Marie-Claude Sureau
En el periódico Libération del Jueves 5 de agosto 2015, hay una entrevista muy interesante de André Gunthert sobre un tema que aborda las imágenes en nuestro siglo XXI: el fenómeno de los selfies. André Gunthert es historiador de arte, profesor e investigador de la EHESS, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia, y él considera el selfie «una nueva forma de expresión de fuerza social». Sin querer reducir un selfie a un fenómeno solamente narcisista, André propone la siguiente definición: «fotografía que una persona toma a sí misma, por lo general con un smartphone o una cámara web, y comparte en una red social».
André Gunthert ocupa la cátedra de Historia Visual en la EHESS. Su reflexión es oportuna para el ENAPOL. André «amplió su formación en historia del arte hasta el campo de las imágenes en general. Él es el historiador de los tiempos más actuales» y asocia el selfie a una práctica que ya existía antes de haber recibido ese nombre, y sugiere como referencia la película «Thelma y Louise» de Ridley Scott, estrenada en 1991, en la que Susan Sarandon (Louise) y Geena Davis (Thelma) fotografiaban a sí mismas: «Ellas expresaban su feminismo haciéndose sus imágenes, lejos de una autoridad paternalista». La palabra selfie se introdujo en las lenguas en 2013, y esta práctica se expande con los smartphones. André Gunthert llama al selfie «imagen conversacional». El empezó a ser usado tranquilamente en 2010, según dijo.
Cuando le preguntan porque hay tantas críticas contra el selfie, responde que ese descrédito es más frecuente en nombre del narcisismo y porque dicen que ese fenómeno se desarrolla peligrosamente entre los adolescentes, pudiendo ser considerado una práctica de jóvenes que sabotean el orden social. André añade que precisamente «eso es lo que se decía del rock en los años 60, cuando la música representaba el elemento más fuerte de la cultura juvenil, como una herramienta política y de identificación. Hoy el escándalo está en ser capaz de hacer imágenes, un síntoma fascinante de la expresión de una fuerza social», según André.
Los denunciantes que lo hacen en nombre del narcisismo no saben que una «imagen enviada a alguien con una cara arriba de ella no tiene nada de narcisismo. En cambio, ella es social: uno no se mira en el espejo, pero hace un coucou [«hey, mira, yo estoy aquí…»], un gesto de comunicación… La novedad es que las imágenes no están solas… No se mira más el cuadro, pero los alrededores [el paisaje]. Los que ven el selfie como una cosa narcisista aplican el viejo uso de la imagen, sin considerar el «entorno, sin la externalidad».
«El espíritu de un selfie es la autonomía.»
En 1859, Charles Baudelaire criticó el daguerrotipo, pero en aquello momento, sólo la burguesía podía hacer autorretratos. Entonces, se fabricaron equipos baratos, como Kodak, para los demás. Hoy en día la misma historia continúa según dice André: «el selfie es también un logro político».
¿Entonces entramos en un mundo donde todo es ficción? «Sabemos que se trata de ficciones, y vamos a aprender a manejar nosotros mismos, nuestras imágenes y representaciones, incluso a través de la idealización. Estamos frente a un cambio cultural de gran magnitud».
André Gunthert referencia a Erving Goffman y su libro The presentations of self in everyday life, de 1959. Eso pone al descubierto la auto-representación de sí mismo a los demás. «En la calle, nosotros estamos vestidos para los demás y seguimos las normas colectivas. El selfie entonces representa una herramienta de gestión de la individualidad en el ámbito social, una interacción entre el yo y el mundo».
En la estética del selfie, que a menudo no es siempre satisfactoria, hay que reconocer que «los criterios estéticos no se aplican a los selfies. Ellos deben ser un poco feos porque son los ‘embragues’ de la conversación: una imagen que contiene una forma de auto-desprecio será más exitosa que una imagen bonita, adecuada à la Harcourt… Desde Marcel Duchamp, la historia del arte nos enseña una visión más abierta y el selfie describe una nueva expresividad».
¿En la crítica de los selfies, hay una cultura elitista que condena una cultura popular? André Gunthert nos lleva hasta los monjes copistas que no estaban nada contentos de ver emerger a la prensa que llegaba para socavar su monopolio del conocimiento: «La gente se sirve de herramientas y eso le da poder. Fotos de pies y gatitos se han convertido en géneros específicos. No se encontró nada equivalente en el siglo XX. Esta explosión de usos visuales nunca ha sido un problema en la historia humana: pero hoy ella perturba, y eso me encanta», concluye André Gunthert.
El encantamiento es adecuado a todo lo que maneja las imágenes. Nosotros también estamos encantados, como psicoanalistas, por los selfies, que son definidos como «embragues de conversaciones», de bla-bla-bla, que salen del Un solo. Son pequeños coucous («hey, mira, yo estoy aquí»: en la Disney, en la Torre Eiffel…) y eso viene de todas las partes donde la gente viaja y llama a los amigos.
¡Coucou desde Francia entonces!
Traducción en español: Adriano Messias
Traducción en portugués: Antonia Claudete Amaral Livramento Prado