Lo que dice el psicoanálisis del niño generalizado[1]
Ludmilla Féres Faria[2]
En 1967, Lacan es invitado por Maud Mannoni a realizar el cierre de la Jornada del Niño, organizada por ella alrededor del tema de las psicosis en niños. En su argumento, él destaca a la segregación como el problema más crucial de la época: “no solamente en nuestro dominio de psiquiatras, sino tan lejos como se extienda nuestro universo, tendremos que vérnoslas, y de modo cada vez más apremiante: la segregación.”[3]. Lacan toma la segregación, no solo como un efecto político y social del discurso, sino que destaca su sesgo estructural fundamental, de su propio surgimiento, ya que todo discurso produce segregación. Su tesis se sostiene en la afirmación de que la segregación es efecto de la universalización, o sea, resulta de la destrucción del antiguo orden social, a favor del progreso de la ciencia. Argumenta que los progresos de la civilización se traducirán no solo en un cierto malestar, como percibió Freud, sino en una práctica segregativa cada vez más extendida.
El amo moderno, a través de la vertiginosa oferta de objetos tecnológicos, impone a todos una lógica discursiva que entierra la subjetividad y desvía a los seres hablantes de encontrar nombres singulares, para localizar lo real en juego en su sufrimiento. Así, el sujeto no responde más por su cuerpo, ni por su goce, y sus síntomas son reducidos a trastornos a ser extirpados. Es innegable que los niños son el objeto de mayor foco de la producción científica – aunque no sean los únicos –, y los avances de la tecnología invaden la formación y el tiempo de la infancia.
Con el título “El ENEM[4] no va a hacerte rico”[5] la Revista Piauí de febrero de 2025 presenta un reportaje sobre los jóvenes influencers que, transitando entre la jerga corporativa y el tono del sermón neopentecostal, prometen a sus seguidores un enriquecimiento rápido. El lema de todos es siempre el mismo: la escuela no ofrece futuro. El más prominente del grupo, un joven de 17 años afirma en sus redes sociales que “factura algunos dígitos por mes”. Otro, actualmente con 13 años, cuenta en un vídeo compartido con sus 30 mil seguidores que gana 300 reales por día “sin hacer nada”. Dice que su vida se transformó cuando cambió los videojuegos por los libros que recibió de su padre, tales como Generación de valor y El hombre más rico de Babilonia. El padre está orgulloso de la carrera digital que su hijo viene construyendo desde que este, siguiendo las enseñanzas de influencers, empezó a vender dulces en la escuela. El negocio tuvo bastante éxito y el dinero recaudado era invertido en fondos inmobiliarios y acciones, pero el colegio prohibió las ventas y el niño, junto con su padre, pasó a vender los dulces en la calle. La rutina trabajadora del niño era filmada por el progenitor y publicada en las redes sociales hasta que la cuenta de su hijo fue suspendida por Meta, empresa responsable por Instagram, por haber mentido sobre la edad – el niño tenía menos de 13 años en su momento, que es la edad mínima para abrir una cuonta en la red social. El padre, temiendo una nueva prohibición, usó sus propios datos (nombre, edad, etc.) para reinscribir al hijo en la red. Declara que las publicaciones generan respuestas violentas de los usuarios que se sienten engañados por el contenido, lo que para él no es un problema, pues lo importante es “viralizar” a su hijo, incluso aunque sea por razones negativas: “las críticas generan tanta interacción como los elogios”, dice.
A finales del siglo XIX Freud le adjudica a la escuela la tarea de ofrecer apoyo y amparo a los jóvenes, y contribuir a despertar el deseo de saber, concedió a los profesores un lugar de mayor influencia sobre ellos, más que el de las ciencias que les eran enseñadas: “Los cortejábamos o nos apartábamos de ellos, les imaginábamos simpatías o antipatías probablemente inexistentes, estudiábamos sus caracteres y sobre la base de estos formábamos o deformábamos los nuestros”.[6] Lo que el reportaje de la revista Piauí muestra es que, en la actualidad, lo agalmático cambió de lugar, y el amo también.
De esta manera, vemos que el sujeto moderno puede, como sus antepasados, convertirse en un camaleón de su época, aunque los desafíos propios de cada tiempo puedan diferir, especialmente sobre las modalidades de ajuste del goce: antes, más sobre lo prohibido y ahora más sobre los objetos que la ciencia en alianza con el capital proponen – un contraste de la renuncia al goce destacada por Freud, siendo sustituida por la prescripción de la promesa de una satisfacción plena.
De hecho, el pasaje de la prohibición a la prescripción modifica las formas asumidas por las inhibiciones, por los síntomas y por las angustias contemporáneas que llevan ahora la marca del exceso más que de la falta. Los discursos actuales, cargando su cuota de empuje al consumo, a la belleza y a la autodeterminación, alimentan la gula del superyó y dejan al sujeto embrollado con el imperativo de gozar. Detrás de esa aparente libertad vemos surgir un nuevo “orden de hierro” gobernado por palabras de orden, en muchas ocasiones cargadas de odio y que, en las redes pasan a tener una topología deslocalizada.
Los personajes del reportaje mencionado, en especial el padre, muestran la persistencia en algunos sujetos de un no querer saber nada de la castración que encaja en la expresión “niño generalizado” utilizada por Lacan. Tal expresión es extraída por él de la obra Antimemorias de André Malraux, en la cual el autor retoma la confidencia escuchada por un religioso, que le revela: “Termino por creer, vea usted, en la declinación de mi vida, que no hay personas mayores”.[7] Si no existen “personas mayores”, ¡somos todos niños! Y para Lacan, lo que marca la posición singular de un sujeto no es ni su edad ni la pubertad, sino la condición ética de responsabilizarse por su goce. El niño recibe la transmisión del legado de la miseria de los adultos y, en el caso de que la miseria de los adultos no se refiera a la castración, esa transmisión enfrenta dificultades y puede llevar al niño a sucumbir como objeto-desecho.
De allí viene la alerta sobre los impases de nuestro tiempo en relación al mundo del niño generalizado, esa figura del niño de la ciencia, del niño objeto de un saber sin sujeto en que predominan las pasiones preventivas y educativas, siempre acompañadas de la promoción de las grandes clasificaciones. En el niño siempre existe un otro que sabe y que responde sobre cómo se debe vivir, un otro que tiene siempre las respuestas y que no sabe guardar silencio, y es el mandato de ese otro que descarta la posibilidad de dar lugar al saber singular del niño – por ejemplo, las Terapias Cognitivas y Comportamentales, las metodologías de coaching, las consultas al chatgpt, tratamientos en los cuales la solución precede al problema, o sea, la respuesta antecede a la pregunta.
Si Lacan puede decir que el analista “descarida”,[8] es justamente porque este se opone “a que sea el cuerpo del niño el que responda al objeto a”,[9] formulación que podemos hacer extensiva al análisis de cualquier parlêtre. En esa dirección, el psicoanalista se sitúa más allá del sistema de intercambios, su posición debe ser suficientemente extraña para reenviar al sujeto a la pregunta sobre cuál es su deseo, fuera del sistema de los bienes. Laurent nos advierte que salir de ese sistema requiere un esfuerzo, tal como este es definido en un momento dado de la civilización.[10] Se trata de “un judo con los discursos establecidos”,[11] para lo cual el analista precisa ser decididamente contemporáneo, de un modo tal que permita que surja algo, como el deseo, como aquello que escapa de la captura de los discursos establecidos.
Un analista puede ofrecerse como un objeto mas, disponible en el mercado, el “objeto psicoanalista”[12] que, a priori, no quiere nada para el bien del otro y está allí sin prejuicios con relación al buen uso que pueda hacerse de él. Para eso es preciso que haya cultivado su docilidad ante cualquier sujeto que llegue. Y en ese encuentro, en el cual la necesidad se deshace, el parlêtre podrá contingentemente, ser conducido a una brecha por donde el deseo pueda entrar, una invención en la cual las palabras pueden tomar forma.
Si el discurso contemporáneo busca hacer callar al ser hablante, concentrándose en adormecerlo o estigmatizarlo, el analista escucha otra voz del cuerpo – la voz del infans, huellas del trauma, camino del síntoma. Por lo tanto, para que lo real del psicoanálisis pueda seguir haciendo síntoma y no ser reabsorbido por lo real de la ciencia y del capital, es preciso dar lugar a la originalidad del choque de lalengua sobre el cuerpo, matriz del cuerpo hablante, de donde surge lo vivo que habla.
Encontramos al final de las Antimemórias de Malraux un pasaje que nos muestra hasta qué punto no responsabilizarse por la vida y la muerte, o sea, por el modo de goce de cada uno, tiene un lado profundamente infantil. Se trata del diálogo entre un párroco que había sido capellán en los campos de concentración, una mujer sobreviviente, el capitán y el propio Malraux. ¿Que han enseñado los campos de concentración a los hombres? Es la mujer quién responde:
“Para mí” – dijo Brigitte – “esto se mezcla mucho. Al principio […] no pensábamos llegar a sobrevivir. En el Lutécia -el hotel Lutécia era el primer lugar donde los prisioneros que volvían de los campos eran acogidos y mínimamente humanizados- el médico que me hizo las radiografías me dijo: De cualquier manera, todas ustedes estarán muertas antes de diez años. No se le podía acusar de mentir a sus pacientes. […] De hecho, no estaba tan reintegrada, porque cada vez que me llegaba el olor de los castaños y de los adoquines húmedos de la avenida Henri-Martin, creía que iba a despertarme en los campos y me abofeteaba para asegurarme que no estaba soñando. Las personas que pasaban sentían pena de mí. Eso que usted decía tomó una forma extraña: yo encontraba a las personas infantiles. […] Creía que mis padres se habían convertido en niños. Por delicadeza ellos no me hablaban de los campos: mi padre hablaba poco los primeros días, pero su silencio también me parecía infantil.”[13]
La sensación de extrañeza de Brigitte, su pregunta sobre el silencio de todos, el hecho de considerar a todos infantiles, o sea, su visión sobre lo que allí ocurre ¿corresponde al niño generalizado, propuesto por Lacan?
Lacan consideraba que la dignidad del psicoanálisis, si es que este tiene alguna, es la de pasar de la posición de ser objeto del goce del Otro, del goce de la ciencia, a un saber “hacer con”. O sea, un sujeto responsable sería para él, aquel que llegó a través de un análisis – o por sí mismo como Joyce –, a poder arreglárselas con el sinthome, lo que le permite entrar al lazo social, no importando su edad.
En el XII ENAPOL esperamos que cada uno pueda presentar de qué forma el discurso analítico, sea en las instituciones, sea en los consultorios, puede acoger eso que falla en la univocidad de los discursos dominantes: la soledad de los hiperconectados, los desórdenes alimenticios en la búsqueda de los cuerpos perfectos, la creciente estetización y medicalización de la vida, la aceleración y la procrastinación frente a las múltiples ofertas del mercado, la escalada del racismo y la violencia, el empuje al suicidio, la deserotización de los partenaires amorosos y el rechazo a la diferencia sexual. Qué formas se encontraron para perturbar y agujerear a los discursos homogeneizantes, apuntando a la política del psicoanálisis, nuestra doctrina del inconsciente.
Traducción: Ernesto Anzalone
Revisión: Silvina Rojas y Silvina Molina
[1] Texto presentado en la actividad de introducción al tema XII ENAPOL: Hablar con el niño, en 17/03/25
[2] Director de EBP-MG, miembro de AMP y miembro del Comité Directivo de XII ENAPOL
[3] Lacan, J. Alocución sobre la psicosis del niño. In: Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 382.
[4] ENEM es la sigla del Examen Nacional de la Enseñanza Media, prueba que evalúa a los estudiantes que desean entrar en la Universidad.
[5] Marques,D. O ENEM não vai te deixar rico. Revista Piauí, fev. 2025. Disponible en: https://piaui.folha.uol.com.br/enem-influenciadores-coach-criancas/. Acceso: 01 mar. 2025.
[6] Freud, S., Sobre la psicología del colegial (1914), Obras Completas, Vol. XIII, Amorrortu Editores, Bs. As., 2001, p.248.
[7] Lacan, 2012, op. cit., p.389.
[8] El original “il décharite” fue traducido como “descarida”. Cf.: Lacan, “Televisión”, Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p.545.
[9] Lacan, 2012, op. cit., p.388.
[10] Laurent, É. O inconsciente e o acontecimento de corpo. In: Boletim Ecos, n. 3, ago. 2021. Disponível em: https://www.jornadaebpmg.com.br/2021/wp-content/uploads/2021/08/ECOS3%E2%80%93entrevista-com-Eric-LAURENT.pdf. Acesso em: 01 mar. 2025. Traducción nuestra.
[11] Idem, ibidem, p. 7. Este término “judo” fue utilizado inicialmente por Miller, por ejemplo, en: MILLER, J.-A. El Banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós, 2000. p. 51., J.-A. El Banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós, 2000. p. 51.
[12] Miller, J.-A. Las contraindicaciones al tratamiento psicoanalítico, El Caldero de la Escuela N°69, Publicación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 1999, p.10.
[13] Malraux, A. Antimémoires. Paris: Gallimard, 1967. p. 596-597, traducción nuestra.