Beatriz Udenio

“El: Nada va a pasar.
Ella: Ya está sucediendo en sus cabezas. En sus cabezas, eso es lo que estás haciendo, lo que mi marido está haciendo”

(De Black Mirror, 1° temporada, episodio 1. El himno nacional)

Admito que el uso de la palabra “imperio” me incomoda. Tal vez por su cercanía con “imperialismo”, es decir, por el uso abusivo que hace el mercado de imágenes de aquello que produce – siendo este un punto esencial ante el cual el psicoanálisis se subvierte.

Así que me pregunté, en más de una oportunidad, cómo abordaría el tema propuesto para la Noche de hoy. Se me fueron ocurriendo algunas ideas, que luego descartaba. Hasta que me sobrevino un recuerdo de la infancia que tenía adormecido y me proporcionó el envión que buscaba.

Se remonta a mis 7 años, cuando irrumpió en la vida familiar la presencia de un hermano varios años mayor que yo, causando una brusca caída de mi versión del “imperio de la dicha” –como relaté en mi testimonio durante las últimas Jornadas anuales de la EOL- y una coincidencia hizo que entrara a la casa el primer televisor: “LA TE VE”.

Pasaba horas frente a esa pantalla en blanco y negro, absorta, silenciosa. Recuerdo esas horas aciagas, densas, donde permanecía “dormida” en ese sueño continuado. No había leído aún, claro, que Lacan indicaba que “Nunca me miras desde donde yo te veo” y “lo que miro nunca es lo que quiero ver” (1) (LACAN. El Seminario, libro 11. Buenos Aires. Paidós. P. 109)

Podríamos decir que, para el psicoanálisis, la “autoconservación” de la vida depende de la inscripción en el deseo del Otro. Para Freud. “(…) los ojos no solo perciben las alteraciones del mundo exterior, importantes para la conservación de la vida (placer yoico), sino también las propiedades de los objetos, por medio de las cuales estos son elevados a la condición de objetos de la elección amorosa (placer sexual): sus ´encantos´” (2) (Freud. OC Amorrortu. “La perturbación psicógena de la visión para el psicoanálisis”. Tomo XI, P.213) En lo que me concierne, se desgarró allí la función de velo, de señuelo, que sostenía la creencia de ser mirada por mis encantos y, de este modo, asegurarme un lugar en el deseo del Otro. Y ante la mirada que retornaba en horror, el ojo fue en busca de otro estímulo.

Frente a LA TE VE, comencé a imaginar ser la encantadora heroína que conquistaría al Llanero solitario, o ganaría el corazón de Maverick. O una amorosa dueña de Lassie y, por qué no, una valiente cuidadora de Rintintin. Me embobaban las anacrónicas – ¡sí que lo son!- “Papá lo sabe todo”… “Pero es mamá quien manda” Y las de superhéroes – ¡qué pasión!- Superman, Batman, La mujer maravilla.

Al revelarse la palabra proferida por el Otro en su estatuto de verdad mentirosa –como no podía ser de otra manera- resultó un momento de encuentro para el sujeto con el engaño, con la caída de su poder (el del Otro y el del sujeto)

No se hizo lo que se dijo. La palabra del Otro perdió su valor, al quebrar la promesa de amor hacia la niña y fui a inventarme otra ficción con palabras que yo imaginara. ¡Porque vaya si tenía conversaciones en mi pensamiento- con esos personajes que “LA TE VE” me proveía!

Tanto es así, que por esos tiempos dejé de escribir, recurso al que había echado mano desde muy niña y que tanta satisfacción me producía. Tocada mi imagen amable para el Otro, buscaba en mis ensoñaciones con “LA TE VE” restituir lo perdido.

¿Está estructuralmente muy lejos de lo que se busca-encuentra hoy en el mundo voraz de la imagen? Prefiero plantearlo de este modo: el contexto cambia pero desemboca en que lo estructural se repite, acuñando un imposible (real) de capturar con alguna garantía.

Parece tratarse de la ilusión de un “hacer” que lograra recuperar el valor de la palabra dada, su autoridad, su veracidad. Que lo que la visión puede aprehender, lo que se ve, funcione de verificador del compromiso de la palabra: “garantía fantasmática” (3) (Musachi, Boletín Enapol VII. Flash 1). Pero es una búsqueda imposible: lo que la imagen verifica no alcanza a traer de vuelta el valor de la palabra, y se pierde en el anzuelo del apetito escópico, que se distrae de lo importante y redobla la indignidad de la palabra dada.

El episodio de Black mirror citado muestra, en la escena clave, cómo todos los británicos están “ciegos” a lo esencial: por querer mirar el “acto” que garantizará que se cumpla la palabra del primer ministro y la promesa de liberación de la princesa por parte del secuestrador, no hay nadie en las calles vacías, nadie para descubrir que la dama ya fue liberada media hora antes del “acto” y, por ende, no habría nada para verificar viendo. (4) (Black mirror 1° temporada, episodio 1. El himno nacional)

Así que nos remite a la deflación de la palabra.

Un twit permite “ver” lo que se “dice-escrito”, como si mediante la fijación de la imagen pudiera confiarse en algo, un poco más… Las imágenes de hoy, VOCIFERAN sin saber lo que dicen. Miren si no la TE VE de estos tiempos, plagada de blá blá banal, redundante, insultante, pusilánime, inmoral también.

Mi “LA TE VE” era diferente, no solo porque se ubica 50 años atrás, sino porque es la que yo creé, ficción alimentada en mis pensamientos, fantasía.

En Black Mirror, el guionista (Charlie Brooker) nos lleva la delantera –es un artista- pero está en el cuadro que filma, hasta detenerse en el umbral de la pantalla que se rasga en cada capítulo.

Vivía sumergida en la curiosa paradoja de la imagen: que puede engatusarnos de mil maneras, hasta inventar, soñar, especular, que lo que se ve se imagina es lo que se es y lo que se dice de lo que se es. Es lo que este recurso de la infancia me permitió.

En los tiempos que corren, parece hacerse el esfuerzo de atrapar la palabra en una imagen que se pueda guardar, reproducir, y mejor aún, ¡enviar a todos lados para que no se pierda! ¡A los gritoooooooos! Eso no le va a dar más legitimidad, más autoridad.

Allá por los años ´60, John Langshaw Austin, tan británico como el director de Black Mirror, filósofo del lenguaje, se dedicó a los enunciados llamados “performativos”(5) (AUSTIN. Cómo hacer cosas con palabras: palabras y acciones. Paidós. 1982) Esos actos del habla que le dan su autenticidad.

¿Podemos decir que un psicoanálisis se sostiene de enunciados performativos? Es un tema controvertido que merece profundización. En todo caso, lo que en ese primer capítulo de Black Mirror se muestra en su lugar, es ese “acto” al que me referí anteriormente: el acto bizarro de cogerse a un cerdo ante los ojos hambrientos de los británicos. Un acto que no puede sino fracasar, como todo acto. No hay acto (sexual) No-hay.

¿El performativo puede llevarnos más cerca de este real, imposible, que la ilusión de la pantalla negra? Si pensamos que, en los hablantes, no llegamos más lejos que al acto de fantasear, de imaginar…

Diría que la llamada “caja boba” me proveyó, en esos tiempos, una vía de escape a lo que me atormentaba, haciendo de mí una soñadora despierta, que no querría despertar así no más de esos sueños de infancia, donde era emperatriz de mi imperio imaginado, y todo lo que quisiera ser. Así las cosas, ¿quién podría resultar más fiable que mi propia imaginación?

Ya desde allí, mi desconfianza por lo que viniera del Otro – cuyos hechos consideraba puro blá blá – y mi interrogación crítica a ese nivel, encontraban un fundamento y un asidero.

Pero quedaba un resto inasimilable, que no se plegaba al velo. Y que se hacía notar.

El silencio se acompañaba de un síntoma: presa de una sinusitis crónica, me haría objeto de los grandes avances científicos del momento: nebulizaciones, operación de adenoides, punción de hueso maxilar, antibióticos inyectables. Y, como era de esperar, en la histeria el cuerpo objeta a la ciencia y “habla” con la verdad del síntoma: el moco que la niña dirige al campo del Otro es un resabio, fluido que se instala en el silencio de la presencia muda ante LA TE VE. Complacencia somática para Freud, rechazo del cuerpo para Lacan. Rompe la autoconservación y es también objeción muda al saber del Otro.

En silencio, con la caja boba, me entendía mejor. Aquí la mirada se pone en tensión y se destina a producir una “ceguera” de otro orden, para hacerse nuevamente objeto de atención del Otro. Pero, sobre todo, se aleja de su atención en el mundo y se goza en su absorción en la TE VE. Se reama un goce enmarcado en la TE VE. Satisfacción sustitutiva, transitoria, más un síntoma, el moco, que al alterar la respiración, trastornaba el hablar y el canto –zona “amable” para la niña- con el goce sintomático

Algo me sacó de allí porque, además, quise salir de allí: un encuentro de deseos. Más precisamente, el deseo de un pediatra y el de una maestra. El, envió a mi madre a otra consulta (es decir, se mostró Otro barrado en relación con el saber científico, y por tanto, deseante), donde me topé con un médico homeópata que supo sugestionar lo suficiente a la pequeña niña, para que con sus globulitos la sinusitis se fuera de una vez para siempre. Y la maestra de grado, que como la niña no podía ir al colegio, ofreció ir a la casa de la niña para enseñarle la regla de tres. Y así, solo así, fui abandonando a mi cuadrada amiga de esos tiempos difíciles –LA TE VE- para entrar de lleno en el mundo escolar.

“Solo el amor logra hacer condescender el goce al deseo”. Logré reingresar en las vías del saber, la escritura y la ciencia. Un supuesto que me llevó a estudiar medicina. Más tarde, recalé en otro supuesto: el que el psicoanálisis ofrece para animarse a llegar hasta ese umbral, indecible, ese espejo negro de cada quien, con su esquizia estructural.

Y es en lo que creo aún hoy, y lo que vamos constatando entre varios, en uno de los grupos de investigación trabajando para las Conversaciones del Enapol: recabando las respuestas, únicas, de cada sujeto de esta época y cómo se liga y se desliga, y cómo se sirve, de esos Black Mirrors a su alcance.