Integrantes: Eduardo Benito, Graciela Chester, Viviana Fruchtnicht, Cecilia Gasbarro, Jose Lachevsky, Esteban Klainer, Jose Luis Tuñon y Fernando Vitale.

En primer lugar, intentaré comentar cómo nos hemos situado respecto a la propuesta de investigación en la que hemos sido invitados a participar «Cuerpo de mujer», en referencia al tema general que nos reúne hoy en este VI ENAPOL: «Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real».

Consideramos que lo que se trata de indagar bajo éste título, puede encontrar su perspectiva más fecunda en la medida en que logremos enmarcarlo en la orientación en la que Miller ha convocado al trabajo a la comunidad analítica de la que formamos parte, tanto en nuestro último congreso de la AMP que tuvo lugar aquí en Buenos Aires «El Orden simbólico en el siglo XXI. No es más lo que era. Consecuencias para la cura», como para el próximo que tendrá lugar en Paris «Un real para el siglo XXI».

Como lo ha planteado explícitamente Miller en el texto de presentación del próximo Congreso, de lo que se trata es nada más ni nada menos que de «dejar atrás el siglo XX, de dejarlo atrás de nosotros para renovar nuestra práctica en el mundo».[1]

¿Es esa acaso una mera formulación retórica? No lo creemos en absoluto.

Pensamos que bajo la consigna «Hablar con el cuerpo», de lo que se trata es de la posibilidad de conversar entre todos a los fines de poder explorar la posibilidad de abrir una nueva perspectiva en el campo del Psicoanálisis, siguiendo para ello las coordenadas que Lacan nos dejara en el último tramo de su enseñanza.

Nuestra tarea comenzó entonces por trabajar en conjunto y con mucho detenimiento las referencias que planteó Eric Laurent en el texto donde nos presenta los lineamientos principales de lo que se trata de poner hoy al debate: «Hablar con el propio cuerpo. Hablar con el propio síntoma». Dice Laurent, «Lo que se nos planteará como cuestión es cómo «hablan los cuerpos» más allá del síntoma histérico que supone en el horizonte el amor al padre».[2]

Como planteó Eric Laurent el año pasado en el coloquio sobre Sutilezas analíticas, como no somos filósofos, en psicoanálisis solo podemos intentar captar la cuestión en juego cuando logramos dar alguna transcripción clínica de la misma. Creemos que si no, corremos el riesgo de quedar atrapados en un laberinto que nos deje extraviados entre la pura perplejidad y la repetición vacía, impidiéndonos de este modo, alcanzar algún recurso que nos permita avanzar frente a los impasses reales y crecientes al que nuestra práctica nos confronta cotidianamente. El sesgo que elegimos fue por eso la discusión de casos.

Como dice Miller, si se trata de repensar nuestra práctica es porque ésta se desarrolla y se irá desarrollando cada vez con mayor nitidez, bajo coordenadas inéditas. Esas coordenadas no son otras que las de la realidad efectiva donde dicha práctica tiene lugar, debido a la reestructuración que a una velocidad vertiginosa imprimen en ella las transformaciones que se derivan de las incidencias del discurso de la ciencia y del discurso del capitalismo. Dichos discursos han ido socavando los fundamentos en que se ha ido desarrollando por milenios lo que Miller nombra como la estructura tradicional de la experiencia humana. De lo que se trata entonces para nosotros, es de terminar de asumir que el Orden simbólico cuya piedra angular ha sido el nombre del padre, no es más lo que era.

Lo que ocurre es que bajo el postulado de que lo simbólico es un orden, fue como Lacan cimentó la revolución teórica y transferencial que produjo en Psicoanálisis y mediante el cual renovó la noción de inconsciente que le debemos a Freud. Fue comentando este punto que Miller planteaba hace ya algunos años, que «hasta ahora y quizás por demasiado tiempo» hemos pensado que dicho postulado era uno de los componentes indispensables de lo que daba fundamento a nuestra práctica.[3] Creemos que la importancia del debate radica exactamente allí, y es por eso que se trataba y se seguirá tratando de extraer sus consecuencias sobre la idea que nos hacemos de la cura analítica misma.

Si como dijimos antes, bajo la consigna «hablar con el cuerpo» se trata de explorar la posibilidad de abrir una nueva perspectiva en el campo del psicoanálisis, es justamente en tanto podría convertirse en la vía que nos permitiera desplazar de esa referencia inicial los fundamentos de nuestra práctica.

Creemos que todavía no hemos podido sopesar en su real envergadura lo inmenso de lo que eso significa. No podemos olvidar que la noción de que los síntomas tienen un sentido y que por lo tanto son descifrables deriva de allí. No hay sentido sino en referencia a un orden desde el cual resulte legible y sin suponerle un sentido al goce no se entiende cómo el retorno de lo reprimido pudiera ser interpretable. Decía Miller: «se capta así lo que es un psicoanálisis que se orienta por el conflicto, pues el síntoma es referido a un conflicto simbólico que se extiende hasta los límites de la civilización. La condición del conflicto es siempre la referencia al Orden Simbólico en calidad de medida de las discordancias».[4] ¿Creemos acaso que hemos logrado desprendernos de esa perspectiva cada vez que ubicamos algo a título de síntoma? Creemos que no y que a pesar del cambio de nuestra terminología, ella se sigue infiltrando subrepticiamente en cada una de nuestras conversaciones.

Con varios colegas que participan en esta investigación, hemos venido trabajando esta dificultad desde hace ya varios años. En el curso que J.C. Indart da en la EOL ensayamos la discusión de casos bajo la denominación de Clínica del discurso universitario. Con ese título se trataba de ponderar los alcances y los efectos que en la clínica que recibimos día a día en nuestra consulta, podíamos extraer de la sustitución del régimen paterno por el discurso universitario pronosticado por Lacan como la nueva forma que iba a tomar el discurso del amo actual. Por esa vía, lo que se intentaba pensar, era el hecho de que íbamos constatando cada vez con más nitidez, que el estatuto de los nuevos síntomas y las nuevas identificaciones con que los pacientes muchas veces llegan hoy a la consulta, no resultan ya legibles a partir de su referencia al ordenamiento edípico tradicional y por lo tanto ponen seriamente en cuestión el saber acumulado que tanto la clínica de las neurosis como la de las psicosis, nos podían ofrecer como orientación.

Tomemos por ejemplo siguiente viñeta a los fines de dar un soporte clínico a lo que estamos planteando:

R consulta con 17 años de edad a partir de un llamado de su hermana, un sábado a la noche., quien manifiesta que R ha tomado pastillas, se ha hecho unos cortes y desea internarse.

A la entrevista concurre con su mamá y su hermana.

Comienza manifestando que todo el tiempo vive haciendo dietas pero no lo logra , no lo aguanta, no puede pensar en otra cosa. Su organización, su orden, su motivación y el sentido de su vida lo dan sus dietas.

Al momento de la consulta, se encontraba en una encrucijada angustiante, estaba por tener su fiesta de egresados y no quería ir. Le resultaba insoportable porque implicaba compararse con 50 mujeres que sólo hablaban de sus vestidos y la pasarela. Ella no había alcanzado su objetivo y se sentía culpable por eso. Eso se extiende a todas las actividades que realiza. Cuando no logra estos objetivos quiere dejarlo todo: escuela, inglés, danzas, que se le convierten de este modo en exigencias absolutamente inalcanzables.

Como vemos allí, no son esas identificaciones que podamos leer bajo las coordenadas edípicas tradiciones en que nos hemos formado; más bien podemos leer allí un claro ejemplo de lo que Eric Laurent ha llamado la tiranía infernal de la presión identificatoria actual.

Pensabamos que muchas cuestiones podían ordenarse mejor, leídas a partir de esa referencia. Podemos decir hoy, que eso estaba en estricta articulación con el subtítulo de nuestro Encuentro: la crisis de las normas y la agitación de lo real. Constatamos día a día sobre todo en las pacientes más jóvenes, que los cuerpos femeninos, se nos presentan cada vez con más claridad, bajo el estatuto de puras unidades de valor en el mercado y sometidos al orden de hierro de la gestión burocrática productora de normas enloquecidas e imposibles de cumplir. Creemos que detectar ese cambio de discurso es clave en la orientación clínica. Eso desembocó en un ciclo de noches que realizamos en la Escuela en el 2008 sobre psicosis ordinarias y del que se hizo una publicación.[5]

En el año 2010, proseguimos nuestra indagación realizando otro ciclo de noches en nuestra Escuela cuyo título fue: Síntoma y frustración: casos de mujeres, en los que también discutimos con el máximo detalle posible, varios casos que recibimos en nuestra consulta. Presentè un resumen muy apretado de lo alcanzado en las Jornadas sobre «El amor y los tiempos del goce» al que le puse por título «El goce y los tiempos de la frustración»[6] del que voy a citar algunos fragmentos:

La pregunta que nos orientó fue la siguiente: «¿Qué es lo que está ocurriendo en el estado actual del malestar en la civilización para que a modo de plaga nos lleguen cada vez con más frecuencia a la consulta, demandas provenientes de mujeres que sufren de aquello que para la tranquilidad de conciencia del amo contemporáneo ha quedado clasificado bajo el nombre de trastornos de la alimentación?

¿Qué es lo primero que escuchamos de la boca de estas mujeres?

Que en ciertas coyunturas dramáticas se han producido en ellas ciertos acontecimientos del cuerpo que en sus combinaciones más variadas presentan sin embargo algo en común. Ellos nos muestran un enigmático funcionamiento del goce pulsional que no deja de interrogarnos. Eso que las llega a conducir a estados verdaderamente invalidantes, es algo a lo que al mismo tiempo no pueden dejar de recurrir a modo de solución cifrada y repetida ante situaciones de extrema angustia.

¿A que impasse de la sexuación podemos atribuir ese nuevo destino de la pulsión que pone en cuestión no solo todo aquello que creíamos saber de la clínica de las neurosis sino también de la clínica de las psicosis?

Al respecto, nos habíamos encontrado con una referencia que hiciera J.A.Miller en la presentación del Seminario 4 de Jacques Lacan.[7]

En ese Seminario Lacan ubica como uno de los avatares posibles de la satisfacción de la pulsión, el de quedar confinado a convertirse en un intento límite de compensar e intentar aplacar lo que puede tener de insoportable la decepción experimentada en lo que denomina el juego simbólico de los signos de amor.

Creemos que podemos encontrar allí un instrumento de lectura en la que orientarnos en nuestra clínica actual.

Como solo el repaso de nuestras rutinas puede permitirnos acercarnos a lo que escapa, nos dedicamos a repasar al detalle el lugar que la noción de frustración de amor tomaba en la indagación que Lacan realiza allí del Edipo femenino. Sabemos que las referencias que pudimos extraer de ello están enmarcadas como al margen en un momento en que es claro que las indagaciones de Lacan en su retorno a lo más seguro que había dejado al respecto Freud, lo conducían a hacer derivar la emergencia misma de los síntomas de un falla en el pasaje por la estructuración edípica. Nada más revelador al respecto que el análisis de Juanito. Por eso es que Lacan hablaba de una dialéctica de la frustración.

Creemos sin embargo que son otras las perspectivas que se nos pueden abrir si los situamos como síntomas de la frustración en tanto tal. Sabemos que eso que Freud ubicaba como la particular sensibilidad femenina a la decepción amorosa, fue reformulada por Lacan como inherente a las características propias de un modo de goce que no puede sino pasar por alguna forma posible del amor en el lazo con el partenaire. Desde éste ángulo, y siguiendo a Eric Laurent, podríamos considerar que lo que estas mujeres hablan con sus cuerpos, bajo la forma de ésta nueva epidemia contemporánea, constituye en tanto tal el nombramiento de un síntoma que nos obliga a no olvidar lo particular de la posición femenina en tanto irreductible a la tiranía identificatoria que vehiculizan ferozmente las burocracias que gestionan nuestro mundo.[8]

Otra de las cuestiones que recortamos era el estatuto problemático de lo que llamamos la identificación al falo en la clínica femenina actual; es decir, aquello que aprendimos como lo que el puerto seguro de la entrada de la niña en el Edipo le permitía por la intermediación de la identificación al padre, poder subjetivizar. Lo que muchas mujeres hablan con sus cuerpos y con sus síntomas, es que eso que llamamos el manejo de la mascarada en tanto velo de la falta que pone en marcha los juegos eróticos en relación al partenaire, queda subsumido en muchos casos, a un sometimiento infernal a la tiranía de rutinas y puras instrucciones de saber desarticuladas de la identificación al falo propiamente dicha.

En relación a este punto nos ha resultado interesante detenernos en algo que Lacan plantea en el ultimo capitulo del Seminario 18.[9] Es recién allí que considera contar con la articulación que le permite despejar con claridad, lo que hace que aquello que llamamos el falo y el nombre del padre se nos presenten como indiscernibles en nuestras argumentaciones teórico- clínicas. Dicha articulación, nos dice, la obtuvo dejándose guiar por la clínica de la histeria. Sin la histérica nunca hubiera podido dar con la escritura de lo que va a llamar el goce fálico como función y nos dice que Freud nos conduce allí ya desde sus primeros Estudios sobre la histeria. Va a decir entonces, que el goce fálico es aquello que el lenguaje denota sin que nunca nada responda por ello. De ese goce opaco no saldrá nunca ninguna palabra y fue por eso que primeramente la histeria lo había conducido hasta la metáfora paterna y su anudamiento a la ley ; es decir, al llamado que realiza a que algo responda en lugar de eso que en sí nunca va a decir absolutamente nada.

Eso nos permite distinguir lo que llamamos las identificaciones al falo a las que por la mediación de su amor al padre una mujer puede anudarse en tanto respuestas a eso que nunca le dirá nada, de las vicisitudes de la confrontación traumática con el goce fálico en tanto tal y los acontecimientos de cuerpo que resultan de ello. Podemos afirmar entonces, que lo que vemos hoy más claramente, es la puesta a cielo abierto de esa confrontación traumática y las nuevas invenciones que cada cuerpo de mujer va encontrando frente a eso más allá del tradicional ordenamiento edípico.

Planteábamos antes que bajo el título: «Hablar con el cuerpo», de lo que se trata es de explorar la posibilidad de abrir una nueva perspectiva en el campo del psicoanálisis siguiendo las coordenadas que L. Lacan nos dejó situadas en el último tramo de su enseñanza.

Como dice Eric Laurent, es la época en que Lacan se plantea introducir algo que vaya más allá que el inconsciente freudiano y en eso la reformulación que plantea acerca de la histeria es crucial. A su entender, Lacan va a realizar un serie de relecturas de los Estudios sobre la histeria, momento fundante del psicoanálisis tal como lo conocemos hasta hoy, pero al revés. Dicha serie transcurre entre el capítulo 7 del Seminario 23 donde Lacan comenta el Portrait de Dora de Helene Cixous y la conferencia de Bruselas que tiene por título Consideraciones sobre la histeria.

¿Qué es lo esencial que podemos extraer del comentario que hace Lacan del Portrait de Dora?

Dice Lacan que encuentra allí algo completamente sorprendente y al mismo tiempo instructivo para los analistas.[10] Lacan ve en la obra de Cixous a alguien que presenta a la Dora de Freud tan conocida por todos nosotros y afectada por los mismos síntomas que encontramos tan finamente descriptos en el historial freudiano, pero bajo un estatuto completamente diferente. ¿En qué radica pues tal diferencia?

En que a la histeria, tal como Freud nos la dio a conocer inaugurando así la puesta en marcha de la práctica analítica en tanto tal, la hemos percibido siempre, nos dice Lacan, como intrínsecamente incompleta. Dice que si bien eso venía de antes, desde Freud, para nosotros la histeria es siempre dos: la histérica más su interpretante.

Esto significa que nunca hemos pensado al síntoma histérico sólo, en tanto tal, sino siempre en su articulación con el intérprete al que por su intermedio llama para que lo complete, en su función de responder por él, con los saberes y los sentidos que pudieran descifrarlo. Ese intérprete no es otro que el nombre del padre de la histérica según Lacan. Es más, hemos sido formados en la idea de suponer que la función misma del síntoma es la de articular ese llamado y por lo tanto la de ser en sí mismo sostén de la función del nombre del padre. Eso que para Lacan le dictó a Freud la histérica y que hasta hoy ha sostenido los fundamentos de nuestra práctica, es lo que para Eric Laurent, en nuestra época deberíamos animarnos a poner en cuestión.

Pues bien, he aquí que lo que asombra e instruye a Lacan, es que la Dora de Cixous, nos presenta un estatuto del síntoma histérico sin su partenaire, en disyunción completa del interpretante y del aparato de sentido con el que siempre lo hemos visto aparejado. Para Lacan entonces, Cixous nos presenta al síntoma histérico pero reducido a lo que llama su estado material, el síntoma histérico sin el nombre del padre.

Eso es lo que a nuestro entender plantea Lacan en su conferencia de Bruselas: «en una especie que tiene palabras a sus disposición, existe la mayor relación entre el uso de las palabras y la sexualidad que reina en la especie. La sexualidad está enteramente capturada en esas palabras…de las que no comprendemos nada…Todo eso es la histeria misma».[11]

Hablar con el cuerpo es entonces volver al acontecimiento fundante, pero para retomarlo desde otra perspectiva.

¿Por qué no considerar que existen hoy, nuevos picos de oro que hablan y hablan sin saber lo que dicen, a la espera de una reinvención de la posición del analista, una posición que fuese realmente también sin Nombre del padre?

Seguimos en esa cuestión y en este segundo cuatrimestre iniciamos una serie de noches en la EOL para discutir casos desde esa perspectiva.


Referencias bibliográficas

  1. Miller, J-A., «Lo real en el siglo XXI», en Revista Lacaniana de Psicoanálisis, Año VIII, Número 13, Grama ediciones, Bs. As., 2012, pág. 87
  2. Laurent, E., «Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo». En http://www.enapol.com/es/template.php?file=Argumento/Hablar-con-el-propio-sintoma_Eric-Laurent.html
  3. Miller, J-A., El lugar y el lazo, Paidós, Bs. As., 2013, pág. 282
  4. Miller, J-A, op. cit., pág 302
  5. Indart, J.C., Benito, E., Gasbarro, C., Vitale, F., Entre Neurosis y Psicosis: Fenómenos mixtos en la clínica psicoanalítica actual, Grama ediciones, Bs. As., 2009
  6. Vitale, F., «El goce en los tiempos de la frustración», en El amor y los tiempos del goce, EOL-Grama, Bs. As., 2011, págs. 121-126
  7. Miller, J-A., «»Introducción a la lógica de la cura del pequeño Hans, según Lacan», en Lógica de la cura, Ed. EOL, Bs. As., 1993, págs. 9-37
  8. Laurent, E., «El sujeto de la ciencia y la distinción femenina, en La clínica de lo singular frente a las epidemias de las clasificaciones, Grama ediciones, Bs. As., 2013, págs. 19-33
  9. Lacan, J., El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Bs. As. 2009, págs. 157-160
  10. Lacan, J., El Seminario, Libro XXIII, El sinthome, Paidós, Bs., As., 2006, págs. 103-104
  11. Lacan, J., Consideraciones sobre la histeria, Universidad de Granada, 2013