Lizbeth Ahumada Yanet

Que una imagen vale más que mil palabras, como reza el dicho que ha hecho curso en el campo de la publicidad, indica, tal como lo dice Lacan, que es la economía la que funda el valor[1] ; diciendo de paso, que es una práctica sin valor, lo que se trataría de instituir para los psicoanalistas. La imagen así evocada, hace parte del discurso -capitalista, y como todo discurso, tiene un efecto de sugestión: es hipnótico, resuena en el sentido, de ahí su marco, su operatividad. Por otra parte, el inconsciente es eso dice Lacan, “se ha aprendido a hablar y debido a eso uno se ha dejado sugerir por el lenguaje toda suerte de cosas”.

Cierta tendencia a pensar que la imagen no engaña, que no se presta al malentendido, que es garante del dato real, es un camelo que en efecto tiene éxito en los medios informativos: introducir la imagen entre las palabras, suave o bruscamente, intentando producir un efecto de verdad, evoca la tentativa de escamotear la alianza de la imagen con el dormir, y se la presenta como aquello que dice: ¡a despertar! Escuchamos en el mismo sentido decir al sujeto que viene a vernos con la prueba reina en sus manos, que da sustento y firmeza a sus celos: “¡no me lo contaron, yo lo vi!”. Instante de ver que se erige airoso, que determina el sentido, y que pretende dejar a la supuesta libertad de quien ve la imagen, la comprensión y la conclusión. Pero de eso, nada; el libreto está ya dado, se ha jugado la partida con antelación. La imagen así concebida es una imagen dotada de cuerpo, de goce, de ánima, y aún luzca estática, se le atribuye una historia, un antes, un después, se le anima con el soplo del movimiento, convertido en evocación.

Ciertamente la dimensión de sugerencia a la que alude Lacan no está dada para el sujeto autista. No hay valor de la imagen. Nada de Otro. Para él, una imagen no dice nada a cambio de otra cosa (de mil palabras por ejemplo), no reemplaza nada, simplemente es; a tal punto, que la célebre autista Temple Grandin dice Pensar con imágenes[2] (Título de su libro más conocido): “Cuando no puedo convertir el texto en imágenes, suele ser porque el texto no tiene un significado concreto”[3]. Así planteado, la conversión de la que se trata no es una transformación, no hay un trasfondo, ni un libreto, ni dos niveles en juego; aquí el soporte y el material son lo mismo (esto contrario a pensar la letra como soporte material del significante). Encontramos también el camino que Naoki Higashida, el niño autista japonés, autor del bello e inspirador libro La razón por la que salto[4], señala “las letras, los símbolos y los signos son mis mejores aliados, porque nunca cambian. Se quedan como están, y se fijan en mi memoria. Con mis letras no me siento solo”[5] Y agrega: “esa simplicidad, esa claridad, nos resulta reconfortante”[6]

Es seguro que los tratamientos para el autismo que promueven el uso indiscriminado de los pictogramas como único elemento de comunicación eficaz, se basan en la observación de este carácter de interés, de pregnancia que puede tener para un sujeto autista la imagen; sin embargo, el mismo Naomi advierte, y hay que escucharlo: “…puede que algunos autistas parezcan más felices con imágenes y diagramas de dónde se supone que debe estar en cada momento, pero, de hecho, eso acaba limitándonos. Nos hace sentir como robots que tienen cada una de sus acciones preprogramadas” (pag. 56). Es claro, el uso de los pictogramas como medio de comunicación para el sujeto autista, como vía que conduce a una intención comunicativa, cobra, en la medida en que se pretende universal, el valor del discurso. De ahí su enunciación, y esta es, en efecto, la marca imborrable del Otro. De ahí que para el autista “la vida en sí misma es una batalla”, concluye Naomi.


[1] Lacan, J. L`Insu…Sem. 24 1976-1977 . Pág. 43(Ed. Inédita)

[2]Grandin, Temple. Pensar con imágenes. Mi vida con el autismo. Alba Editorial, Barcelona,2011

[3] Pág.37

[4] Higashida Naoki, La razón por la que salto. Roca editorial, Barcelona, 1ª edición, abril de 2014

[5] Ibid. Pag 26.

[6] Pág. 42.