Por Ana Ruth Najles (EOL)
En relación con el próximo ENAPOL, «Asuntos de familia. Sus enredos en la práctica», me han pedido opinión respecto de una nota aparecida en un periódico sobre la decisión de un joven australiano gay que utilizará el óvulo y el vientre de su hermana para tener un hijo con su novio escritor, quien será el dador de esperma por fecundación in vitro. Y todo esto para que los genes familiares aparezcan, vía su hermana, en el niño gestado.
¿Y por qué no? ¿Acaso este delirio es peor que el de Ana O? Si todos deliramos a partir de la inexistencia de la relación sexual, si, a partir de allí, la familia para el psicoanálisis no es genética sino fantasmática, ¿por qué sería censurable o descartable la solución hallada por este joven para acceder a la paternidad en la época del imperio del mercado? Si en la actualidad se compran óvulos, se alquilan vientres y se compra esperma, ¿por qué sería inválida esta solución?
Para hacer familia o para construirse una per-versión, cada quien cuenta sólo con su fantasma, para velar la inexistencia de la relación sexual. Fantasma que se construye con los restos de cosas vistas u oídas mucho antes de darles ningún sentido, al decir de Freud, y que, en términos de Lacan, se construye a partir de las resonancias en el cuerpo de lalengua que recibe a cada quien al llegar al mundo.
¿Acaso este hombre sabe lo que dice cuando dice que quiere que su hijo tenga sus genes y los de su pareja? Cada uno habla solo y repite una sola y misma cosa, dice Lacan, y eso que repite es el goce del cuerpo.
Por ello, no se puede anticipar cuál será el modo de gozar de cualquiera que cae inmerso en el caldo de lenguaje, incluido el niño producido de esta manera.
Noviembre 2016