Por Johnny Gavlovsky
Desde el título conocemos la historia. El llamado al padre: «Ay paaaapa, dibuhame la via». Un llamado desde el Witz en la doble vertiente del equívoco: «la vía» y «la vida». Un padre que le dibuje la vida, y la vía, la vía para ser hombre, la vía para surcar la falta, para lograr la promesa en la salida del Edipo.
Estamos frente a un sujeto colocado en posición de falo de la madre, quien desde el inicio, no llama padre al progenitor sino «señor». Este se hace padre frente a la separación, cuando falta. Y este niño, ahora solo con la madre, juega nuevamente con el significante fálico y su grandiosidad. Un brillo que se opaca cuando la madre conoce a otro hombre, otro español: «Estaba preocupado, no entendía quién era ese hombre, ni qué hacía en mi casa». Metonimia del padre, presencia ante la que sólo se logra desangustiar cuando logra nombrarlo: «padrino». Y la falta, de nuevo, el no-lugar y su consecuencia en la inhibición de la inteligencia Allí el sujeto y la angustia que lo confronta con el abismo ontológico de la «nada de ser».