¿CÓMO SE DEPOSITAN LAS MARCAS DE GOCE?
SALA: LEER LO INSOPORTABLE DE LA INFANCIA
¿CÓMO SE DEPOSITAN LAS MARCAS DE GOCE?
“[…] lo que sí sería necesario es que el analista pueda leer sobre el cuerpo del niño,
cómo se depositan las marcas de goce que ha recibido, que ha encontrado, que ha
atravesado, que fueron escritas”. (Laurent, E. Lo insoportable de la infancia. Entrevista
realizada por Raquel Cors Ulloa. Bitácora Lacaniana. Revista de la Nueva Escuela
Lacaniana No. 9, julio 2021, p. 297)
Relatores: María Teresa Russi (NEL) y Liliana Aguilar (EOL)
Participantes: Álvaro Rendón (Guayaquil), Aurora Valladares (Ciudad de Guatemala), Caroline Quixabeira (Goiânia), Eugenia Destéfanis (Córdoba), Fernando España (Ciudad de México), Gonzalo Domínguez (Mendoza), Júlia Solano (Salvador), Katya Schwazenberg (Santiago de Chile), Marcela Di Bella (Tandil), Mônica Campos (Belo Horizonte), Nelson Matheus Silva (Recife), Sasha Santrovichi (Misiones).
Tres preguntas simples iniciaron, sostuvieron y orientaron el trabajo de cada una de nuestras reuniones: ¿Qué entendemos por lo insoportable? ¿Qué entendemos cuando hablamos de la infancia? ¿Qué entendemos cuando decimos marcas de goce? Estas preguntas recortan los tres S1: insoportable / infancia / marcas, que conforman nuestra lengua común y que muchas veces damos por sentado. Fue preciso entonces salir de ese sentido común, para poder dar lugar a un no saber, también común, alrededor del cual poder escribir nuestro propio recorrido.
Lo insoportable, toque de real
Para interrogar lo insoportable partimos del párrafo que nos propuso la Comisión Organizadora para presentar el eje temático de nuestra sala en donde lo insoportable se articula con lo real, con lo infantil y con lo ilimitado: “El término “insoportable” acentúa el toque de real que debe ser reintroducido siempre, al considerar lo infantil. Lo insoportable en la sexualidad infantil es su relación con lo ilimitado. Por eso, su insuperable exigencia es siempre rechazada, así como la del goce llamado femenino (…)”.
Freud no sólo reconoce la sexualidad infantil, sino que además identifica un goce que le es propio y que define como polimorfo. El niño como perverso polimorfo implica que su satisfacción no se reduce a un objeto o a una meta sexual sino que se manifiesta de diversas formas y se experimenta en el cuerpo más allá de tal o cual zona erógena. Este goce polimorfo se trata de un goce no unificado, disperso, descentrado[1], un goce que no se reduce a la norma fálica, un goce sin norma, sin límite, ilimitado, puesto que no cuenta con el límite que proporciona el falo. A este goce que Freud define como polimorfo, Lacan lo llamó femenino.
Ahora bien, ¿por qué este goce sería insoportable o en todo caso, digámoslo así, qué es eso que sería insoportable que estaría en relación con lo ilimitado de este goce? Lo que Freud nos enseña de inicio es que el encuentro con lo sexual tiene el carácter de un mal encuentro. La sexualidad llega como una perturbación, como una exaltación, como un excedente y eso es lo que llamamos trauma. Esto es lo que J.-A. Miller elabora en el texto de orientación propuesto: “El estatus del trauma”, cuando recupera la expresión freudiana “excedente sexual”[2]:
“La tesis de Freud acerca de la causalidad de la represión es que ésta se debe al despertar de un excedente de sexualidad (Sexuellüberschus) que suscita una defensa. Por eso hay represión. No nos defendemos de la “página de vergüenza que se olvida o que se anula”, sino del excedente. Por esta vía Lacan llegará a reconocer que el sujeto no es otra cosa que una defensa, que el sujeto se constituye primordialmente como un “no”, como una negación, y ustedes saben que Lacan extenderá la negación hasta incluir en ella la elisión. Todo este asunto está en la vena de la articulación freudiana: nos defendemos de un excedente de sexualidad”[3].
Podemos decir que si nos defendemos del excedente es porque eso nos resulta insoportable. Podemos decir también que lo insoportable tiene que ver con ese exceso que Lacan conceptualiza como goce, un goce inasimilable que produce el encuentro, mejor dicho, el mal encuentro con lo sexual.
Miller traduce el excedente sexual freudiano por el No hay relación sexual lacaniano, y lo propone como fórmula del trouma: “Tal es la versión última del trauma sexual en Lacan: no hay relación sexual (…)”[4]. Esta última versión hace valer lo que no hay, es decir, la dimensión de agujero que conlleva todo trauma. Por eso Lacan inventa el neologismo troumatisme que condensa en francés trou (agujero) y traumatismo. En el Seminario 21, lo encontramos especialmente formulado cuando dice: “Todos inventamos un truco para llenar el trou en lo real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce troumatisme. Uno inventa. Uno inventa lo que puede, por supuesto”[5].
El trauma reúne, entonces, estas dos perspectivas en donde se encuentran lo que hay y lo que no hay, el hay del excedente sexual y el no hay de la relación sexual, el troumatisme (agujero) y el tropmatisme (excedente)[6]. Dos dimensiones que confluyen en una marca que fija un goce, que persiste y que insiste a lo largo de toda una vida.
La infancia no desaparece
Tal como lo propone Eric Laurent, cuando hablamos de infancia, podemos distinguir dos vertientes: “la infancia en tanto que un momento que atraviesa un sujeto y, por otra parte, algo que nunca se atraviesa, que queda, que se deposita, un modo de exigencia de lo que fue en un momento y que no desaparece, que se mantiene como exigencia”[7].
En el texto de orientación, J.-A. Miller propone leer el trauma desde la sincronía y no desde la diacronía. Si bien la primera enseñanza de Lacan apuntaba a una historización, al final de su enseñanza dirá que no debemos acércanos a la historia, todo lo contrario, se busca en todo caso el sin sentido. Desde esta perspectiva la infancia deja de ser exclusivamente un hecho de historia para pasar a ser una presencia viva.
La infancia de la que hablamos es la que vive en cada quien, es la que vive en el cuerpo hablante. La infancia de la que hablamos es esa fijación de goce que itera, presencia que habla de esa experiencia imborrable. Como fue dicho en el argumento de este Enapol, “hablar con el niño es hablar de la cosa loca, del goce como tal, de lo real que en la experiencia de la palabra que solo surge en tanto virtualidad, materia del ‘todo el mundo es loco’, pues la lalengua del parlêtre es el niño que vive en el cuerpo hablante, presencia que habla de una experiencia inolvidable, insondable, y que participa de la tesitura de las formaciones del inconsciente, de su equivocidad”.
Las marcas de goce
Partimos de una afirmación: una marca es un trazo indeleble, es decir, una escritura. J.-A. Miller recupera un término lacaniano para definir lo que es una marca de goce: “‘Estigma’ es un término excelentemente elegido: designa las heridas, las marcas, las improntas, las cicatrices, las huellas, evoca el término trauma y al mismo tiempo es el punto de fijación, como se expresa Freud cada vez que habla de fijación”. Una marca de goce, entonces, “evoca el trauma y al mismo tiempo es el punto de fijación”[8].
Podemos decir entonces que el niño vive en el cuerpo hablante a través de las marcas de goce que se hacen presentes en la repetición. “…lo que la repetición busca repetir es nada menos que lo que se escapa debido a la función de la marca. La marca es original en función de la repetición. La repetición no se ejerce más que por esto: que se repite la marca. Pero ¿Por qué la marca provoca la repetición buscada? Porque lo que se busca es lo que la marca marca la primera vez”[9].
Leer lo insoportable de la infancia
Los tres ejes que nos planteamos – lo insoportable, lo infantil y las marcas de goce -, tienen, tal como lo desarrollamos en los puntos que anteceden, cada uno su especificidad, pero tienen también un factor común: el trauma. En este sentido, si “hablar con el niño es hablar con el trauma”[10], tal como lo propone Irene Kuperwajs en los textos preparatorios, podemos seguir esa línea y decir que hablar con el niño es hablar con las marcas de goce, y también, que hablar con el niño es hablar con lo que para cada quien resultó insoportable.
Nos preguntamos, entonces, cómo leer cada uno de estos términos en su especificidad, pero también formando parte de un acontecimiento. Nos preguntamos cómo leerlos cuando se entraman en una lógica, en la lógica de un caso. Nos preguntamos también cómo leer, qué implica la operación de lectura. Con estas preguntas nos acercamos a tres testimonios.
“Doble condena” de Hélène Bonnaud
El testimonio de Hélène Bonnaud nos enseña a distinguir dos marcas de goce que repercuten en el cuerpo de maneras diferentes. Una marca se desprende de lo que ella llama “un rumor materno” para aludir a la queja de la madre ante su venida al mundo. Esta marca fija un goce pulsional oral que encuentra su apogeo en la adolescencia con un síntoma de anorexia-bulimia y que el análisis le permite atravesar y esclarecer.
Sin embargo algo resistía al análisis. “Algo concerniente a una irrupción en el cuerpo de una sensación de caída, seguía siendo imposible de nombrar. Se presentaba de un modo disruptivo y angustiante, manifestación fuera de sentido, inaprehensible”[11]. La segunda marca, la que se desprende del decir paterno, “si es niña la tiraremos por la ventana”, reveló ser un acontecimiento de palabra que repercutió, ya no en el borde, sino en todo el cuerpo. Es a partir de esta frase que queda como “un elemento inhistorizable”[12], que ella puede atrapar Otro goce. Otro goce que enlaza una satisfacción que está más allá de la satisfacción pulsional y más acá de esa zona de trauma. Este Otro goce ilimitado que, tal como lo señalamos, Lacan llamó femenino, revela la proximidad del trauma y lo femenino[13].
“Lo insoportable de la angustia” de Victoria Horne
Cuando Freud pasa de la teoría del trauma al fantasma de seducción, pasa de una relación causa-efecto entre el trauma y los síntomas, a una relación d’aprés coup. Así podemos entender lo que Lacan dice en cuando formula que el trauma está implicado en el síntoma y muestra una estructura temporal de orden superior[14].
El testimonio de Victoria Horne hace hincapié esta otra temporalidad, en donde a partir de la repetición y su resignificación en un aprés coup toma cuerpo el programa de goce. Es el nachträglichkeit freudiano. “El análisis procede en sentido inverso a la vida. Partimos de las consecuencias, síntomas, efectos, para luego remontamos, poco a poco, hacia lo que funcionó como ‘núcleo traumático’, tratando de elucidar cuáles fueron las coordenadas y contingencias de la percusión de los significantes en el cuerpo”[15].
Desde esta perspectiva, entendemos que “leer un síntoma” apunta a “leer esa conmoción inicial” [16]. J.-A. Miller nos enseña que lo que se lee no es el sentido sino el fuera de sentido, como Anzeichen, como letra.
“Lo necesario y lo imposible” de Débora Rabinovich
El testimonio de Débora Rabinovich nos permite ubicar los dos tiempos del trauma que Freud mismo plantea de inicio. Un primer momento, donde ella ubica lo imposible, “lo que no cesa de no escribirse” y un segundo momento, en donde ubica lo necesario, “lo que no cesa de escribirse”.
“Domingo por la mañana. Momento tranquilo, agradable. Solas mi madre y yo. Ella se arreglaba frente al espejo de su baño. Yo la observaba. Unos rayos de sol entraban por la ventana. Sonó el teléfono. En aquella época eran fijos. Tuve que ir a su habitación para atender. Aún no habían levantado las persianas. El cuarto estaba a oscuras y con la cama todavía revuelta. Levanto el auricular. Ahí, la irrupción de lo inesperado. Una voz femenina me dice: “Débora, hola! Soy la novia de tu papá.” Ese llamado me fracturó”[17].
Hasta allí, el primer tiempo, el acontecimiento accidental, una tyché, un imprevisto, la perplejidad. El segundo tiempo, es la respuesta. La madre pregunta quién era y ella responde: “No sé, nadie!”. A partir de allí, el “no sé” se fijó como síntoma.
Podemos concluir este recorrido con una cita de Lacan que es epígrafe del testimonio que Débora presenta: “El sujeto está ahí, en esa cosa oscura que llamamos ya sea trauma, ya sea placer exquisito”[18]. Desde la perspectiva de nuestro tema, podríamos decir que el sujeto está ahí donde está el niño.
[1] Laurent, E., “Lo insoportable de la infancia”, op.cit. p. 297.
[2] Freud, S., “Carta 46”, Obras Completas., Amorrortu, Buenos Aires, 1992, Vol. 1.
[3] Miller, J.-A., “El estatus del trauma”. Link: https://enapol.com/xii/es/orientacion-lacaniana/
[4] Ibid
[5] Lacan, J., Seminario 21 “Les non dupes errent”, inédito, Clase del 19/02/74.
[6] Vidigal, C., Preparatoria “Ficción y canto del habla y del lenguaje”. Link:
https://www.youtube.com/live/ou2S7ZmeZJM
[7] Laurent, E., “Lo insoportable de la infancia”, op.cit.
[8] Miller, J.-A., “El estatus del trauma”, op.cit.
[9] Lacan, J., El Seminario, Libro 14, La lógica del fantasma (1966-1967), Buenos Aires: Paidos, 2023, p.37.
[10] Kuperwajs, I., “Aprender a hablar con eso”. Link: https://enapol.com/xii/es/aprender-a-hablar-con-eso1/
[11] Bonnaud, H., “Doble condena”, Lo real puesto al día en el siglo XXI, Buenos Aires, Grama, AMP/WAP, 2014, pp.147-150.
[12] Miller, J.-A., “L’esp d’un lapsus. L’esp d’un hallucination”, Quarto N°90, ECF, Bruselas, Julio 1990, p.14.
[13] Salman, S., “El trauma y lo femenino”, Trauma y defensa. Cuadernos del ICDEBA 36. Buenos Aires, p. 322.
[14] Lacan, J., (1964) “Posición del inconsciente”, Escritos 2, Buenos Aires: Siglo XXI, 2009.
[15] Horne, V., “Lo insoportable de la angustia”, Bitácora Lacaniana, Revista de la Nueva Escuela Lacaniana N°9, Julio 2021, pp. 163-176.
[16] Miller, J.-A., (2001) “Leer un síntoma”, op. cit., p.17.
[17] Rabinovich, D., “Lo necesario y lo imposible”, Mediodicho N°41, Revista anual de Psicoanálisis, Publicación de la EOL Sección Córdoba, 2015, pp.124-130.
[18] Lacan, J., (1966) Conferencia en Baltimore. Link: http://elpsicoanalisis.elp.org.es/category/numero-3031/conferencia-de-baltimore/