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Hablar con el niño bajo transferencia[1]

Ana Viganó[2]

De las múltiples aristas que el argumento y los ejes del ENAPOL nos proponen, tomaré en esta ocasión la que hace énfasis en el eje 3: Hablar con el niño bajo transferencia.

En un texto de hace ya algunos años, Miller nos da una sigla, algo enigmática —al menos así quiere conservarla, como intraducible al castellano de manera literal—, y de la que dice: “doy estas tres letras como colofón a colocar al pie de todo ensayo de clínica psicoanalítica, porque resumen lo que la distingue: ser una clínica bajo transferencia”.[3] C.S.T., tales las letras que indican que la clínica psicoanalítica “hablando estrictamente, solo puede ser el saber de la transferencia, es decir, el saber supuesto […] que se vuelve transmisible, por otras vías y otros efectos que los de la experiencia en que se constituye”.[4] Al comienzo del psicoanálisis -dice Lacan-, está la transferencia.[…] Está en el inicio. Pero, ¿qué es?”[5] En todo caso, esta perspectiva ubica una distinción entre la demanda de análisis y la transferencia misma. Al inicio no se sitúa la demanda de análisis sino una cierta transferencia. La entrada en análisis supone una conmoción de la rutina cotidiana del sujeto que implica que, en todos los casos en que hay entrada, allí es donde se verifica, hay un encuentro con lo real. Miller nombra este momento como el “golpe sufrido por la seguridad que obtiene el sujeto en su fantasma, matriz de toda significación a la que corrientemente tiene acceso”.[6] Este encuentro con lo real y el sinsentido concomitante tienen, como consecuencia, el llamado al saber supuesto. Y Miller nos provoca un poco con los conceptos de uso habitual al decir que, entonces, las mal llamadas entrevistas preliminares son en verdad secundarias respecto de una transferencia ya presente en el llamado a un saber supuesto sobre el sin-sentido con el que ha tropezado el sujeto. El efecto del Sujeto supuesto Saber le es ofrecido con más fuerza por el analista en el encuentro efectivo, siempre y cuando el analista pueda operar una formalización del síntoma inicial, lo que exige hacer surgir el significante de la transferencia. El Sujeto supuesto Saber es una función que propone Lacan, inédita en Freud, y que indica el sentido en que “el psicoanalista y su discurso forman parte del inconsciente mismo” […] “[7]es el principio constituyente de la transferencia”[8]

Clínica bajo transferencia implica una elección sin atajos, ni desvíos, ni coartadas para el practicante advertido del agujero que ese encuentro con lo real comporta, y el excedente de goce que, allí alojado, ha confrontado al sujeto también, aún cuando el agujero sea rápidamente recubierto por este llamado al saber supuesto sobre él. Es por esto que ser partenaire de una experiencia analítica que intente bordear ese agujero y cernir el goce allí circunscrito, desconocido y muchas veces rechazado, o vivido con sufrimientos varios, requiere optar por una práctica que se someta al rigor del intercambio con otros, y elegir una orientación. Seguir a Lacan, no sin Freud, en la orientación lacaniana, es decir, con las elucidaciones y orientación de J.-A. Miller, es en sí mismo un acto de transferencia. Cada una de nuestras Jornadas, Congresos y Encuentros como éste que nos convoca, es la ocasión de poner a punto esa transferencia con la formación que las Escuelas dispensan y con un modo absolutamente provocador, subversivo y fecundo de pensar las curas que dirigimos.

Hablar con el niño implica hablar con el analizante y su lengua viva, hecha de marcas, retazos, residuos, restos, precipitados de momentos subjetivos fulgurantes, que sitúan lo que nosotros llamamos trauma. Es hablar con una lengua profundamente traumatizada —troumatizada[9], por los encuentros con el significante y sus efectos de goce. Lengua que surge allí mismo donde el encuentro con lo imposible de la relación sexual ha hecho impronta indeleble dejando tanto la marca de lo que allí no tuvo posibilidad de un decir con significaciones adecuadas, como precipitando un resto, decires aproximados, que oscilarán entre el eso es y el eso no quiere decir nada propio del fuera de sentido.

“Decir que lo primordial es el significante se ajusta a la observación de Freud: la de esas cosas que fueron escuchadas antes de que su sentido fuera captado”.[10] Bajo la expresión significancia, incluso plus de significante, Miller ubica el efecto poético que puede tener el significante cuando funciona como una letra separada de su valor de significación. Para ejemplificar esto, trae un famoso recuerdo infantil del escritor Michel Leiris

Siendo él un niño pequeño que no sabe aún leer ni escribir, juega con sus soldaditos. Hay un soldadito que se cae. Debería haberse roto al caer, pero no se rompe, y Michel Leiris dice: ‘Cuán grande fue mi alegría, lo que expresé diciendo: ¡Lizmente!. Había que decir felizmente, pero el pequeño Michel, cuando las cosas iban bien, creía que se decía lizmente.[11]

No tardó el Otro encarnado que lo acompañaba en corregir esa dicción y darle la fórmula adecuada al lenguaje: se dice felizmente. Entonces, “Leiris se describe como desconcertado pues, para él, lizmente era mucho más expresiva que felizmente. Lizmente es verdaderamente una jaculación pura. Descubre que con su lizmente, su júbilo se expresaba por entero.”[12] Pero en ese preciso momento de iluminación se produce, además, lo que él llama un desgarro del velo, un estallido de la verdad. Descubre que hay un sentido real de la palabra y un sentido de la lengua; que entre estos, es necesario optar por decir felizmente, como todo el mundo y que la cosa, que antes era verdaderamente suya, está socializada. Leiris concluye esta viñeta diciendo: “He aquí que me hizo sentir en qué el lenguaje articulado, tela de araña de mis relaciones con los otros, me supera empujando por todos lados sus antenas misteriosas.”[13] Miller destaca otro fragmento en el que Leiris investiga lo que son las palabras cuando se las aprende solo por la audición, es decir, explora el enigmático campo del impacto del lenguaje del otro por la vía única de lo oído, tal como lo evoca Lacan cuando habla del estado del sujeto antes de que se alfabestialice[14] -antes de que aprenda a leer y a escribir-. Leiris describe allí una gran cantidad de monstruos orales que no responden al orden léxico y que pueden volver una frase banal en “la sentencia más oscura que haya jamás escapado de los labios del oráculo”[15]. Oráculo sin adivinador, aclara Miller, estas sentencias surgidas de la banalidad de lo oído sin reglas de lenguaje, es el poblado de objetos fantásticos que marcan lo que Lacan llama, escrito todo junto, lalengua, la integral de los equívocos que la historia dejó persistir. Monstruos que no tienen otro ser más que el malentendido de la audición.

Lalengua sirve para cosas muy diferentes a la comunicación, dice Lacan, enfatizando que cuando lalengua está tomada por la comunicación se vuelve otra cosa distinta de lo que era —expresión de júbilo en Leiris—, y hay algo que se pierde allí. Ese algo perdido, entra en juego en la transferencia y amarra al sujeto a ese Otro que es el analista. Es por la noción de Sujeto supuesto Saber que el analista puede incluirse, vía la regla fundamental, dando la garantía al paciente de que “no habla en pura pérdida. [El Sujeto supuesto Saber]… garantiza el psicoanálisis”[16]. Y aún así sabemos que, poco tiempo después de instaurada esta función, Lacan mismo propone que es en la estructura de su equívoco que el psicoanalista “debe encontrar la certeza de su acto y la hiancia que constituye su ley”[17].

¿Cuál sería la interpretación analítica que correspondería, si se tiene a la lalengua -con la pérdida entre lo que habla y su relación al goce-, y no al lenguaje comunicacional como referente? ¿Es posible reconducir el hablar a sus modos jubilosos, jaculatorios, vivificantes del goce? ¿Qué efectos tendría para el sujeto analizante? Estas son algunas de las preguntas cruciales para el analista practicante que, bajo transferencia, apueste a hablar, con el niño, esa lalengua.

“El desconocimiento del acto analítico conduce a la negación de la posición analítica”[18], desconocimiento que no está permitido a un practicante del psicoanálisis. Y, ¿qué sería el acto analítico? Miller lo define —en el curso recién citado—, como hacerse causa del deseo, es decir, jugar como quien está en posición de objeto a. Me serviré de un testimonio de pase de Alejandro Reinoso que ilumina lo que estamos tratando, pero en el modo particular de una cura. Tomaré solo una breve articulación de su fecunda transmisión.

El niño llega a casa después de la escuela gritando a todos y a nadie: ¡tengo hambre!, ¡tengo hambre! El abuelo materno, sentado en su sillón, lo mira fijamente a los ojos y le dice con un tono muy serio: Tú no sabes lo que es el hambre. El niño quedó con el cuerpo petrificado y con un efecto de vergüenza en su propia voz. […] El objeto voz quedó marcado y silenciado. […] No se puede hablar a tontas y a locas.[19]

Muchas consecuencias subjetivas hay derivadas de esta escena que, evidentemente, se sitúa como central —recuerdo-huella, le llama Reinoso—, en el análisis. Pero se puede situar muy bien algo del orden del júbilo del “tengo hambre”, acelerando incluso el cuerpo que corría, con la pulsión entre las patas y la viva voz encontrando un modo de nombrarlo. Ese júbilo quedó cortado de tajo, desgarrado por un decir del lenguaje encarnado en un Otro significativo que situaría el saber sobre lo que se dice, en otra parte. Que ese Otro esté encarnado no es menor: hay gesto, hay mirada, hay tono… Y en el sujeto, petrificación, vergüenza por el goce sentido, recálculo de situación, síntomas. Se verifica allí el sujeto mismo como respuesta de lo real.

Pero quisiera situar en este contexto una de las vueltas que marca la posición y la intervención de su analista, bajo transferencia.

Serio en el trabajo, acongojado por las temáticas mortificantes, me encontraba a menudo con una sonrisa del analista que me inquietaba. Una sonrisa sin sentido. ¿Pero de qué sonríe?, me decía internamente. No entendía, no había nada para la risa. Traigo un sueño extraño: estaba en un restaurante chino y saboreaba un arroz que estaba muy sabroso y lo comía con mucho gusto. Era un arroz a la cantonesa (Il risso alla cantonese[20]) El analista, antes de que concluyese el relato del sueño, recorta el equívoco Il risso al Lacan-tonese, la risa a la Lacan. En ese momento exploto de la risa, una risa abierta que envuelve todo el cuerpo; el analista también reía. Pero ¿qué es esto? ¿Y qué tiene que ver esta risa a la Lacan? Ningún sentido. Escritura poética de la interpretación que tocó las tripas.[21]

Efecto poético que, señalábamos hace unos minutos, puede producir una letra separada de su significación. ¡Pero no cualquier letra! Esa letra que acaba por tocar las tripas y sacude el cuerpo, lo hace porque se ubica de manera a la vez calculada y contingente, en las coordenadas mismas del traumatismo/troumatisme. Y produce efectos: ligereza y soltura en el cuerpo, y una “puerta inédita a lo cómico disolviendo parte de la vivencia seria de la existencia”[22].

Bajo transferencia implica entonces, también, que en la experiencia psicoanalítica es necesaria la presencia y el acto del analista encarnando su operación. Pero sabemos que lo hará bajo muy diversas formas posibles, conforme cada vez al partenaire transferencial que convenga. Son estas múltiples formas las que invitamos a explorar, y tomar como centrales en las construcciones de los casos que se presenten en este eje, para dejarnos enseñar por ellas.


[1]              Texto presentado en la Introducción al tema del XII ENAPOL: Hablar con el niño, el 17/03/25.

[2]              Miembro analista de la Escuela NEL y AMP. Presidente de la NEL y integrante del Comité Director del XII ENAPOL.

[3]              Miller, J.-A., “C.S.T.”, Clínica bajo transferencia. Ocho estudios de clínica lacaniana, Buenos Aires, Manantial, 1985, p. 5.

[4]              Ibíd.

[5]              Lacan, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, p. 265.

[6]              Miller, J.-A., “C.S.T.”, óp. cit., p. 6.

[7]              Miller, J.-A., Seminarios en Caracas y Bogotá, Buenos Aires, Paidós, 2015, p. 175.

[8]              Id, p. 191.

[9]              Neologismo que incorpora trou, agujero en francés, aludiendo al agujero del traumatismo.

[10]             Miller, J.-A., Causa y consentimiento, Buenos Aires, Paidós, 2019, p. 148.

[11]             Miller, J.-A., La fuga del sentido, Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 128-129.

[12]             Ibíd.

[13]             Ibíd.

[14]             Lacan, J., El Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1997, p. 288. “… se aprende a leer, alfabestializándose.”

[15]             Miller, J.-A., La fuga…, óp. cit., p. 130.

[16]             Miller, J.-A., Seminarios en Caracas… óp. cit., p. 192.

[17]             Lacan, J., “La equivocación del sujeto supuesto saber”, Otros Escritos, óp. cit., p. 358.

[18]             Miller, J.-A., Respuestas de lo real, Buenos Aires, Paidós, 2024, p. 197.

[19]             Reinoso, A., “Ouïr”, Bitácora Lacaniana #8 , Buenos Aires, Grama, 2019, p. 39

[20]             En italiano en el original. Recordemos que el análisis de Reinoso fue en lengua italiana. Y en el cruce de varias lenguas.

[21]             Reinoso, A., “Ouïr”, óp. cit., p. 43.

[22]             Ibíd.