El terrorismo de estado, sus secuelas y la contra-experiencia

Colaboraron: María E. Banzato, Helen Kaplun, Gustavo Kroitor, Susana Masoero y Patricia Sawicke

Introducción
A los 28 años Zoe vuelve del extranjero para encontrarse con quien será su pareja. Necesita «aclarar algunos temas» y pide un análisis. A sus 12 años, en los 90, sus padres emigraron en busca de mejores horizontes laborales. Aquí cerraban las fábricas dejando un reguero de desocupados. Durante los años 70 habían actuado en política, igual que un tío de Zoe fusilado por la dictadura tras su secuestro en un centro clandestino de detención. Nunca entregaron su cuerpo, no pudieron velarlo ni sepultarlo.

El recuerdo del tío desaparecido era «la nube negra» que cubría la vida familiar y empañaba la difícil adaptación de Zoe al nuevo país. Enviaba cartas a sus conocidos describiendo su dolor, pero sólo uno, un profesor, le respondía orientándola y dándole consuelo. Con él se encontró en el regreso a sus 28 años, hoy es su pareja y padre de sus hijas.

Hace unos días plantaron un árbol en homenaje al tío cerca del lugar donde lo secuestraron. Zoe continúa en análisis, poco a poco los temas se van aclarando.

Una perspectiva posible para conversar sobre «La violencia en el nuevo orden simbólico» en este Encuentro Americano es abordarla desde el rasgo que evoca la viñeta clínica: la violencia ejercida por el terrorismo de estado en el último tercio del siglo anterior en gran parte de Latinoamérica y las secuelas que aún persisten de esa experiencia.

Las dictaduras que quebraron los sistemas democráticos y se mantuvieron utilizando esta violencia a través del terror, el secuestro, la desaparición, la experiencia de los campos de concentración, funcionaron como la puerta de entrada de las políticas que, acordes a la economía de mercado, terminaron promoviendo la yuxtaposición del discurso de la ciencia y del capitalismo que caracteriza al nuevo orden simbólico que hoy rige a escala mundial. Así como la participación internacional influyó desde sus orígenes, en el contexto bipolar de la «guerra fría», algunos de sus rasgos continúan manifestándose en la actual globalización y reorganización hegemónica.

Corresponde entonces considerar la «contra-experiencia» que se desarrolla durante el curso del siglo XXI, que implica tanto el intento de tramitar esa violencia como la presencia de restos que aún persisten en el marco del nuevo orden simbólico que determina la subjetividad de la época.

La facticidad real
Los campos de concentración, llamados en Argentina «centros clandestinos de detención» (CCD) fueron uno de los lugares donde se sistematizó esa violencia real, donde se torturaba a los secuestrados y se los hacía desaparecer, incluyendo la desaparición de los cuerpos a los que se les negaba sepultura. También donde se ejercían vejámenes, violaciones sexuales y la apropiación de niños nacidos en cautiverio, en fin, lugares que terminaron siendo el triste paradigma de los crímenes de lesa humanidad cometidos.

Abordamos desde este ángulo este modo de violencia atentos a que Lacan se refiere a los campos de concentración al considerar los tres puntos de fuga perspectivos en el horizonte donde se anudan psicoanálisis en extensión y en intensión.

En la Proposición del 9 de octubre de 1967… trata «la tercera facticidad, real, demasiado real, suficientemente real» que se expresa en «el término de campo de concentración…».

Para Lacan estos campos fueron precursores de los procesos de segregación que surgieron a partir de los mercados comunes o de la universalización del sujeto introducida por la ciencia manejada desde esos mercados.

Esa segregación, incluso el aplastamiento de la singularidad del sujeto a manos de aquella universalización, son formas de violencia que en América Latina se desarrollaron a partir de esa otra violencia aún más impactante, la del terrorismo de estado y sus CCD.

Del centro a la periferia y retorno. Orígenes y continuidad
En los años 70, se desplegó en Latinoamérica una serie de revoluciones y movimientos nacionales que fueron reprimidos de acuerdo a la llamada Doctrina de Seguridad Nacional fomentada por Estados Unidos. Con ella se legitimaban los golpes militares y la violación sistemática de los derechos humanos. PP En la Escuela de las Américas, en Panamá, se entrenaba a ejércitos latinoamericanos, instruyéndolos en técnicas para realizar interrogatorios mediante torturas, infiltración, inteligencia, secuestros, desapariciones de opositores, combate militar y guerra psicológica. También funcionó una doctrina de origen francés, creada a partir de la lección aprendida tras las derrotas en las guerras de independencia de Indochina y Argelia.

En el cono sur americano el Plan Cóndor fue la expresión más clara de la intervención internacional al consistir en una red en la que se entrelazaron organizaciones de inteligencia y operaciones: chilenas, uruguayas, argentinas, junto a los servicios paraguayos y brasileños, vinculados con la Propaganda Due italiana (P2), la Organisation de l´Armée Secrète francesa (OAS), grupos fascistas españoles y grupos de cubanos anticastristas.

Así como verificamos que los países de la periferia adoptaron modelos aprendidos de los países centrales, también podemos constatar el movimiento inverso.

Los campos de concentración sudamericanos diferían de los nazis al configurar un modelo mixto para el tratamiento de los cuerpos: por un lado se concentraba a los prisioneros para su posterior eliminación, pero por otro se utilizaba el aislamiento físico y sensorial para la tortura, vendándoles los ojos y dejándolos en un universo de silencio.

Al combinar elementos de concentración y aislamiento, se presentaban como un modelo intermedio entre el campo de concentración nazi y los actuales centros de confinamiento ilegal como Guantánamo. En cierto sentido «la periferia fue un lugar de preanuncio o prueba de los nuevos modelos económicos (neoliberales), políticos (subordinación del Estado) y represivos (Estado de excepción, desaparición forzada y campos de concentración-aislamiento), que luego se extendieron hacia el centro»[1]

La violencia en el nuevo orden simbólico es funcional a las redes de poder corporativo y transnacional que, según P. Calveiro, se despliega a través de la guerra antiterrorista, que permite expandir el nuevo orden global al invadir territorios y apropiarse de sus recursos y la guerra contra el crimen, que conduce al encierro creciente de jóvenes y pobres en aras de la supuesta seguridad interior.

Terrorismo de Estado y subjetividad
«Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada; (…) ir a una economía de mercado, liberal (…) Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario»[2].

Estas declaraciones del dictador argentino Videla confirman que el terrorismo de estado pretendía «disciplinar» transmitiendo que así como intervenían sobre el cuerpo del prisionero arrebatándole su humanidad, podían intervenir sobre el conjunto de la sociedad influyendo en su subjetividad.

Tal como, en su momento, la 1ra Guerra Mundial, en Europa «mató de forma duradera, por ejemplo, el deseo de tener hijos»[3], la violencia del terrorismo de estado en Latinoamérica mató, durante el período de primacía de las políticas neoliberales, el deseo de la participación política, salvo en los primeros años de la recuperación democrática y en la última década.

En el mundo actual el par ciencia/capitalismo se articula a una inseguridad ampliamente difundida por los medios y a un terrorismo efectivo o construido que, como fenómenos de la época, se corresponden con una subjetividad que refugia su interés en un individualismo consumidor y descolorido. Un individualismo que, en Argentina, ante la represión terrorista e indiscriminada del estado, se excusaba sospechando que los perseguidos «algo habrán hecho», continuó formando a sus jóvenes con la ideología del «no te metas» y terminó blandiendo la impotente consigna «que se vayan todos».

Reconocemos así cortes y articulaciones entre el mundo bipolar y la actual reorganización global que sobrepasó las barreras geográficas, políticas e incluso subjetivas, permitiendo la circulación «de todo tipo de productos y servicios: armas, drogas, pero también personas, niños, órganos, semen, la vida misma; nada escapa a la condición de mercancía que se vende-servicio que se presta»[4]

En ese nuevo escenario también se trafica el terror y la violencia, de modo indirecto o con la acción directa de operaciones militares, como en Yugoslavia, Afganistán o Irak, en los distintos campos de concentración o por las torturas que se dejaron ver en Abu Ghraib, seguramente para expandir un terror que influya sobre la subjetividad.

La contra-experiencia y los restos
«A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia (…) Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más»[5].

Con esta frase del fiscal Strassera comenzó en Argentina una «contra-experiencia» cuyos hitos más importantes son las investigaciones que concluyeron en un informe publicado en el libro «Nunca Más», los juicios a los integrantes de las tres primeras Juntas Militares y las actuales políticas de memoria, verdad y justicia que adopta distintos matices en los diferentes países latinoamericanos que padecieron esas dictaduras.

Esta tramitación no sólo implica los juicios contra los represores y sus cómplices civiles y eclesiásticos, sino también el reconocimiento de los cuerpos hallados, la recuperación de los hijos de los desaparecidos y la búsqueda incesante de distintas organizaciones sociales.

Se constituyó así un montaje simbólico e imaginario que trata un real a través de una serie de dispositivos judiciales, sociales o políticos. Tratamiento que, por estructura, presenta fallas por donde se filtran secuelas de aquella violencia que hoy se actualiza manifestándose en amenazas golpistas o intentos concretos en algunos países latinoamericanos. También en la persistencia de la práctica del secuestro o desaparición ejercida por quienes actúan en la clandestinidad buscando venganza o intimidar a los testigos en los juicios. En la negativa de los acusados a dar información sobre el paradero de los cuerpos. En el intento de sectores de la justicia de postergar la elevación a juicios, en la prosecución de la aplicación de torturas y maltrato en las cárceles, en las complicidades entre algún integrante policial o algún fiscal con sectores delictivos…

Los cuerpos desaparecidos
«En tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido, (…) no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso no podemos hacer nada», afirmó Videla en 1979, esbozando un sadismo: por el crimen al nivel de la vida del desaparecido y por el resto que tampoco subsistirá.

Dada esta situación y ante el silencio de los genocidas en dar a conocer el paradero de los detenidos, las madres de esos jóvenes se organizaron y constituyeron en las «Madres de Plaza de Mayo» para exigir, en un primer momento, la aparición con vida y luego la restitución de los cuerpos para darles una inscripción simbólica con la sepultura.

«¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero, ¿qué es lo que podemos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo?», decía Videla, agregando que no los daban por muertos porque «enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo»[6].

Así proponía un silencio cómplice para proteger a los asesinos, pero también dejaba ver la oscura intención de que el cuerpo muerto no conservara el valor que le otorga la especie humana al inscribir su nombre en una sepultura, «primer símbolo en que reconocemos la humanidad en sus vestigios», como plantea Lacan en «Función y Campo de la Palabra…»

Al negarles la posibilidad de una sepultura, el terrorismo de estado pretendió borrar la condición histórica y la categoría humana a los desaparecidos, ya que se trata de «una marca dejada en la historia a la que se reconoce la emergencia de lo humano como tal»[7].

Sepultura como señal «que muestra en la muerte la mediación última del sentido»[8], o como lo que vendrá a envolver, a vestir al cuerpo muerto, eternizándolo y demostrando que no es pura y simplemente carroña[9].

Mora nació en un CCD donde su madre presa fue torturada. «No haber hablado» era algo valorado. Entre ellas tampoco hablaban mucho, menos aún del padre desaparecido que no conocía. Ella, parca y distante, comentaba sobre las dificultades para vincularse con sus compañeros de estudios. Un día conoce a un cantante callejero. Habitualmente iba a escucharlo a los pasillos del subte, paseaban por la ciudad y, algunas noches, trepaban el muro del cementerio para hacer el amor sobre una tumba. Era algo raro, pero excitante.

¿Cómo elaborar el duelo por un padre desconocido al que se le negó sepultura? ¿Cómo reivindicar, al modo de Antígona, que el humano tiene derecho a inscribir su nombre en la sepultura, allí donde se encarna la vida significante más allá de la muerte biológica?

Así también se aplicó un tormento a los familiares de los desaparecidos, quienes al no contar con el cuerpo no pueden hacer los funerales ni honrar a su muerto, que no murió una vez sino que muere todos los días.

Pero éste no fue el único despojo producido por el terrorismo de estado. Lo constatamos al comparar al animal, cuyo cuerpo se identifica al ser, con el hombre, que tiene un cuerpo, lo que se encarna muy bien en la formula del habeas corpus.

La violencia de los años del terror también se manifestaba en la negativa de los jueces cómplices de otorgar los habeas corpus que eran solicitados por los padres de los detenidos/desaparecidos, arrebatándoles el atributo humano de tener un cuerpo para sólo serlo, como es el caso del animal.

También con la expropiación, por parte de los represores, del goce del cuerpo, tratando a los prisioneros como si fueran cosas. Así lo decía Videla: «Solución final nunca se usó. Disposición final fue una frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a disposición final. Ya no tiene vida útil»[10]

Los cuerpos que hablan
La contra-experiencia ejercida desde las instituciones democráticas consiste también en la búsqueda de los cuerpos desaparecidos. Algunos fueron encontrados en fosas que habían permanecido ocultas, otros, a orillas del río.

Esos cuerpos, como puros restos, son investigados por el Equipo Argentino de Antropología Forense que, muchas veces, en combinación con el Banco de Datos Genéticos intentan encontrar las identidades que permitan rehacer los vínculos familiares perdidos, en especial con aquellos hijos de desaparecidos nacidos en cautiverio y entregados a familias sustitutas cuando no fueron apropiados por los mismos represores de sus verdaderos padres. Aquí la ciencia adquiere otro valor al no ubicarse al servicio del mercado.

Así se lograron una serie de restituciones por vía judicial a través de la verdad histórica, contribuyendo para esa búsqueda las «Abuelas de Plaza de Mayo» que cumplieron un papel fundamental para alcanzar ese objetivo.

Cuerpos violados
A partir de los testimonios del «Nunca más», de los que se publican en variadas páginas de las redes virtuales y los que se desarrollan en los juicios que se llevan a cabo, nos informamos de las violaciones sufridas por hombres, mujeres y niños durante su cautiverio.

En el caso de las mujeres que los represores consideraban subversivas, seguramente, representaban una feminidad opuesta a todo «aquello que la tradición patriarcal esperaba de ellas, por eso se propusieron lacerar y ocupar sus cuerpos con las violaciones y las vejaciones constantes»[11]

En Argentina, a partir de 2010 se comenzaron a emitir fallos que establecen la violación como delito de lesa humanidad tan imprescriptible como la tortura. Interesa que estos delitos sexuales no queden subsumidos bajo la figura de tormentos porque impediría reflejar la especificidad de la agresión sufrida por la víctima.

Pero estos avances se opacan ante la presencia, aún hoy, de agentes de aquella violencia que provocan una crisis de las normas en el mismo lugar donde deben implementarse. Lo constatamos en una causa reciente donde la testigo denunció violaciones padecidas en una comisaría. Luego del juicio, el tribunal concedió al condenado el beneficio de salidas transitorias por no tener aún sentencia firme, después de lo cual la víctima fue asesinada en circunstancias que no llegaron a esclarecerse.

«Estas llamativas y preocupantes decisiones de (sectores de) la justicia no hacen más que provocar incertidumbre y temor en los y las testigos de estos crímenes de lesa humanidad»[12]

La importancia que se le otorga al tema, intentando gestar nuevos paradigmas, se demuestra en las instrucciones elevadas desde la Procuraduría y dirigidas a los fiscales para que actúen de acuerdo a las directivas de un documento sobre el juzgamiento de los abusos sexuales en el marco del terrorismo de Estado, oportunamente elaborado por la Unidad Fiscal, buscando el efecto adecuado en la prosecución de los juicios.

Conclusiones
Constatamos que la «contra-experiencia» funciona fundamentalmente por un circuito de dispositivos sociales, políticos y/o jurídicos que intentan un tratamiento de la violencia que logra filtrar sus secuelas por las fallas de ese montaje.

Desde el psicoanálisis lo encaramos de otra manera, con cierta sustracción con respecto a la sociedad, pero no sin ella. Al respecto J-.A Miller se pregunta «¿Qué sentido dar a la posición de extimidad del analista?»[13].

Si bien se ubica por fuera del significante amo y de las exigencias de la justicia distributiva, esta posición no es sostenible en cualquier régimen social.

Por esta razón debemos saber que al lado del acto analítico se puede ubicar una acción psicoanalítica o, mejor aún, una «acción lacaniana»[14], que le otorgue a ese acto analítico las consecuencias que pueda tener en la sociedad. Consecuencias que son correlativas con las que Lacan deseaba de su enseñanza.

Concluimos entonces con Miller: «Es sin dudas este campo el que ahora se nos abre»


Notas

  1. Calveiro, Pilar. Violencias de Estado, Siglo XXI. p 44
  2. Reato, Ceferino. Disposición final. Sudamericana. p 155
  3. Laurent, Eric. Entrevista en La violencia síntoma social de la época. Scriptum. EBP
  4. Calveiro, p 54
  5. Strassera, J.C. Alegato final… http://biblioteca.educ.ar.
  6. www.eldia.com.
  7. Miller, J-A. La naturaleza de los semblantes; Paidós. p 221
  8. Miller. p 224
  9. Lacan, J. Radiofonía. Otros Escritos. Paidós. p 432
  10. Reato, C. p 51
  11. Gómez, M.R, «Delitos sexuales: una práctica sistemática de la dictadura«. Rev. Espacios. Año 4 Nº4
  12. Idem.
  13. Miller, Curso 2003 inédito. Clase en revista Mediodicho Nº 27
  14. Miller idem ant.