Por Florencia Dassen (EOL)

La naturaleza solo se atreve a afirmarse como un popurrí de fuera de la naturaleza.
Jacques Lacan, El sinthome

[…] Joyce tiene una bella expresión justamente en Finnegans Wake: «Father Times and Mother Spacies.» «El Padre – los Tiempos, la Madre-los Espacios y la Especie… O mejor aún: el Padre que temporea– e incluso temporiza; la Madre que puntúa y ordena los espacios y los habitantes de de esos espacios… El Padre- sonido… la Madre Imagen… Difícil sincronía… Representar al tiempo, y al tiempo de los tiempos y al latido del tiempo en el tiempo […].
Philippe Sollers, Mujeres

Los lazos familiares tienen la particularidad de ser lazos que están suspendidos de una supuesta naturaleza. Lazos que por ser de sangre, están habitados por una marca, la de una supuesta verdad eterna, la de la herencia genética, lo ya escrito, que se enreda con la idea del destino. Lacan sitúa en «Los complejos familiares…» que:

La familia establece así entre las generaciones una continuidad psíquica cuya causalidad es de orden mental. Esta continuidad, si bien revela el artificio de sus fundamentos en los conceptos mismos que definen la unidad de linaje, desde el tótem hasta el nombre patronímico, no por ello deja de manifestarse mediante la transmisión a la descendencia de disposiciones psíquicas que confinan con lo innato […].[1]

La familia queda ubicada en la encrucijada entre lo biológico, sueño de lo natural y la institución que desempeña un papel primordial en la transmisión de la cultura. Hoy asistimos a las nuevas formas familiares que indican que no hay tal naturaleza, nada más lejos, más bien, son lazos completamente desnaturalizados. Gracias a las técnicas hipermodernas, la procreación no tiene como condición a las relaciones sexuales, sin embargo en el inconsciente, el niño no puede dejar de hacerse la pregunta por el misterio de su origen. Cuando invitamos a un analizante a que diga lo que se le pase por la cabeza, es muy raro que no brote de su boca, como al natural, hablar de sí refiriéndose a su familia. Pero, ¿qué es lo que hace que un lazo familiar pueda devenir un asunto de familia? La experiencia del lazo como tal, sea de amor, de odio, de pelea, de indiferencia, deviene en asunto para quien se analiza, en el punto en el que hay algo de lo dado del lazo en lo cotidiano que dejó de ser naturalizado. Esto mismo es lo que permite abrir a una interrogación sobre su complicidad de goce en juego, su afectación personal y sobre aquello en lo que está enredado.

Le Clézio comienza El africano así:

Todo ser humano es el resultado de un padre y de una madre. Se puede no reconocerlos, no quererlos, se puede dudar de ellos. Pero están allí, con su cara, sus actitudes, sus modales, y sus manías, sus ilusiones, sus esperanzas, […] su manera de hablar, sus pensamientos, probablemente la edad de su muerte, todo esto ha pasado a nosotros.[2]

Asunto de familia, es sin duda asunto de transmisión, y nunca es la misma para cada hijo. La transmisión no es para todos, es uno por uno. El psicoanálisis sabe que el goce es asunto de contingencia, y por eso mismo, se propone tocar, hacer algo nuevo, con lo que supuestamente viene dado por necesidad del destino familiar.

Pero un simple par de anteojos no bastaba para la imagen que conservé de ese primer encuentro, la extrañeza, la dureza de su mirada, acentuada por las dos arrugas verticales entre las cejas… Lo que me causó un shock no fue África, sino el descubrimiento de ese padre desconocido, ajeno, posiblemente peligroso. Al ridiculizarlo con los quevedos justificaba mi sentimiento. ¿Mi padre, mi verdadero padre podía llevar quevedos? De inmediato su
autoridad planteó un problema.[3]

Con Freud podemos decir que lo familiar es siempre algo un-heimlich, ese instante en el que lo más familiar, deviene extraño. La impresión de estar en familia, de pertenecer a una célula, de pronto deviene un lugar inhóspito, incluso amenazante, la angustia no es sin objeto. Hace falta un trabajo de elaboración para que el neurótico se anoticie que son sus objetos, y no los personajes de la familia, el que y no el quien, lo que hace de soporte a sus lazos.

La mirada, los quevedos, recortan y velan a la vez, la severidad, el peligro y el sentimiento de ajenidad, versión del goce de un padre, una père-version.

Para quien se analiza, los asuntos de familia, son asuntos de la lengua. A su vez son asuntos pulsionales: son el modo en el que cada uno logra objetar la creencia en la familia como tal, sus ficciones y su programa de ideales.

Hay lo que puede ponerse en palabras, y lo que no, y por lo tanto permanecerá no-dicho, sea como secreto del goce, sea como la producción de un resto de lo que no puede cubrir lo simbólico. Ese es el resto que causa a que, la familia como lugar del Otro, se vuelva una fuente inagotable de interpretaciones. Es en el espacio de familia que uno aprende a pedir en la propia lengua, la primera experiencia del reconocimiento de su palabra. Y las consecuencias del pedir en psicoanálisis son dobles: el deseo y la pulsión.[4] Lo interpretable, y lo no interpretable, o mejor, el límite de la interpretación.

La familia, la cadena de generaciones, ponen en juego el ejercicio de rememoración, la posibilidad de la memoria, y con esto la función del tiempo. ¿Hay algo más real que el tiempo?

Vuelvo a El Africano:

El barco que me arrastraba hacia ese otro mundo también me entregaba la memoria… Todo está tan lejos y tan cerca. Una simple pared fina como un espejo separa el mundo de hoy del mundo de ayer. No hablo de la nostalgia. Esa pena desamparada nunca me causó placer. Hablo de sustancia, de sensaciones de la parte más lógica de mi vida. Algo me fue dado. Algo me fue quitado. Ese tesoro está siempre vivo en el fondo de mí y no puede ser extirpado. Mucho más que de simples recuerdos, está hecho de certezas. Si no hubiera tenido este conocimiento carnal de África, si no hubiera recibido esa herencia de mi vida antes de mi nacimiento… ¿en qué me hubiera convertido?

[…] No sólo esta memoria de niño extraordinariamente precisa para todas las sensaciones, los olores, los gustos, y el sentimiento de la duración. Ahora al escribirlo, lo comprendo. Esa memoria no es sólo la mía. Es también la memoria del tiempo que precedió a mi nacimiento.[5]

En la historización que un sujeto hace de sí en un análisis, se producen tropiezos, puntos en los que el relato deja de ser tal, para pasar a hacer la lectura de una marca de goce de lalengua, o un afecto, lectura de un síntoma, lo no historizable aparece.

[…] «cuando el texto interrumpiéndose […] deja al desnudo el soporte de la reminiscencia». El sostén de la reminiscencia significa exactamente que el sujeto no puede elaborar una verdad a partir de su experiencia. […] Hay en el fondo, desnudo, algo que no es ni una verdad ni una mentira, sino un real puro y simple.[6]

Lacan en el seminario sobre Joyce se ocupa de diferenciar la rememoración de la reminiscencia. Miller lo retoma:

[…] Lo que Lacan llama reminiscencia, con su correlato de sentimiento de irrealidad «responde a las formas inmemoriales que aparecen sobre el palimpsesto de lo imaginario».7

[…] La reminiscencia es la suposición de que algo que ya está allí [desde siempre], […] que no se sostiene con un sujeto supuesto saber, y que, cuando aparece, lo hace en su solitario esplendor, si me permiten la expresión. Aparece como si hubiese sido aprehendida o adquirida en otra existencia o en un estatuto eterno del sujeto.[8]

Una vez pasados por la experiencia analítica, por el tamiz de la palabra, de las vueltas dichas que en su reducción permitieron esclarecer las identificaciones, los trayectos del fantasma y del síntoma, y en el mejor de los casos, alcanzar un decir que diga de la buena manera el imposible y su subjetivación demostrable… ¿qué queda de ellos, de los asuntos de familia?

Lo digo así: un eco sutil, que no se enlaza a nada ni a nadie, pero se apoya en la certeza del poder de la lengua que se aprendió en una familia, en la de cada uno. Hablar tiene sus raíces en el espacio y en el tiempo. Lo inaccesible del misterio del origen para cada uno, se toca, con lo inaccesible del trauma. Sin embargo eso no nos exime a los psicoanalistas, como al escritor, de dar impulso a la lengua que se crea, de ser más poetas que memoriosos, o mejor, hacer de la memoria, poesía, y de los asuntos de familia, una materia de vida.

Marzo 2017

NOTAS

  1. Lacan, J., (1938) «Los complejos familiares en la formación del individuo», Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 35.
  2. Le Clézio, J. M. G., El africano, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013.
  3. Ibídem.
  4. Miller, J.-A., «Cosas de familia en el inconsciente», Introducción a la Clínica Lacaniana, Conferencias en España, Barcelona, RBA Libros, S. A., 2006, p. 343.
  5. Le Clézio, J. M. G., El africanoop. cit.
  6. Miller, J.-A., (2006-2007) El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 50.
  7. Ibídem, p. 50.