Diana Wolodarsky (EOL)

El artículo que me han invitado a comentar hace referencia a lo que llaman: la hiperpaternidad. Los hiperpadres, los superhijos… y en el horizonte está el afán de perfección.

Los hijos así englobados en una clase deben, en una sociedad regida por el mercado del éxito, triunfar. El mayor triunfo es que pertenezcan a un estándar y si está entre los mejores, todos contentos. Padres y docentes. ¿Los hijos? no tanto.

Algunos niños se hacen oír en su disconformidad con cierta rebeldía al saber, siendo perturbadores del orden. Los padres se angustian porque las instancias educadoras les hacen saber que su hijo no funciona acorde a la clase, la armonía familiar se complica y ya tenemos un embrollo familiar.

Algunas veces consultan a un analista, ya que suponen que algo en los asuntos de familia no anda bien. El Otro marca sus tiempos e impone un orden que no va acorde a las singularidades.

Este artículo pone el acento en la «nociva actitud sobreprotectora» de los padres, fundamentalmente, en el aspecto educacional de sus hijos y en sus consecuencias: niños débiles, inseguros, carentes de independencia y de posibilidad de desenvolverse en lo social.

Esta lectura me recordó otras que, a pura contingencia, llegaron a mí en estos días y que dan otra versión acerca de la educación.

Una tiene por eje el deseo, la otra el deber.

La primera se refiere al sistema educativo vigente en Filipinas: se sigue al niño en sus potencialidades y en sus intereses. Se incentivan aquellas áreas en las que muestra más disposición y gusto, sin dejar de lado su formación general. El ocio como momento creativo se valora como parte de la formación en la infancia. La alegría y el juego son los elementos considerados en la base de la formación del niño.

El otro, sostenido en el deber, transcurre en China y se lo denomina Gaokao y es el examen más difícil que hasta ahora se conozca en el paso hacia la universidad.

Padres y docentes trabajan sobre los niños desde la iniciación escolar, el objetivo no es solo que aprendan, sino templar su animo y carácter a fin de lograr pasar una prueba en la que el triunfo (de muy pocos) les permite pertenecer y acceder a las universidades más destacadas. El índice de suicidios de jóvenes en el secundario es muy alto, ya que la presión ejercida sobre estos sujetos frente a la proximidad de la prueba, resulta para muchos insoportable.

Hace unos días pudimos anoticiarnos de la puesta en forma en nuestro sistema educativo de la implementación de las neurociencias en las aulas, una visión optimista de mejorar el aprendizaje. Orienta a que los docentes se formen en esta orientación pedagógica. Promete la cura para sujetos desmotivados, que no tienen deseos de estudiar, desatentos o movedizos que perturban el orden educativo.

Sin duda, es la política de la salud mental aplicada al sistema educativo: debe prevalecer el orden.

La hiperpaternidad (así denominan los «expertos» convocados en este artículo) cuestiona que los padres carguen las pesadas mochilas de sus hijos, que los niños deben ser responsables y soportar su peso, así como realizar solos sus tareas.

¿No habrá acaso una desproporción entre ese ambicioso peso del saber y el cuerpo de un niño? Actualmente el saber se porta en mochila con rueditas, porque se comprobó que tanto peso vence la espalda de los niños… A buen entendedor…

Tomando palabras de Tolstoi, cual un decir analizante: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Desde esta perspectiva, la infelicidad sería un afecto que desde el psicoanálisis valoramos, en tanto recorta lo singular del universal.

El ENAPOL propone en Asuntos de familia ubicar los enredos en la práctica en la época actual, poniendo en valor el motivo especial de cada uno.