En los acontecimientos sí que hay destino
Mario Quintana

Introducción
El título del ENAPOL VI, Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real, nos invita a investigar, en la experiencia analítica, el modo en que el parlêtre se relaciona con su cuerpo. En este texto, inserto en el eje temático «Lasestructuras clínicas huérfanas del Nombre-del-Padre», abordaremos el cuerpo al final de un análisis.

Un pequeño detalle semántico en el título del trabajo nos instiga a investigar si, al final de un análisis, cuando se logra cercar lo que hay de más singular de un cuerpo que habla, su estatuto sufre una mutación en relación al estatuto del cuerpo que se presentó al inicio.

Considerando la nueva configuración de lo real en el siglo XXI, entendido como «un resto sin sentido, desordenado por estructura […] sin que se pueda recuperar una idea de armonía»[2], preguntamos: ¿de qué manera la incidencia de lo real y las defensas sintomáticas que se presentan hoy día, atestiguando los límites de lo simbólico, evidencian un nuevo modo como el parlêtre se las arregla con el propio cuerpo? Y en este contexto ¿cómo incide el acto analítico para desmontar esas nuevas defensas contra lo real, con el fin de causar el advenimiento de cuerpos habitados por el deseo, con sus equívocos y su posibilidad de invención?

Constatamos que el discurso de la ciencia y el discurso del capitalismo funcionan de modo articulado y prometen soluciones precarias para el malestar ocasionado por la nostalgia del orden perdido, interfiriendo en la manera tradicional de organización de lo humano. Sustentáculo de esa tradición, el Nombre-del-Padre dejó de ser límite, y el plus de goce fue elevado al zénit social. El imperativo de goce, manifiesto en la excesiva oferta de objetos en el mercado, conlleva la idea de la tan anhelada unidad. Se trata, en realidad, de una ilusión destinada a que el parlêtre desconozca la división incurable a que lo condena el traumatismo del lenguaje, así confrontándolo, paradójicamente, con el surgimiento de la angustia, y revelando su incesante búsqueda como un modo de lidiar con la fantasía de la muerte.

Por esa vía, en la jaula del aislamiento y al abrigo del silencio propio a quienes se dedican exclusivamente a teclear, el parlêtre anula el deseo del Otro, solamente invirtiendo en las relaciones virtuales capaces de mantener a distancia el factor contingente del encuentro con otro cuerpo, refugiándose así en el circuito del goce fálico. De tal suerte que le resta un extrañamiento devastador que afecta el cuerpo, expresión de la soledad y la angustia que atestan la falta de marcas simbólicas consistentes.

Las identificaciones que lo apoyan ya no tienen la consistencia necesaria para conferirle una identidad, dejándolo errante y compelido a organizar su texto inconsciente por sí mismo[3], denunciando la manera desordenada de hacer uso de lo simbólico. En lugar de una soñada autonomía, la sumisión al impulso a gozar, produce una diversidad de formas de corporificación de los síntomas, que maltratan el cuerpo, escapan al desciframiento del inconsciente y promueven un rechazo del lazo social al privilegiar el plus de goce en el modo en que el parlêtre vive la pulsión. El valor fetichista conferido a los gadgets ofrecidos por el mercado de consumo, lleva a una ‘bulimia’, así como a una ‘anorexia’, por el saber sobre el verdadero objeto causa de deseo.

Esta configuración actual desafía al analista, convocándolo a inventar un nuevo paradigma clínico, fundamentado en una orientación hacia lo real, que desde siempre ha estado presente en el psicoanálisis, desde que Freud apuntó un desorden en la sexualidad infantil que denominó perversión polimorfa. En una época marcada por la represión, la censura y la inhibición, Freud fue pionero al apuntar la liberación de goce, articulando el inconsciente a la insistencia repetitiva de la pulsión.

Lacan retomó la gramática de las pulsiones freudianas, actualizándolas como «eco, en el cuerpo, del hecho de que hay un decir».[4] En otras palabras, desveló el encuentro del cuerpo con el significante, lo que constituye un acontecimiento contingente y traumático.

Si la torre de babel de las normas ya no se sustenta, ¿dónde alojar los momentos abismales en que nuestros cuerpos, habitados por la palabra, viven el desamparo de no tener techo ni suelo? Si el psicoanálisis es una «vía práctica para sentirse mejor»,[5] podemos acrecentar: mejor consintiendo con el cuerpo que se tiene. Sin embargo, ¿cómo se opera eso en la experiencia analítica? Lacan dice con precisión: «Por lo demás, la cuestión no es el descubrimiento del inconsciente, que en lo simbólico tiene su materia pre-formada, sino la creación del dispositivo cuyo real toca en lo real, o sea, lo que articulé con el discurso analítico».[6]

Acontecimiento de cuerpo
La última clínica de Lacan, centrada en el saber hacer ahí de cada uno con su sinthome, nos orienta hacia una nueva concepción del síntoma y un nuevo estatuto del Otro, definido como cuerpo, empero sin salir del campo del lenguaje. Cuerpo, a su vez, marcado por el significante que en él hace acontecimiento. Lacan inaugura, así, la clínica de lo real, con «la entrada de las marcas iniciales, contingencias de un goce Uno, que constituyen al parlêtre«.[7]

En esa perspectiva, «el significante es la causa de goce»[8] y no solamente mortificación. Lo esencial aquí es el hecho de que el significante apareja el goce, de modo a vivificar el cuerpo. A partir de ese momento, Lacan modifica la condición de sujeto dividido, sujeto como falta-en-ser, a la condición de ‘parlêtre‘, que conjuga el sujeto del significante con el cuerpo vivo. En su última clínica, el cuerpo está sostenido por lo real pulsional, pues el privilegio es dado al cuerpo vivo que habla. En este sentido, el cuerpo goza por la incorporación del decir silencioso de la pulsión, sin que el sujeto lo sepa. Dice Lacan: «Hablo con mi cuerpo, y sin saber. Luego, digo siempre más de lo que sé».[9]

Siguiendo esa lógica, a la entrada del lenguaje el cuerpo es afectado por rasgos significantes que se fijaron como marcas indelebles de un goce Uno, lo que nos permite decir que el parlêtre es made in lalengua. Por la incidencia contingente y traumática del S1, signo del «troumatisme» en el cuerpo vivo, momento inaugural de la encarnación, inicia lo propiamente humano en su experiencia princeps con el goce, lo que lleva Lacan a decir: «Lalengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra y que son afectos».[10] Así se realiza el choque del significante en el cuerpo produciendo goce – un acontecimiento de cuerpo que revela la inadecuación de lo simbólico a lo real.

En otras palabras, el acontecimiento de cuerpo dice de un discurso sin palabras, producido por un S1 aislado, incorporado a la estructura como rasgo permanente y faltante que, al mismo tiempo, se constituye como agujero, como el Uno. Hay, por lo tanto, un «pre-liminar» de la estructura de lenguaje, una primariedad: hay lo real del goce que ex-siste al lenguaje. Por esta vía, dirigir un tratamiento analítico en dirección a la ex-sistencia del Uno implica conducir al analizante al «saber hacer ahí»[11] con su sinthome, lo irreductible de la estructura, apuntando el horizonte del saber inventar.

El sinthome como causalidad real es correlato al pasaje del significante a la letra, de la palabra a lo escrito. El psicoanálisis lacaniano es, por lo tanto, una experiencia en acto destinada, en la temporalidad lógica, a que un decir pueda precipitarse como letra de goce. Ese decir no es cualquier decir, es un decir material, del orden de lo escrito. De ahí la afirmación de Lacan: «la letra es lo que hay de más vivo en la estructura del lenguaje».[12]

Cuerpo al final del análisis
A continuación presentamos dos testimonios de Pase: de Rômulo Ferreira[13] y de Marcus André Vieira[14], ya que contienen puntos que instigaron nuestras discusiones. En ellos localizaremos los aspectos relevantes referentes a un decir que resuena en el cuerpo. Enfocaremos, también, cómo el cuerpo del analizante surge en el transcurso del tratamiento, en el que el cuerpo del analista se hace presencia en acto para, por fin, interrogar el estatuto del cuerpo al final del análisis.

Al principio del análisis, Rômulo gozaba de una mirada incestuosa y de una voz femenina. Por el hecho de que ese era en otra lengua, hubo un cambio en su voz, o sea, un acontecimiento en el cuerpo. El sujeto pudo utilizar el francés sin el compromiso de identificarse con la madre, al hacer de su voz una voz femenina, que traía consigo la angustia de cómo posicionarse frente a la partición de los sexos, más allá de la fantasía de la insuficiencia paterna para satisfacer a su madre. El objeto voz, que respondía también a la relación con «todas» las mujeres, se mezcló al objeto oral. El cuerpo que antes retrocedía ante la convocación del objeto voz, frecuentemente recurría al uso del objeto oral: bebía, comía y fumaba excesivamente, indicando un modo de goce desreglado, típico de los síntomas contemporáneos que llevan al sujeto a actuaciones mortíferas.

Durante el análisis, la mutación que se produjo, de una voz femenina a una voz masculina, más natural, fue efecto de sucesivas interpretaciones silenciosas, de los arrebatos, así como de la exclusión de la mirada por parte del analista, actos que insistían en desencadenar la «transferencia negativa». Sus movimientos bruscos y sus barullos incomprensibles causaban «rabia» y se constituían índices de la presencia del analista.

Los intentos del sujeto para contornar la «transferencia negativa» hicieron que aparecieran los significantes que marcaban la solución de compromiso entre él y la madre: decir «sí», ser médico, ser el salvador de la madre, ser buenito, y varios más. Lo que, sin embargo, quedaba olvidado, a pesar de presente desde su llegada al mundo, era la exclamación del ginecólogo: «¡Nació un capitán!»

El significante «capitán» se reveló destacado desde sus primeras elecciones, al referirse, a posteriori, en análisis, a un acontecimiento de cuerpo. Se trata del instante en que el sujeto pudo reaccionar negativamente al analista, valiéndose de un movimiento corporal en que, con su brazo, hacía un gesto agresivo, representado en el significante «¡toma!». De este modo, se desveló en análisis que «capitán», «salvador» y «sí» eran formas de sumisión al deseo del Otro, acarreando su posición de cobardía moral que mortificaba su cuerpo, pero, principalmente, escondían el sadismo del significante «¡toma!», señalando un nuevo modo de goce que habitaba el cuerpo.

Con la revelación de su estrategia, emergió su posicionamiento ante la muerte: de un lado, la madre, del otro el «enfrentamiento/entrega a la muerte». Al final del análisis, «¡toma!» ya no está bajo el imperativo superyóico. Eso se reveló en el último sueño relatado, en el que realizaba una eutanasia en un niño, que interpretó como siendo él mismo, restando «un cuerpo sin sangre, cortado en grandes tajadas», separado de cualquier significación, pero animado por un deseo inédito de encontrar otros puntos de anclaje para el «¡toma!»Constatamos, así, que la articulación «Sí/¡Toma!» se mostró un modo contingente de saber hacer con el síntoma – una invención, un decirnuevo,su manera singular de escribir el sinthome.

En el testimonio de Marcus André, destacamos tres momentos de hablar con el cuerpo. En el primero, el cuerpo que se agitaba dejaba al sujeto aprisionado por la atenta mirada materna, aunque tratara de evadirla yendo a vivir fuera de Brasil. Tal constatación remetía a la nominación «mosquito eléctrico», que le valió como un destino. El mosquito, que siempre estaba llamando la atención, revela su modo de goce en un chiste. Cierto día, al decirle a la madre que iría a la ópera, ella le advierte: «¡cuidado con las palmas!». Se devela aquí el «goce de flirtear con las palmas», que traía el deseo de muerte, a pesar de resaltar la vida. Ese punto de real que se repetía evocaba el recuerdo de un intento de estrangulamiento en la infancia, que hizo acontecimiento de cuerpo, un modo de goce pasivo y silencioso ante la violencia. Sin embargo, la elección de callarse hizo, paralelamente, que se definiera una posición activa y viril en la partición de los sexos, inscribiendo la identificación fálica bajo la mirada materna.

«Mosquito eléctrico», vinculado al sujeto, leve, queriendo volar siempre más alto, aun cuando amenazado por el deseo del Otro, se transformó en «Miquito». Esa nueva nominación se refería a la locura, por haber sido dada por un paciente de la clínica psiquiátrica de la familia,e incluía la ternura, lo que le posibilitó otra relación con el deseo. «Miquito», que configuramos como el segundo momento de consistencia corporal, se aproximaba «más de la voz que encanta y somete, y menos de la mirada que debía mantenerse a distancia», nombrando así al «goce de acercarse y correr el riesgo». Observamos que el pasaje del objeto mirada al objeto voz solo fue posible cuando el padre reapareció en el análisis, como la voz que gritaba: «deja de berrear en mi oído». Percibida como violencia y rechazo, esa voz surge, ahora, bajo el signo de la ternura.

La búsqueda de sentido que obedecía al imperativo materno «vamos a la batalla», se manifiesta en las sesiones como acontecimiento en el cuerpo, por medio de, por ejemplo, un fuerte palpitar cardíaco. La interpretación del analista, «su corazón es un tambor», lo remitió al cuerpo que «se vivía como el de un mosquito», revelando que ese cuerpo, que palpitaba como un tambor, era el cuerpo del Otro. A partir de este desvelamiento fantasmático, se sucede una retomada de la relación con «Miquito» y así los balbuceos de los locos, los gritos del padre, los ruidos del analista, que ya no pueden enlazarse en articulaciones de sentido, se trasmutan en signos de lo real. De esa forma, la voz, como presencia viva del analista, abre «un espacio corporal» por donde, ahora, lo real resuena de forma diferente, conduciendo a un decir como acontecimiento de cuerpo. ¡Nada del Otro!

Localizamos el tercer momento en un sueño en el período final del análisis: de un lado de la calle, ¿un cuerpo caído, un muñeco, un cadáver, o el padre? Del otro lado, el ruido, la algarabía, la vida. El padre se vuelve una falacia que testimonia algo de lo real, regresando a la escena con la mano mordida por cuidar a cincuenta perros, dejando entrever un hacerse morder, que era también del sujeto, al dejarse aplastar por las palmas, como el mosquito, siendo esta su causa de vida/muerte, su modo de vivir la pulsión.

«Manomordida» se oye al mismo tiempo morsure (mordida) y mort-sûre (muerte-segura). Sin embargo, lo que le interesa es que «ahí hay un mordido». Se trata del mordido animado por la vida. O sea, solo hay vida mordida, lo que el sujeto condensa en «mordidavida», un decir singular, que enlazó el cuerpo a la pulsión, constituye y le dio consistencia a la vida nueva en el cuerpo. Responsabilizarse solo por ese punto de real que se desprende como letra de goce marcó el pasaje de analizante a analista.

Del analista al final restó, tal como del gato de Alicia, apenas una sonrisa escrita: la risa del analista… mordido.

Al final: consentir con Un-cuerpo que se tiene
¿Qué nos enseñan esos testimonios de final de análisis sobre el cuerpo?

Demuestran que «el psicoanálisis es una vía práctica para sentirse mejor» en la vida. Ese «mejor» que marca la satisfacción del fin del análisis se especifica por sus matices, a saber: el consentimiento ético con la identidad que se cristaliza en la experiencia; la lectura equívoca de lo que hay del Un-cuerpo, cada vez que los encuentros y desencuentros con otro cuerpo actualizan el malentendido entre los sexos; la responsabilidad inventiva en lidiar con el acontecimiento de cuerpo, que escapa al sentido de las intenciones de satisfacerse.

En la perspectiva de la finalísima enseñanza de Lacan, el advenimiento de lo «mejor en la vida» es consecuencia de una vía práctica, que se apoya en el acto analítico como forzamiento sutil en el modo como Un-cuerpo se satisface. El analista se hace presente, ahí, como marca de una abertura inédita a la experiencia de satisfacción corporal. En los dos casos citados es posible cercar esa presencia.

En el testimonio de Rômulo, observamos la presencia viva del analista que, con su acto posibilita un cambio en la voz, un acontecimiento en el cuerpo, desvelando que el «sí» del niño buenito encubría el sadismo del significante «¡toma!». El consentimiento con ese decir, separado de las significaciones del Otro, demuestra una mutación de goce en el cuerpo, y permite acceder a la consistencia del sinthome – ¡Sí/Toma!

En su relato de pase, Marcus André nos dice que su cuerpo «se vivía como el de un mosquito». El analista, como agente de la contingencia corporal, en acto, hace corte, hace agujero en el cuerpo que Marcus creía «ser». Eso posibilita tener otra relación con «Miquito», que remitía a lo que había de más primario sobre su goce. Esa experiencia va en la dirección de un significante nuevo, «mordidavida», que se precipita como letra de goce del sinthome y viene a constituir Un-cuerpo sexuado que adviene en la brecha abierta por el analista.

Al final del análisis, constatamos que el cuerpo consiste en su materialidad gozosa, es el pathos que resta, excluido del sentido, cabiendo a cada uno saber hacer ahí, valiéndose de su propia invención, a cada momento, en la contingencia que se presenta en su vida. Es el uso singular del sinthome. Se trata, por lo tanto, de inventar un modo de vivir la pulsión bajo el régimen de la contingencia corporal.


Bibliografía

  1. Trabajo elaborado por: Analícea Calmon, Nilton Cerqueira, Nora Gonçalves, Reinaldo Pamponet, Rômulo Ferreira, Sonia Vicente (relatora), Vera Avellar Ribeiro, Vera Lucia Veiga Santana.
  2. Miller, J.-A., «O real no século XXI», en Opção lacaniana – Revista Brasileira Internacional de Psicanálise, n. 63., São Paulo, Ed. Eolia, junho de 2012, p. 15-16
  3. Cf. Laurent, E. «Falar com seu sintoma, falar com seu corpo», em Correio – Revista da Escola brasileira de Psicanálise, n. 72, abril de 2013.
  4. Lacan, J., O Seminário, livro 23: o sinthoma, Rio de Janeiro, J.Z.E., 2007, p. 18.
  5. Lacan, J., O Seminário, livro 24: «L’insu qui sait de l’une bévue ….», aula de 14 de dezembro de 1976. Inédito.
  6. Lacan, J., O Seminário, livro 19: … ou pior, Rio de Janeiro, J.Z.E., 2012, p. 232.
  7. Alvarez, P., Falar com qual corpo?, VI Enapol, Boletim texto a Corpo n.3.
  8. Lacan, J., El Seminario, libro 20: aún, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 33.
  9. Lacan, J., El Seminario, libro 20: aún, op. cit., p. 144.
  10. Lacan, J., El Seminario, libro 20, aún, op. cit., p. 167-168.
  11. Lacan, J., «L’Insu que sait de l’une-bévue…», aula de 16 de novembro de 1976. Inédito
  12. Lacan, J., «A terceira», em Opção lacaniana – Revista Brasileira Internacional de Psicanálise, n. 62, São Paulo, Ed. Eolia, dezembro de 2011, p. 32.
  13. Cf. «Passe Salvador», Rômulo F. Da Silva, en Opção lacaniana, n. 64, diciembre de 2012, p. 35.
  14. Cf. «Mordidavida», Marcus A. Vieira, en Opção lacaniana, n. 65, abril de 2013, p. 25