Por Marita Salgado (EOL)
La escritura de Clarice Lispector en Los lazos de familia nos lleva al encuentro en el recorrido de su trama con tres generaciones: la madre, la hija que es madre de un niño «flaco, nervioso e indiferente» y «el padre de familia».
La hija despide a su madre, se suelta de su mano, respira y siente en su cuerpo algo distinto, camina y percibe la ciudad como nunca antes.
Llega a su casa toma al «niño flaco y nervioso» de su mano, ¡que pronunció una palabra! y sale, camina, liviana, placenteramente…
El padre de familia, se inquieta, «los sábados son míos», reclama en su pensamiento, no entiende la contingencia de su ausencia, «¡porque los sábados son míos!»
Una figura del padre, «el padre de familia», marca la época que nos atraviesa, en el decir de Lacan, diferenciado de su función, Nombre-del-Padre. Padre de familia que se encarna en el sueño neurótico de un hacer algo con el significante de la barra en el Otro, famil,[1] sueño portador del residuo de un padre que hace que un deseo no sea anónimo. Al menos un sábado suyo.
NOTAS
- Lacan, J. El Seminario, Libro 16, De otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 268.