Susana Dicker – El drama del espejo

Susana Dicker

El tema que nos convoca hacia el VII Enapol actualiza la paradoja del espejo: su condición de soporte de identificación pero también objeto que causa angustia. Esto se enraíza en las dos caras del drama del espejo, que Lacan desarrolla en su texto de 1949[1], y de lo cual nos ofrece testimonios la clínica de la neurosis, pero también la de las anorexias-bulimias, de las psicosis y, por qué no, las experiencias con adolescentes.

Momento crucial en la medida en que hace posible el anudamiento de las dimensiones Real, Simbólica e Imaginaria. Momento estructurante, donde el triunfo del infans es el logro de una identificación, reconocerse en una imagen de sí mismo Pero también paradojal en tanto la imagen de ese cuerpo que se reconoce en el espejo no es lo más propio, viene del Otro, de la imagen del otro que reconoce antes que a la suya. Es una operación libidinal, circulación de libido que es pérdida de goce- que hasta ahí era goce logrado, autoerótico- pero también condición para que la imagen se sostenga y haga de un cuerpo fragmentado-real del cuerpo en fragmentos-una unidad formal e imaginaria. Esta es la paradoja: “La imagen, en su exterioridad, es constituyente respecto al ser del sujeto”.[2]

Sin embargo, en nuestra práctica nos encontramos con acontecimientos del cuerpo que revelan un malogro, una ruptura de la relación del ser hablante con la imagen narcisista del mismo. Son experiencias de extravío del propio cuerpo en ciertas anorexias, cuando ya no se reconoce como propio. Se trata de un defecto capital en la constitución narcisista de esa imagen, que se muestra insuficiente para mantener unidos los registros Simbólico y Real y, por lo tanto, insuficiente como soporte identificatorio. “Una devastación de la imagen (ravage dell’imagine) que comporta que el cuerpo se haga presente en su puro estatuto de objeto a”[3]. De allí que lo pusional retorne desde el exterior como imperfección de la imagen, revelando la dificultad de simbolizar la dimensión real corporal.

La imagen del cuerpo delgado nos permite acercar una diferencia entre la clínica de la neurosis y lo que muestran los diferentes cuadros de anorexias. En el primer caso, esa imagen puede jugar como significante del deseo del Otro, hacer del semblante lo que viene al lugar de la ausencia de falo para entrar en la dialéctica deseo-goce. Y conocemos de ese empeño en cultivar la figura delgada en nuestra época, a través de tratamientos variados que incluyen dietas, ejercicios, cirugías. Pero ese cuerpo delgado puede encarnar una pasión- algo que no nos es extraño en la anoréxica contemporánea- y como tal ser testimonio del apego narcisista, de la fascinación mortífera con la propia imagen especular que, en su delgadez, encarna un ideal de belleza que se separa del cuerpo sexual y pone en el centro el objeto mirada, ya no para causar el deseo del Otro- tan familiar a la histeria- sino provocar la angustia del Otro.

Más radicales, aún, los casos de anorexia psicótica, donde “no es sólo goce del vacío, sino también una modalidad de tratamiento del vacío, del riesgo psicótico de una disolución de la imagen del cuerpo.”[4] Allí donde se experimenta una ruptura del vínculo imaginario entre el cuerpo y el sujeto, tenemos una particularidad de la anorexia psicótica donde los huesos toman el relevo de la imagen narcisista, insuficiente para formar el cuerpo, para darle identidad. En su lugar, la visión del hueso en la extrema delgadez, apacigua al psicótico pues lo rescata de la angustia ante la descomposición del cuerpo. El cuerpo-hueso, el cuerpo-esqueleto se transforma en objeto, le da consistencia, “unariza al sujeto, en tanto el cuerpo anoréxico no se deja fecundar por el símbolo. Es ésta su esterilidad fundamental”[5]

Nombrándolos imagen reina, J. A. Miller nos habló del propio cuerpo, del cuerpo del Otro y del falo, como esas imágenes que “sobreviven del mundo de las imágenes en psicoanálisis”[6]. Todas ellas son el cuerpo y, por lo tanto, “son el lugar donde lo imaginario se amarra al goce”[7]… siempre que hagamos de ellas un significante. Y allí está el tropiezo, incluso el fracaso, en algunos de los ejemplos mencionados.


[1] Lacan, J (1983): “El estadio del Espejo como formador de la función del yo” en Escritos I, Siglo XXI Editores, México

[2] Recalcati, M. (2003): Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis, p 80, Síntesis, España

[3] Recalcati, M- Op. Cit., p 54

[4] Recalcati, M: Op. Cit, p 72

[5] Recalcati, M: Op Ci, p 64.

[6] Miller, J. A. –(1998): “La imagen reina” en Elucidación de Lacan, p 581, EOL Paidós, Colección Orientación Lacaniana, Argentina

[6] Miller, J. A. –Op. Cit., p 585.

2021-09-02T11:01:40-03:00
Ir a Arriba