Catalina Guerberoff (EOL)

Suicidio y adolescencia no se recubren; podríamos abordar al suicidio adolescente como una de las formas que toma el síntoma hoy en los jóvenes. No la única: accidentes, adicciones, fenómenos psicosomáticos, son otros modos de discordancia del sujeto con su cuerpo. Tomarlos como síntomas, intentar sintomatizarlos, es la manera en que como analistas intentamos responder en la práctica (síntoma en tanto podemos hacernos sus destinatarios, aunque sabemos que puede tratarse de actings outs, pasajes al acto, actos fallidos).

El suicidio era para Freud un enigma que la melancolía parecía iluminar, encontrándose en una variedad de casos que no se ajustan necesariamente a tipos clínicos ni estructuras. Ni Dora ni la joven homosexual fueron analizadas por Freud en tanto adolescentes aunque tal vez ahora las consideraríamos tales. En ambas aparece el suicidio, como amenaza o como intento.

Mientras en el historial de Dora circulan cartas –aquella en la que se despedía de sus padres, la de la Sra. K invitándola al paraje junto al lago, otra de un tío, la de la abuela que ella leía en la sala de espera, la carta de la madre en el segundo sueño- en Por 13 razones lo que pasa de mano en mano son los cassettes que Hannah, la adolescente suicida, buscó como vehículo para que su carta a llegue destino. ¿Acting? ¿Pasaje al acto? Misterio para otros, certeza para ella, hace un montaje que angustia y deja en vilo a los otros. Y está la voz, su voz. Decidida y arrebatada en sus acciones, el soporte un poco anticuado que eligió y el tiempo que se tomó para grabar las cintas antes de matarse parece hacer objeción a lo instantáneo de la época. Por 13 razones es una ficción sobre las dificultades para vivir la adolescencia en esta época, no sobre el suicidio.

Eric Laurent[1] invitaba a descubrir en la clínica las determinaciones veladas de la increencia en el amo, amo que es el discurso del inconsciente, interior y exterior al mismo tiempo. Pero el analista está concernido no solo desde su lugar de analista, sino también como adulto en una sociedad donde los adultos son responsables de cuidar de los más jóvenes.

La pregunta en cada caso sigue siendo de qué goza el que piensa en suicidarse, el que coquetea con la muerte. Poder escuchar las señales. No es tan simple. Un niño de 11 años fanático de los videojuegos había sido abandonado por su madre drogadicta cuando tuvo una hija con una nueva pareja y se fue a otra ciudad. Entonces tuvo que ir a vivir con el padre, quien no había deseado tenerlo y lo llevó sin mucho entusiasmo a un analista. Deprimido y angustiado, dijo en una sesión: «Quiero poner la vida en pausa». Frente a eso, no cabe más que interpretar e inventar, aun sabiendo lo incalculable de las respuestas de un sujeto que lleva en sí las marcas de lo mortífero de su madre. No es tan sencillo.

Los jóvenes deberían ir a la escuela. Freud había dicho[2] que «la escuela media tiene que conseguir algo más que no empujar a sus alumnos al suicidio; debe instilarles el goce de vivir y proporcionarles apoyo, en una edad en que por las condiciones de su desarrollo se ven precisados a aflojar sus lazos con la casa paterna y la familia».

La epidemiología sobre las causas de muerte de adolescentes tiene algunas variaciones dentro de América Latina, interesantes no por una cuestión estadística sino para explorar las características que toman en cada país y las soluciones encontradas por los analistas ante cada caso, siguiendo las vías tanto de la adolescencia como del suicidio.

NOTAS

  1. Laurent, E. Hay un uso posmoderno de la clínica. Página12. Extraído de https://www.pagina12.com.ar/2000/suple/psico/00-12/00-12-28/psico01.htm
  2. Freud, S. (1910) Contribuciones para un debate sobre el suicidio. Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu. 1986.