El título propuesto para el próximo ENAPOL VII es una oportunidad para actualizar el tema de la imagen. Pienso que es interesante tomar como punto de partida el sintagma “El Imperio de la Imagen”, pero en una dirección retroactiva, permitiendo visitar y examinar las elaboraciones freudianas, la relectura de J. Lacan en los distintos momentos de su enseñanza, y las últimas discusiones planteadas en nuestro campo de la Orientación Lacaniana sobre el lugar de la imagen.
¿Qué significa “El Imperio de las Imágenes”?
Sabemos por los registros de las primeras pictografias de las cavernas rupestres, que la imagen forma parte de la vida del ser hablante. Ciertamente, fue la importancia de la imagen y su relación con la luz lo que llevo a Aristóteles, en el siglo IV, a descubrir el principio de la cámara oscura, antecesora de la máquina fotográfica.
El hombre se deleita viendo sus imágenes, las de otros y de los paisajes próximos y distantes. La idea de fijar la imagen y conservarla condujo a Daguerre y Talbot a realizar innumerables investigaciones que inauguraron la posibilidad de fijar una imagen captada por la cámara oscura en una superficie.[1] Muchos avances tecnológicos permitieron posteriormente la invención del cine, de la televisión, de las computadoras y otros dispositivos. Hoy estamos acompañados por pantallas en diferentes dispositivos, en las cuales vemos imágenes variadas, aquellas que nos deleitan y alegran, y otras que nos hacen cerrar los ojos por el horror que provocan. Observamos en las calles, en los ómnibus, en las ciudades, mucha gente caminando como sonámbulos, arrastrando los pies, tropezando con los objetos, mirando fijamente una pequeña pantalla en su mano. ¿Muertos-vivos? ¿Jorobas del smartphone?[2] Escuché recientemente en la radio algunas recomendaciones a los viajeros: ¡¡No olviden mirar los paisajes!! ¡Saquen los ojos de la pantalla!
¿Por qué hablamos de imperio?
En términos del diccionario, el imperio es definido por una influencia irresistible, un poder ascendente, el predominio de la autoridad, una orden y un comando. A lo largo de la historia hubo innumerables imperios; de Roma, de los mares, el imperio francés con Napoleón Bonaparte, el imperio de la razón (Siglo de las Luces), entre otros.
Es innegable que estamos viviendo en esta época una fuerte influencia de las imágenes. Dependemos mucho más de lo que sabemos de las máquinas (computadoras, celulares), que nos mantienen inmersos en un torrente de imágenes. Y con sólo hacer la experiencia de pasar todo un día legos de ellas! Hay un caudal de imágenes que se deshacen al instante y otras que permanecen, dejando sus marcas, sea por su belleza, por el horror, por la alegría, por el humor. La imagen produce impacto y goce en todos nosotros. ¡¡Es un hecho!!
¿Qué lugar posible en la actualidad para el psicoanálisis, para el psicoanalista, frente a este imperio de las imágenes?
Recordamos aquí la expresión de James Joyce en Ulises: la ineluctable modalidad de lo visible,[3] por permitir situar algo de lo visible que nos atraviesa de forma inexorable.
El psicoanálisis descubre que todo imperio incluye un No todo, algo que no cierra y que se verifica a través de aquello que no funciona, que angustia, que nos paraliza. Es justamente eso que no camina, que incomoda, esa cosa oscura que habita cualquier imperio, inclusive el de la imagen, lo que puede abrir la entrada hacia el psicoanalista. Esa es la puerta de entrada del psicoanálisis.
En cualquier imagen, incluso en la más perfecta, se presenta un punto que puede ser traducido por una mancha, por un agujero, un hueco que revela que la imagen tiene poder pero hasta cierto punto.
Freud[4] partió de las imágenes de los sueños, de las imágenes de los recuerdos infantiles, de las fantasías, pero no quedó hipnotizado por ellas, y propuso un abordaje diferente: distanciarse de las imágenes para oir el relato del sujeto sobre éstas, cómo habla o subraya, qué lugar ocupan y cómo esto comanda su vida.
Los sueños, las fantasías, el narcisismo, la imagen del cuerpo, la castración, entre otros, denuncian la importancia y la fuerza de las imágenes, que forman parte de un capital del sujeto que no se comparte. Los fragmentos de lo visto y oído, poseen un impacto que se eterniza en los relatos de cada sujeto.
En otras palabras, el psicoanálisis ofrece un nuevo tratamiento de las imágenes: escucharlas. Frente al poder de la imagen, el psicoanálisis ofrece el poder de la palabra, indicando que ahí donde hay una imagen, de hecho hay un significante. Entre uno y otro significante, encontramos alojado algo irreductible a lo simbólico que J. Lacan denominó objeto a, cuya elaboración permitió repensar el campo escópico dando lugar a la separación entre lo visible y la mirada.
Lacan,[5] desde sus primeros trabajos, destacó la importancia y la fuerza de la imagen (causalidad psíquica), la traducción del narcisismo por el estadío del espejo, todo el trabajo de transmutación de lo imaginario en simbólico y, más tarde, su articulación con lo real, lo que promovió una reorientación del tratamiento analítico. Real que ha sido objeto de varias elaboraciones en estos últimos años en la AMP.
Cabe resaltar que la experiencia analítica nos indica que el poder de la palabra no elimina el poder de lo imaginario, uno no sustituye al otro, hay algo que resiste y es con esa resistencia que avanzamos, a partir de lo real.
Me interrogo si el frenesí de las imágenes y el goce concomitante en la vida moderna provocan una dificultad mayor de apertura al trabajo del inconsciente. ¿Será que hoy precisamos de más tiempo preliminar con los sujetos que nos consultan para poder dar inicio a un análisis?
Dejo esta pregunta como una invitación para desarrollar en los próximos meses de reflexión sobre el tema.
Traducción del portugués: Pablo Russo
[1] Hacking, J., Tudo sobre fotografia, R.J., Sextante, 2012.
[2] Diario O Globo, “Tuve un colapso por agotamiento”, por Melina Daboni, 29/11/2014.
[3] Miller, J.-A. (1994-1995), Silet – Las paradojas de la pulsión, Rio de Janeiro, Jorge Zahar Ed., 2005, p. 251.
[4] Freud, S., Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva Ed., 1976.
[5] Lacan, J., Escritos, Rio de Janeiro, Jorge Zahar Ed., 1998.