Integrantes: Jorge Assef, Cecilia Rubinetti, Ruth Gorenberg, Nora Cappelletti, Paula Gil, Marcela García Guida, Celeste Viñal y Marina Recalde (responsable)

El tema propuesto para esta conversación y en torno del cual nos hemos reunido para un trabajo intenso durante varios meses fue «La histeria hoy». Anticipamos que el tono mismo de las reuniones (cantidades voluminosas de bibliografía, argumentaciones sólidas, debates interminables) hizo que tuviésemos la convicción anticipada de la imposibilidad de concluir en la palabra justa, en una articulación acabada y final.

Les presentamos el punto al que se ha arribado después de un extenso recorrido de lecturas y encuentros, una zona más propicia a las preguntas que a las afirmaciones categóricas, pero que no cede en el intento de dar cuenta de lo que la propuesta de este VI ENAPOL espera de esta investigación.

¿Qué decir de la histeria hoy? Ese hoy que nos indica que ya no es lo que era en el ayer. Habrá que repensar la histeria, orientados hoy por lo real.

El síntoma y la histeria:
«El psicoanálisis captó el empalme entre las palabras y los cuerpos bajo un sesgo preciso, el del síntoma», nos dice Eric Laurent en un texto que da marco a este Encuentro [1]. Frase que nos obligó entonces a ir al origen, al origen del psicoanálisis.

Partimos de interrogar la premisa por la que fuimos convocados: la histeria hoy. Es decir, que ubicaba afirmativamente que hay una histeria, hoy. Lo que nos preguntamos, al pensar los casos actuales y también por los fundamentos del psicoanálisis mismo, es qué es lo que hace que hoy podamos afirmar: se trata de una histeria. Es decir, cuáles son los parámetros que nos orientan para indicar si se trata o no de una histeria.

Así, llegamos a la premisa de que nos íbamos a orientar por el padre, el falo, el síntoma, la Otra mujer, el lazo al Otro y el deseo. Nociones que parecieran haber quedado perimidas pero que sin embargo aun siguen, pensamos, orientando nuestra práctica.

Lo pensamos así, ya que el padre, el síntoma, el goce y el deseo se fundan en lo imposible, es decir, no dependen de las contingencias de una época, aunque estas indudablemente produzcan efectos. El problema, entendemos, es ver cuál es el lazo actual con aquello que resulta fundante.

Así, nos interrogamos sobre qué hay de las neurosis en los casos que hoy se presentan. En función de ello, partimos de Freud, preguntándonos con Lacan ¿qué fue de las histéricas de antaño? Aquellas que permitieron el surgimiento del psicoanálisis cuando Freud se dispuso a escucharlas. ¿Qué sustituye actualmente a los síntomas histéricos de otro tiempo?

Para Freud, el eje en el que se sostiene la organización del síntoma histérico es el amor al padre, pero si a este síntoma se lo considera una solución dentro de esta inventiva histérica, bien podría ser una solución como tantas otras. Esto es lo que la época justamente pone en tela de juicio y nos lleva de lleno a uno de nuestros interrogantes más recurrentes: ¿cómo pensar la histeria ya no exclusivamente definida por su relación de amor al padre y sí por una vinculación especial con el significante?

Marie-Helene Brousse[2] afirma que la histeria de hoy está más cercana al poder del significante como tal, sin el padre, que servía para velar su poder y el de la letra.

Ahora, ¿cómo pensar este «sin el padre»? ¿No se trata más bien de pensar aquí las dos vertientes del padre, aquél ligado a lo traumático (que Lacan nos presenta en El Seminario XIX) que está en el origen de la neurosis, del empalme de las palabras y los cuerpos, y aquél ligado al amor, que se ubica así del lado del sentido, ya como una solución que la histeria –al menos la clásica- encuentra frente a aquello que no puede nombrarse?

Los semblantes han ido cambiando: la utilización indiscriminada de los gadgets ofrecidos por la tecnología, los abusos en la utilización de los avances en la ciencia de la belleza, de las modificaciones corporales, las presentaciones aparentemente inaccesibles a la palabra como las anorexias, los cortes en el cuerpo, o los brutales rechazos del amor, pueden hacernos extraviar en que la histeria hoy, sigue siendo la histeria que orienta hacia un más allá del padre al castrarlo. Claro que ya no se trata tanto de aquella famosa histeria de conversión, sino una «histeria de conversación»[3]. Esa es la histeria que conviene al último Lacan, el sufrimiento de un indecible que, justamente por ello, habla. Y habla de cómo se hace un síntoma con un trauma.

El empalme de las palabras y los cuerpos:
Allí donde se produce el surgimiento traumático del goce, lalengua marca el cuerpo y hace que sea el síntoma quien responda. Si es por el choque con la palabra que se produjo el trauma, es por la palabra también que se tendrá la posibilidad de hacer algo.

Interesa más qué construyó con eso el sujeto, no a los fines de representarse algo (al estilo de lo reprimido) sino a los fines de que lo que resulte sea más satisfactorio para el sujeto.

En palabras de Jacques-Alain Miller, el síntoma es un «producto de un encuentro azaroso del cuerpo y del significante. Ese encuentro mortifica el cuerpo pero también recorta una parcela de carne cuya palpitación anima todo el universo mental. Comprobamos que ese encuentro marca el cuerpo con una traza inolvidable. Es lo que llamamos acontecimiento de cuerpo»[4] Consideramos que la histeria hace un singular uso de la función paterna en ese proceso. El sujeto histérico hace un uso peculiar, por ejemplo, de la estructuración «de un cuerpo que se sostiene en el padre como defensa frente a lo real del goce femenino»[5] que pone en cuestión su identidad y unidad.

Esta elaboración le permitirá precisar la función de anudamiento que se localiza en la histeria en la «armadura del amor al padre» conceptualizada por Lacan en su inédito seminario XXIV. El término francés armature designa el encofrado que otorga una especial estabilidad y consistencia al sujeto histérico y su cuerpo.

Se trata del redoblamiento, a partir del amor de su relación al Nombre del padre, al establecimiento de su lazo al Otro.

Lo que sostiene esa solución sintomática, dirá Lacan es la «recta infinita de amor al padre» como un mango –topológicamente presentado- que constituye un sostén del cuerpo.

Considerando el tema que nos interesa en esta ocasión ¿podemos pensar en relación a que «la histeria hoy» pueda no presentar dicha estabilidad? ¿Estamos frente a casos clínicos donde si bien –tal como decíamos antes- el trauma sexual está captado en palabras, manifiestan rupturas a nivel del su relación con el amor al padre?

Si Lacan [6] formula que lo último que se pierde en un fin de análisis en la histeria es el amor al padre y es lógico, y necesario, por la configuración del cuepo como tal ¿es posible seguir llamando histeria a las presentaciones que prescinden de este amor, sin haber llevado un análisis hasta su finalización?

Evidentemente son casos que no responden a la histeria clásica, pero ¿podemos seguir ubicándolas como histeria, si se sitúan por fuera del sentido? ¿Sigue siendo una histeria cuando se sostiene sola, no necesitando del nombre del padre? ¿Cuando nada del amor al padre se puede allí ubicar? ¿O más bien son presentaciones rígidas de la histeria, tal como la ubica Lacan, lo cual daría a la cuestión un sesgo fenoménico y no estructural? Se ve claramente la tensión entre la histeria clásica y la histeria rígida, introducida por la referencia que toma Eric Laurent de Jacques Lacan (extraída del seminario 23), y que llevaría a pensar en una histeria sin Nombre del Padre. ¿Qué tendría de histeria, la histeria rígida?

Si la histeria es una defensa frente a la amenaza de la irrupción de goce ¿consideramos del mismo modo a una histeria desencadenada por la falla de su defensa, un enloquecimiento histérico, que una presentación en la que no podemos establecer esas coordenadas de inicio? ¿Ese «fuera de servicio del padre» tendría el mismo estatuto si se tratara de una función -que a pesar de ello conserva el valor del amo- que si nunca operó como tal, o sea, de un servicio del que no tenemos evidencias de que haya sido dado alguna vez? No sería igual lo que falla que lo que está ausente. Estas cuestiones marcan puntos orientadores para pensar los modos actuales de presentación en nuestra clínica cotidiana.

La histeria sigue denunciando la insuficiencia del tener para decir su ser pero, vanguardista de sí misma, se toma (por ejemplo) de los discursos de la tecnociencia para modificar los modos tradicionales del padre como transmisor de una ley humanizada por relaciones instrumentales.

¿Es pensable la histeria sin el Nombre del Padre?
Lacan introduce el Nombre del Padre como un significante en el Discurso de Roma, y va desarrollando el concepto, acentuando su carácter simbólico. Pero si bien Nombre del Padre y falo quedan ligados, aun «resulta impensable el objeto a» en tanto todo es reabsorbible por el significante[7]. Finalmente, Lacan llega a formular la metáfora paterna, estableciendo una relación de causalidad entre el Padre y el falo. De todos modos, pensamos, algo escapa a la simbolización NP/DM DM/x, aunque no se formule en esos términos.

Es en El Seminario 18, a partir de la clínica de la histeria, donde se produce una ruptura y Lacan comienza a diferenciar falo y Nombre del padre: «Pero finalmente no fue solo desde este ángulo donde encaré la Metáfora paterna. Si escribí en alguna parte que el Nombre del Padre es el falo, fue porque en esa fecha no podía articularlo mejor. Seguro es el falo, por supuesto, pero es asimismo el Nombre del Padre. Si lo que se nombra del padre, el Nombre del Padre, es un nombre que tiene eficacia, es precisamente porque alguien se levanta para responder»[8].

Sabemos que el Nombre del Padre asegura su consistencia nombrando lo imposible. En la histeria, el Nombre del Padre es convocado a responder, a hablar sobre eso mudo (que Lacan ubica a la altura de El Seminario XVIII a nivel de la irrupción del goce fálico): «El privilegio del falo es que se lo puede llamar exaltadamente, nunca dirá nada. Solo que esto da entonces su sentido a lo que denominé en su momento la metáfora paterna y allí conduce la histérica»[9]. El nombre del padre es entonces lo que se llama a hablar del goce fálico, de eso que no habla. «Pero digamos que cuando es la histérica quien lo llama, de lo que se trata es de que alguien hable»[10] La histérica requiere del Nombre del Padre, como el nombre que hace hablar del referente mudo. El goce fálico es lo que ordena e interroga una histérica, y es en relación a ese goce que se ordenan todos sus síntomas. A esta altura, el vínculo imposible para la histérica es con el goce fálico. Imposible que haya una articulación directa con esa cosa muda, indecible, que es el goce fálico como tal. Precisa de la intermediación de algo: que se hable de eso, que se lo mencione, que haya equívoco, alusiones. El síntoma histérico surge de la confrontación sin mediación con el goce fálico. El síntoma entonces habla, ella habla de eso mudo con su síntoma.

Sólo hay psicoanálisis de un cuerpo viviente, de un cuerpo que habla, y eso para Lacan es un misterio. Y que lo haga, como la histeria por ejemplo, a través del cuerpo, se supone que pertenece específicamente a la experiencia analítica. Ese real de la clínica, de cada análisis en el que se presenta de un modo singular. Ese indecible que se rodea con las vueltas dichas y demuestra su imposibilidad lógica, su inexistencia radical y a partir de allí ilumina que hay. Hay Uno, hay goce.

Para llegar a ello habrá que pasar por los sinuosos desfiladeros del significante. Probar que hay un lazo al Otro que permite salir al sujeto del goce autístico que lo aísla y producir la posibilidad de que esos S1 convoquen a la interpretación de un S2 que haga cadena de sentido. Para luego perderlo, para luego prescindir del sentido no sin haber pasado por él.

«Por eso debemos concebir el síntoma no a partir de la creencia en el Nombre del Padre, sino a partir de la efectividad de la práctica psicoanalítica. Esa práctica obtiene, mediante su manejo de la verdad, algo que roza lo real. Algo resuena en el cuerpo, a partir de lo simbólico, y hace que el síntoma responda»[11].

Ese síntoma, si hablamos como en este caso de un sujeto histérico, podrá tener los estilos más diversos que lo humano permita. La época los vestirá con sus modas, inclusive con la impronta de la inmediatez del pasaje al acto. El acceso al cenit del objeto a y su profusión indeterminada de artículos variables de uso e intercambio nos seguirá confrontando a dar cuenta en la clínica de qué valor toman para un sujeto esos sofisticados modos de goce que utilizan los productos y consignas que ofrece el mercado actual.

Y esto nos lleva a pensar que hoy nos encontramos con casos a los que para abordarlos necesitamos la última enseñanza de Lacan. Ya sea para propiciar una trama simbólica para que el sujeto pueda realizar un nuevo amarre, ya sea para posibilitar el armado de un cuerpo, ahí donde el sujeto se presenta lábil, o de manera errática, entre otras posibilidades.

Tal vez sea arriesgado proponerlo, pero ¿podríamos pensar que esto implica abrir un programa de investigación que nos permita pensar esos casos que podríamos llamar «neurosis ordinarias»? Es decir, aquellos casos que, a la manera de las llamadas «psicosis ordinarias» (de allí el nombre), resultan difíciles de situar como neurosis, y que exigen también estar atentos a esos pequeños, ínfimos detalles, perdidos y confundidos en las presentaciones poco clásicas que hoy nos interpelan.

«En la histeria tienen la experiencia de extranjeridad del cuerpo, el cuerpo hace a su antojo(…)La dificultad reside en el hecho de que todos esos medios artificiales que parecían anormales hace años, hoy son banalizados. Hoy los piercings están de moda. Los tatuajes también. La moda está claramente inspirada en la psicosis ordinaria. Un tatuaje puede ser un Nombre-del-Padre en la relación que el sujeto tiene con su cuerpo. ¿Cómo lo comparamos con la histeria? No podemos hablar de otro modo que en términos de tonalidad -no tiene el mismo tono- y en términos de exceso- eso excede las posibilidades de la histeria. La histeria está obligada por los límites de la neurosis, está limitada por -φ (menos phi). A pesar de la rebelión y del desasosiego, la histeria está siempre sometida a la obligación…»[12]

Si de histeria se trata, esos estilos sin embargo no podrán ocultar suficientemente que se conservarán algunas características peculiares: una determinada relación al padre, una singular relación a la madre a veces bajo los modos del estrago, la vinculación al cuerpo -bajo la limitación del goce fálico-, la búsqueda de solucionar el problema del deseo femenino a través de ser Otra o La Otra, una relación especial al deseo del Otro y a cómo vérselas con su demanda, una siempre compleja posición respecto del Amo, sus encarnaciones y enfrentamientos. Tal como ubica Jacques-Alain Miller, para probar que se trata de una neurosis, se «deben encontrar algunas pruebas de la existencia de menos phi (-φ), de la relación a la castración, a la impotencia y a la imposibilidad; tiene que haber -para utilizar los términos freudianos de la segunda tópica- una diferenciación tajante entre el Yo y el Ello, entre los significantes y las pulsiones; un Superyó claramente trazado. Si no hay todo esto y otros signos, entonces eso no es una neurosis, es otra cosa»[13].

El arduo pero provechoso trabajo que iniciamos en esta oportunidad nos permitió reencontrarnos con lo más vivo del debate de los temas cruciales del psicoanálisis, dándonos la posibilidad de acordar y disentir, de extraviarnos y situarnos, de poner en marcha –cada vez- una conversación potente, entusiasta que agradecemos a esta convocatoria por haberla propiciado. Un verdadero trabajo de Escuela que se suma al de nuestras Escuelas de América y que hoy podemos compartir en este espacio tan valioso.


Notas

  1. Laurent, E., «Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo», en http://www.enapol.com/es/template.php-2013
  2. Brousse, M.-H., «Conferencia en Granada», en http://www.youtube.com/watch?v=jCG_8iaSRb8
  3. Aramburu, J., «Histeria de conversación», en Revista Consecuencias núm.4
  4. Miller, J.-A., «Hablar con el cuerpo» Conclusión de Pipol V, en http://www.enapol.com/es/template.php -2013
  5. Schejtman, F., Godoy, C., «La histeria en el último período de la enseñanza de Lacan», Anuario de Investigaciones-Secretaría de Investigaciones-Facultad de Psicología-UBA Volumen XV-Pág. 121 a 125- 2008
  6. Lacan, J., El Seminario, Libro XIX, «O peor…», Paidos, Buenos Aires, 2012
  7. Miller, J.-A., 13 clases sobre El hombre de los lobos, Editorial UNSAM, Buenos Aires, Argentina, 2011, p.25
  8. Lacan, J., El Seminario, Libro XVIII, «De un discurso que no fuese del semblante», Paidos, Buenos Aires, 2009, P.159
  9. Ibíd.
  10. Ibíd.
  11. Laurent, E., «Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo», op.cit.
  12. Miller, J.-A., «Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria», en Revista El Caldero de la Escuela, Nueva serie, Número 14, diciembre 2010
  13. Ibíd.

Bibliografía consultada

  • Jacques Lacan, Seminarios 1 al 24
  • Jacques Lacan, «Consideraciones sobre la histeria», en Quarto , revista de la Ecole de la Cause Freudienne, nº 2, septiembre 1981, versión en castellano: http://networkedblogs.com/IwgBW
  • Jacques-Alain Miller, «Hablar con el cuerpo. Conclusión de Pipol V» (www.enapol.com)
  • Jacques-Alain Miller, «Efecto retorno de la psicosis ordinaria», en Revista El Caldero de la Escuela, nueva serie, número 14, Buenos Aires, Argentina
  • Jacques-Alain Miller, Sutilezas analíticas, Paidos, Buenos Aires, Argentina,
  • Jacques-Alain Miller, 13 clases sobre el Hombre de los lobos, Editorial UNSAM, Buenos Aires, Argentina, 2011
  • Jacques-Alain Miller, Conferencia de cierre del último Congreso, publicada en Revista Lacaniana 13, Grama, Buenos Aires, Argentina, 2012
  • Eric Laurent, «Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo» (www.enapol.com)
  • Nieves Soria Dafunchio, «Las nuevas nominaciones y sus efectos en los cuerpos» (www.enapol.com)
  • Mauricio Tarrab, texto presentado en el cierre del Symposium en Miami, junio 2013
  • Javier Aramburu «La histeria hoy», publicado en El deseo del analista, Editorial Tres Haches, Buenos Aires, Argentina, 2000
  • Javier Aramburu, «Histeria de conversación», en Revista Consecuencias núm.4
  • Oscar Zack, «Hay otra histeria», publicado en Efectos de la experiencia analítica, Editorial Grama, Buenos Aires, Argentina, 2005
  • Marie Hélène Brousse, «Consideraciones sobre la histeria» (Entrevista) CEIP lacaniano. Disponible en http://www.centrolacaniano.cl/blog/entrevista-a-m-h-brousse-consideraciones-sobre-la-histeria/
  • Marie Hélène Brousse, «Conferencia en Granada», en http://www.youtube.com/watch?v=jCG_8iaSRb8
  • Claudio Godoy, clase dictada en Maestría en Clínica Psicoanalítica año 2012 (inédita),
  • Schejtman, F., Godoy, C., «La histeria en el último período de la enseñanza de Lacan», Anuario de Investigaciones-Secretaría de Investigaciones-Facultad de Psicología-UBA Volumen XV-Pág. 121 a 125- 2008
  • Patricio Alvarez, clase dictada en Maestria en Clínica Psicoanalítica año 2012 (inédita)
  • Jorge Assef, La subjetividad hipermoderna, Buenos Aires, Argentina, 2013
  • Textos de todos los integrantes del grupo, escritos a propósito de este tema, casos clínicos extraídos de nuestros consultorios.