Lo que la histeria hoy nos enseña sobre el sintoma
Cristiana Pittella de Mattos, Ernesto Anzalone, Fernando Casula, Graciela Bessa, Helenice de Castro, Juliana Meirelles Motta, Simone Souto (relatora)

La histeria hoy: ¿una estructura huérfana del nombre del padre?
Al tomar como referencia los ejes temáticos del ENAPOL, nos pareció curioso la histeria que en tiempos de Freud demostró la importancia de la presencia del padre en la formación de los síntomas, aparezca en la actualidad definida como una «estructura huérfana de nombre del padre»[1]. Así, en primer lugar consideramos importante definir esa orfandad. La expresión «huérfana de padre», nos ayuda a situar mejor la histeria en ese contexto: huérfana de padre no es aquella que nunca tuvo padre, sino aquella que tuvo un padre y lo perdió.

En los orígenes del psicoanálisis, en un mundo aun ordenado por los ideales, el síntoma histérico se presentaba como un sentido a ser descifrado. Ese sentido tenía como modelo, el Edipo estructurado a partir de la referencia al padre. Así, la histérica (en tiempos de Freud), tenía un padre que le aseguraba un sentido por el cual era posible abordar la satisfacción y lo incómodo que le afectaba el cuerpo. En otras palabras, el goce del síntoma era aprehendido por la vía del sentido. Constatamos esa prevalencia del padre en los síntomas histéricos, en todos los casos conducidos por Freud. Podemos referirla a la época, pero también podemos preguntarnos –como hizo Lacan en El Seminario 17[2]- por el deseo de Freud, por lo que lo hizo sustituir el saber que recogía de la boca de las histéricas (a propósito del poder de las palabras y de la determinación significante sobre el cuerpo) por el mito del Complejo de Edipo. Según Lacan, «lo que Freud intentó preservar con el Complejo de Edipo fue la idea de un padre todo amor», y que «…la experiencia de la histérica… debería haberlo guiado mejor que el Complejo de Edipo».[3] Entonces, siguiendo a Lacan, podemos suponer que –desde Freud- la histeria nos enseña algo sobre el síntoma que no pasa por el padre, algo que habría sido encubierto por la importancia dada por Freud al Complejo de Edipo: el significante como causa de goce[4].

Según Laurent[5], lo que está en cuestión en nuestra época es el amor al padre como eje en torno al cual gira la constitución del síntoma histérico. Las histéricas ya no creen más en el padre como aquél que detenta un sentido capaz de resolver el enigma del goce. La impotencia del padre se volvió evidente y la histérica ya no se presta más a hacer existir al padre ideal sosteniéndolo a través de su amor[6]. Pensar la histeria como huérfana del Nombre-del-Padre nos llevaría entonces a considerar una estructura neurótica cuyo síntoma no se sostendría en el amor al padre ni estaría tejido en la trama edípica. La histeria se presentaría, hoy, despojada de sentido: si la histérica freudiana nos enseñó que el síntoma comportaba un sentido sexual, la histérica de hoy nos convoca a la constatación de que el síntoma, en última instancia, no tiene ningún sentido, y se reduce a la pura repetición de un goce. Sin embargo, veremos más adelante, es preciso distinguir esa forma de presentación del síntoma histérico, tanto de las psicosis como de la posición femenina, y del sinthoma como producto final de un análisis.

Según la formulación temática del eje 2, «es cada vez más frecuente encontrarnos con casos clínicos de neurosis en los cuales el amor al padre o la búsqueda de identificación del lado de la metáfora paterna, no consiguen sostenerse claramente, pero que de hecho no son casos de psicosis»[7]. Así, con relación a la distinción entre la histeria hoy y la psicosis, podemos considerar que, incluso habiendo perdido al padre, el recurso para resolver el goce por el sentido, la histérica actualmente no dejaría de portar, en su cuerpo, la marca de la castración, o sea, el falo, pero no más en su vertiente de significación como resultado de la metáfora paterna, sino como significante del goce. En ese contexto, como nos demuestra Miller[8], la función del significante pasaría a ser la de aparejar el goce, darle sustancia, materialidad. El síntoma histérico hoy se sostendría mucho más en la materialidad del significante que en su producción de sentido.

Esa forma de aparejamiento del goce que no pasa por el sentido, parece constituirse en una marca de nuestro tiempo, observable no solo en la clínica de la histeria. Si la histérica no se dedica más a sostener al padre, el psicótico también –de modo diferente de lo que hizo Schreber- ya no tiene tanta necesidad de inventar al padre que nunca tuvo. La psicosis hoy, en ciertos casos, inventa otras cosas en el lugar del padre. Así, no es que el modelo edípico deje de ser una referencia: está sacudido, deja de ser lo único, la referencia universal.

Dora: una histérica freudiana y su revés
Siguiendo a Laurent, «luego del Seminario sobre Joyce, Lacan propone una serie de relectura de los Estudios sobre la histeria, pero por el revés»[9]. Como vimos, en cuanto al síntoma histérico, Freud hizo un camino pasando del significante al padre. Para precisar lo que el síntoma histérico presentifica en su núcleo, retomaremos el caso Dora guiados por esa propuesta de Lacan, es decir, yendo por el revés, haciendo el camino inverso: del padre al significante como causa de goce. Si, por un lado, es evidente –en la dirección de Freud- cierto recubrimiento del síntoma por la primacía dada al padre, por otro lado nos da todas las pistas para hacer el camino inverso. En ese sentido, el caso Dora es privilegiado, en tanto que –conforme a lo que subraya Lacan- por tratarse de una histérica «en ninguna parte (…) sea más bajo el umbral(…)entre el discurso analítico y la palabra del síntoma»[10]

Entre los síntomas presentados por Dora –disnea, migrañas, depresión…- Freud dará particular atención a la afonía y a la tos nerviosa. Esos síntomas encuentran su significación a partir de la compleja trama que envuelve a Dora, el padre, el Sr.K. y la Sra.K. El padre y la Sra.K. son amantes, y Dora se sitúa como cómplice, protectora de esta relación, quedando concomitantemente, expuesta a las propuestas amorosas del Sr.K.

Freud puede hacer surgir, en el transcurso de ese análisis, un lazo entre la tos nerviosa de Dora y el amor del padre y la Sra. K., del cual ella tanto se ocupaba. La oportunidad para esa ligazón aparece con el significante «ein vermogender Mann» (un hombre de recursos), con el cual Dora se refiere al padre, y que Freud interpreta en su sentido inverso «ein unvermogender Mann» (hombre sin recursos, impotente). ¿Cómo Dora podía continuar sosteniendo que existía una relación amorosa entre la Sra. K. y su padre, al mismo tiempo en que admitía la impotencia de este último? La respuesta de Dora pone en escena el sexo oral como un recurso por el cual un hombre impotente podría sostener la relación con una mujer. Freud deducirá entonces, que Dora había creado una fantasía sexual inconsciente (felatio) expresada a través de la afonía y de la tos. Como nos aclara Laurent, con ese síntoma Dora se identifica con el goce del padre: «ella coloca su propia boca en esa participación del goce del padre»[11].

Sin embargo, Freud nos da elementos para suponer que la prevalencia del goce oral en los síntomas de Dora, se remonta a los orígenes más remotos que no pasarían necesariamente por el padre. Se trata de una escena que habría proporcionado «la condición previa», «somática», para la fantasía de Dora: ella «se veía sentada en el suelo en una esquina, chupándo(se) el pulgar izquierdo mientras al mismo tiempo, con la mano derecha tiraba de la oreja de su hermano, tranquilamente sentado al lado de ella»[12]. Lacan sitúa, en esa escena «la matriz imaginaria en la cual vienen a confluir todas las situaciones que Dora desarrolló en su vida –verdadera ilustración de la teoría, aun por surgir en Freud, de la compulsión a la repetición»[13]. Por lo tanto, esa escena presentifica la vía por la cual el goce viene a marcar el cuerpo de Dora, es decir, el acontecimiento a través del cual (para ella) el goce toma consistencia y se fija; un S1, solo, un trazo que se repite y no se sostiene en sentido alguno.

El propio Freud menciona, en el contexto en el cual aborda ese recuerdo de Dora, el «trazo conservador»[14] que aseguraría que un síntoma, una vez formado, pueda ser retenido aunque el pensamiento inconsciente al cual él dio expresión, haya perdido su significado, una «unidad constituida por la materia que dio margen a las diversas fantasías»[15]. Con la fantasía de felatio, Dora construyó una versión paterna para el goce oral experimentado en la infancia, es decir, crea una significación del goce basada en su amor por el padre impotente, un sentido que viene a recubrir el trazo sin sentido del goce, ese revés del síntoma, ese goce, esa materia en la cual –en última instancia- el síntoma se sostendría en su existencia.

La histeria lacaniana: una forma real de presentación del síntoma
En El Seminario 23, Lacan menciona una forma de presentación de la histeria en la obra «Retrato de Dora»[16], largamente comentada por Laurent[17]. En esa pieza, observa Lacan, la histeria aparece incompleta y, por eso, reducida a un estado que llamó material. Lo que la hace incompleta es la falta del elemento que la volvería pasible de ser comprendida, es decir, falta el elemento que introduciría la significación.

En Freud, el síntoma de Dora está acompañado de una significación sexual, basada en una versión del padre como impotente. Es ese elemento el que vuelve al síntoma interpretable, confiriéndole un sentido. Así, desde Freud –o incluso antes que él- el síntoma histérico está siempre acompañado de un intérprete, de un elemento que le confiere una significación. Sin embargo, en su pieza teatral, Cixous presenta a una Dora sin ese elemento interpretante[18], hace surgir una histeria sin partenaire, sin sentido. Podemos decir entonces que, a falta de ese elemento, el síntoma histérico aparecería en su prevalencia libidinal, desprovisto de sentido, reducido a su materialidad, es decir, el rasgo que fija el goce en el cuerpo. Podemos aproximar ese rasgo a lo que fue destacado por Freud con relación a la escena de Dora con el hermano, un rasgo que aseguraría la conservación de un síntoma, aunque haya perdido su significado. En cuanto a esto, vale la pena recordar las elaboraciones de Lacan sobre la identificación en el seminario 24, comentadas por Laurent, y a partir de las cuales nos parece posible concluir que la identificación histérica –tanto con relación a su vertiente de participación en el goce del otro, que Freud ejemplifica como fundamento de la epidemia histérica, como en su vertiente de amor al padre- se sostendría en la identificación que Lacan llamó «neutra», la identificación a un rasgo particular, un rasgo cualquiera que sería solamente el mismo[19]

Luego, «la histeria en su estado material» parece tener que ver con lo que, en última instancia, más allá más acá del sentido edípico, toda histeria podría ser reducida. Como aclara Laurent, «lo material, en el fondo, es el síntoma como tal, separado del sentido»[20].

El síntoma histérico, así presentado, se sostendría solo del Uno-solo[21], del significante en su materialidad como sustancia gozante.

Esa forma de sostén de la histeria a partir de lo Uno, fue calificada por Lacan como rígida, una histeria que se sostendría sin el apoyo del padre como instrumento a través del cual el goce podría ser resuelvo por el sentido[22]. Lacan se ve llevado, entonces, a articular una cadena borromea «rígida»[23], en la cual lo simbólico, lo imaginario y lo real se conjugan, manteniéndose unidos sin la necesidad del Nombre del Padre, como un anillo suplementario[24]. Destaca el hecho de que, en ese modo de presentar la cadena, «lo importante es lo real»[25], es el hecho de que lo real no se restringe únicamente a uno de los eslabones de la cadena, pues la cadena entera constituye lo real del nudo. Partiendo de esa observación de Lacan, nos parece posible afirmar: la histeria rígida evidencia la vertiente real del síntoma, el síntoma presentado, realizado –como la pieza de Cixous- de un modo real.

Ese modo real nos remite al síntoma histérico no más en su plasticidad, fruto de su inserción en las significaciones, sino como iteración de lo mismo, del Uno-solo que no se liga a nada. Por lo tanto, desde nuestra perspectiva, lo que Lacan presenta como histeria rígida no sería una histeria sin síntoma, sino una histeria en la cual el síntoma no se sostendría en la significación producida por el Nombre del Padre. Lacan nota que aquella que hace el papel de Dora en la pieza, no deja de mostrar sus manías de histérica[26]. Eso quiere decir que el síntoma está allí, pero sin sentido, en su vertiente real. Se trata de la histeria como un elemento estructural, de la histeria presentada a partir de lo que –en última instancia- constituye el sustrato, el hueso, el corazón de toda histeria, e incluso de todo síntoma neurótico.

En ese contexto, pensamos si, con la cadena rígida, no podríamos situar otra manera de presentar lo que Lacan llamó en «Intervención sobre la transferencia», la «matriz imaginaria» –refiriéndose a la ya citada escena de Dora con el hermano. Si, en esa ocasión, hizo prevalecer lo imaginario como matriz, como imagen condensadora del goce a partir del cual el síntoma se genera, en El Seminario 23, con relación a la cadena rígida, él destacará la apariencia, pero soportada por el nudo entre lo simbólico, lo imaginario y lo real. En palabras de Lacan: «esta apariencia nodal, esta forma de nudo, si puedo decir, es lo que hace de lo real la seguridad. Diré por lo tanto en ese caso, que lo que testimonia lo real es una falacia, puesto que hablé de apariencia»[27].

El falo como testimonio de lo real
Se constata, de esa manera, un cambio de perspectiva con relación a la histeria en los tiempos de Freud, y que observamos cada vez más en nuestra práctica: la histeria de hoy no necesita para gozar, sostener más al padre a través de su síntoma, creando un sentido, porque para gozar, ella se sostiene en el significante. Esa constatación nos lleva a una pregunta que Laurent sitúa como crucial y que, según él, permite a Lacan –en El Seminario 23– reformular la histeria tomándola, como vimos, por su revés: dice respecto al nuevo lugar que Lacan da al falo, no más como resultado de la metáfora paterna, testimonio de los efectos de significación, sino como un semblante que da testimonio de lo real[28].

Según Laurent, el falo –en esa nueva posición- estaría «fuera de la metáfora paterna»[29], es decir, separado de toda significación edípica. Aquí, no estamos más en el contexto en el cual «allí donde eso habla, eso goza», lo que se sitúa en primer plano es la constatación de que «eso goza, allí donde eso no habla», «eso goza, allí donde eso no hace sentido»[30]. Se trata del falo, como ya lo designaba Lacan en El Seminario 8, en su «presencia real», «un símbolo innombrable», «cuya emergencia haría estancar todo reenvío que tiene lugar en la cadena de los signos»[31]. Como tal, el falo es el significante del goce del Uno que, conforme nos indica Miller, es imposible de negativizar[32], es el significante como soporte material del goce, al cual Lacan confiere una «función de fonación que resulta ser sustitutiva del macho, llamado hombre»[33]. Podemos referirnos aquí, a la afirmación de Freud de que la libido es siempre masculina y también la tesis de Miller según el cual, para el ser hablante, el goce no es sin el significante[34]. Así, el falo es lo que permanece, en el cuerpo, como residuo condensador de un goce incurable, sostén del goce del Uno, de ese poco de goce que resta al ser hablante frente a su encuentro traumático con la inexistencia de la relación sexual y de un goce absoluto que le convendría. Siendo así, el falo, fuera de la metáfora paterna, es presencia real de un goce y –al mismo tiempo- marca de la castración que no está referida a la falta paterna y sí al agujero de la inexistencia de la relación sexual. Se trata de lo «real marcado por la falacia»[35]. Es desde ese lugar que el falo puede aparecer como pasible de verificar que el agujero de la existencia de la relación sexual es real.

El rechazo del no-todo
A partir de ahí, nos parece posible afirmar que la histérica de hoy nos muestra la vía del significante sin el padre, es decir, sin que el poder del significante como causa de goce quede recubierto, como vimos en el caso Dora, por la impotencia paterna. De esa forma, el síntoma se sostiene, en su existencia, en el falo, conforme a lo desarrollado más arriba, como significante del goce, separado del sentido, fuera de la metáfora paterna. Se trata, literalmente, del falo en su materialidad, como un significante que da cuerpo al goce, que hace del síntoma un acontecimiento de cuerpo a partir del cual podemos constatar el efecto mayor del significante: el agujero. Según Miller, «ese agujero viene precisamente en el lugar de la función edípica de lo interdicto y de todas las significaciones aferentes»[36]. Es, por lo tanto, un anclaje real, un rasgo que se repite y no dice nada a nadie, pero presentifica una forma de satisfacción, un goce enigmático que puede precipitar al sujeto hasta el análisis. Así, encontramos en la histeria hoy una palabra analizante que se apoya más en la vertiente del significante como producción de goce que en su efecto de significación, y síntomas que se presentan prevalentemente en su vertiente real y libidinal como por ejemplo los acontecimientos de cuerpo, las compulsiones, algunas formas de presentación de la homosexualidad femenina, las devastaciones amorosas, etc. Sin embargo, por más que la histérica hoy presente al síntoma sostenido en el falo como significante del goce imposible de negativizar, ella no deja de demostrar que lo que le es dado como goce es siempre aquél que no debería ser, es siempre un goce que no conviene comparado con el único goce que convendría: aquél relativo a la relación sexual que ella apunta a alcanzar. Siendo asi, ella rechaza ser el síntoma de otro cuerpo, del cuerpo de un hombre, es decir, aquello de lo que él goza. Por lo tanto, en su síntoma, ella goza del significante como Uno-solo, como un cuerpo que se goza, pero se rechaza a hacer pasar ese goce por otro, ponerlo a prueba en la relación con su partenaire. Su rechazo, en otras palabras, es la de servirse del falo, es decir, de su propio cuerpo, para verificar lo real de la existencia de la relación sexual. Ella se aprisiona en la lógica del goce del Uno para continuar manteniendo, en su horizonte, el Otro absoluto, La Mujer como depositaria de una femineidad que se situaría toda fuera del falo y de la cual ella se siente privada.

Nos parece, entonces, que el síntoma histérico –en nuestros días- incluso no estando más recubierto por el amor al padre, permanece como una forma de defensa con relación a lo real de un goce no-todo y, por eso, diferente de la posición femenina, se encuentra en perfecta consonancia con los tiempos actuales marcado por un individualismo de masa[37]. Es justamente en la medida en que, en su síntoma, la histérica rechaza servirse del falo para verificar lo real, que podemos distinguir lo que Lacan llamó histeria rígida, o sea, la forma real de presentación del síntoma histérico y el sinthoma tal cual él se presenta en el final de un análisis, referido al no-todo. Por lo tanto, es el rechazo de lo femenino que hoy, a nuestro parecer, nos permite decir que se trata de una histeria, aun cuando no dispongamos más de un sentido para comprenderla.


Notas

  1. Ver Eixos temáticos do VI Enapol em: www.enapol.com/pt/template.php?file=Ejes-tematicos.html
  2. Lacan, J. O seminário. Livro17: o avesso da psicanálise. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1998, p.94(1969-1970)
  3. Ibidem, p.94
  4. Lacan, J. O seminário. Livro 20: mais, ainda. Rio de janeiro: Jorge Zahar, 1985, p.36
  5. Laurent, E. Falar com seu sintoma, falar com seu corpo (2012): http://www.enapol.com/pt/template.php?file=Argumento/Hablar-con-el-propio-sintoma_Eric-Laurent.html
  6. Brousse, M.H. Entrevistas NODUS [Arquivo de Video]: www.youtube.com/watch?v=tShqXU61MmM
  7. Ver nota 1
  8. Ver Miller, J.A. Sutilezas analíticas (2008-2009). Buenos Aires: Paidós, 2011, p. 269 -303
  9. Ver nota 5
  10. Lacan, J. Intervenção sobre a transferência (1951). In: Escritos. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1998, p. 225
  11. Ver nota 5.
  12. Freud, S. Fragmento da análise de um caso de histeria (1905). In: Edição Standard Brasileira das Obras Completas, v. VII, p. 49.
  13. Lacan, J. Intervenção …, p. 220.
  14. Freud, S. Fragmento…, p.50.
  15. Ibidem.
  16. Lacan, J. O seminário. Livro 23: o sinthoma (1975-1976). Rio de janeiro: Jorge Zahar, 2007. Cixous, H. Portrait de Dora (1976) Paris: des femmmes, 1986.
  17. Ver nota 5.
  18. Ver nota 5.
  19. Lacan, J. L’insu qui sait de l’une-bévue s’aile à mourre.. Ornicar?, n. 12?13, p.5-16.
  20. Ver nota 5.
  21. Ver nota 8.
  22. Ver Miller, J.-A. Nota passo a passo. In: Lacan, J. O seminário. Livro 23…, p. 238
  23. Lacan, J. O Seminário. Livro 23…, p.103
  24. Ver nota 5.
  25. Ver nota 22.
  26. Lacan, J. O seminário. Livro 23…, p.102
  27. Ibidem, p.107.
  28. Ver nota 5.
  29. Ibidem.
  30. Mille, J.-A. Sutilezas analíticas…, p. 97-122.
  31. Lacan, J. O seminário. Livro 8: a transferência (1960- 1961) Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1992, p. 234
  32. Miller, J.-A Psychanalyse pure, psychanalyse appliqué et psychothérapie. La Cause Freudienne, n. 48, 2001, p. 23
  33. Lacan, J. O seminário. Livro 23…, p. 119
  34. Miller, J.- A. Sutilezas analíticas
  35. Lacan, J. O seminário. Livro 23…, p. 112
  36. Ver Aula XIII do Curso O ser e o UM (Miller)
  37. Laurent, E. Le sujet de La science et La distinction feminine. La Cause du Désir, n. 84, 2013, p. 36