EDITORIAL

Mercedes Iglesias

Los textos que leerán a continuación están todos de un modo u otro elaborados a partir de una reflexión en torno a las imágenes y a las repercusiones que esto tiene en la subjetividad humana de nuestra época.

Joel Meyerowitz como fotógrafo muestra el modo en que concibe la fotografía y señala un aspecto que me parece fundamental y es que explica la manera en que se construye una imagen. Es decir, muestra el modo en que toda imagen es la construcción de un marco donde aparecerá un escenario. En su Leika además, no puede observar otra cosa, el marco excluye toda posibilidad de ver algo más. Para él no se trata de fotografiar objetos, cosas, se podría decir, que no se trata de reproducir la realidad, cosa que hacen muy buenos fotógrafos. Para él, en cambio, ese marco supone aceptar que algo entrará en él y otras cosas quedarán fuera. Y eso es lo que le interesa: el modo en que seleccionando lo que va dentro, va captando un modo de relación no hablada, se captan relaciones que aparentemente no están relacionadas entre sí y para él, esto es justamente lo humano. Poder captar algo del potencial, del magnetismo que se establecen en esas imágenes, que pueden parecer inconexas, pero que al fotografiarlas, nos hablan de quienes somos.

Maria Eugenia Cardona de NEL- Miami, analiza la relación del sefie, (denominada en el 2013 la palabra del año!) y el cuerpo. Hemos pasado del autoretrato al selfie, a exponer a otros anónimos algo de lo íntimo. Goce de la mirada sin palabras. El sujeto intenta darse un cuerpo a través del semblante. Ciertamente, nos muestra el modo en que se construye un cuerpo que no se tiene y la imagen viene a tapar lo que de todos modos no deja de insistir. La ilusión de completud que devuelve la imagen es lo que hace del sefie una práctica adorable, tal como señalara Lacan, el amor propio como la causa del imaginario para adorar ese cuerpo que nos devuelve la imagen. Pero también denuncia que esta imagen del cuerpo como espectáculo promociona la impudicia. Nos alejamos de la vergüenza. Y, esto es justamente una de las consecuencias que ha mostrado este mundo de imágenes, que el parletre goza de ese espectáculo, que no se trata solamente de gozar de la imagen propia, que hay más, que quiere gozar más allá.

Del mismo modo encontramos una denuncia importante por parte de Edwin Jijena de NEL-Tarija, esta vez con respecto al mundo de la ciencia. Evidentemente, como señala, las imágenes en este proyecto aprobado por Obama, pasan a ser el tema central de la ciencia. Brian lo considera una iniciativa en la que se donará mucho dinero para que se investigue la el modo de funcionamiento del cerebro, detectar enfermedades cerebrales y diagnosticar enfermedades mentales, y, por supuesto, el comportamiento humano podrá ser establecido a partir de este conocimiento del cerebro. Innumerables disciplinas involucradas, enormes cantidades de dinero, que apuestan como señala, al valor superlativo de las imágenes. Denuncia que de este modo que estamos en una época que prefiere un sujeto silenciado, como si la imagen pudiera captar lo que queda oculto a la mirada y a la palabra.

Antonio Beneti de la EBP realiza dos recorridos: por un lado, la historia del tatuaje en la cultura, y, por otro, los textos de Lacan y Miller para ir entendiendo esta inscripción en el cuerpo. Ciertamente, aunque tiene diferentes connotaciones a lo largo de las culturas el tatuaje puede representar un estigma, marcas correspondiente a seres en desgracias o desaprobados, la representación de Satanás para la Iglesia, símbolo de valentía y coraje en Polinesia. De cualquier modo que lo signifiquemos tanto en las culturas como en la historia, todos ellos, en tanto inscripciones en la piel, van dirigidos a la mirada del Otro. A su juicio, los adolescentes de la actualidad lo hacen para mostrar un conflicto, se sirven de lo imaginario para que sean perceptibles. El tatuaje es un modo de apelar a lo imaginario, pero también invade el campo escópico y la clínica. Es decir, la mirada y el recurrir a lo imaginario como modos de dar solución o expresión a la problemática subjetiva. En la primera enseñanza de Lacan: hay sujeto del inconsciente en el tatuaje, en la última, hay un hablanteser en el tatuaje.

Beatriz Udenio de la EOL, narra su experiencia en relación a lo que supuso ‘La TEVE’ en su infancia. Un acontecimiento generó una caída ‘de su imperio de la dicha’ y una contingencia hizo que apareciera a la vez, el televisor en su casa. Muestra cómo en su relación con la mirada se produce un horror que la lleva a que el ojo apunte a otra parte. En este caso, ‘La TEVE’ fue un lugar hacia el desarrollo de la imaginación, para intentar recuperar el valor de la palabra, tener una garantía de la palabra en esas escenas de ilusión. Lo cual no se logra. Por ello sostiene que cuando la palabra no es performativa, la imagen reina, un modo muy pertinente de relacionar la imagen y la palabra. La salida es que cada quien, en singular, vea cómo se ha servido de los Black Mirrors a su alcance.

Para culminar, quiero señalar el texto de Carlos Márquez de NEL-Caracas quien contrapone el carácter performativo de este imperio, ‘una soberanía dócil a cada quien’. Frente al circo-ular del mercado, opone la clínica por el síntoma, que marca justamente lo que no anda, frente a la realización imaginaria y la renegación de la muerte, le opone el inconsciente como lo no realizado, y frente a la feminización del mundo, el psicoanálisis orienta hacia la feminidad, como el reino del no-todo.

Vídeoflash 5 –  Joel Meyerowitz – Edición de Marcelo Veras para Flash 09

Los escritos en el cuerpo, más precisamente en la piel, siempre existieron en la historia de la humanidad, convocando la mirada del Otro. De esta forma, los tatuajes estarían inscritos bajo la forma de un nudo: piel, cuerpo, mirada del Otro.

Paul Valéry dice que lo más profundo es la piel, la considera como un lienzo humano en el que se dibuja y pinta. Los niños, por ejemplo, juegan, dibujan, pintan y escriben sobre el cuerpo. Se tatúan en esta actividad lúdica. Un proverbio chino dice que “un cuerpo sin tatuar es un cuerpo estúpido!”

La palabra tatuaje proviene de una antigua lengua de Tahití: acto de dibujar. La práctica del tatuaje recibió a lo largo de la historia, en cada época, en cada cultura, diferentes tratamientos, lecturas e interpretaciones, una “práctica de sentido” dada por el Otro de la Cultura de la época.

Los griegos y los romanos, por ejemplo, de donde viene nuestra cultura occidental, no lo consideraban una práctica respetable y la usaban para marcar esclavos, criminales y gladiadores. La usaban para marcar a aquellos que caían en desgracia o desaprobación. Así, hasta hoy, una cierta marca de “marginalidad” acompaña a quien se tatúa.

La palabra latina para tatuaje era: stigma. Así, “el tatuado era un estigmatizado”. Tal vez sea este el sentido universal, más popular, aún vigente…

Históricamente, la Iglesia lo consideró una señal de paganismo a ser erradicado, o una manifestación de los poderes de Satanás. Sin embargo, muchas referencias en los textos antiguos indican que era común o costumbre de los primeros cristianos tatuarse una cruz, el nombre de Cristo, un pez o un cordero, como signo de identificación y pertenencia religiosa.

Los árabes, principalmente las mujeres, se tatuaban “dagg” o “daqq”, elemento ornamental o terapéutico, cumplimiento de un deseo con la intención de preservar el amor de un hombre o facilitar la inducción del embarazo.

En el Antiguo Testamento existe un pasaje donde se prohíbe el tatuaje o las escarificaciones. En verdad, el judaísmo no permite ningún tipo de marca en el cuerpo.

Ya en la Polinesia, la práctica del tatuaje está bien desarrollada; es signo de identidad personal en las islas del Pacífico. En la antigua Samoa, tatuar era un oficio heredado con posición privilegiada. El tatuaje en el joven marcaba una transición hacia la adultez y era prueba de virilidad y coraje.

Y, así, encontramos presente en varios pueblos de occidente y oriente, en varias culturas, milenariamente, con varias funciones e innumerables significaciones sociales: señal de belleza, devoción religiosa, marca de transición del joven al adulto, distintivo del clan o tribu, medio de identificación personal o forma de demostrar valor o virilidad, estímulo de atracción sexual, talismán para espantar malos espíritus, parte necesaria de los ritos funerarios, distinción entre la mujer casada y la soltera, prueba de amor, forma de marcar e identificar esclavos, marginales y convictos (segregación). También podía tener fines curativos y preventivos. Los temas representados eran eróticos, guerreros, religiosos, alusivos a mitos o leyendas, plantas, animales o escenas de la vida cotidiana. Pero siempre una marca inscrita en el cuerpo, una inscripción sobre la piel dirigida a la mirada del Otro.

Para Severo Sarduy (1996), en su trabajo “Escritos sobre el cuerpo”, en el que trata la unión entre literatura y tatuaje, el tatuaje es un escrito sobre el cuerpo. Confiere al tatuaje una dimensión equiparable a la literatura y sostiene que esta debe ser moldeada por la operación del dibujo dérmico, que implica circunscripción, punción, dolor y coloración. Privilegia el campo escópico, el mirar, el espacio y el tacto. Para Sarduy, la literatura es el arte de lo pictórico. La autobiografía de Sarduy puede ser reconstruida a partir de las inscripciones en su cuerpo en forma de cicatrices y suturas por accidentes y enfermedades, que constituyen una verdadera arqueología de la piel. En “El Cristo de la rue Jacob”, escrito autobiográfico, el cuerpo humano, para acceder al sentido, tiene que transformase en texto móvil, en la marca de una inscripción y de un desciframiento.

Y la piel funciona como espejo y superficie reflectora.

Así, en “Un testigo fugaz y disfrazado”, dice:

 

“Sirva mi cuerpo cifrado

De emblema o de silogismo

La piel es un blasón vivo

Se descifra en negativo

Se lascera a sí misma”

 

La adolescencia parece ser el período en que hay un mayor “trabajo de tatuaje”, funcionando como coadyuvante para una amplia gama de conflictos propios de la edad. Al colocarlos en la superficie del cuerpo, sirviéndose de lo imaginario, tales conflictos se hacen perceptibles.

Hoy, el tatuaje es un fenómeno social que se intensifica, prolifera pero es cada vez más singular. Son tatuajes extraños, incomprensibles, ininterpretables, en este mundo en el que lo imaginario tiene un papel prevalente con respecto a lo simbólico.

Actores y actrices de todo orden y todos los campos (cine, teatro, televisión, porno, etc.) se presentan con sus cuerpos tatuados, provocando la mirada centrada en el tatuaje. Parece que vivimos una época de “tatuaje generalizado”, de un “todos tatuados”: adolescentes y jóvenes “playeros”, “académicos”, “salidores”, médicos, jueces, etc. Es algo que llama la atención e invade el campo escópico y de la clínica.

Cuando surge, hoy, alguien tatuado, se mira el tatuaje. Es como si el resto se apagase. Se trata de un detalle que adquiere mayor visibilidad que el todo corporal.

El tatuaje en la enseñanza de Lacan

Intentemos pensar el tatuaje en el ayer, en el siglo pasado y hoy, en el siglo XXI, en lo contemporáneo, a partir de algunas puntuaciones de Lacan y de Miller con relación al tema.

Evoco, para comenzar, el texto “La agresividad en psicoanálisis”, de 1948 (página 97, Siglo XXI, 1991):

“Hay aquí una relación específica del hombre con su propio cuerpo que se manifiesta igualmente en la generalidad de una serie de prácticas sociales –desde los ritos del tatuaje, de la incisión, de la circuncisión en las sociedades primitivas, hasta en lo que podría llamarse lo arbitrario procustiano de la moda, en cuanto que desmiente en las sociedades avanzadas, ese respeto de las formas naturales del cuerpo cuya idea es tardía en la cultura”.

Hay un sujeto del inconsciente en el tatuaje…

En El SeminarioLa angustia, de 1963, páginas 274-276, Lacan se refiere a “la mancha y el lunar” y, más precisamente en la página 275, habla de las “virtudes del tatuaje”. En El Seminario 11, en “el mirar del ciego y el punto cero del mirar”, Lacan no habla directamente del tatuaje, pero se refiere a la función de la mancha en una ocasión en la que trabaja la cuestión del objeto mirada. Es decir, el tatuaje muestra y esconde, tal como la mancha.

Otra referencia es el texto “Propuesta sobre la mutilación”, de Jacques-Alain Miller (Correio da EBP, número 25, 1997, pg.33 – “Carícia sobre a pele”), que coloco al final del texto como “cloture”.

Recurriremos también a una lección de Silet en que Miller trabaja la cuestión del mirar, en el curso Los divinos detalles, recién establecido y publicado por Paidós, y la revista Lazos nro. 6, de la EOL/Rosario.

Encontré otra referencia sobre el tema en un libro de Silvia Reisfeld, una psicoanalista que hace una lectura diferente de la que haría un lacaniano de los hechos clínicos y de la elaboración teórica de ciertas cuestiones, ya que se trata de un trabajo cuyo eje puede ser considerado fenomenológico. A pesar de que trata sobre la subjetividad, no aborda cuestiones fundamentales para nosotros como la del goce y la del objeto mirada, temas que sólo emergen en el texto a partir de una relectura basada en las referencias que tenemos, tarea que no siempre es fácil.

Con todo, se trata de un texto muy interesante, en el que relaciona el tema con las tribus, la adolescencia, las toxicomanías, con ilustraciones de casos clínicos. Cita también dos filmes importantes sobre el asunto: “Pillow book” e “Irezume, la mujer tatuada.” En este último, una mujer tatúa su cuerpo a partir del dicho de su amante que señala su deseo de que ella tuviese un tatuaje. El tatuaje se torna, en este caso, un fetiche, que hace que ella sea deseada por el hombre: partenaire-síntoma contemporáneo del lado masculino. “Divino detalle” construido por la mujer para “fetichizar”, causar el deseo del hombre que ama.

En el seminario “El hueso de un análisis” (1998) Jacques-Alain Miller dice que, al lado del partenaire-síntoma contemporáneo, la devastación, tenemos el fetiche, un pequeño detalle, como partenaire-síntoma del hombre.

De esa manera, para abordar el tatuaje, este fenómeno de masa contemporáneo y de lazo social, es necesario pensar una clínica que considere al parlêtre, la singularidad subjetiva, más allá del singular fenoménico contemporáneo, pues la clínica es una clínica de lo singular, del detalle.

Entonces, más allá de una función que cumple el tatuaje, tenemos que escuchar la posición de cada uno con relación a su tatuaje, en relación con su propio cuerpo y su dirección con respecto a la mirada del otro. Esto me permite formular: hay un sujeto inconsciente en el tatuaje (primera enseñanza), hay un parlêtre en el tatuaje (segunda enseñanza).

Sería posible escuchar en el relato de dos fragmentos clínicos (que no relataré aquí) que el tatuaje cumple funciones diferentes en cada uno, permitiendo interrogar lo que cada sujeto que se tatúa quiere con un tatuaje. Los dos casos clínicos sugieren que el tatuaje puede funcionar como una “autocura”, en el contexto de las invenciones singulares subjetivas, en determinadas situaciones, para ciertos sujetos. Hay una relación singular del sujeto del tatuaje con el cuerpo, cuando éste tal vez va más allá de un detalle.

El libro de Silvia traza una serie de ítems ligados con el tema: tatuaje y toxicomanía, adolescencia, erotismo, letra, escrito en el cuerpo, moldura corporal, la piel, el grupo de tatuajes, la mirada, entre otros. No voy a detenerme en ellos, apenas menciono que podemos extraer de allí el tema de la relación del tatuaje con el lazo social (tema que trabajamos en otro texto publicado en Opción Lacaniana online).

En el final de El Seminario La angustia, y a partir del capítulo “La esquizia del ojo y la mirada”, de El Seminario 11, Lacan dice que lo que está detrás de la mancha es el ojo, lo que está detrás de la mancha es la mirada. Lacan distingue la función del ojo y de la mirada:

“En otras palabras, ¿no debemos distinguir a este respecto la función del ojo y la de la mirada?

Este ejemplo distintivo, escogido como tal –por ser local, (…) excepcional– sólo es para nosotros una pequeña manifestación de una función que hay que aislar: la función, démosle su nombre, de la mancha. Este ejemplo es valioso porque marca la preexistencia de un dado-a-ver (…). Si la función de la mancha es reconocida en su autonomía es identificada con la de la mirada, podemos buscar su rastro, su hilo, su huella, en todos los peldaños de la constitución del mundo en el campo escópico. Entonces nos daremos cuenta de que la función de la mancha y de la mirada lo rige secretamente y, a la vez, escapa siempre a la captación de esta forma de la visión que se satisface consigo misma imaginándose como conciencia”.[1]

En El Seminario 11, Lacan hace equivaler la función de la mancha, trabajada por él en El Seminario 10, con la función de la mirada. “Este ejemplo es valioso porque marca la preexistencia de un dado-a-ver”. De esta manera, cuando miramos al tatuaje, si no vemos el resto, es la mancha que recae, y nos concentramos allí, sin conseguir retirar el ojo de ella, porque somos capturados por ella.

Lacan acaba por abordar la mirada en cuanto objeto a, en el camino de la mancha y de la señal, observando que la mancha tiene el estatuto de tiquê, estatuto de objeto pequeño a, que quiebra el automaton del significante. A partir de estas referencias es posible decir que, en los seminarios 10 y 11, Lacan articula al tatuaje con la cuestión del objeto mirada.

Lacan, en el artículo “La agresividad en psicoanálisis”, momento en el que tenemos un Lacan kleiniano, asocia al tatuaje con el cuerpo despedazado y la práctica social. Se trata de un abordaje del tatuaje inscrito en el contexto de los lazos sociales, es decir, en la relación del sujeto con un Otro. Lacan, en este momento, menciona los ritos del tatuaje.

Me interrogo cómo el tatuaje podría ser abordado a partir de la cuestión del cuerpo despedazado. Si la lectura del estadio del espejo evidencia que no hay resto, que falta la dimensión de lo real, excluída de la perspectiva narcisista e imaginaria, sería interesante investigar si, en determinados momentos, el tatuaje surgiría como un intento del sujeto de recomponer la imagen en determinadas situaciones, como en las psicosis en las que tenemos al sujeto en esa tópica especular o en la histeria, en que los sujetos pueden también usar al tatuaje para recomponer algo de la imagen con dirección a la mirada del Otro.

Por otro lado, el tatuaje, en los nudos borromeos, con el fin de reparar el defecto del nudo, o sea, recuperar las propiedades borromeas del nudo, puede no apuntar para la estabilización definitiva, pero presentarse como algo que produce un cierto apaciguamiento momentáneo que permite al sujeto avanzar. Podemos observar, en la clínica, muchos casos en que eso no es suficiente, casos en que el sujeto se hace un tatuaje, después otro y otro, se va tatuando sin alcanzar una estabilización, pero logrando obtener un apaciguamiento.

En este punto, recuerdo lo que dice Jacques-Alain Miller, en 1997, después por lo tanto, del abordaje de la última enseñanza de Lacan, observación que me parece bastante pertinente con la relación que hago del tatuaje con el lazo social. En el artículo “Propuesta sobre la mutilación” habla de la escritura sobre el cuerpo, no como mutilación, sino como una caricia sobre la piel con función socializante:

“La mutilación ritual responde a una exigencia definida, codificada conforme a la ley de un sistema biológico, social, religioso, en todo caso de un sistema constitucional así como la incidencia de la realidad social, de sus símbolos, sus semblantes, sobre la realidad del cuerpo vivo… No voy a recordar los datos etnológicos que se encuentran a disposición de todos. Esto dice respecto a la función socializante, simbolizante, de la marca escrita sobre el cuerpo y la piel que es el tatuaje –que es, de algún modo, una simple, no mutilación sino una caricia sobre la piel, una pintura– con las marcas inscritas en el cuerpo, la carne, las escoriaciones, las cicatrices rituales”.

Para finalizar esta puntuación sobre el tatuaje, señalemos su relación con el tema del ENAPOL, con lo imaginario, el cuerpo, citando un pasaje de El Seminario 23 de Lacan (en el capítulo IV: “Joyce y el enigma del zorro”, cuando habla del “amor propio”):

“El amor propio es el principio de la imaginación. El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia –consistencia mental, por supuesto, porque su cuerpo a cada rato levanta campamento. (…)

Ciertamente, el cuerpo no se evapora, y, en este sentido es consistente (…) cosa que resulta antipática a la mentalidad, porque esta cree tener un cuerpo para adorar. Esta es la raíz de lo imaginario. (…) Lo sexual miente allí por contarse demasiado.

La falta de abstracción imaginaria antes mencionada, que se reduce a la consistencia, lo único concreto que conocemos es siempre la adoración sexual, es decir la equivocación, en otras palabras, el menosprecio, porque se supone que lo que se adora no tiene ninguna mentalidad, confer el caso de Dios.

Esto no es verdad para el cuerpo considerado como tal –quiero decir adorado, puesto que la adoración es la única relación que el parlêtre tiene con su cuerpo– más que cuando este adora otro, otro cuerpo”.[2]

Teníamos “la fuga del sentido” y aquí Lacan señala “la fuga del cuerpo”, de ahí tenemos siempre un parlêtre atormentado en su relación con el cuerpo. Hoy vemos “cuerpos tatuados” en lo contemporáneo, en el que lo imaginario representa ese papel preponderante, diferente de los pequeñas “tatuajes en el cuepo” (I/S), como en el siglo pasado en el que simbolizaban algo, en el que había un sujeto de/en el tatuaje, con dirección a la mirada del Otro. Hoy el parlêtre intenta asegurar la fuga del cuerpo (I/R) con tatuajes generalizados, comprables como gadgets en el “mercado tatoo” capitalista. Y este (el cuerpo) huye… siempre. Y los tatuajes existirán siempre, en la historia de la humanidad… no cesando de dejar de ser inscritos en la piel del parlêtre

 

Traducción del portugués: Mercedes Ávila

Revisión: Pablo Russo

 


 

[1] Jacques Lacan (1964): El SeminarioLibro 11Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, 1999, Buenos Aires, página 82.

[2] Jacques Lacan (1976): El SeminarioLibro 23El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2008, página 64.

“El: Nada va a pasar. Ella: Ya está sucediendo en sus cabezas.
En sus cabezas, eso es lo que estás haciendo, lo que mi marido está haciendo”

(De Black Mirror, 1° temporada, episodio 1. El himno nacional)

 

Admito que el uso de la palabra “imperio” me incomoda. Tal vez por su cercanía con “imperialismo”, es decir, por el uso abusivo que hace el mercado de imágenes de aquello que produce – siendo este un punto esencial ante el cual el psicoanálisis se subvierte.

Así que me pregunté, en más de una oportunidad, cómo abordaría el tema propuesto para la Noche de hoy. Se me fueron ocurriendo algunas ideas, que luego descartaba. Hasta que me sobrevino un recuerdo de la infancia que tenía adormecido y me proporcionó el envión que buscaba.

Se remonta a mis 7 años, cuando irrumpió en la vida familiar la presencia de un hermano varios años mayor que yo, causando una brusca caída de mi versión del “imperio de la dicha” –como relaté en mi testimonio durante las últimas Jornadas anuales de la EOL- y una coincidencia hizo que entrara a la casa el primer televisor: “LA TE VE”.

Pasaba horas frente a esa pantalla en blanco y negro, absorta, silenciosa. Recuerdo esas horas aciagas, densas, donde permanecía “dormida” en ese sueño continuado. No había leído aún, claro, que Lacan indicaba que “Nunca me miras desde donde yo te veo” y “lo que miro nunca es lo que quiero ver” (1) (LACAN. El Seminario, libro 11. Buenos Aires. Paidós. P. 109)

Podríamos decir que, para el psicoanálisis, la “autoconservación” de la vida depende de la inscripción en el deseo del Otro. Para Freud. “(…) los ojos no solo perciben las alteraciones del mundo exterior, importantes para la conservación de la vida (placer yoico), sino también las propiedades de los objetos, por medio de las cuales estos son elevados a la condición de objetos de la elección amorosa (placer sexual): sus ´encantos´” (2) (Freud. OC Amorrortu. “La perturbación psicógena de la visión para el psicoanálisis”. Tomo XI, P.213) En lo que me concierne, se desgarró allí la función de velo, de señuelo, que sostenía la creencia de ser mirada por mis encantos y, de este modo, asegurarme un lugar en el deseo del Otro. Y ante la mirada que retornaba en horror, el ojo fue en busca de otro estímulo.

Frente a LA TE VE, comencé a imaginar ser la encantadora heroína que conquistaría al Llanero solitario, o ganaría el corazón de Maverick. O una amorosa dueña de Lassie y, por qué no, una valiente cuidadora de Rintintin. Me embobaban las anacrónicas – ¡sí que lo son!- “Papá lo sabe todo”… “Pero es mamá quien manda” Y las de superhéroes – ¡qué pasión!- Superman, Batman, La mujer maravilla.

Al revelarse la palabra proferida por el Otro en su estatuto de verdad mentirosa –como no podía ser de otra manera- resultó un momento de encuentro para el sujeto con el engaño, con la caída de su poder (el del Otro y el del sujeto)

No se hizo lo que se dijo. La palabra del Otro perdió su valor, al quebrar la promesa de amor hacia la niña y fui a inventarme otra ficción con palabras que yo imaginara. ¡Porque vaya si tenía conversaciones en mi pensamiento- con esos personajes que “LA TE VE” me proveía!

Tanto es así, que por esos tiempos dejé de escribir, recurso al que había echado mano desde muy niña y que tanta satisfacción me producía. Tocada mi imagen amable para el Otro, buscaba en mis ensoñaciones con “LA TE VE” restituir lo perdido.

¿Está estructuralmente muy lejos de lo que se busca-encuentra hoy en el mundo voraz de la imagen? Prefiero plantearlo de este modo: el contexto cambia pero desemboca en que lo estructural se repite, acuñando un imposible (real) de capturar con alguna garantía.

Parece tratarse de la ilusión de un “hacer” que lograra recuperar el valor de la palabra dada, su autoridad, su veracidad. Que lo que la visión puede aprehender, lo que se ve, funcione de verificador del compromiso de la palabra: “garantía fantasmática” (3) (Musachi, Boletín Enapol VII. Flash 1). Pero es una búsqueda imposible: lo que la imagen verifica no alcanza a traer de vuelta el valor de la palabra, y se pierde en el anzuelo del apetito escópico, que se distrae de lo importante y redobla la indignidad de la palabra dada.

El episodio de Black mirror citado muestra, en la escena clave, cómo todos los británicos están “ciegos” a lo esencial: por querer mirar el “acto” que garantizará que se cumpla la palabra del primer ministro y la promesa de liberación de la princesa por parte del secuestrador, no hay nadie en las calles vacías, nadie para descubrir que la dama ya fue liberada media hora antes del “acto” y, por ende, no habría nada para verificar viendo. (4) (Black mirror 1° temporada, episodio 1. El himno nacional)

Así que nos remite a la deflación de la palabra.

Un twit permite “ver” lo que se “dice-escrito”, como si mediante la fijación de la imagen pudiera confiarse en algo, un poco más… Las imágenes de hoy, VOCIFERAN sin saber lo que dicen. Miren si no la TE VE de estos tiempos, plagada de blá blá banal, redundante, insultante, pusilánime, inmoral también.

Mi “LA TE VE” era diferente, no solo porque se ubica 50 años atrás, sino porque es la que yo creé, ficción alimentada en mis pensamientos, fantasía.

En Black Mirror, el guionista (Charlie Brooker) nos lleva la delantera –es un artista- pero está en el cuadro que filma, hasta detenerse en el umbral de la pantalla que se rasga en cada capítulo.

Vivía sumergida en la curiosa paradoja de la imagen: que puede engatusarnos de mil maneras, hasta inventar, soñar, especular, que lo que se ve se imagina es lo que se es y lo que se dice de lo que se es. Es lo que este recurso de la infancia me permitió.

En los tiempos que corren, parece hacerse el esfuerzo de atrapar la palabra en una imagen que se pueda guardar, reproducir, y mejor aún, ¡enviar a todos lados para que no se pierda! ¡A los gritoooooooos! Eso no le va a dar más legitimidad, más autoridad.

Allá por los años ´60, John Langshaw Austin, tan británico como el director de Black Mirror, filósofo del lenguaje, se dedicó a los enunciados llamados “performativos”(5) (AUSTIN. Cómo hacer cosas con palabras: palabras y acciones. Paidós. 1982) Esos actos del habla que le dan su autenticidad.

¿Podemos decir que un psicoanálisis se sostiene de enunciados performativos? Es un tema controvertido que merece profundización. En todo caso, lo que en ese primer capítulo de Black Mirror se muestra en su lugar, es ese “acto” al que me referí anteriormente: el acto bizarro de cogerse a un cerdo ante los ojos hambrientos de los británicos. Un acto que no puede sino fracasar, como todo acto. No hay acto (sexual) No-hay.

¿El performativo puede llevarnos más cerca de este real, imposible, que la ilusión de la pantalla negra? Si pensamos que, en los hablantes, no llegamos más lejos que al acto de fantasear, de imaginar…

Diría que la llamada “caja boba” me proveyó, en esos tiempos, una vía de escape a lo que me atormentaba, haciendo de mí una soñadora despierta, que no querría despertar así no más de esos sueños de infancia, donde era emperatriz de mi imperio imaginado, y todo lo que quisiera ser. Así las cosas, ¿quién podría resultar más fiable que mi propia imaginación?

Ya desde allí, mi desconfianza por lo que viniera del Otro – cuyos hechos consideraba puro blá blá – y mi interrogación crítica a ese nivel, encontraban un fundamento y un asidero.

Pero quedaba un resto inasimilable, que no se plegaba al velo. Y que se hacía notar.

El silencio se acompañaba de un síntoma: presa de una sinusitis crónica, me haría objeto de los grandes avances científicos del momento: nebulizaciones, operación de adenoides, punción de hueso maxilar, antibióticos inyectables. Y, como era de esperar, en la histeria el cuerpo objeta a la ciencia y “habla” con la verdad del síntoma: el moco que la niña dirige al campo del Otro es un resabio, fluido que se instala en el silencio de la presencia muda ante LA TE VE. Complacencia somática para Freud, rechazo del cuerpo para Lacan. Rompe la autoconservación y es también objeción muda al saber del Otro.

En silencio, con la caja boba, me entendía mejor. Aquí la mirada se pone en tensión y se destina a producir una “ceguera” de otro orden, para hacerse nuevamente objeto de atención del Otro. Pero, sobre todo, se aleja de su atención en el mundo y se goza en su absorción en la TE VE. Se reama un goce enmarcado en la TE VE. Satisfacción sustitutiva, transitoria, más un síntoma, el moco, que al alterar la respiración, trastornaba el hablar y el canto –zona “amable” para la niña- con el goce sintomático

Algo me sacó de allí porque, además, quise salir de allí: un encuentro de deseos. Más precisamente, el deseo de un pediatra y el de una maestra. El, envió a mi madre a otra consulta (es decir, se mostró Otro barrado en relación con el saber científico, y por tanto, deseante), donde me topé con un médico homeópata que supo sugestionar lo suficiente a la pequeña niña, para que con sus globulitos la sinusitis se fuera de una vez para siempre. Y la maestra de grado, que como la niña no podía ir al colegio, ofreció ir a la casa de la niña para enseñarle la regla de tres. Y así, solo así, fui abandonando a mi cuadrada amiga de esos tiempos difíciles –LA TE VE- para entrar de lleno en el mundo escolar.

“Solo el amor logra hacer condescender el goce al deseo”. Logré reingresar en las vías del saber, la escritura y la ciencia. Un supuesto que me llevó a estudiar medicina. Más tarde, recalé en otro supuesto: el que el psicoanálisis ofrece para animarse a llegar hasta ese umbral, indecible, ese espejo negro de cada quien, con su esquizia estructural.

Y es en lo que creo aún hoy, y lo que vamos constatando entre varios, en uno de los grupos de investigación trabajando para las Conversaciones del Enapol: recabando las respuestas, únicas, de cada sujeto de esta época y cómo se liga y se desliga, y cómo se sirve, de esos Black Mirrors a su alcance.

Como Hector Gallo anotó ya (1), en el título de nuestro próximo Encuentro “El Imperio de las Imágenes”, habría que leer “imperio” como soberanía. Una soberanía que, siguiendo las indicaciones de Foucault, no hay que entender como lo que prohíbe o restringe, sino como performativa. En su despliegue produce constantemente nuevos modos de ser y de relacionarse.

Tarrab le da el estatuto de una renegación de lo real (2). Dando la apariencia de un “congelamiento del tiempo”, hace que la entropía caiga fuera del campo de lo enunciable, pues si “todo es recuperable”, nada se pierde. Pero si la entropía ha caído fuera del campo de lo enunciable, no es sin nuestro consentimiento, sin nuestra participación en este desorden del mundo.

Es una soberanía dócil a las ganas de cada uno, a las ganas de pan y circo. Por ello es tan difícil denunciarla y hace falaces las denuncias que heredamos del siglo XIX. “¿Cómo lo quiere usted?” Se le pregunta al consumidor en los grupos focales. “Lo que hago, lo hago por tus derechos y representándote” le dice el funcionario al ciudadano de esta nueva soberanía global. No más automóviles negros idénticos saliendo de las líneas de ensamblaje, no más una soberanía que se ejerce en nombre del derecho del soberano, condensador de la nación, única excepción a la condición de sujeto (sujet, súbdito). La soberanía reside en el pueblo, dicen las constituciones y por lo tanto el que manda es mandatario. Pero más allá de ellas, se constituye a partir de la inmanencia de los cuerpos que nacen con un determinado catálogo de derechos. Hasta dónde este es un cuerpo vivo, pulsional y hasta dónde es una pantalla imaginaria donde se proyectan las necesidades que la ciencia le endilga, es lo que se pone en juego en el campo de batalla abierto entre los mercados y las burocracias.

Por ello el documento “El empoderamiento de la mujer y el psicoanálisis” (3) muestra bien cómo posicionarse frente a esta batalla. En ese texto se trata de forzar la entrada de la feminidad del “no-todo”, frente al empuje a la feminización que implica el “no existe alguno que no”. Es decir, que si hay imperio de las imágenes, hay que evitar las polaridades que exuda esta forma de soberanía, tomando posición con lo que no tiene posición.

De modo que frente al pan de la necesidad que las burocracias nos dan a masticar, en vez de la huelga de hambre, más valdría darle la palabra en lo social al me pantes. Frente al circo-ular permanente del mercado, en vez de una inhibición, sostener una clínica que se oriente por la objeción que presenta el síntoma, que “se pone en cruz para que impedir que las cosas anden” (4). Frente a la realización imaginaria por medio de la renegación de la muerte, en vez de hacer presente la inevitabilidad de la muerte a la manera de los cercenadores de cabezas, aprovechar el tropiezo de lo simbólico para encontrarse con lo inconsciente como lo que es del orden de lo no-realizado.

 


 

(1) Gallo, Héctor. El Imperio de las Imágenes. En Página del VII ENAPOL, El imperio de las imágenes. http://oimperiodasimagens.com/es/faq-items/el-imperio-de-las-imagenes-hector-gallo/

(2) Tarrab, Mauricio. El ojo bulímico y el lobo. En Página del VII ENAPOL, El imperio de las imágenes. http://oimperiodasimagens.com/es/faq-items/el-ojo-bulimico-y-el-lobo-mauricio-tarrab/

(3) Álvarez, Patricio. El empoderamiento de la mujer y el psicoanálisis. http://nel-medellin.org/blogigualdad-de-genero-y-diversidad-sexual-en-relacion-con-el-empoderamiento-de-la-mujer-un-punto-de-vista-psicoanalitico/

(4) Lacan, Jacques. La tercera. En Intervenciones y textos II, Manantial, pág. 87.

Hoy en día, el selfie (tomarse una foto a si mismo) es algo tan habitual que, según las estadísticas en Instagram, se subieron 58 fotos por segundo durante el año 2012. En 2013, el Diccionario Oxford nombra a la palabra “selfy” o “selfie”, la palabra del año. En historias recientes el selfie ha estado en primer lugar, a partir de que un macaco toma la cámara de un fotógrafo y se autorretrata. El simpático macaco robó la cámara y, seducido por el ruido de los clics, comenzó a jugar con ella, a disparar al aire y a sacarse fotos a sí mismo. Esto generó una batalla legal por el copyright, porque las leyes sostienen que el dueño de los derechos de autor es de quien saca la foto. Es pues un hecho irónico que ha llevado al fotógrafo a elevar el mono a la categoría de asistente de fotografía. Evento de la contingencia, que hace una parodia de esta pasión contemporánea.

Este fenómeno del selfie, de que malestar en la Cultura habla?

Si bien es una foto, no tiene el carácter simbólico que las fotografías han tenido: Un hecho grafico de algo que tiene que ver con un acontecimiento íntimo. El selfie está por encima de lo íntimo y de la experiencia que el recuerdo de la imagen fotográfica puede traer. Podrimos decir que hemos pasado dele autorretrato al selfie. Es un modo de registro grafico en el que lo importante es exponer a ‘otros anónimos” algo de lo íntimo. Es una imagen con la que se arma una estructura de ficción con la sonrisa o el gesto de “soy feliz”. Registro en el que impera el goce de la mirada sobre sí mismo, sin palabras. Se evidencia una cierta experiencia donde el sujeto con su mejor pose cosmética intenta darse un cuerpo a través del semblante. Sabemos que detrás del semblante no hay nada. No hay ser, hay ex -sistencia. La estructura de ficción siempre será insuficiente para abarcar lo real que escapa. La imagen no tapa lo que no deja de insistir, es transitoria y la angustia aparece como respuesta. Hay una significación vacía, el agujero en lo real de la relación sexual que no existe y que necesariamente conduce al enigma de lo femenino. La imagen vendría a tener el estatuto de un resto-deshecho sin historia, intentando tramitar algo de lo real imposible de decir.

Sabemos cómo lo dice Miller en el “Ser y el Uno”: “Tener un cuerpo se ubica del lado de la existencia. Es un tener sólo marcado a partir del vacío del sujeto.” [1] El parlêtre tiene un cuerpo y no es un cuerpo. Desde el origen está signado por el mal encuentro con lalengua, que deja huellas sobre el cuerpo. Es pues un encuentro imprevisto entre la palabra y el cuerpo que hará de ello un acontecimiento singular. Lacan en La Tercera dice“el hombre conoce al mundo como conoce su imagen, lo que hace que adore el cuerpo. Se lo adora porque cree que se lo tiene: “la única relación que el parlêtre tiene con su cuerpo es una relación de adoración”. [2] La ilusión de completud que devuelve la imagen, es lo que hace del Selfie una práctica “adorable”!!

El selfie cumple la función aparente de “ocultar” aquello que agujerea la imagen y de dar la ilusión de completud que el ideal pide, donde se promociona la propia imagen, en la que cada uno “controla” como aparecer. Pero es una época en la que todos muestran tanto que ya nadie mira y es ahí donde se hace presente un malestar que toca el cuerpo. Como decía una adolescente: “siempre espero un like y cuando no los veo, me duele el corazón.”. Y continúa: “volveré a poner otro selfie, para ver quien lo mira”.

De la época de las miradas furtivas e indiscretas hemos pasado a la promoción de la impudicia donde surge un espejo sin velo, que apunta a un ocaso de la vergüenza. La mirada es convocada para hacer de la imagen del cuerpo, que no se es, un espectáculo. “Es una mirada castrada de su poder de avergonzar…” [3]. El secreto del espectáculo dice Miller: “es que tú eres quien lo miras, porque gozas de él. Eres tu como sujeto y no el Otro quien mira” [4].

Si hoy hay un declive de la vergüenza, es porque lo íntimo se vuelve extranjero-extraño? El selfie sería una manifestación de lo “éxtimo”? En la medida que la imagen como tapón “pretenden engañarnos sobre el verdadero sentido de lo éxtimo: el de ser una hiancia insalvable, es decir un agujero.”[5].

 


 

[1] Miller, Jacques A. “El Ser y el Uno, Décimo Primera sesión del Curso 2011”

[2] Lacan, J. “La Tercera”, En: Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, p. 91.

[3] Miller, Jacques A. “Notas sobre la vergüenza”, En: Freudiana 39 .2004, Barcelona, Paidós, p.11

[4] Ibíd. p. 12

[5] Najles, A.R, Delicias de la intimidad. De la extimidad al sinthome, Grama, Buenos Aires, p.65.

En Febrero de 2013 el presidente estadounidense, Barack Obama, presentó oficialmente un importante proyecto denominado iniciativa BRAIN por sus siglas en inglés (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies), el cual busca revolucionar la comprensión del funcionamiento del cerebro humano; abriendo posibilidades para detectar en forma temprana las causas de enfermedades cerebrales y por consiguiente prevenir o encontrar tratamientos específicos para las mismas.

Para esta iniciativa la administración Obama Care destina 100 millones de dólares de presupuesto para el año fiscal 2014. “El proyecto sobre el cerebro dará a los científicos las herramientas necesarias para obtener una imagen del cerebro en acción y permitirá al menos comprender cómo pensamos, aprendemos o memorizamos. El cerebro es aún un enorme misterio que queda por dilucidar”. (President Barack Obama, April 2013)

Además el Presidente Obama enfatiza que este nuevo proyecto implica el desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías capaces de producir imágenes de las interacciones entre las células cerebrales y la complejidad de circuitos neuronales a la velocidad del pensamiento. Estas tecnologías abrirán nuevas vías para explorar el modo de cómo el cerebro memoriza, procesa, almacena y recupera enormes cantidades de información, ofreciendo un nuevo panorama sobre los complejos vínculos entre las funciones cerebrales y el comportamiento humano. (Ibídem)

Para poder crear un mapa cerebral, se necesitan aparatos capaces de medir la actividad de una de las millones de neuronas en forma independiente y además su funcionamiento en conjunto con las demás neuronas, luego crear una escala a nivel cerebral de modo que se realice un mapa de la actividad funcional. El desarrollo de estas tecnologías se llevará a cabo a través de la nanociencia, la imagen, la ingeniería, la informática y otras áreas relacionadas.

La iniciativa BRAIN involucra cuatro agencias federales: El Instituto Nacional de Salud (NIH), Fundación Nacional para la Ciencia (NSF), La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA). Las cuales están aportando económicamente para realizar investigaciones en áreas específicas y claramente delimitadas para evitar doblar esfuerzos en un solo experimento. El apoyo va dirigido al desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías capaces de mostrar un funcionamiento dinámico cerebral y su relación con el comportamiento y trastornos cerebrales. Dichos avances científicos y tecnológicos permitirán mejorar el diagnóstico, tratamiento y hasta prevenir enfermedades mentales, no solamente con la Tomografía computarizada (TC), Resonancia magnética (RM), Tomografía por emisión de positrones (TEP), Magneto encefalografía (MEG).

La salud mental en el siglo XXI y en la era digital, estará tomada por el imperio de las imágenes, en 3D y otros desarrollos más, también se constituye en un asunto de política de estado, se confirma de este modo el deceso del DSM hasta su versión 5.

La imagen tendrá un valor superlativo por sobre la palabra en el diagnóstico y tratamiento de las llamadas ahora enfermedades del cerebro, así los relatos del sujeto respecto de su malestar o de sus síntomas sobre su cuerpo se volverán obsoletas para la ciencia, que prefiere un sujeto silenciado e ignorante de sus sufrimientos.

El desarrollo tecnológico prometido por el presidente Obama, capaz de mostrar mediante imágenes lo que queda oculta a la mirada, prometen que la actividad cerebral, y las enfermedades del cerebro sean captadas por imágenes virtuales, imágenes reales, etc. Ese horizonte puede ser tan seductor para algunos o aterrantes y temibles para otros.

 


 

Notas

https://www.whitehouse.gov/share/brain-initiative