Antonio Beneti

Los escritos en el cuerpo, más precisamente en la piel, siempre existieron en la historia de la humanidad, convocando la mirada del Otro. De esta forma, los tatuajes estarían inscritos bajo la forma de un nudo: piel, cuerpo, mirada del Otro.

Paul Valéry dice que lo más profundo es la piel, la considera como un lienzo humano en el que se dibuja y pinta. Los niños, por ejemplo, juegan, dibujan, pintan y escriben sobre el cuerpo. Se tatúan en esta actividad lúdica. Un proverbio chino dice que “un cuerpo sin tatuar es un cuerpo estúpido!”

La palabra tatuaje proviene de una antigua lengua de Tahití: acto de dibujar. La práctica del tatuaje recibió a lo largo de la historia, en cada época, en cada cultura, diferentes tratamientos, lecturas e interpretaciones, una “práctica de sentido” dada por el Otro de la Cultura de la época.

Los griegos y los romanos, por ejemplo, de donde viene nuestra cultura occidental, no lo consideraban una práctica respetable y la usaban para marcar esclavos, criminales y gladiadores. La usaban para marcar a aquellos que caían en desgracia o desaprobación. Así, hasta hoy, una cierta marca de “marginalidad” acompaña a quien se tatúa.

La palabra latina para tatuaje era: stigma. Así, “el tatuado era un estigmatizado”. Tal vez sea este el sentido universal, más popular, aún vigente…

Históricamente, la Iglesia lo consideró una señal de paganismo a ser erradicado, o una manifestación de los poderes de Satanás. Sin embargo, muchas referencias en los textos antiguos indican que era común o costumbre de los primeros cristianos tatuarse una cruz, el nombre de Cristo, un pez o un cordero, como signo de identificación y pertenencia religiosa.

Los árabes, principalmente las mujeres, se tatuaban “dagg” o “daqq”, elemento ornamental o terapéutico, cumplimiento de un deseo con la intención de preservar el amor de un hombre o facilitar la inducción del embarazo.

En el Antiguo Testamento existe un pasaje donde se prohíbe el tatuaje o las escarificaciones. En verdad, el judaísmo no permite ningún tipo de marca en el cuerpo.

Ya en la Polinesia, la práctica del tatuaje está bien desarrollada; es signo de identidad personal en las islas del Pacífico. En la antigua Samoa, tatuar era un oficio heredado con posición privilegiada. El tatuaje en el joven marcaba una transición hacia la adultez y era prueba de virilidad y coraje.

Y, así, encontramos presente en varios pueblos de occidente y oriente, en varias culturas, milenariamente, con varias funciones e innumerables significaciones sociales: señal de belleza, devoción religiosa, marca de transición del joven al adulto, distintivo del clan o tribu, medio de identificación personal o forma de demostrar valor o virilidad, estímulo de atracción sexual, talismán para espantar malos espíritus, parte necesaria de los ritos funerarios, distinción entre la mujer casada y la soltera, prueba de amor, forma de marcar e identificar esclavos, marginales y convictos (segregación). También podía tener fines curativos y preventivos. Los temas representados eran eróticos, guerreros, religiosos, alusivos a mitos o leyendas, plantas, animales o escenas de la vida cotidiana. Pero siempre una marca inscrita en el cuerpo, una inscripción sobre la piel dirigida a la mirada del Otro.

Para Severo Sarduy (1996), en su trabajo “Escritos sobre el cuerpo”, en el que trata la unión entre literatura y tatuaje, el tatuaje es un escrito sobre el cuerpo. Confiere al tatuaje una dimensión equiparable a la literatura y sostiene que esta debe ser moldeada por la operación del dibujo dérmico, que implica circunscripción, punción, dolor y coloración. Privilegia el campo escópico, el mirar, el espacio y el tacto. Para Sarduy, la literatura es el arte de lo pictórico. La autobiografía de Sarduy puede ser reconstruida a partir de las inscripciones en su cuerpo en forma de cicatrices y suturas por accidentes y enfermedades, que constituyen una verdadera arqueología de la piel. En “El Cristo de la rue Jacob”, escrito autobiográfico, el cuerpo humano, para acceder al sentido, tiene que transformase en texto móvil, en la marca de una inscripción y de un desciframiento.

Y la piel funciona como espejo y superficie reflectora.

Así, en “Un testigo fugaz y disfrazado”, dice:

“Sirva mi cuerpo cifrado

De emblema o de silogismo

La piel es un blasón vivo

Se descifra en negativo

Se lascera a sí misma”

La adolescencia parece ser el período en que hay un mayor “trabajo de tatuaje”, funcionando como coadyuvante para una amplia gama de conflictos propios de la edad. Al colocarlos en la superficie del cuerpo, sirviéndose de lo imaginario, tales conflictos se hacen perceptibles.

Hoy, el tatuaje es un fenómeno social que se intensifica, prolifera pero es cada vez más singular. Son tatuajes extraños, incomprensibles, ininterpretables, en este mundo en el que lo imaginario tiene un papel prevalente con respecto a lo simbólico.

Actores y actrices de todo orden y todos los campos (cine, teatro, televisión, porno, etc.) se presentan con sus cuerpos tatuados, provocando la mirada centrada en el tatuaje. Parece que vivimos una época de “tatuaje generalizado”, de un “todos tatuados”: adolescentes y jóvenes “playeros”, “académicos”, “salidores”, médicos, jueces, etc. Es algo que llama la atención e invade el campo escópico y de la clínica.

Cuando surge, hoy, alguien tatuado, se mira el tatuaje. Es como si el resto se apagase. Se trata de un detalle que adquiere mayor visibilidad que el todo corporal.

El tatuaje en la enseñanza de Lacan

Intentemos pensar el tatuaje en el ayer, en el siglo pasado y hoy, en el siglo XXI, en lo contemporáneo, a partir de algunas puntuaciones de Lacan y de Miller con relación al tema.

Evoco, para comenzar, el texto “La agresividad en psicoanálisis”, de 1948 (página 97, Siglo XXI, 1991):

“Hay aquí una relación específica del hombre con su propio cuerpo que se manifiesta igualmente en la generalidad de una serie de prácticas sociales –desde los ritos del tatuaje, de la incisión, de la circuncisión en las sociedades primitivas, hasta en lo que podría llamarse lo arbitrario procustiano de la moda, en cuanto que desmiente en las sociedades avanzadas, ese respeto de las formas naturales del cuerpo cuya idea es tardía en la cultura”.

Hay un sujeto del inconsciente en el tatuaje…

En El SeminarioLa angustia, de 1963, páginas 274-276, Lacan se refiere a “la mancha y el lunar” y, más precisamente en la página 275, habla de las “virtudes del tatuaje”. En El Seminario 11, en “el mirar del ciego y el punto cero del mirar”, Lacan no habla directamente del tatuaje, pero se refiere a la función de la mancha en una ocasión en la que trabaja la cuestión del objeto mirada. Es decir, el tatuaje muestra y esconde, tal como la mancha.

Otra referencia es el texto “Propuesta sobre la mutilación”, de Jacques-Alain Miller (Correio da EBP, número 25, 1997, pg.33 – “Carícia sobre a pele”), que coloco al final del texto como “cloture”.

Recurriremos también a una lección de Silet en que Miller trabaja la cuestión del mirar, en el curso Los divinos detalles, recién establecido y publicado por Paidós, y la revista Lazos nro. 6, de la EOL/Rosario.

Encontré otra referencia sobre el tema en un libro de Silvia Reisfeld, una psicoanalista que hace una lectura diferente de la que haría un lacaniano de los hechos clínicos y de la elaboración teórica de ciertas cuestiones, ya que se trata de un trabajo cuyo eje puede ser considerado fenomenológico. A pesar de que trata sobre la subjetividad, no aborda cuestiones fundamentales para nosotros como la del goce y la del objeto mirada, temas que sólo emergen en el texto a partir de una relectura basada en las referencias que tenemos, tarea que no siempre es fácil.

Con todo, se trata de un texto muy interesante, en el que relaciona el tema con las tribus, la adolescencia, las toxicomanías, con ilustraciones de casos clínicos. Cita también dos filmes importantes sobre el asunto: “Pillow book” e “Irezume, la mujer tatuada.” En este último, una mujer tatúa su cuerpo a partir del dicho de su amante que señala su deseo de que ella tuviese un tatuaje. El tatuaje se torna, en este caso, un fetiche, que hace que ella sea deseada por el hombre: partenaire-síntoma contemporáneo del lado masculino. “Divino detalle” construido por la mujer para “fetichizar”, causar el deseo del hombre que ama.

En el seminario “El hueso de un análisis” (1998) Jacques-Alain Miller dice que, al lado del partenaire-síntoma contemporáneo, la devastación, tenemos el fetiche, un pequeño detalle, como partenaire-síntoma del hombre.

De esa manera, para abordar el tatuaje, este fenómeno de masa contemporáneo y de lazo social, es necesario pensar una clínica que considere al parlêtre, la singularidad subjetiva, más allá del singular fenoménico contemporáneo, pues la clínica es una clínica de lo singular, del detalle.

Entonces, más allá de una función que cumple el tatuaje, tenemos que escuchar la posición de cada uno con relación a su tatuaje, en relación con su propio cuerpo y su dirección con respecto a la mirada del otro. Esto me permite formular: hay un sujeto inconsciente en el tatuaje (primera enseñanza), hay un parlêtre en el tatuaje (segunda enseñanza).

Sería posible escuchar en el relato de dos fragmentos clínicos (que no relataré aquí) que el tatuaje cumple funciones diferentes en cada uno, permitiendo interrogar lo que cada sujeto que se tatúa quiere con un tatuaje. Los dos casos clínicos sugieren que el tatuaje puede funcionar como una “autocura”, en el contexto de las invenciones singulares subjetivas, en determinadas situaciones, para ciertos sujetos. Hay una relación singular del sujeto del tatuaje con el cuerpo, cuando éste tal vez va más allá de un detalle.

El libro de Silvia traza una serie de ítems ligados con el tema: tatuaje y toxicomanía, adolescencia, erotismo, letra, escrito en el cuerpo, moldura corporal, la piel, el grupo de tatuajes, la mirada, entre otros. No voy a detenerme en ellos, apenas menciono que podemos extraer de allí el tema de la relación del tatuaje con el lazo social (tema que trabajamos en otro texto publicado en Opción Lacaniana online).

En el final de El Seminario La angustia, y a partir del capítulo “La esquizia del ojo y la mirada”, de El Seminario 11, Lacan dice que lo que está detrás de la mancha es el ojo, lo que está detrás de la mancha es la mirada. Lacan distingue la función del ojo y de la mirada:

“En otras palabras, ¿no debemos distinguir a este respecto la función del ojo y la de la mirada?

Este ejemplo distintivo, escogido como tal –por ser local, (…) excepcional– sólo es para nosotros una pequeña manifestación de una función que hay que aislar: la función, démosle su nombre, de la mancha. Este ejemplo es valioso porque marca la preexistencia de un dado-a-ver (…). Si la función de la mancha es reconocida en su autonomía es identificada con la de la mirada, podemos buscar su rastro, su hilo, su huella, en todos los peldaños de la constitución del mundo en el campo escópico. Entonces nos daremos cuenta de que la función de la mancha y de la mirada lo rige secretamente y, a la vez, escapa siempre a la captación de esta forma de la visión que se satisface consigo misma imaginándose como conciencia”.[1]

En El Seminario 11, Lacan hace equivaler la función de la mancha, trabajada por él en El Seminario 10, con la función de la mirada. “Este ejemplo es valioso porque marca la preexistencia de un dado-a-ver”. De esta manera, cuando miramos al tatuaje, si no vemos el resto, es la mancha que recae, y nos concentramos allí, sin conseguir retirar el ojo de ella, porque somos capturados por ella.

Lacan acaba por abordar la mirada en cuanto objeto a, en el camino de la mancha y de la señal, observando que la mancha tiene el estatuto de tiquê, estatuto de objeto pequeño a, que quiebra el automaton del significante. A partir de estas referencias es posible decir que, en los seminarios 10 y 11, Lacan articula al tatuaje con la cuestión del objeto mirada.

Lacan, en el artículo “La agresividad en psicoanálisis”, momento en el que tenemos un Lacan kleiniano, asocia al tatuaje con el cuerpo despedazado y la práctica social. Se trata de un abordaje del tatuaje inscrito en el contexto de los lazos sociales, es decir, en la relación del sujeto con un Otro. Lacan, en este momento, menciona los ritos del tatuaje.

Me interrogo cómo el tatuaje podría ser abordado a partir de la cuestión del cuerpo despedazado. Si la lectura del estadio del espejo evidencia que no hay resto, que falta la dimensión de lo real, excluída de la perspectiva narcisista e imaginaria, sería interesante investigar si, en determinados momentos, el tatuaje surgiría como un intento del sujeto de recomponer la imagen en determinadas situaciones, como en las psicosis en las que tenemos al sujeto en esa tópica especular o en la histeria, en que los sujetos pueden también usar al tatuaje para recomponer algo de la imagen con dirección a la mirada del Otro.

Por otro lado, el tatuaje, en los nudos borromeos, con el fin de reparar el defecto del nudo, o sea, recuperar las propiedades borromeas del nudo, puede no apuntar para la estabilización definitiva, pero presentarse como algo que produce un cierto apaciguamiento momentáneo que permite al sujeto avanzar. Podemos observar, en la clínica, muchos casos en que eso no es suficiente, casos en que el sujeto se hace un tatuaje, después otro y otro, se va tatuando sin alcanzar una estabilización, pero logrando obtener un apaciguamiento.

En este punto, recuerdo lo que dice Jacques-Alain Miller, en 1997, después por lo tanto, del abordaje de la última enseñanza de Lacan, observación que me parece bastante pertinente con la relación que hago del tatuaje con el lazo social. En el artículo “Propuesta sobre la mutilación” habla de la escritura sobre el cuerpo, no como mutilación, sino como una caricia sobre la piel con función socializante:

“La mutilación ritual responde a una exigencia definida, codificada conforme a la ley de un sistema biológico, social, religioso, en todo caso de un sistema constitucional así como la incidencia de la realidad social, de sus símbolos, sus semblantes, sobre la realidad del cuerpo vivo… No voy a recordar los datos etnológicos que se encuentran a disposición de todos. Esto dice respecto a la función socializante, simbolizante, de la marca escrita sobre el cuerpo y la piel que es el tatuaje –que es, de algún modo, una simple, no mutilación sino una caricia sobre la piel, una pintura– con las marcas inscritas en el cuerpo, la carne, las escoriaciones, las cicatrices rituales”.

Para finalizar esta puntuación sobre el tatuaje, señalemos su relación con el tema del ENAPOL, con lo imaginario, el cuerpo, citando un pasaje de El Seminario 23 de Lacan (en el capítulo IV: “Joyce y el enigma del zorro”, cuando habla del “amor propio”):

“El amor propio es el principio de la imaginación. El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia –consistencia mental, por supuesto, porque su cuerpo a cada rato levanta campamento. (…)

Ciertamente, el cuerpo no se evapora, y, en este sentido es consistente (…) cosa que resulta antipática a la mentalidad, porque esta cree tener un cuerpo para adorar. Esta es la raíz de lo imaginario. (…) Lo sexual miente allí por contarse demasiado.

La falta de abstracción imaginaria antes mencionada, que se reduce a la consistencia, lo único concreto que conocemos es siempre la adoración sexual, es decir la equivocación, en otras palabras, el menosprecio, porque se supone que lo que se adora no tiene ninguna mentalidad, confer el caso de Dios.

Esto no es verdad para el cuerpo considerado como tal –quiero decir adorado, puesto que la adoración es la única relación que el parlêtre tiene con su cuerpo– más que cuando este adora otro, otro cuerpo”.[2]

Teníamos “la fuga del sentido” y aquí Lacan señala “la fuga del cuerpo”, de ahí tenemos siempre un parlêtre atormentado en su relación con el cuerpo. Hoy vemos “cuerpos tatuados” en lo contemporáneo, en el que lo imaginario representa ese papel preponderante, diferente de los pequeñas “tatuajes en el cuepo” (I/S), como en el siglo pasado en el que simbolizaban algo, en el que había un sujeto de/en el tatuaje, con dirección a la mirada del Otro. Hoy el parlêtre intenta asegurar la fuga del cuerpo (I/R) con tatuajes generalizados, comprables como gadgets en el “mercado tatoo” capitalista. Y este (el cuerpo) huye… siempre. Y los tatuajes existirán siempre, en la historia de la humanidad… no cesando de dejar de ser inscritos en la piel del parlêtre

Traducción del portugués: Mercedes Ávila

Revisión: Pablo Russo


[1] Jacques Lacan (1964): El SeminarioLibro 11Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, 1999, Buenos Aires, página 82.

[2] Jacques Lacan (1976): El SeminarioLibro 23El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2008, página 64.