Integrantes: Luiz Fernando Carrijo da Cunha (Coord.)
Introducción:
El tema que nos ocupa para esta conversación, «El deseo medicalizado», merece una contextualización en la medida de lo que propone el VI Enapol como fundamentación para el debate. – «Hablar con el cuerpo» presupone una orientación que establece las coordenadas por cuales el cuerpo es tomado en el psicoanálisis. La distancia entre éste y el cuerpo biológico es marcada de salida, o sea, los modos como la medicina y las ciencias biológicas lo tratan no se refieren a lo que está en causa cuando, del sufrimiento del ser parlante, detectamos los efectos de la palabra sobre quien habla. Por lo tanto, nuestra perspectiva coloca en primer plano las relaciones del hombre con el lenguaje. Un cuerpo, por si mismo, no es supuesto a hablar, pero es supuesto a gozar. Cuanto a ese goce, sin embargo, nada podría diferenciarlo excepto la incidencia de la lengua que hace del animal humano, un hombre. No hay nada de natural en el fenómeno que introduce las relaciones del hombre con el mundo a través del lenguaje. Siendo así, y en cortocircuito, tomamos el cuerpo en una perspectiva donde él es, por estructura, desnaturalizado por el lenguaje a modo de un acontecimiento. Cito J,-A. Miller:
«…Es precisamente esta incidencia significante lo que hace del goce del síntoma, un acontecimiento, no apenas un fenómeno. El goce del síntoma testimonia que hubo un acontecimiento, un acontecimiento del cuerpo después del cual, el goce natural, entre comillas, que podemos imaginar como el goce natural del cuerpo vivo, se transformó y se desvió. Este goce no es primario, pero es primero en relación al sentido que el sujeto le da y que le da por su síntoma en tanto que interpretable.» [1]
Subrayamos en esta introducción, el telón de fondo que dará contorno a nuestro desarrollo relativo al deseo medicalizado. El propio concepto de deseo será aquí utilizado basado en la incidencia del goce al cual hace contrapunto, sin embargo considerándolo como J.-A. Miller lo conceptualiza de manera elucidada y sintética: «El sentido de la libido es el deseo» [2]. Sentido que se le da en los usos que un sujeto hace de la lengua, ya en el campo del Otro. Por lo tanto, tomarlo en tanto que medicalizado, impone considerar las consecuencias, para un sujeto, sobre su cuerpo viviente.
Freud y la verdad del síntoma:
Freud justifica la idea de deseo (Wunsh) a partir de su investigación acerca de los sueños donde profesa que el deseo, siempre insatisfecho, se realiza en el sueño a través de deformaciones y desplazamientos operados por el trabajo onírico. Tal exploración lo lleva a alinear el deseo a la idea de la represión, donde lo que permanece bajo ese registro es constituído por lo entonces llamado «nudo de deseos sexuales infantiles y reprimidos» que, en los sueños, gana expresión vinculada a las ideas del soñador. Un sueño, por lo tanto, se vuelve susceptible de ser descifrado liberando su sentido, su verdad. La perspectiva de Freud era, a través de la interpretación de los sueños, liberar el sentido reprimido que había motivado el sueño. Desde este punto de vista, Freud puede formular que el sueño era «la vía regia para el inconsciente«, estando el inconsciente vinculado intrínsecamente a la opresión y al deseo; por eso su insatisfacción siempre reiterada cuya estructura se va a repetir en todas las formaciones del inconsciente, ya sean en los sueños, lapsus, chistes y aún en los síntomas. A partir de su abordaje de los sueños, suponemos que la búsqueda de la verdad culmina con la interpretación del deseo. Pues, si la estructura del sueño se muestra la misma de aquél síntoma, Freud no hace más que vincular el síntoma a un sentido y a una verdad, viniendo a la luz por la interpretación. Sin embargo, fue siguiendo la vía de la verdad de los síntomas que Freud pudo depararse con lo que él mismo denominó «restos sintomáticos», revelando que el síntoma no es todo convertido en verdad; hay un resto no descifrable. Resto que puede ser colocado, de acuerdo con los desarrollos de Freud, en la cuenta de lo que se llamó «resistencias» o «reacción terapéutica negativa». En otros términos, la operación freudiana sobre el inconsciente, es dependiente de la verdad y del sentido cuyo alcance llevaría a una expectativa del tratamiento del síntoma: una operación sobre la verdad cuyo camino seria diseñado por el deseo inconsciente, siempre relacionado a lo «infantil» y a lo «sexual». El «enfermarse» en Freud estuvo relacionado a lo que, de la represión, emerge en la realidad subjetiva.
Lacan y los desarrollos de la verdad:
En el llamado «primer tiempo de su enseñanza», Lacan explora el concepto de inconsciente freudiano en una retomada que él mismo consideró como una «reconquista»; reconquista de un Campo que consideraba marcado por la amenaza de su desaparición. Esa «reconquista»[3] fue promovida en función de «la verdad freudiana» revestida de su poder de corte: «un antes y un después»; un profundo cambio en el estatuto del pensamiento humano enunciado por Lacan en el título de uno de sus textos de los «Escritos» – «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud»[4]. Ese movimiento de reconquista fue llevado adelante bajo el «bastión» de la primacía de lo simbólico donde lacan construye todo un edificio acerca de las relaciones del sujeto con la palabra y a partir de ahí, viniendo de su lectura del inconsciente freudiano: un inconsciente fundado por el efecto del leguaje inaugurando un «sujeto» que solo se hace representar de por significante a otro. El «campo del Otro» surge como el lugar de la verdad y del deseo. Vemos despuntar los aforismos «El inconsciente es el discurso del Otro» y «El deseo del hombre es el deseo del Otro» que se alinean a la forma sintética del «inconsciente es estructurado como un lenguaje». De esa manera, la «falta-en-ser» caracteriza el deseo traduciéndolo como insatisfecho en Freud. Siendo así, el concepto de deseo es explorado al máximo por Lacan, agregando otros como «el objeto causa de deseo», las pulsiones, etc. Además, Lacan promueve el deseo al estatuto del «tratamiento» del goce en la medida en que lo articula a la Ley vinculada al Nombre-del-Padre; el Nombre-del-Padre viene justamente a «significar» el «deseo de la madre» cuyo efecto es una articulación del sujeto del deseo a la Ley paterna a través de la acepción de la significación fálica. Valiéndose de la dialéctica hegeliana, pero sin fijarse en ella, Lacan considera la «castración», el eje de la constitución subjetiva, como una operación que enlaza, a partir del Campo del Otro, el deseo y la Ley: «La castración significa que es necesario que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo«[5]. Lacan concibe el deseo a partir de la dialéctica entre el Otro (A), lugar del significante y el sujeto barrado($) cuanto a su efecto; la metonimia como figura de lenguaje será el soporte de la presencia del deseo en la cadena significante, aun sin jamás ser atrapado en un objeto, o sea, la falta-en-ser viene ser significada por el deseo en los desarrollos dialécticos de la cadena de significantes y lo que da soporte a la presencia del deseo es la «fantasía». La «fantasía» que enlaza al sujeto del inconsciente con el objeto, es montada para acomodar la libido que escapa a la operación de significantización del deseo de la madre; sería por lo tanto, un punto no dialectizable pero «depurado» por las evoluciones dialécticas. En nuestra visión, cuando Lacan afirma que el deseo es soportado por la fantasía, hay casi una superposición del deseo con la libido, sin embargo, J.A.-Miller[6] afirma que el deseo es el «sentido de la libido» y eso viene a colocar las cosas en un determinado orden, o sea, que la fantasía funciona para garantizar la presencia del deseo en la medida en que, de la libido, algo puede ser convertido en «sentido».
El deseo y la «enfermedad nerviosa»
Fue en el contexto de su época que Freud pudo concebir la «enfermedad nerviosa» relacionada etiológicamente a la moral sexual «civilizada». El deseo, originariamente reprimido y bajo las exigencias morales de la civilización, producía su retorno, sintomatizando al sujeto; es a partir de ahí que la «verdad del síntoma» gana toda su dimensión en la obra de Freud. El tratamiento entonces era propuesto con base en la emergencia de esta verdad a través de la palabra, librando al cuerpo de su sufrimiento. O sea, con base en los significantes amos de su tiempo, Freud puede proponer una modalidad de tratamiento cuyo fin se detendría en un «arreglo» del sujeto con las exigencias de la civilización, aunque, más tarde él mismo puede notar que la conjunción de las exigencias instintivas por un lado y las exigencias de la civilización por otro, no podría darse a través de una operación cuyo resultado fuese cero. – Hay resto, dice Freud, y este resto no cabe en el síntoma tomado en la vertiente de una «solución de compromiso» y que, más tarde, Lacan intentará dar forma a partir de la emergencia, en su teoría, del «objeto a».
La construcción del concepto del «objeto a» fue, para Lacan, el intento de demonstrar lógicamente la presencia de un resto de la operación de la palabra sobre aquel que habla; operación siempre reiterada en los meandros de la cadena significante que, al mismo tiempo que extraído del cuerpo, se une al deseo como causa soportada en la fantasía. Vemos florecer esta construcción con todas sus minucias en el Seminario X, «La Angustia» para, años después, Lacan evocar el objeto a la manera del «más de gozar». Los Seminario XVI (De un Otro al otro) y XVII (El reverso del Psicoanálisis) son sensibles al alcance del discurso capitalista donde la «moral sexual civilizada» coloca el avance de la ciencia y su producto en función del capital.
En nuestra opinión, en ese momento de su enseñanza, Lacan es extremadamente sensible a la emergencia de esa «nueva moral», respondiendo con la invocación del objeto «a» a la categoría del «más de goce» y con la construcción de la estructura de los cuatro discursos dando al psicoanálisis una inscripción lógica preservando el lugar del sujeto, ya que con el capital y la ciencia, se observa cierta coalescencia del sujeto con el objeto. Entonces, de esta manera, el sujeto del deseo por la vía del capital, se ve siempre «seducido» por los objetos ofrecidos por el mercado generando una demanda errónea en relación al goce; el producto de esto, es la «deflación del deseo» dejando evanescer su función de causa.
Queremos enfatizar, sobretodo, la interdependencia de las construcciones y transmutaciones de los conceptos del psicoanálisis que vienen desde Freud y retomados por Lacan, con el que de la civilización y de la cultura promulgan otro, u otros modos de estar en el mundo que llamamos, aquí y con Freud, de «moral sexual civilizada». Cada época supone su moral y, en relación al deseo y la relación del sujeto con este, podemos observar la prevalencia, hoy, de otra cosa que no la articulación del deseo con la ley, punto fundamental que llevó a Lacan a forjar el concepto de Nombre-del-Padre.
Como forma de una orientación, pero también de una escansión, digamos que el deseo pasa de una dimensión vinculada fundamentalmente a la falta-en-ser, a otra donde se demuestra la ineficiencia de la metáfora paterna en legislar sobre el goce. En ese otro extremo vemos introducirse y «prosperar» una cultura comandada por el mercado de capitales, bien como el develamiento del punto de coalescencia del sujeto con el objeto como producto del discurso capitalista y de la prodigiosa industria tecno-cientificista.
Es en este punto preciso que el término «deseo medicalizado» debe ser localizado y explorado.
El deseo en la moral contemporánea
Destaquemos el axioma «El deseo (del hombre) es el deseo del Otro». Es de la dialéctica del Amo y del Esclavo, de Hegel a través de Kojève, que Lacan extrae este axioma. Sin embargo, como aclara en el Seminario 17, aun cuando el Amo prive al Esclavo del reconocimiento de su deseo, no le impide obtener satisfacción, pues el saber (y el poder) que le da el trabajo lo involucran cada vez más en la búsqueda del goce.
El aumento del tiempo de trabajo y la acumulación del capital promueven, como sabemos y la historia demuestra, un exceso de goce, el más-de-goce, correlativo a la plusvalía, el residuo de la fuerza de trabajo de Marx, aplicado al psicoanálisis por Lacan. Aunque el síntoma se defina, en Marx y en Lacan, por su relación con la verdad, estamos en un tiempo donde la verdad se desplaza perentoriamente a pesar de que las ficciones testimoniadas por la cultura que la fijaban como eje del estar del hombre en el mundo, a punto de Lacan operar el desplazamiento de la verdad para lo real. El Otro no apenas se pulveriza, sino que deja de existir. La verdad dio lugar a lo real.
Ese desplazamiento hace producir la báscula, del punto de vista clínico, del síntoma como descifrable para el síntoma que comporta lo real. Siendo así, nos cabe operar una estratificación conceptual donde el «deseo» encuentra otro estatuto. Evidentemente el no deja de existir, pero su operatividad está desplazada. Sería tentador un desarrollo que tomase en cuenta apenas la «nostalgia» de la Ley; – no, – no nos cabe buscar aparatos clínicos que no responden al malestar contemporáneo, ni tampoco intentar respaldar nuestra práctica con herramientas que se muestren impotentes delante del síntoma que nos presenta el mundo actual. La medicalización es un hecho con el cual el psicoanalista debe lidiar. Del mismo modo como Lacan orientó no retroceder ante las psicosis, desde nuestra óptica, la medicalización es algo que impone un desafío al psicoanalista donde la estrategia de reconducción a la palabra ocupa aquí el primer plano.
Subrayamos arriba, el efecto del discurso capitalista aliado a la industria tecno- cientificista sobre el sujeto contemporáneo; o sea, hay una tendencia de su coalescencia con el objeto, dispensando en este movimiento los usos da palabra, tornándolo vulnerable a todo tipo de oferta que va de los bienes de consumo a los medicamentos producidos con vista a la felicidad prometida. Tal como formula Lacan en «Radiofonía», y desarrollado por J.A-Miller en «Una fantasía», el objeto «a» alcanza el zenit y el hombre pasa a ser guiado por esta oferta. Ahora, entendemos esta subida del «objeto a» al puesto de agente como siendo el corolario estructural de la caída del Otro representado por el significante amo supuesto regulador del goce. En esa medida, la multiplicidad de la oferta matiza la demanda haciendo parecer al sujeto que él tendría un acceso directo al goce. Mas como nos recuerda J.A-Miller, ése matiz del objeto es esencialmente ansiógeno lo que, en última instancia, haría multiplicar los objetos cada vez más. Es lo que aprehendemos hoy donde, más y más, el deseo es medicalizado respondiendo a uno de los aspectos del mercado. En ese sentido, testimoniamos una falacia en cuyo último término viene a ocuparse el psicoanalista. – Y por qué viez?
El exceso viene a marcar al «parlêtre»
De hecho, el deseo esta aplastado, flojo, cobarde. Para dar quizá algún contorno a la inexistencia del Otro, el hombre contemporáneo se identifica, se agarra a significantes que son síntomas.
Acordémonos entonces lo que ya citamos de J.A.-Miller en relación al deseo donde él dice: – «el sentido de la libido es el deseo», donde podemos concebir que el deseo se constituye como una respuesta a la libido en la medida en que la búsqueda del sentido se da por el sesgo de la palabra y que la libido, à priori, carece de sentido convocando al sujeto al lugar de la palabra. La medicalización del deseo viene, entonces, a interferir de manera irremediable en esta lógica. Si el sujeto cuyo deseo está sometido a la oferta desmesurada de la industria farmacéutica se calla, no está menos angustiado y, precisamente cuando puede percatarse de que el deseo de serviría como defensa, tanto cuanto otros modos de defensa, la medicalización puede imponer un límite ya que no trata lo imposible en juego en el parlêtre. Cabe al analista configurar lo real del síntoma.
«Si hacemos del hombre no más que algo que vehiculice un futuro ideal y lo determinamos de la particularidad de su Inconsciente y de la manera como el goza de eso, el síntoma permanece en el mismo lugar en que lo dejó Marx, pero toma otro sentido, no será un síntoma social, será un síntoma particular. Sin duda esos síntomas particulares tienen tipos», dice Lacan en RSI.
Depresión es uno de esos significantes que representan síntomas. Compulsión alimentar, TOC, alcoholismo, drogadicción, ansiedad, anorexia, son otros. Así se goza hoy. Añadamos los medicamentos a la serie.
El deseo medicalizado tal vez pueda revelar, frente al síntoma contemporáneo y sus medicamentos, el encuentro del deseo flojo con el goce excesivo.
Notas
- Miller, J-A. «Leer un síntoma», posteado en el Blog AMP en julio de 2011. Discurso de clausura del Congreso de la NLS, Londres, 2 e 3 de abril de 2011.
- Miller, J.-A. «Argumento ao VI Enapol». Alocução de encerramento do VI Pipol. Site do VI Enapol.
- Lacan, J. «Ato de fundação» in «Outros Escritos» – Jorge Zahar ed. Rio de Janeiro, 2003; p. 235.
- Lacan, J. «A instância da letra no inconsciente ou a razão desde Freud» in «Escritos» – Jorge Zahar ed. Rio de Janeiro 1998; p. 496
- Lacan, J. » Subversão do sujeito e dialética do desejo no inconsciente freudiano» in «Escritos» – Jorge Zahar ed. Rio de Janeiro; p. 841
- Miller, J.-A. Idem.