Hector Gallo

La palabra imperio es tomada del latín imperium, que denota orden, mando, soberanía. También evoca poder, el hecho de implantar, imponer, condenar, proferir, impregnar, impugnar, imputar. Afirmar que asistimos en el siglo veintiuno a un imperio de las imágenes, supone considerar que estamos sometidos a todo aquello que se localiza del lado de la representación, la apariencia, la virtualidad, lo que se puede ver y el semblante. No partimos entonces de una hipótesis ya que no decimos si hay imperio de las imágenes, entonces…, sino que decimos: hay imperio de las imágenes, luego se producen unas consecuencias. Aquí se trata de una proposición que no es para verificar sino para servirse de la misma tomándola como base formal de una demostración.

Decir imperio de las imágenes implica, de un lado, instalar el yo en el puesto de mando y, de otro, reconocer que por el cuerpo estar metido en el asunto de la imagen y ser definido como una consistencia mental, somos prisioneros de dichas imágenes y además podemos llegar a tener una relación de extrañeza con las mismas. Las imágenes someten y encierran a los sujetos de distintas maneras, por ejemplo, por la vía de la publicidad, de la pornografía, el cultivo de la apariencia, la mostración, el exhibicionismo o el llamado al Dios científico para que forzando la naturaleza produzca artificialmente un cambio de sexo cuando hay decepción e inconformismo con el que se tiene.

Dado que en los fenómenos anotados suele quedar inmerso el cuerpo, que a juicio de Lacan es algo que se tiene y que en tanto tal se lleva consigo, se moviliza y transporta, “en la relación con el sujeto tachado, simbólico, […] por ser del orden de lo imaginario, […] es fundamentalmente extranjero”.[1] Esto se demuestra clínicamente, por ejemplo, en los fenómenos esquizofrénicos, en el transexualismo y en la angustia, donde la relación con el cuerpo es de extrañeza, como si hubiera seguido “su propio camino”, independientemente del yo racional.

Imperio de la imágenes también quiere decir que si “la realidad se puede abordar desde la vertiente de lo simbólico o desde la vertiente de lo imaginario”[2], sostener que este último ha pasado a imperar en nuestro tiempo en el abordaje de la realidad, implica que el Nombre del Padre ha perdido su lugar como instancia ordenadora que instaura anudamientos esenciales, pacifica las trampas de lo imaginario y porta una interdicción sobre el goce primordial.

Otra cuestión es que si “en el ser humano predomina lo imaginario, no se puede escapar a lo real mediante la religión del hecho”.[3] La religión del hecho es la creencia ciega en un positivismo ingenuo que por medio de los asuntos de hecho pretende alcanzar lo real. La manera de evitarlo es sabiendo hacer uso de la imagen, pues si bien originariamente el hombre se identifica con la misma para poder acceder a la ilusión mental de tener un cuerpo, también es cierto que esto no le “impide poder corregirla, ponerla de moda, o en el modo en que la quiera”.[4]

No es por otra razón que en la contemporaneidad el asesor de imagen se ha vuelto indispensable para las celebridades o para todo aquel que vive en el campo de la representación. Estos asesores tienen la función de ayudar a recomponer la imagen mediante la infatuación del yo, que es equivalente, como lo indica Jacques-Alain Miller, a la producción de máscaras de la nada, es decir, de semblantes que tienen “la función de velar la nada”[5], porque la nada, sobre todo en las mujeres, deberá estar cubierta para que ella en lugar de descubierta sea inventada

El incesante trabajo de recomposición de la imagen cuando se supone deformada o afectada en algún aspecto, lo observamos en el plano más real del cuerpo con las cirugías estéticas. Una mujer que en Colombia ganó el record güines de las cirugías estéticas, pues suma veintidós, decía en una entrevista de televisión que le encantaba la anestesia y que tratándose de moldear el cuerpo para tener una imagen que le permita ser feliz, ella es sin límite. El llamado de ella a la ciencia para que le fabrique un cuerpo al que no le falte nada, es delirante, cuestión que inaugura un ultraje del cuerpo que es sin límite porque adquiere valor erótico.

Perfeccionada una parte del cuerpo en esa mujer, inmediatamente salta a la vista el defecto en otra parte, así que el movimiento destinado a velar la falta se torna infinito. Tal como lo señala Lacan: “el momento de su triunfo es también el heraldo de su derrota”.[6] Crear el defecto pretendiendo velarlo, inaugura un ciclo que no se detiene, porque el hilo para salir de ahí que es la admisión de la falta y su reconciliación con la misma, no parece existir. Con la cirugía estética se pretende darle valor de falo a cada parte del cuerpo intervenida, pues hacía allí deberá dirigirse la mirada de un otro imaginario que convertirá dicha parte en causa de deseo. Sin embargo, lo que se desencadena en lo real es un irrespeto sistemático del cuerpo por parte de la ciencia, pues ésta lo corta sin ningún pudor.

Por último, digamos que, a juicio de Miller, Lacan inicialmente organiza “el psicoanálisis a partir de lo imaginario”, luego está el primer periodo de su enseñanza que se inicia con el “Discurso de Roma”, y que está organizado alrededor de lo simbólico”.[7] Por último, y particularmente en la última “enseñanza toma la senda de lo real”.[8]   Dice Miller que en los seis primeros seminarios Lacan procede a una confrontación de lo imaginario con lo simbólico. Distingue permanentemente “entre el contenido de imágenes que está en juego en la experiencia analítica y lo simbólico, que es el resorte mismo de la experiencia”.[9] Predomina pues inicialmente una preferencia por lo simbólico y posteriormente por lo real en la experiencia analítica, mientras que en el mundo contemporáneo parecen predominar las imágenes para esclarecer la verdad, por ejemplo, en el campo jurídico, el campo médico, el campo empresarial, también para vigilar y controlar.

¿Ha venido la imagen en la contemporaneidad a desplazar a lo simbólico de la palabra como elemento de constatación de la verdad? ¿En lugar de encontrarnos con un sujeto adecuado al significante, que quiere lo simbólico, nos encontramos con un sujeto adecuado a la imagen y que quiere conducirse conforme a ésta. Si esto es así, ¿qué pasa a determinar a dicho sujeto? Ahora no es tanto que el sujeto se embrolle con las imágenes y acuda a lo simbólico como un recurso para desembrollarse y volver al camino adecuado, sino que se fascina con las imágenes y las prefiere por encima de lo simbólico, que más bien parece desorientarlo e incomodarlo.

¿Podría decirse que eso que ahora mueve los hilos del sujeto son las imágenes, lo visual, y que el estado del sujeto se determina en función del ordenamiento de dichas imágenes, que suelen ser por cierto bastante floridas y evidentes? Si antes se trataba en un análisis de cómo hacer ingresar lo simbólico allí donde el sujeto aparecía enredado con lo que se solía llamar la obscenidad imaginaria, ahora se plantea cómo vaciar la evidencia de lo imaginario para así dejarse orientar por lo real en juego.


[1] J. Miller, El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 79.

[2] J. Miller, El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 71

[3] Ibíd, p. 115.

[4] Ibíd, p. 141.

[5] Jacques-Alain Miller, Conferencias porteñas, Tomo 2, Buenos Aires, Paidós, p. 2009, p. 98.

[6] Lacan Jacques, La relación de objeto, El seminario, libro 4, Buenos Aires, Paidós, p. 189.

[7] Ibíd, p. 201.

[8] Ibíd, p. 201.

[9] Ibíd, p. 202.