EDITORIAL

Sandra Arruda Grostein

Presentamos FLASH, el Boletín del VII ENAPOL, que a partir de octubre de 2014 saldrá publicado una vez al mes, no siempre como un flash, a veces un poco más robusto, para dar a conocer lo que se discute en el ámbito de la AMP-América sobre el tema del retorno de lo Imaginario.

Empezaremos con un flashback que retoma los últimos títulos que orientaron el debate en la América lacaniana: “Los usos del psicoanálisis”, en 2003; “Los resultados terapéuticos del psicoanálisis”, en 2005; “La variedad de la práctica. Del tipo clínico al caso único en psicoanálisis”, en 2007; “La clínica analítica hoy. El síntoma y el lazo social”, en 2009; “La salud para todos, no sin la locura de cada uno”, en 2011; y “Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real”, en 2013. Esta será una columna del Boletín en la cual podremos actualizar puntos que se perdieron o permanecieron abiertos en los Encuentros anteriores.

En este primer número presentamos el título: “El imperio de las imágenes”, que servirá de tema para el VII ENAPOL, a realizarse en San Pablo, Brasil, los días 4, 5 y 6 de septiembre de 2015. Y publicamos el texto de Miquel Bassols, presidente de la AMP, que profundiza la importancia de discutir hoy la “fetichización de la imagen exterior del cuerpo” y resalta que el imaginario es el cuerpo. En conversación con otro texto, este escrito se sitúa aquí en una tesitura articulada a la Comisión Ejecutiva que da las directrices para los trabajos dirigidos al Encuentro.

Luego, otro punto importante de este número es hacerles llegar los ejes con base en los cuales esperamos que esa gran comunidad se ponga al trabajo para que podamos recoger los resultados en 2015.

Finalmente, subrayando que un buen Encuentro no se hace sin que muchos se comprometan en esa tarea, cabe entonces hacer conocer quiénes son los principales responsables para las diferentes Comisiones.

Esperamos que esta nueva publicación pueda generar interés y compromiso, al punto de despertar el deseo de todos en participar del debate, sintiéndose a gusto para mandar textos, comentarios, imágenes, sonidos y ruidos tan potentes, que se destaquen en ese “imperio de las imágenes” en el cual vivimos en la actualidad.

Hay nuevas formas de manifestación del sufrimiento humano y estas escapan de las clasificaciones habituales. El título del VII ENAPOL fue elegido en función de los temas que vienen siendo desarrollados en el Campo Freudiano en los últimos años. Es el Imaginario que se presenta como foco principal de nuestro abordaje, pero el Imaginario a partir de los nuevos tiempos.

Si en el fin del siglo pasado se verificaron grandes cambios en las formas de presentación de la psicosis, con el advenimiento de la expresión “psicosis ordinaria”, acuñada por Jacques-Alain Miller, se hizo evidente que la clínica de las neurosis sufrió alteraciones. La última enseñanza de Lacan nos orienta hacia una nueva clínica. Sin duda la clínica estructural no puede ser despreciada, al contrario, sigue siendo una brújula para nuestra práctica y las consecuentes elaboraciones teóricas.

En ese contexto ya no se trata de que la imagen, bella y única, sea la que reina y localiza en su cárcel sutil lo innombrable del goce y lo real. Es el velo de Maya como tal, es el imperio de las imágenes que se proyecta sobre el muro del lenguaje. Imágenes múltiples, fragmentadas, omnipresentes, desproporcionadas, intrusivas, que sin mediación impactan, fascinan, traumatizan, afectan subjetividades y cuerpos, a veces convirtiéndose en referencias; paradojas de la época.

La medicina pasó a valorar más la imagen que la palabra en lo que se refiere al diagnóstico y tratamiento. La anamnesis y la hipótesis diagnóstica fundadas en la historia sobre el síntoma, contada por el sujeto, se volvieron obsoletas.

Los exámenes actuales pueden captar imágenes del organismo que amplía las posibilidades de diagnósticos más precisos. Sin embargo, el imperativo de que la imagen diga la verdad sobre el cuerpo del sujeto llevó a la medicina a conclusiones sobre lo real de un cuerpo que no condicen con lo real del psicoanálisis.

Las conclusiones precipitadas que las falsas ciencias pretenden imprimir como verdades irrefutables no son compartidas por la ciencia. El poder del capitalismo se hace evidente al hacer de la posibilidad ampliada del abordaje clínico un objeto de consumo.

Las llamadas “verdades científicas” sobre el autismo y otros trastornos psiquiátricos de la infancia son el blanco mayor de las tecno-ciencias. Ante la falta del recurso Simbólico, la imagen lidera.

En Freud encontramos consideraciones que caminaban en paralelo a los descubrimientos neurológicos. Fue él quien señaló algo más allá del funcionamiento del organismo que permanece insondable.

Las consecuencias de la capacidad tecnológica de construir aparatos capaces de mostrar mediante imágenes lo que queda oculto a la mirada, potenció que los avances científicos se introdujeran en la vida cotidiana de tal modo que los medios virtuales prometen que toda actividad humana podría ser captada en imágenes. Las consecuencias sociales de tal horizonte pueden ser tan interesantes como temibles.

El acceso fácil y rápido a lo que pasa en el mundo y las propuestas de solución para el malestar proliferan. La repercusión puede ser percibida en las artes, en la música, en la música, en los medios de comunicación, en la educación, en el campo jurídico, en la política y en las relaciones interpersonales.

El psicoanálisis surgió en una sociedad marcada por la prohibición al final del siglo XIX, que atravesó un siglo rumbo a una mayor permisividad y satisfacción: la mujer adquirió derechos a escala social que no podían ser pensados antes; el proletariado alcanzó lugares no imaginados; la infancia y la adolescencia ocuparon lugares importantes en el mundo y pasaron a determinar modas y conductas.

El auge del permiso a la satisfacción ocurrió hacia fines de los años ’60 cuando se podía leer en las paredes de las ciudades la frase “Prohibido prohibir”. A partir de entonces, más allá del permiso, el imperativo de la satisfacción. ¿Cómo se articulan o se desarticulan ese imperativo y las imágenes?

Las imágenes proliferan como pequeños ideales en cada rincón y llegan a los consultorios. Demuestran que en el siglo XXI se trata de arreglarnos con un montón de piezas sueltas.

Si efectivamente asistimos a que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, como lo anticipaba la famosa frase de Marx, ¿eso implica que es el imperio de las imágenes el que toma el relevo del orden simbólico?

El imperio de las imágenes parece venir al lugar de las referencias que se tambalean en la actualidad. Examinar su desorden, su fugacidad, su desarticulación, y establecer cómo eso incide en la vida de las personas, en las constelaciones familiares, en el ordenamiento social, en el trabajo, en las referencias culturales, en los lazos amorosos y sexuales, en las “identidades” sexuales, en las parentalidades, y ubicar las consecuencias que finalmente registramos en la clínica es una exigencia para el Psicoanálisis.

Esa es una de las perspectivas que debemos investigar. Pero también, si tenemos en cuenta, como lo ha puntualizado Miller, que al final de su enseñanza Lacan invierte su perspectiva inicial y le otorga al registro de lo Imaginario un lugar de pleno derecho junto a lo Simbólico y a lo Real, tendremos también la oportunidad de indagar en qué la consistencia propia de lo imaginario no es algo que pueda eludirse en la singularidad de cada caso y en qué medida esa es también una cuestión crucial a tener presente en lo que respecta a la diferencia sexuada.

En este ENAPOL podremos tratar de elucidar, a partir de la experiencia de los practicantes, cómo se verifica la incidencia de las imágenes y cómo se introducen y hacen cortocircuito en el campo de la palabra y del lenguaje.

No se trata de rendirnos al “Imperio de las imágenes” sino de tenerlo en cuenta como síntoma. Más allá de la ilusión de la transparencia absoluta, hay un misterio que surge del choque de la palabra y el cuerpo, un misterio que el psicoanálisis puede abordar.

Lo que emerge de las imágenes que proliferan es lo real del lazo social, es decir, la inexistencia de la relación sexual.

Nuestra propuesta es que avancemos con lo que hay de vivo en el psicoanálisis en el siglo XXI.

Traducción del portugués: Oscar Reymundo

Directorio Ejecutivo del VII ENAPOL

  • Fernando Vitale
  • Mercedes Iglesias
  • Rômulo Ferreira da Silva

El sonido del agua unifica las imágenes, la imagen del cuerpo y el cuerpo de la imagen coinciden en la unidad del espejo.

La imagen en el río y la imagen en el espejo, el espejo reemplazando al río, pero seguimos como fantasmas errantes tras la unidad de la imagen.

José Lezama Lima¹

I

El tema del próximo Enapol —séptimo de la serie— nos sumerge de lleno en el vasto océano del registro imaginario. El poder de penetración de las imágenes se muestra hoy creciente en una realidad que admitimos cada vez más como una realidad virtual, separada de lo real imposible de representar. Es una realidad virtual promovida sin duda por los antiguos y nuevos medios, desde la Televisión hasta Internet, a través de una fetichización de la imagen exterior del cuerpo que bien podemos decir que se ha alzado como un nuevo objeto en el cenit del universo social. Es una realidad virtual promovida también por la multiplicación de las imágenes del interior del cuerpo, cada vez más extendidas con las nuevas tecnologías de resonancia magnética y neuroimagen. La unidad de la imagen exterior del cuerpo se fragmenta así desde el interior cuando se dobla como un guante mostrando su reverso de cuerpo despedazado. La endoscopía del cuerpo que en otra época formaba parte sólo del delirio o del sueño es hoy una realidad al alcance de la mirada que se localiza en cada parte del organismo, borrando los límites entre su interior y su exterior.

El poder de la imagen como Gestalt unificadora revela así su reverso en un despedazamiento del cuerpo tan virtual como minucioso.

II

Los analistas escuchamos un amplio abanico de testimonios de esta reversibilidad de la imagen vinculada al despedazamiento y multiplicación de la unidad imaginaria del cuerpo. La primera imagen del feto observada con perplejidad por la mujer que lo porta en su interior, la angustia del adolescente que encuentra la imagen de su cuerpo difundida por las redes sociales después de una primera experiencia de sexo virtual, la compulsión sintomática de otro haciéndola circular por esas mismas redes, la joven anoréxica que debe volver cada día al mismo espejo del gimnasio para buscar en él la única medida posible de su compulsión a comer la nada del objeto oral que la carcome… La imagen revela así su múltiple poder de captación del goce del cuerpo, tanto en el sufrimiento del síntoma como en el placer del fantasma.

Los efectos del poder de la imagen se hacen sentir así en la clínica: causa de fascinación o de rechazo, de placer o de angustia, de erotización o de mortificación, imagen pública o de privada intimidad, difundida masivamente como un tótem o preservada en la singularidad única del fetiche, portadora de la tensión agresiva hasta su fraccionamiento o de la unidad perdida en la alienación del Yo a la imagen del otro especular. En cada caso, el imperio de las imágenes no puede reducirse en el ser que habla a los efectos miméticos o de camuflaje que encontramos en el reino animal y que funcionan en él de modo unívoco, sin la mediación del lenguaje y sus equívocos.

La captura que la imagen produce en el orden de la Naturaleza fue muy bien estudiada por Roger Caillois para distinguirla del poder que despliega en el ser humano. Su libro “Medusa y Cia” es una referencia lacaniana del mayor interés para este tema. Allí podemos leer: “En el hombre la imaginación reemplaza al instinto, la ficción a la conducta, el terror proyectado por una oscura fantasía, al desencadenamiento automático, fatal, de un reflejo implacable”[1].

La imagen condensa así lo imaginario de la forma y la ficción de la verdad vehiculizada por el lenguaje en una sola entidad que Lacan nombró al principio de su enseñanza con un término de tradición freudiana: la imago, formadora tanto de las identificaciones como de los objetos de satisfacción para la pulsión que se deshace así de su referencia al instinto natural. Nada hay de natural en la relación del ser que habla con la imagen en la que se refleja la opacidad de su goce.

III

Para el ser que habla, el poder de la imagen tiene pues y en primer lugar efectos de goce sobre el cuerpo. Y ese poder no reside ya por entero en la propia imagen. La imagen vela siempre su poder en un enigma —(enigma en español es anagrama de imagen)—, un enigma que reside en Otro lugar, en lo simbólico del lenguaje. Si las imágenes tienen un poder efectivo es entonces en la medida que están anudadas a las significaciones que la cadena significante introduce en el cuerpo.

Se trata en cada caso de la relación de la imagen corporal —i(a)— con los significantes del Ideal del Yo —I(A)—, términos que Lacan distinguió muy pronto en su enseñanza para desbrozar la significación del narcisismo en la obra freudiana. Esta distinción puede ya encontrarse, aunque no formulada así, en su famoso texto sobre el “Estadio del espejo” con el que Lacan hiciera su entrada en el psicoanálisis. En efecto, el poder de la imagen reside en su “eficacia simbólica”[2], en su relación con los significantes que conforman en el cuerpo la unidad imaginaria que llamamos Yo. De allí deducimos una equivalencia que determina el poder de la imagen: “Lo imaginario —como señalaba Jacques-Alain Miller en la presentación del tema del próximo Xº Congreso de la AMP— es el cuerpo”[3]. Y el cuerpo, a diferencia del organismo, está capturado en las redes del lenguaje.

Tal como sugiere la cita del poeta que hemos dado en exergo, es el sonido de la lengua, de las resonancias semánticas que el significante introduce en el cuerpo, el que provee la unidad permanente de la imagen especular, unidad siempre virtual. Esta unidad, fundada desde la imagen exterior del cuerpo, es a partir de entonces cuerpo de la imagen, imagen corporizada a partir de la que será percibida cada imagen. “Si es verdad que la percepción eclipsa la estructura”, entonces toda imagen conduce al sujeto a “olvidar, en una imagen intuitiva, el análisis que la soporta”[4]. La intuición de la imagen eclipsa así la estructura simbólica que le da su unidad, su poder y su significación.

En el seno mismo de esta unidad —i(a)— se encuentra sin embargo el objeto (a) que descompleta cada uno de los efectos de la imagen. Descompleta su unidad en el punto ciego que la mirada introduce en el cuadro de la percepción, mirada desde entonces separada del cuerpo. Descompleta también su poder de sugestión al revelar la causa del deseo que lo sostiene debajo de las insignias del Ideal del Yo. Descompleta finalmente su significación al hacer aparecer el sinsentido de toda imagen (i) separada del objeto que recubre (a). La historia del arte es un buen campo de investigación de las distintas formas en las que el objeto se separa de su imagen, parcializando su unidad. La fascinación producida por el tríptico de “El jardín de las delicias” de Hyeronimus Bosch, evocada por Lacan en diversas ocasiones, representa una cúspide de ese sinsentido en la variedad de objetos separados de la unidad imaginaria del cuerpo.

IV

Si la ciencia empuja por su lado hacia la parcialización omnivoyeur del cuerpo, el arte, que desde la época clásica había modelado su imagen exterior con el goce de su sacralización, introdujo también desde el siglo pasado el reverso despedazado de la imagen del cuerpo con la abstracción de su unidad.

El estrecho vínculo de esta operación de reversibilidad con la experiencia de goce del cuerpo ha conocido un episodio reciente en el Musée d’Orsay, un episodio más paradigmático que escandaloso, con la performance de una joven artista exponiendo al visitante la intimidad de su sexo delante del famoso cuadro de Gustave Courbet, El origen del mundo. Según sus propias palabras, la obra bautizada Espejo del origen “no refleja el sexo sino el ojo del sexo, el agujero negro” para “mostrar lo que no se ve en el cuadro original”[5]. Mostrar lo que no se ve, mostrar la mirada misma como el objeto que sólo aparece como punto ciego de la representación, es hoy la operación que se revela en lo más íntimo, y en lo más exterior a la vez, del imperio de las imágenes.

V

“Una imagen vale más que mil palabras”. Se suele decir la frase olvidando al decirla que hacen falta al menos esas siete palabras para evocar una significación que ninguna imagen podría mostrar por sí misma, si esta imagen pudiera alguna vez quedar desligada del lenguaje. Ni mil imágenes valdrían entonces para decir esa significación, como tampoco para decir cualquier otra. Hablando propiamente, una imagen no dice nada, oculta más bien lo indecible que sólo la palabra puede evocar o invocar.

El vasto océano del registro imaginario, con toda la consistencia que adquiere para el ser que habla en su realidad virtual, se muestra entonces únicamente delimitado por el horizonte, no menos virtual, que es el registro simbólico del lenguaje: “el horizonte deshabitado del ser”[6] gustó en llamarlo Lacan.

Una imagen aislada de ese horizonte, aislada de la red simbólica que la vincula con el propio cuerpo no tiene de hecho ningún poder de significación. Este poder de significación fue formalizado por Lacan en su primera enseñanza con el símbolo y la significación del falo, el significante del deseo del Otro, el significante también que anuda la significación en una cadena significante.

A partir de este punto, el poder de la imagen es siempre correlativo de la construcción de un espacio simbólico en el que irradia su poder de significación. El espacio del sujeto de la fobia —claustrofobia o agorafobia, espacio fijado en un objeto de evitación imposible o diseminado en su multiplicación al infinito— nos enseña muchas veces qué le debe este espacio a la señal enviada por el deseo del Otro para el sujeto. Por otra parte, el espacio inhabitable del niño autista nos enseña también la función y el poder de una imagen desligada por completo de la unidad de su cuerpo, unidad que no puede simbolizarse como ausente para el Otro.

El imperio de las imágenes se revela entonces como aquel otro “Imperio de los semblantes” que Lacan encontró en los años setenta en un Japón que anticipaba su extensión a escala global[7].

Nuestro VII Enapol será sin duda la mejor ocasión para estudiar tanto las leyes que lo rigen como el real sin ley en el que se funda.


[1] Roger Caillois, “Medusa & Cia. Pintura, camuflaje, disfraz y fascinación en la naturaleza y el hombre”. Ed. Seix Barral, Barcelona, 1962.

[2] Jacques Lacan, Écrits, Du Seuil, Paris 1966, p. 95. Lacan retoma aquí el término de Claude Lévi-Strauss.

[3] Jacques-Alain Miller, “El inconsciente y el cuerpo hablante”, publicado en la Web de la AMP: Wapol.org.

[4] Jacques-Alain Miller, retomando la referencia de Lacan, en la nota introductoria de la “Tabla comentada de las representaciones gráficas” de los Écrits, Du Seuil, Paris 1966, p. 903.

[5] Declaraciones de Deborah de Robertis al diario “Le Monde” el 29 de Mayo de 2014.

[6] Jacques Lacan, Écrtis, Du Seuil, Paris 1966, p. 641.

[7] Jacques Lacan, “Lituraterre”, Autres écrits, Du Seuil, Paris 2001, p. 19.