola como el hombre que puede aferrarse a la soledad del Uno, porque aunque esté sola -y pueda incluso sufrir por ello-, no es una, no-toda es.

La intervención de una colega como avance de la investigación nos fue de gran utilidad en la conversación en tanto proponía su elucidación del goce femenino en una serie de proposiciones negativas: no es simbolizable, no es fálico, no es esto, no es aquello… Terminaba con una sutil apreciación: «quitemos el no, queda el cuerpo», y una pregunta: «Cuerpo de un ser hablante, sea de sexo corporal de hombre, sea de sexo corporal de mujer ¿da igual?»

Ensayo como aproximación que mientras para el hombre la relación al S(A/) conduce a lo asexuado del goce, la condición femenina hace valer allí el goce suplementario. Como $ una mujer participa también del encuentro con lo asexuado del goce. Como mujer -consintiendo a su condición- es que tiene la elección forzada de hacer existir de manera singular ese ser que no tiene armadura significante, imbricando su cuerpo virgen, (no)hecho de puras hiancias, pasible de recibir una huella como escritura que permita desplegar a partir de allí alguna superficie. Una mujer debe soportar ser falicizada, pero para que se realice su posición femenina hace falta que no se coagule en esta identificación. Su cuerpo-en-goce en tanto se opone al goce discreto, discontinuo vuelve a las mujeres afines al discurrir femenino, cuyo soporte se encuentra en ese goce envuelto en su propia contigüidad, en tanto su sexo corporal no opone ningún mojón, pero sí agujeros.

El amor, el decir, la escritura
Si el padre no responde a la hora del llamado y el enigma femenino supone un silencio radical, el hacerse hablar es un modo del hacerse amar, forma erotomaníaca del amor que ya Freud consideraba esencialmente femenina y por la cual las palabras de amor y la demanda de amor toman protagonismo en la erótica de las mujeres. Llegar a ser amada, ser alguien que el Otro elige, implica que el hombre deponga su narcisismo y su culto al Uno para hacer lugar a lo único.

Lo femenino se dirige a un partenaire Otro cuyo deseo no esté limitado por el falo. El amor que una mujer desde su feminidad espera es aquel que sostenga un deseo más allá de la clausura del goce fálico. Así despierta al deseo si un deseo con valor de acto la convoca; su goce se orienta por el decir verdadero, aquél que tiene valor de acto. Aquí es donde Lacan distingue el acto de amor de hacer el amor. Como Otro absoluto lo femenino impone su condición de amor, más allá del placer-displacer: amarla en el preciso lugar donde no encarna el falo. Un amor así, que no es sino un decir que se soporta en S(A/): «hacer el amor, como su nombre lo indica, es poesía»[12]. En el acto de amor el sujeto no necesita salir de los límites de su fantasma y el hombre puede vincularse con la parte falicizada de la mujer. Hacer el amor en cambio implica un pasaje por la castración, por algo que dice que no a la función fálica.

Si todo cuerpo es marcado por los significantes que vienen del Otro sembrando acontecimientos de cuerpo en su inscripción de goce, el cuerpo femenino es además particularmente penetrable por la palabra que se sostiene de un decir. Un decir que da lo que no tiene, decir amoroso por estructura no por ninguna significación amorosa, que fija –escribe- algo de ese ser curiosamente flotante como lo llama Lacan. La inscripción del límite entonces no está forzosamente ausente del goce femenino, pero es contingente. Lo que imprime un particular extravío -no sin angustia- al modo femenino de relacionarse.

El amante castrado, el padre muerto, el íncubo ideal son figuras que participan de algún modo de ese deseo sin regulación fálica, de ese llamado que solicita adoración en tanto figuran una presencia Otra que concierne al ser. Dios mismo puesto por Lacan en el lugar del decir –dior- donde la verdad balbucea y un decir se hace verdadero. Se trata de un decir que no, un justo medio decir y lo justo no dicho, que descompleta -lo que no es igual que decir no- Se revela en este lugar de S(A/) otra función del Padre ya no como Nombre del Padre, sino como Padre del Nombre y la nominación deviene un descubrimiento, una invención que se funda en el acontecimiento de palabra. Algo de lo femenino puede ser nombrado como síntoma; pero es requerido que sea nombrado también sintomáticamente.


  1. LACAN, J. Aun. Paidós. Bs.As: 1998 p. 15
  2. Ibid
  3. Ibid
  4. El superyó como lo que empuja a resolver el enigma de la feminidad con la vara del falo, es una versión del goce del Otro.»Los dichos de la Esfinge solo tienen poderes mortales si uno ignora que tiene que hacerles frente en tanto ser sexuado» LAURENT, E. Posiciones femeninas del ser. Tres Haches. Bs.As: 1999 p117
  5. Una niña transexual gana batalla contra la discriminación en Estados Unidos. La Nación On line, 27-06-13
  6. MILLER, D. El a-todo femenino. El orden simbólico… Op cit p226
  7. Ib p. 227
  8. LACAN, J. Dos notas sobre el niño. Otros escritos. Grama. Bs.As: 2012 p.
  9. LACAN, J. La angustia. Paidós. Bs.As: 2006 p206
  10. LACAN, J. Aun Op cit. p47
  11. LACAN, J. Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina. Escritos 2. Siglo XXI. Bs.As: 2008
  12. LACAN, J. Aun Op cit p.88