Mauricio Tarrab

Un juego infantil resume bien lo que quiero decir hoy respecto del imperio de las imágenes y sus súbditos -sin los cuales no habría imperio- nosotros, consumidores. Ese juego tenía una letanía que los niños cantaban mientras hacían una ronda: “juguemos en el bosque mientras el lobo no está…¿lobo está?” el lobo no estaba y los niños volvían a su ronda y volvían a cantar, hasta que cada tanto, el lobo estaba y
aparecía produciendo el júbilo que rompía la ronda placentera de los niños. Mas allá del Padre, ese júbilo mostraba finalmente la verdad libidinal del juego.
Hoy ese goce está desplazado. Hoy jugamos en el bosque de nuestras pantallas, en el bosque de nuestras nubes, de nuestras redes sociales confiados en que se puede hacer posible lo imposible. La conexión asombrosa e inmediata a miles de kilómetros, el resguardo anónimo de nuestras pobres o geniales ideas, o de nuestras imágenes o de nuestros videos. La ilusión de crear una nueva fórmula de las relaciones personales… Un personaje de South Park, la serie de esos niñitos indomables e hiperlúcidos, lo decía inocentemente: “mis contactos en faceboook son muchos más que los amigos que no tengo”.
Creemos, si, los súbditos del imperio de las imágenes creemos, que allí en ese imperio se sostiene la ilusión de lo perdurable, el tiempo se congela, todo puede recuperarse. Seríamos freudianos diciendo que es una forma renegadora de la muerte. Y los es, como La invención de Morel (1) plenamente realizada. Pero finalmente es una renegación de lo real. Juguemos en el bosque mientras el lobo no está…¿lobo está?

En su texto La equivocación del sujeto supuesto saber (2) del año ’67, J. Lacan, ilustra el poder del significante fuera de sentido, indicando en la historia bíblica cómo la aparición de unas palabras hebreas escritas en la muralla de la ciudad, para que todo el mundo las leyera, hacían caer por tierra otro imperio: Babilonia.

En nuestra Babilonia siglo XXI no son las palabras y su poder las que cuentan. En el Imperio del las imágenes, es el velo de Maya como tal el que se proyecta sobre el muro del lenguaje. Es el velo de Maya como tal el que hace desfallecer al
lenguaje. Lo vuelve tenue y brillante a la vez, lo hace virtual y desechable frente a las imágenes. Frente a los cientos de imágenes, a los millones de imágenes , que pueden hacer olvidar que lo real sin velo, sin palabra y por cierto sin imagen, acecha como siempre, o peor que siempre, mientras “jugamos en el bosque”. Es lo que Lacan enseña a propósito del fantasma, esa ventana a lo real, que finalmente se extiende en los dispositivos tecnológicos, como planteaba Mc Luhan en los años ’70 respecto de la extensión de los sentidos en las máquinas.

El imperio de las imágenes muestra su cara fascinante u horrenda que con la verosimilitud de un pase de magia hace que todo parezca posible. Posible y sin misterio. Impactante y sin relieves. Plano, sin profundidad.
Si hiciéramos un arco que en un extremo tuviera al misterio que el personaje de Blow up de Antonioni quiere adivinar en el detalle insignificante de esa foto que lo obsesiona, o en el anticuado y detallado “retrato de familia” de las primeras fotografías, o para ir algo más atrás, en el dedo alzado de Leonardo, o en la sonrisa del Padre de Ram que todavía trasmite vida en medio de la muerte. Y en el otro extremo pusiéramos la aridez de las selfies actuales, donde lo que se presenta es un “yo estoy aquí” patético, o un “yo estuve ahí” de la tontería prestigiante del turista, como diría P.Bourdieu, convertido en “disparador serial”.
Entonces estaríamos de acuerdo con Henri Cartier Bresson, que algo sabía de lo perdurable, del instante y de la imagen: “los hechos no son interesantes. Es el punto de vista sobre los hechos lo que es importante. Algunas fotografías son como un cuento de Chejov o Maupassant. Son rápidas y en ellas hay todo un mundo”(3) .

El Argumento que la Comisión organizadora del VII ENAPOL ha preparado para orientarnos, sitúa entre otras cosas que, en el Imperio de las imágenes no se trata ya de “esa imágen, bella y única, que reina y localiza en su cárcel sutil lo inombrable del goce y lo real”(4). La cuestión es otra, es la reproducción innumerable, la multiplicidad, la omnipresencia de las imágenes, donde el referente se esfuma, se desvanece. Es lo que anticipaba John Berger (5) en un ensayo deslumbrante respecto de la revolución de las reproducciones en el plano del arte. Eso ha pasado a la vida cotidiana, con consecuencias imprevisibles y desmesuradas en la época de Internet.
¿Debemos volver atrás yendo contra ese imperio?. Más bien, con el Psicoanálisis nos ubicamos en ese filo fatal donde lo mejor y lo peor del imperio de las imágenes opera sobre las subjetividades contemporaneas, sobre los cuerpos, sobre las formas de vinculaciones y sobre las relaciones sociales. Allí en ese borde donde las imágenes parecen tomar el relevo del orden simbólico en el “ordenamiento” del mundo.
En el imperio de las imágenes se sustrae la experiencia del cuerpo de una manera brutal. Pero también, el Otro como tal, ha cambiado.
Por eso, resulta fundamental estudiar desde esta nueva perspectiva sus consecuencias en la vida amorosa; en la construcción de los cuerpos, en los efectos adormecedores y fascinantes sobre los niños cuyos padres dimiten su función cediéndola con alivio a
las téles; en los efectos de masificación de los jóvenes atrapados gustosamente en las redes “sociales” que les ofrece el mercado; en sus consecuencias sobre la
sexualidad. Eso, sólo para mencionar algunos de los ejes sobre los que deberán
girar nuestros debates de cara a Setiembre en Sao Paulo.
Y en este mundo, donde priva el hambre insaciable del ojo del consumidor contemporáneo, finalmente un ojo bulímico, pleno de
imágenes desechables ¿quién mira a quién?. ¿Miramos las imágenes o son ellas las que nos miran?

Toda una clínica puede derivarse de las respuestas que demos a estos interrogantes. Contradiciendo la ilusión que crea lo que llamamos el Imperio de las imágenes, podemos decir con John Berger que “lo visible no existe en ninguna parte”.(6)
Y es que, este mundo aplanado y sin relieves en el que vivimos, que nos captura y nos fascina es solo una superficie. Es finalmente solamente la proyección sobre una superficie de los sistemas expertos (Giddens) que llamamos gadgets tecnológicos.
Esas imágenes no están solas, como si lo están los sujetos capturados por ellas,
esas imágenes tienen su Matrix. Esas superficies brillantes que muestran un poder insólito, que afectan subjetvidades y cuerpos, duran sin embargo hasta que la batería se termina. Y eso deja al sujeto delante de todo lo que ha rechazado, y con lo que debe arreglárselas. Su soledad, su cuerpo, su deseo, de lo que finalmente no puede sustraerse.
OFF.
The end.
Lobo está !! mientras tanto “juguemos en el bosque”. Pero eso sí, usemos las imágenes para algo que valga la pena.


Referencias:

(1) Bioy Casares Adolfo, La invención de Morel

(2) Lacan J. La equivocación del Sujeto supuesto Saber

(3) Entrevista a Henri Cartier Bresson en el New York Times

(4) Argumento del VII ENAPOL

(5) John Berger, Modos de ver. Editorial Gustavo Gil,SL Barcelona

(6) idem (5)