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Autor:  Túlio Magno de Oliveira Resende

Belo Horizonte es una ciudad que antecedió a Brasilia, capital de Brasil, en el contexto nacional como proyecto de metrópolis planificada. Por eso, la capital minera se configuró primero en el papel, en el planeamiento, para después concretarse en las calles, en los edificios y en el paisaje urbano. Al igual que en las ciudades coloniales analizadas por Ángel Rama en La ciudad letrada, Belo Horizonte adopta la cuadrícula cartesiana no solo como estética, sino como un gesto de hacer que la urbe nazca primero en el papel —como signo— para solo después erguirse en ladrillo —como cosa—.

Si, en la lectura de Rama, el enfoque recae sobre la ciudad barroca colonizada por la América española, Belo Horizonte nace con otra intención —igualmente cartesiana, pero ahora con una marca positivista, propia de un país que buscaba, con su recién instaurada República, un símbolo de modernización. Así, la capital minera se presenta como un proyecto moderno, pero incrustado en un estado profundamente marcado por la tradición, el conservadurismo y las estructuras del patriarcado rural.

 Es en este escenario que, en 1924, un grupo de modernistas —en una caravana compuesta por nombres como Mário de Andrade, Tarsila do Amaral y Oswald de Andrade— visita Belo Horizonte en medio de su incursión por Minas Gerais para redescubrir Brasil y las riquezas culturales de sus ciudades históricas. Al llegar, encuentran en la capital del estado, además de ese signo de la tensión entre modernidad y tradición, un grupo de escritores y poetas ya inmersos en la complejidad de ese mismo concepto: como Carlos Drummond de Andrade, Emílio Moura y João Alphonsus, quienes se reunían en el Café Estrela, un salón al estilo parisino que simbolizaba la aspiración cosmopolita de la capital. Irónicamente, ese mismo espacio era sustentado por el ‘otro café’ —el grano minero que alimentaba la economía rural patriarcal. Décadas después, Fernando Sabino y los ‘cuatro jinetes’ mineros transformarían esa ambivalencia en una prosa íntima, mientras que el Clube da Esquina la traduciría en canciones que mezclan la guitarra eléctrica y la saudade de la viola.

Belo Horizonte encarna la convivencia contradictoria entre el proyecto moderno y las raíces profundas de un pasado que insiste —y es precisamente en esa fricción donde la literatura minera se establece como esencial para comprender a Brasil.