Por Juan Mitre

Con motivo del próximo ENAPOL, Asuntos de familia, sus enredos en la práctica, entrevistamos a Betina Perona, Directora de la Asociación civil El Arca con quien conversamos sobre su experiencia al frente de un Hogar para chicos en situación de calle. Podemos leer en la entrevista que para que algo sea posible es indispensable la transmisión de un deseo que no sea anónimo, como bien señala Lacan en su célebre «Nota sobre el niño».

Juan Mitre: Para iniciar la conversación: ¿cómo llegaban los chicos al Hogar?

Betina Perona: Para nosotros fue un tema clave porque empezamos a trabajar con los chicos que estaban en la calle en 1986, todavía no estaba la Convención de los Derechos del Niño que trata a los niños como sujetos de derecho; en ese momento eran objetos de protección del estado y El Arcanace como un punto de resistencia a un circuito perverso que estaba armado con chicos que llegaban a la calle -a Constitución normalmente-, en poco tiempo los agarraba la policía y los encerraban en institutos de menores, que en general funcionaban como cárcel, y en un par de meses, con suerte, los devolvían a su familia, a veces incluso los dejaban en la puerta de la casa… Al ver eso decidimos abrir un espacio que sea diferente. El punto central de diferencia era el modo en cómo llegaban los chicos. Decidimos que llegaban por decisión de ellos: no eran chicos que los traían sus padres por no poder tenerlos o que llegaban por decisión de un juez, llegaban a partir de un vínculo que hacíamos con ellos en la calle; ellos aceptaban venir a la casa y ver cómo se vivía.

Es interesante que al ingreso está la decisión de ellos…

Sí, porque era la única forma de hacer un vínculo con ellos; hay que tener en cuenta que venían de vínculos muy dañados con los adultos. Para que un chico decida irse de su casa con siete u ocho años es porque realmente la está pasando muy mal o no hay nada que lo enlace a ese lugar. Que puedan decidir venir cambiaba la posición de los chicos ante nosotros. También nos daba la posibilidad, cuando estaban dentro de la casa y empezaban a hacer lío, de recordarles por qué estaban ahí, que había sido una decisión de ellos, que no estaban obligados a quedarse. Lo que también tenía un borde complejo porque eran chicos y nosotros queríamos que se queden.

Hay una idea clásica de Winnicott, que seguro debes conocer, que dice que los chicos «deprivados» ponen a prueba la institución.

Sí, claro. Ponen a prueba a las personas, ponen a prueba todo (risas).

Eso es difícil de soportar…

Muy difícil de soportar… Fuimos sabiendo que había que soportar esa puesta a prueba, que muchas veces era insistente, y que si superábamos eso después el vínculo podía empezar a darse…

Un poner a prueba al Otro, digamos…

Sí, un poner a prueba al Otro… También poder sacarse el peso que traían encima. Todo el peso de su vida lo cargaban ellos: no había adultos que pudieran soportar parte de sus molestias, ni de sus malestares, ni de sus tristezas, me parece que eso también. Pero sí, «poner a prueba» porque venían de instituciones que fallaban. Si un pibe termina en la calle no es solo porque falló la familia, también falló el centro de salud, la escuela, los vecinos… Realmente veníamos de mucha desintegración social luego de la dictadura. El Arca nace en ese momento, los tejidos sociales estaban muy deteriorados y los pibes más débiles se caían en esos agujeros.

¿Hasta qué edad estaban en el hogar?

No había una edad de egreso, los fuimos acompañando hasta que ellos quisieron, hasta que pudieran generar cierta autonomía para poder vivir o que pudieran volver a vivir con su familia de origen, con algún hermano o primo, con alguna familia que tenían en algún lugar y que no conocían. Dependía mucho de cada situación y de cada historia.

Me parece interesante que, por un lado, está la decisión del niño al ingreso y que nunca, como bien decís, fue un tema la edad de egreso. Me parece una diferencia a resaltar en torno a otras experiencias que he escuchado…

Sí, cuando abríamos la casa a los chicos queríamos realmente que sintieran que fuera una casa posible y que había que conversar las cuestiones: la salida, la entrada… No había una regla para todos igual en ese sentido.

Si el Hogar El Arca viene al lugar de la familia, si la suplanta de alguna manera, si esto es así… ¿qué condiciones son necesarias para que esto suceda, para que el Hogar se transforme para un chico en su nueva familia o su familia?

Creo que sí viene al lugar de la familia, más allá de que nosotros siempre trabajábamos -cuando había posibilidades- con la familia de ellos. Y cuando veíamos que esto no era posible, el Hogar seguía siendo una familia. Intentábamos que la vida en el Hogar sea lo más parecido a la vida de una familia -por más que el Hogar era una institución con todo lo que eso implica. Con el tiempo fuimos viendo que realmente era una familia para ellos, y para nosotros (risas). Las cuestiones claves, me parece que eran el amor y los límites, las dos cosas, que hubiera vínculos afectivos y respetuosos, y que hubiera límites… En un inicio éramos muy jóvenes y lo primero que nos pasó es que la calle se nos instaló en el Hogar, después fuimos aprendiendo a poner límites como en una familia, con horarios, con asambleas…

Entiendo que un chico tiene que adoptar el Hogar, tiene que decidir quedarse. ¿Qué es lo que hace para vos que un chico tome esa decisión?

Creo que había muchas cosas, pero lo central era el vínculo que lograban hacer con nosotros…

O sea, que era un lazo con alguien, era un lazo con alguien con nombre y apellido.

Sí, con alguien con nombre y apellido… Después, lo demás también es importante, eso solo no alcanza; en un hogar de chicos la convivencia entre ellos es difícil, chicos que no son hermanos, que no se conocen, que tienen diferentes edades, diferentes sexos, todas las diferencias que se te puedan ocurrir y con historias muy difíciles. También hacía que se quedaran que fuera una vida vivible, que no fuera un caos. Habíamos logrado instalar cierta ley que no éramos nosotros, sino que era la asamblea, eso fue muy importante, salir de la arbitrariedad de los adultos.

¿Cómo pensar la función paterna y materna en una institución como el Hogar? Si eso es pensable de alguna manera…

Sí, creo que tienen que estar las cuestiones amorosas y las cuestiones de límites y de cuidados. La función paterna para nosotros tenía que ver con la asamblea, con ese espacio… También creo, que la función paterna era poder bancar las crisis, todas esas pruebas a la que los pibes nos sometían; capacidad para bancar eso, capacidad para poner los límites que había que poner en ese momento. Pero creo que la asamblea fue clave, a partir de allí pudimos trabajar mucho el tema de la palabra; eran pibes que no hablaban, sus recursos eran la violencia, romper una botella y ponérsela a otro al cuello, rápidamente íbamos a situaciones extremas. Fue muy importante instalar que había un espacio para hablar y que había que hablar los problemas… Te lo cuento así fácil, pero había asambleas que estaban todos mudos y nosotros con un librito haciendo que no nos importaba, hasta que pudieran hablar, porque la lógica que intentaban instalar era la lógica de la cárcel, de la dominación del más fuerte. Creo que la función paterna pasaba un poco por ahí… Y la función materna, en torno a los cuidados y lo amoroso: que pudieran tener comida rica, todas estas cuestiones; les cantaba a la noche con la guitarra, poder leerles cuentos. Era loco ver pibes grandes, de 14, 15 años, que ante un cuento se quedaban fascinados, verlos jugar con autitos, aflojar, no estar en esa posición tan defensiva…

Me parece interesante esta idea de la función paterna ligada a la asamblea, no es una autoridad que se impone sino algo que tiene que ver con la toma de palabra, cierto respeto con la palabra…

Sí, fue un espacio de formación para todos.

Me imagino que un montón, pero ¿con qué dificultades te has encontrado particularmente? ¿Hay alguna que quisieras resaltar?

Las más duras eran chicos con problemas mentales, donde había límites con los que no podíamos. Recuerdo uno que estaba en la calle y no sabía quién era, apenas hablaba. En ese momento tenía siete u ocho años, nunca pudimos encontrar nada de su historia, fue un chico con muchas dificultades, apenas pudo aprender a leer… Buscamos mucho con él, por ahí tenía un recuerdo y me decía «es por ahí, llevame». Íbamos con el auto a dar vueltas y nunca apareció nadie, nunca encontramos a nadie. Armamos un documento, hicimos una causa judicial, le pusieron un nombre y un apellido, y ahí anda por la vida. Luego de grande estuvo internado en un psiquiátrico…. Una de las historias más difíciles por no encontrar a nadie. Siempre los pibes venían y decían «se murieron todos» y después cuando entraban en confianza nos contaban, siempre encontrábamos algo…

Por lo menos un nombre.

Sí.

Para vos, ¿qué hace que dejen la calle?, porque la calle muchas veces es un lugar para ellos, «la ranchada», como dicen. Hay una frase de Eric Laurent que dice que «no hay niño sin institución, que cuando no está la familia, está la calle o la jungla». En ese sentido, la calle también es una institución de alguna manera.

Creo que los que logran dejar la calle es porque empiezan a encontrar vínculos posibles. La calle es durísima, nadie la pasa bien, ni los más chicos, ni los más grandes. En nuestra experiencia, los que lograban salir estaban apostando a vivir, según la capacidad de zafar de cada uno. Creo que eso es lo que hacía la diferencia; había pibes que tenían un nivel de ganas de morirse tan grande que era imposible convencerlos de nada, que caminaban en contra del tránsito, los veías caminar así…

En estos años de experiencia, ¿qué te ha sorprendido del modo de respuesta de un niño o de un joven? Algo que te haya sorprendido en el modo de respuesta, en el sentido de algo que no esperabas, algo que pensabas que no iba a suceder y luego sucede, tanto para bien como para mal.

Creo que esperábamos mucho de los pibes, yo esperaba mucho siempre, era una exigencia grande, y en algún punto eso estuvo bueno… Cuando hacemos encuentros con los chicos, vienen con sus hijos y los veo tratarlos amorosamente, eso me sorprende. Ahora me sorprendo porque pienso en cada pibe, en cómo llegó al Hogar, y los veo con sus familias, con laburo, con sus proyectos, pero sobre todo verlos como son con sus hijos me sorprende un montón.

Que hayan salido de alguna forma de un destino de repetición…

Sí, que puedan cuidar a sus hijos -más allá de un montón de pibes que no pudieron- pero los que pudieron… Me gusta mucho ver esas escenas de ellos con sus hijos.