EDITORIAL

Romildo do Rêgo Barros

Virtualidades

En una conversación reciente conmigo, alguien usó la expresión “mundo virtual”. Es una expresión que se tornó común, y ya no llama la atención de nadie.

Y sin embargo, tal vez por la naturaleza de la conversación, la expresión, lejos de parecerme banal, se destacó de las otras frases dichas, muchas de las cuales no guardé en la memoria, y, como ocurre en el cine, se congeló. Cuando eso sucede, cuando una secuencia se rompe, se hace necesario decir algo nuevo.

Entendí mejor lo que había sucedido cuando noté que mi sorpresa no era provocada por la constatación de que los objetos virtuales anden propagándose por el mundo, sino, casi por lo contrario, por la idea de que lo virtual pueda, en sí mismo, constituir un mundo.

O sea, en lugar de lo imaginario moldarse en la imagen del cuerpo humano, y por eso tienda casi naturalmente a la configuración, que un nuevo imaginario pueda surgir. Un nuevo imaginario que incluya, además del cuerpo, los suplementos que están separados pero componen con él una nueva unidad; un nuevo imaginario que permita, por ejemplo, que el título de un evento como el nuestro pueda abrigar dos significantes que podrían oponerse: imperio, en singular, e imágenes, en plural: un imperio concentra, unifica, en cuanto que las imágenes aparecen como dispersión. ¿Cómo sería un imperio hecho de imágenes? ¿En qué sería un imperio?

En 1930, cuando Freud se refirió a los instrumentos artificiales creados para ampliar los recursos del cuerpo, la virtualidad no constituía un mundo. Ni se usaba el término, por lo menos con el sentido que pasó a tener en nuestra época[1]. Si el telescopio permitía ver más lejos que los ojos, no podía decirse que pasaría a ser el nuevo modelo de la visión, así como el teléfono – para citar dos de los ejemplos usados por Freud – no pasó a ser la anticipación de lo que sería la voz futura. El carácter de instrumento parece haber sido preservado en esa época.

Por lo tanto, la expresión “mundo virtual” no parece querer decir que el surgimiento y multiplicación de máquinas nuevas, aún las inéditas, es tan frecuente e intenso que el mundo pasó a ser consonante con ellas: donde hay mundo, habrá máquinas. Las máquinas tenderían a recubrir el mundo. Pero continuarían dos, máquinas y mundo.

En lugar de eso, lo que vemos es una disolución más o menos rápida de la separación entre los dos, mundo y máquinas. Permanece el aspecto de extensión de las posibilidades del cuerpo destacado por Freud, pero sin que se sepa muy bien donde termina el mundo – o, más particularmente, el cuerpo – y donde empiezan las máquinas. O sea, parece haberse perdido de vista la localización de la frontera entre los dos, que parecía infranqueable.

Ejemplo

Algunas semanas atrás, fue divulgada en el facebook una caricatura que muestra un cuerpo en variadas posiciones calcadas del Kama Sutra. Además, la caricatura tiene el título de “Kama Sutra del siglo XXI”. El calificativo “del siglo XXI” se debe al hecho de que el partenaire del sujeto vagamente retratado es… un notebook. No significa que el sujeto esté practicando alguna forma de sexo con el notebook. Lo que ocurre es que el sujeto, digitando en su máquina, varia la posición del cuerpo, imitando en eso las posiciones del Kama Sutra.

Una cosa es decir que se trata de una crítica a una supuesta mecanización del sexo, que hubiera perdido su carácter humano. El notebook seria aquí un instrumento al cual se le dio tal importancia que terminó por tornarse un partenaire erótico, mucho más allá de la función de un utilitario y en detrimento del otro sexo. De hecho, esa promoción del instrumento puede ser vista en las calles, donde desfilan los pasantes concentrados en sus smartphones.

Podemos asistir, aquí mismo en este número del Flash, en el vídeo realizado por Marcelo Veras, a una representación de lo que sería un mundo donde cada uno estaría encerrado en sí mismo… con su Smartphone (el “sí mismo” incluye el Smartphone), y donde la única ocasión de encuentro con el otro, de por lo menos mirarlo, vendría de un tropezón.

A ese respecto, comenta Silvia Ons:

“Así, las imágenes televisivas, el celular, el computador captan nuestra mirada y si en algunos casos producen adicción, es porque ahí es el sujeto que queda capturado al modo de lo que Baudelaire decía del opio: ‘soy fumado por la pipa’.”

Y, más adelante,

“La tecnología anula los espacios que estaban confinados al silencio, lejos quedó la multitud silenciosa que hoy transita acompañada por los indefectibles celulares, hablando o enviando mensajes de textos sin substancia.”

La adicción a la cual se refiere la autora ciertamente no es la búsqueda de complementos apuntando a sanar las insuficiencias del cuerpo, mas algo semejante a la absorción de substancias como se ve en las toxicomanías, en la ruptura del casamiento del sujeto con el hace-pipi, como decía Lacan. Hay la producción de una nueva unidad, formada por el cuerpo más sus suplementos. ¿Esto hará parte de la marca de nuestros tiempos que Lacan fijó con la expresión “el objeto a en el cenit”…?

El hombre y sus imágenes

La primera pregunta que se hizo probablemente Lacan sobre la construcción de la imagen resultó en el estadio del espejo. En él tenemos a un niño, un infans, frente a un espejo, amparado por alguna persona o equipamiento que responda, hasta donde es necesario, por las funciones maternales. El niño reacciona con júbilo al ver reproducida su imagen en el espejo, inclusive antes de que las dos dimensiones, niño y espejo, coincidan por el acto de una nominación: ese eres tú.

Desde entonces hay una división incurable en el niño: de un lado, la inestabilidad de la imagen, como apunta José Fernando Velazquez:

“Ese par “hombre-imagen” es más inestable y frágil de lo que se supone; en ella hay escansiones, suspensiones, traumatismos; encuentro y desencuentro; surgimiento y desaparecimiento; afirmación y negación; ilusión y desilusión; sueño y frustración.”

Y, del otro, la inevitable fluctuación en las relaciones entre el sujeto y el Otro. Los dos lados actúan juntos y son interdependientes, bajo el imperio del Otro.

Lo que sucede en nuestra época, en que el objeto a subió al cenit, es que esa división cambia de polos, y las imágenes y objetos pasan a representar la alteridad. Esto constituye una formidable crisis – tal vez sin precedentes – en lo simbólico.

Como nos indica Mónica Febres Cordero,

“No se trata más del cuerpo de la imagen ni del estadio del espejo, se trata ahora de un cuerpo que goza de sí mismo.”

El imperio de las imágenes, con esa transformación, aparece como una sucesión ininterrumpida de imágenes – en lugar de una concentración rígida como en los imperios de la tradición. Eso puede ser visto en el documental “A Janela da Alma” [La Ventana del Alma], de João Jardim y Walter Carvalho. En una de las escenas, la cámara, que en este caso representa la visión deficiente de alguien de dentro de un auto, recorre las calles de una gran ciudad, y lo que aparece para nosotros, espectadores, son las manchas luminosas de los faroles rojos.

Las formas no son muy distintas, pero son imágenes.

 

Revisión: Maria do Carmo Dias Batista

Traducción del portugués: Pablo Sauce

 


 

[1] “El Diccionário de Etimologia Online informa que el sentido de “fisicamente no existente, mas simulado por software” apareció en 1959.” (Wikipedia, verbete “virtual”}

Silvia Ons

 

Tradicionalmente se consideró que el sujeto dirige su intencionalidad al campo de los objetos, en una suerte de direccionalidad que va desde el interior al exterior. El mundo permanece en su lugar como un afuera y es la conciencia la que se orienta a lo que habita en el mundo, así Sartre recuerda las palabras de Husserl: “la conciencia es conciencia de algo”[1]. Lacan[2] combate la concepción de que un sujeto tenga por delante un objeto al que apunta, ya que tal idea oculta que es el objeto mismo el que puede causar tal orientación allí donde el sujeto se cree dueño de la percepción. Así, las imágenes televisivas, el celular, la computadora captan nuestra mirada y si en algunos casos producen adicción, es porque allí es sujeto queda tomado al modo de lo que Baudelaire decía del opio: “soy fumado por la pipa”.

Las cámaras y aparatos que pueblan nuestro mundo virtual y que están tan incorporados a la cotidianidad, carecían antaño de la liviandad con la que hoy son tomados. Basta considerar todo el tiempo que llevó incorporar la lente en su utilidad para corregir los defectos oculares[3]. Seguramente inventadas por algún vidriero que las construyó por azar fueron rechazadas por los ámbitos cultos, el nombre “lentes” significa legumbre, lenteja, es vulgar, y bastaba por si solo para colocar fuera de los círculos elevados el origen del objeto indicado. Ellas nacieron en entornos diferentes y fueron rechazadas, juzgadas indignas, no se habló de ellas por más de tres siglos y aún a comienzos del siglo XVII la ignorancia de los científicos era casi completa, como su desconfianza respecto de los primeros anteojos construidos por simples artesanos. Fue necesario el genio de Galileo[4] para sacudir este prejuicio, pero cabe encontrar en el mismo, la extrañeza respecto a un cristal que es considerado engañoso respecto a la verdad.

Esos prejuicios pre científicos captaban, a su manera, el carácter foráneo del aparato creado por el hombre. Pensemos en el poder concedido inicialmente a la cámara de fotos como pudiendo arrebatar el alma. Un psicoanalista llamado Víctor Tausk[5], discípulo de Freud, habló de la importancia de la “máquina de influencia” en las psicosis. Es que en estos cuadros los aparatos tecnológicos pueden ser vividos como siendo capaces de alterar el cuerpo de los sujetos. Así, una paciente paranoica sentía que el televisor emitía imágenes y voces sarcásticas dirigidas a ella. Otro paciente decía que de la radio emanaban mensajes destinados a su persona e internet irradiaba luces que lo penetraban. Se dirá que se trata de una locura y esto es cierto, pero cabe encontrar que esa locura habla de la influencia, que sin llegar a este plano delirante, tiene el mundo virtual sobre nosotros y que es desapercibida. Freud utiliza la metáfora del cristal para explicar la diferencia entre neurosis y psicosis ya que cuando el cristal se rompe –la psicosis-lo hace siguiendo sus articulaciones normales. Su idea es que desde las desfiguraciones y exageraciones de lo patológico, se puede colegir la simplicidad aparente de lo normal. Tausk advierte que en la psicosis, los aparatos que ejercen influencia están íntimamente relacionados con el cuerpo del paciente, y que la dimensión exterior-interior se esfuma. Sin ir a estos extremos, cabe reflexionar la manera en la que nombramos los cuerpos: cuando se quiere dar cuenta de un gran estado de excitabilidad se dice que alguien está “eléctrico” aludiendo así un cuerpo que ya no semeja lo humano, también cuando se alude a un máximo rendimiento se dice de alguien que es “una máquina”, un “avión” o “un motor”. Ponerse en carrera es tener “pilas” y ponérselas la demanda dirigida a aquel que “se cuelga” como se dice de la computadora. “Bajar un cambio” es un dicho corriente de alguien que está muy acelerado como un motor, “desacelera” va en la misma dirección. “Repone el motor” es una frase empleada como consejo de descanso y “es hora de que arranques” cuando se descansa demasiado. Los alimentos de consumo y los medicamentos vitamínicos no acentúan tanto el bienestar sino la potencia en términos de energía. Detengamos en los mensajes publicitarios, en las ofertas de consumo, en el marketing de nuestros días, para observar de qué manera todo está orientado no tanto a vivir mejor sino a hacerlo más intensamente. Paul Virilio[6] nos muestra que ello equivale a tratar lo viviente como motor, máquina de acelerar constantemente. El poder tecnológico afecta la manera de vivir el cuerpo y la psicosis, bajo la forma delirante, así como los prejuicios pre científicos hablan de esa afectación. Pero sin ir a ellos ubiquemos algunas de las formas en las que inciden en nuestras vidas, vidas sin secretos y sin silencio.

La tecnología anula los espacios que estaban confinados al silencio, lejos ha quedado la muchedumbre silenciosa que hoy transcurre acompañada por los infaltables celulares, hablando o enviando mensajes de texto insustanciales. Heidegger destacó que el hombre hundido en la temporalidad moderna no puede detenerse, es ávido de novedades, propenso a las habladurías y a comprender todo sin previa apropiación de las cosas

El tema vinculado con el hackeo de videos nos lleva a una pregunta que trasciende este acto delictivo: ¿existen acaso videos privados? Ya el ojo de la cámara quiebra la ilusión de espacios íntimos hay algo que se da a ver, la reserva desaparece. Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook dijo: “hay que romper el lazo entre el secreto y lo íntimo, porque ese lazo es una herencia obsoleta del pasado”. Por su parte Eric Schmidt, gerente general de Google remató: “La preocupación por preservar su vida privada ya no era de todos modos una realidad más que para los criminales”. Julian Assange, creador de Wilileaks, dijo que también había terminado el tiempo de los secretos de Estado. Los amos de la Net no tienen escrúpulos a la hora de profetizar el devenir de nuestros tiempos como el de la era de la trasparencia. Analizaremos algunos de los efectos sobre sujetos y en los lazos amorosos y sociales.

Cada vez parece más difícil la convivencia de las parejas, cada vez ella dura menos, cada vez deshace más rápido la relación amorosa. Siempre se supo que la excesiva proximidad era enemiga del amor, pero quizás lo nuevo es la fugacidad con la que tal vecindad afecta el vínculo, al extremo de romperlo prematuramente. ¿No es acaso el valor otorgado a lo “nuevo” lo que lleva a que los sujetos no soporten la inevitable caída del enamoramiento dado por la convivencia? Miller nos dice que el culto por lo nuevo es la nueva forma sintomática del malestar en la cultura, claro que cada día algo nuevo se mantiene menos nuevo y menos tiempo: los objetos se reemplazan por los de último modelo. Tal devoción incide notablemente en los lazos amorosos, ante la menor decepción lo “nuevo” será siempre visto como mejor, es así que esta época predispone como ninguna otra a la infidelidad. Detengamos en los mensajes publicitarios, en las ofertas de consumo, en el marketing de nuestros días, para observar de qué manera todo está orientado no tanto a vivir mejor sino a hacerlo más intensamente. Resulta interesante observar cómo nos asechan las exigencias de felicidad, las imposiciones de dicha. Son esos imperativos los que propician la búsqueda de “nuevas aventuras” con la ilusión de encontrar el goce que falta. Al mismo tiempo, podemos decir que si esta época predispone como ninguna a la infidelidad es quizás la época en la que menos se la tolera y en la que más se la controla. El facebook y el celular quiebran los espacios antes secretos, provocando infinidad de separaciones.

El voyeurismo está siempre presente en nuestra época, ya Debord[7] nos decía que en la sociedad del espectáculo un nuevo valor aparece, que no es ya el del ser ni del tener, sino el de aparecer. La importancia de la imagen ya había sido pensada por Heidegger, cuando en la década del 30 escribió su conocido ensayo “La época de la imagen del mundo” en el que afirma, luego de explicar cómo cada época se basa en una interpretación diferente de lo ente, que lo que caracteriza a la modernidad es el mundo como imagen.

Heidegger[8] dirá que toda la metafísica moderna se mantiene en la interpretación del ente iniciada por Descartes. Se trata de una metafísica donde el hombre se convierte en el centro de referencia de lo ente como tal y esto es posible en tanto el mundo ha devenido imagen. Imagen del mundo significa no tanto calco, sino “estar al tanto de algo”, situar a lo ente mismo ante sí para ver qué ocurre con él y mantenerlo siempre ante sí en esa posición. Imagen del mundo significa concebir el mundo como imagen. Considero que actualmente a ello se le agrega el mundo como “ojo” y que Lacan se anticipó sabiamente cuando diferenció la visión de la mirada. Una mirada está presente más allá de lo que podemos ver, una mirada a la que se le entregan los videos, las fotos, lo que antes era privado, una mirada que ejerce un control sobre las existencias y que llama a los impulsos convocándolos. En este sentido en esta época de supuesto libertinaje, hay muy poco espacio para la libertad, pese a que se crea lo contrario ya que la libertad del secreto ha desaparecido. Hay un momento en la vida del niño que tiene suma importancia y es aquel en el que puede mentir, ya que en esa mentira comprueba que sus padres no lo conocen integralmente, que es distinto, otro. En el siglo de la transparencia se pierde esta dimensión de opacidad necesaria, margen para nuestra libertad. Así, cuando la misma pareja filma un video erótico las puertas que preservaban su intimidad se han abierto, el ojo de cámara   ha entrado en el recinto privado para captar el secreto del goce. ¿No son acaso las cámaras que pueblan el mundo nuevos dispositivos de control? ¿Esos dispositivos que Foucault[9] pensó como el panóptico en las cárceles y la vigilancia al servicio del poder, están ahora presentes en torno a la sexualidad que ha perdido su carácter velado.

Una magnífica serie llamada   Black Mirror muestra, en su tercer episodio la influencia de un invento revolucionario que cambia la forma de vida de los ciudadanos: un mini-ordenador implantado bajo la piel tras la oreja que graba absolutamente todo lo que ven durante el día, basta activar un botón para acceder a las imágenes. Se puede proyectar en cualquier pantalla, todos pueden verlo o su portador revisarlo sin la presencia de otros, es tan común como lo es hoy en día un celular y se implanta detrás de la oreja desde el nacimiento. Ese aparato centrará la crisis de pareja de Liam y Ffion. A partir de una reunión de amigos, él empezará a analizar cada escena grabada entre su mujer y un exnovio, cada gesto, cada intención, cada insinuación oculta una y mil veces, hasta la resolución final. Las imágenes confirman una y otra vez que ella lo engaña con Jonas, son gestos que nada lo probarían con certeza, pero Liam no ha borrado las antiguas filmaciones eróticas de la relación. Ffion llega a pensar que el hijo es en realidad del examante cayendo en una suerte de locura donde las palabras de ella no alcanzan, es que lo que cuenta son las grabaciones. El aparato comanda la vida de los sujetos, cuando se presiona el botón, los ojos de los protagonistas se tornan blancos y vidriosos sin parpadeo como si perdiesen la dimensión humana y adquiriesen los de una cámara. Finalmente Ffion de manera sangrienta frente al espejo se extirpa el aparato cortándose la cara .La serie invita a variadas reflexiones, el miniordenador es llamado “grano” y no tiene exterioridad respecto al cuerpo para ser entonces el mismo cuerpo tan virtual como las imágenes. ¿Y no es acaso mediante el corte que se intenta una consistencia?

 


 

[1] Sartre, J. P.,( 1947) « Une idée fondamentale de la phénoménologie de Husserl : l’intentionnalité », en Situatios I, París ,Gallimard.

[2] Lacan, J., ( 2006) “La angustia”, El Seminario, Libro 10, trad. Enric Berenger Bs. As., Paidós.

[3] RONCHI, VASCO,( 1983) Storia della luce. Da Euclide a Einstein, Laterza, Bari.

[4] Galileo fue el primero del mundo de la cultura y de la filosofía que llegó a la conclusión de que se debía creer en lo que veía el anteojo. Con esta premisa lo dirige al cielo haciendo descubrimientos asombrosos, con la ciencia se inaugura el tiempo de un ojo exterior al sujeto.

[5] TAUSK, V. (1977): “De la génesis del aparato de influencia durante la esquizofrenia”, en “Obras Psicoanalíticas”, Bs. Asa., Ed. Morel.

[6] Virilio, P., (1996) El arte del motor, trad. Horacio Pons, Bs. As., Manantial.

[7] Debord, G., La sociedad del espectáculo, Bs. As., La marca. Biblioteca de la mirada, 1995.

[8] Heidegger, M., “La época de la imagen del mundo”, Caminos de bosque, Bs. As. Alianza, 2005, pp.63-78.

[9] Foucault, M., (2012) Vigilar y castigar, Bs.As., Siglo XXI y B. Nueva.

Mónica Febres Cordero

 

Lacan, en “Joyce el síntoma”, conferencia que dictó en la Sorbona en 1975, dice que el hombre tiene un cuerpo. Al cuerpo se lo tiene, no se es un cuerpo. El término parletre surge en este punto para designar lo que antes era el sujeto del inconsciente. Es un paso del sujeto del inconsciente, el sujeto de la representación, al parletre o cuerpo hablante y cuyo asiento es el cuerpo.

Como lo indica Miller en “El Ser y el Uno”[1] durante la mayor parte de su enseñanza el lugar del significante lacaniano era cambiante, con efectos dialécticos y de significación. Esto varía cuando se impone el significante Uno, al nivel de la existencia. Su correlato es el goce opaco al sentido, índice de lo real. La sustancia gozante queda asignada al cuerpo que se define como lo que se goza. No se trata ya del cuerpo de la imagen ni del estadio del espejo, se trata ahora de un cuerpo que se goza a sí mismo. Cuando el goce era pensado como imaginario estaba referido al narcisismo y a la forma del cuerpo. El deseo y el reconocimiento del Otro tenían ahí sus raíces. Se produce un vuelco cuando el goce pasa al registro de lo real. Miller llama a este goce primario, es anterior a la introducción de la dialéctica significante y corresponde al autoerotismo freudiano.

¿Cómo entender la consistencia de lo imaginario en esta nueva perspectiva conceptual y qué conclusiones clínicas podemos extraer?

Eric Laurent, en el argumento para ENAPOL VI, “Hablar con el propio síntoma, hablar con el cuerpo”[2] dice que para Lacan lo imaginario tenía una consistencia equivalente a la de lo simbólico y que hay un cuerpo de lo imaginario, un cuerpo de lo simbólico y un cuerpo de lo real. Lo imaginario es lo que nos permite desembrollarnos, dice Laurent. Su importancia radica en que, al permitir salir del embrollo con la imagen, permite un saber hacer, un hacer posible, con la inexistencia de la relación sexual. Saber hacer con la imagen, como saber hacer con el síntoma. Desarrollo similar al que trae Miller en El ultimísimo Lacan[3], en donde propone que al estar el cuerpo metido en el sinthome, saber manipularlo es similar a lo que el hombre puede hacer con su imagen, corregirla, ponerla de moda…

 


 

[1] Miller, J.-A., Curso de la orientación lacaniana, “El ser y el Uno”, inédito

[2] Laurent, E., www.enapol.com

[3] Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, Bs. Aires, 2012.

José Fernando Velásquez

 

La relación del hombre con la representación que percibe, con la que habita en su siquismo, y con las que crea mediante las técnicas antiguas y modernas, exige una consideración tan propia como la que tiene con el significante y con el goce pulsional. Así como en ellas, la posición de sujetos pareciera depender también de la condición de ser espectadores de la imagen. Las imágenes tienen una potencia real como la estimulación corporal; también tienen eco en el otro; tienen la capacidad de retener la memoria y de corresponder o no a aquello que dice representar.

Esa dupla “hombre – imagen” es más inestable y frágil de lo que se supone; en ella hay escansiones, suspensos, traumatismos; encuentro y desencuentro; surgimiento y desaparición; afirmación y negación; ilusión y desilusión; ensueño y frustración. El trato con la propia imagen como algo externo es tan singular como nos lo muestra el fenómeno llamado “despersonalización”: “¿Soy yo ese otro?”. Lo que recordamos y lo que olvidamos va acomodando una imagen ficticia que vamos haciéndonos de nuestro paso por el mundo. El mismo ser humano es una imagen transitoria y de paso que nos convierte en “fantasmas del presente”[i].

El impacto de las imágenes de acontecimientos macabros de la actualidad a través de la prensa escrita y la que circula por TV y los medios digitales, es un efecto logrado de sus autores para hacerlas imborrables, que no se desvanezcan, que despierten los sentidos, nos convierten en voyeurs. Pero a pesar de su intensidad también son efímeras: Sucede que el hecho pasado es cubierto por el horror de un nuevo acontecimiento y no hay posibilidad de lograr la tramitación de lo que en el anterior se pierde. Banalización de la memoria que se transforma como fatalidad y absurdo. En los conflictos locales de cualquier escala, las manchas de sangre se borran derramando más sangre, como si para borrar una mancha de tinta usáramos más tinta.

En el extremo contemporáneo vivimos en el imperio de las imágenes que se almacenan en nuestra memoria colectiva, con códigos particulares a los medios cada vez más abundantes, que las moldean, modifican, repiten, iteran, relentizan, aceleran y las reversan. La fragilidad vence todo intento de hacerlas resistentes al olvido e instalarlas en el presente de manera eterna. En todos ellas la ficción se cuela silenciosa y continuamente a la realidad, donde lo único que progresa de manera paradójica es la notable confianza que tiene el hombre del presente en la imagen y en el anonimato que ella oculta.

La obra del artista Oscar Muñoz (Colombia, 1951) se ha enfocado en la reflexión filosófica acerca de los modos en que están imbricadas imagen, tiempo y memoria. Uno de esos puntos es la inquietante creación y destrucción en el que a cada instante algo se define y algo se disuelve, y esto a nivel individual o en el discurso social. Muñoz obliga al espectador a implicarse en la desaparición de la imagen de los muertos y también los hace responsable de su memoria. Dos de sus obras en https://www.youtube.com/watch?v=3Rpw7kSgh4Uhttps://www.youtube.com/watch?v=uks_l0tQw3U

 


 

[i] Noorthoom V. “Oscar Muñoz: el lugar habitado”. En: “Oscar Muñoz, Entre contrarios”. Seguros Bolivar. Colección de Arte Contemporáneo. 2013. Pág. 19.