EDITORIAL
Romildo do Rêgo Barros
Virtualidades
En una conversación reciente conmigo, alguien usó la expresión “mundo virtual”. Es una expresión que se tornó común, y ya no llama la atención de nadie.
Y sin embargo, tal vez por la naturaleza de la conversación, la expresión, lejos de parecerme banal, se destacó de las otras frases dichas, muchas de las cuales no guardé en la memoria, y, como ocurre en el cine, se congeló. Cuando eso sucede, cuando una secuencia se rompe, se hace necesario decir algo nuevo.
Entendí mejor lo que había sucedido cuando noté que mi sorpresa no era provocada por la constatación de que los objetos virtuales anden propagándose por el mundo, sino, casi por lo contrario, por la idea de que lo virtual pueda, en sí mismo, constituir un mundo.
O sea, en lugar de lo imaginario moldarse en la imagen del cuerpo humano, y por eso tienda casi naturalmente a la configuración, que un nuevo imaginario pueda surgir. Un nuevo imaginario que incluya, además del cuerpo, los suplementos que están separados pero componen con él una nueva unidad; un nuevo imaginario que permita, por ejemplo, que el título de un evento como el nuestro pueda abrigar dos significantes que podrían oponerse: imperio, en singular, e imágenes, en plural: un imperio concentra, unifica, en cuanto que las imágenes aparecen como dispersión. ¿Cómo sería un imperio hecho de imágenes? ¿En qué sería un imperio?
En 1930, cuando Freud se refirió a los instrumentos artificiales creados para ampliar los recursos del cuerpo, la virtualidad no constituía un mundo. Ni se usaba el término, por lo menos con el sentido que pasó a tener en nuestra época[1]. Si el telescopio permitía ver más lejos que los ojos, no podía decirse que pasaría a ser el nuevo modelo de la visión, así como el teléfono – para citar dos de los ejemplos usados por Freud – no pasó a ser la anticipación de lo que sería la voz futura. El carácter de instrumento parece haber sido preservado en esa época.
Por lo tanto, la expresión “mundo virtual” no parece querer decir que el surgimiento y multiplicación de máquinas nuevas, aún las inéditas, es tan frecuente e intenso que el mundo pasó a ser consonante con ellas: donde hay mundo, habrá máquinas. Las máquinas tenderían a recubrir el mundo. Pero continuarían dos, máquinas y mundo.
En lugar de eso, lo que vemos es una disolución más o menos rápida de la separación entre los dos, mundo y máquinas. Permanece el aspecto de extensión de las posibilidades del cuerpo destacado por Freud, pero sin que se sepa muy bien donde termina el mundo – o, más particularmente, el cuerpo – y donde empiezan las máquinas. O sea, parece haberse perdido de vista la localización de la frontera entre los dos, que parecía infranqueable.
Ejemplo
Algunas semanas atrás, fue divulgada en el facebook una caricatura que muestra un cuerpo en variadas posiciones calcadas del Kama Sutra. Además, la caricatura tiene el título de “Kama Sutra del siglo XXI”. El calificativo “del siglo XXI” se debe al hecho de que el partenaire del sujeto vagamente retratado es… un notebook. No significa que el sujeto esté practicando alguna forma de sexo con el notebook. Lo que ocurre es que el sujeto, digitando en su máquina, varia la posición del cuerpo, imitando en eso las posiciones del Kama Sutra.
Una cosa es decir que se trata de una crítica a una supuesta mecanización del sexo, que hubiera perdido su carácter humano. El notebook seria aquí un instrumento al cual se le dio tal importancia que terminó por tornarse un partenaire erótico, mucho más allá de la función de un utilitario y en detrimento del otro sexo. De hecho, esa promoción del instrumento puede ser vista en las calles, donde desfilan los pasantes concentrados en sus smartphones.
Podemos asistir, aquí mismo en este número del Flash, en el vídeo realizado por Marcelo Veras, a una representación de lo que sería un mundo donde cada uno estaría encerrado en sí mismo… con su Smartphone (el “sí mismo” incluye el Smartphone), y donde la única ocasión de encuentro con el otro, de por lo menos mirarlo, vendría de un tropezón.
A ese respecto, comenta Silvia Ons:
“Así, las imágenes televisivas, el celular, el computador captan nuestra mirada y si en algunos casos producen adicción, es porque ahí es el sujeto que queda capturado al modo de lo que Baudelaire decía del opio: ‘soy fumado por la pipa’.”
Y, más adelante,
“La tecnología anula los espacios que estaban confinados al silencio, lejos quedó la multitud silenciosa que hoy transita acompañada por los indefectibles celulares, hablando o enviando mensajes de textos sin substancia.”
La adicción a la cual se refiere la autora ciertamente no es la búsqueda de complementos apuntando a sanar las insuficiencias del cuerpo, mas algo semejante a la absorción de substancias como se ve en las toxicomanías, en la ruptura del casamiento del sujeto con el hace-pipi, como decía Lacan. Hay la producción de una nueva unidad, formada por el cuerpo más sus suplementos. ¿Esto hará parte de la marca de nuestros tiempos que Lacan fijó con la expresión “el objeto a en el cenit”…?
El hombre y sus imágenes
La primera pregunta que se hizo probablemente Lacan sobre la construcción de la imagen resultó en el estadio del espejo. En él tenemos a un niño, un infans, frente a un espejo, amparado por alguna persona o equipamiento que responda, hasta donde es necesario, por las funciones maternales. El niño reacciona con júbilo al ver reproducida su imagen en el espejo, inclusive antes de que las dos dimensiones, niño y espejo, coincidan por el acto de una nominación: ese eres tú.
Desde entonces hay una división incurable en el niño: de un lado, la inestabilidad de la imagen, como apunta José Fernando Velazquez:
“Ese par “hombre-imagen” es más inestable y frágil de lo que se supone; en ella hay escansiones, suspensiones, traumatismos; encuentro y desencuentro; surgimiento y desaparecimiento; afirmación y negación; ilusión y desilusión; sueño y frustración.”
Y, del otro, la inevitable fluctuación en las relaciones entre el sujeto y el Otro. Los dos lados actúan juntos y son interdependientes, bajo el imperio del Otro.
Lo que sucede en nuestra época, en que el objeto a subió al cenit, es que esa división cambia de polos, y las imágenes y objetos pasan a representar la alteridad. Esto constituye una formidable crisis – tal vez sin precedentes – en lo simbólico.
Como nos indica Mónica Febres Cordero,
“No se trata más del cuerpo de la imagen ni del estadio del espejo, se trata ahora de un cuerpo que goza de sí mismo.”
El imperio de las imágenes, con esa transformación, aparece como una sucesión ininterrumpida de imágenes – en lugar de una concentración rígida como en los imperios de la tradición. Eso puede ser visto en el documental “A Janela da Alma” [La Ventana del Alma], de João Jardim y Walter Carvalho. En una de las escenas, la cámara, que en este caso representa la visión deficiente de alguien de dentro de un auto, recorre las calles de una gran ciudad, y lo que aparece para nosotros, espectadores, son las manchas luminosas de los faroles rojos.
Las formas no son muy distintas, pero son imágenes.
Revisión: Maria do Carmo Dias Batista
Traducción del portugués: Pablo Sauce
[1] “El Diccionário de Etimologia Online informa que el sentido de “fisicamente no existente, mas simulado por software” apareció en 1959.” (Wikipedia, verbete “virtual”}