Buenos Aires, 10 de Abril 2021

 

Mi muy querida amiga,

Como lectora de las redes sociales ubico un rasgo: la insistencia en hablar de “amor” (comillas carverianas), aún.

Nuestro corpus teórico tiene sus versiones del tema, propongo usarlas como clave de lectura.

Existen tweets en los que se ofrecen personas en alquiler como compañía amorosa ante el aislamiento. Sátira de una solución a medida de lo que resuena: el amor limitado a lo necesario inmediato y generalizable.

Anhelo de hacerlo accesible, bastarían pocos signos para que opere como ansiolítico dentro de un acuerdo ventajoso.

Un bien utilitario contra el desasosiego de una subjetividad individualista que rechaza las determinaciones inconscientes, la contingencia al encontrarse con lo propio en lo que parece más ajeno.

Frente a la amenaza generalizada de muerte, como verdad que limita al goce, pasamos del cesa de no escribirse al no cesa de poder comprarse.

Son las antípodas del nuevo amor lacaniano. ¿Puede llamarse amor a aquello que desestima lo real en tanto imposible de ser asegurado?

 

Te mando un beso enorme

Celeste Viñal

Medellín, 15 de Abril 2021

Celeste querida,

Voy a tomar tus comillas como una clave de lectura, pero te cambio las comillas carverianas, por las millerianas.[1] Estas hacen referencia a la voz áfona para bordear el decir sobre una forma del amor que el capitalismo salvaje de nuestros tiempos forcluye, eso indecible de tus comillas me da a escuchar otra cosa: el amor en lo real.

La forclusión de la castración pretende hacer existir la relación sexual en esa práctica de goce del “amor en alquiler” para taponar la soledad vendiendo un nuevo gadget en la paridad imposible. A diferencia de ello, en el amor en lo real cada uno con su forma singular de gozar consiente a no encajar en el goce del otro, pero se puede amar el goce que se tiene con él, desde un goce

no-todo. El goce femenino sin Otro, que sin saber está abierto a la invención con lo contingente, cada vez.

Te abrazo

 


 

[1]Cfr. Miller, J.-A., Entre comillas, “La lectura del inconsciente”, Seminarios en Caracas y Bogotá, Buenos Aires, Paidós, 2015, pp. 565-566.

María Cristina Giraldo

Buenos Aires, 20 de Abril 2021

¡Me encanta hablar entonces de este amor entre comillas!

La expresión me genera un halo de injusticia de la lengua, como a Borges cuando prefería hablar de la pesadilla en otros idiomas -que etimológicamente evocaran lo demoníaco- y no del peso que el diminutivo en castellano parece alivianar.

Comillas invita a rebajar un poco esa dimensión fuerte de lo que ellas abrazan: lo impropio, lo fallido de la figura referenciada.

Nos vienen bien estas cuestiones del decir, que parecieran intentar aligerar lo inatenuable, para destacar que un “amor” que no incluya su singular real es como la línea de Petronio presente en ese mismo texto borgeano “El alma, sin el cuerpo, juega”[1]. Un juego solitario virtual que, si prefiero no continuar, lo apago.

Sin lo real que puede presentar el cuerpo, eludiendo la imposibilidad a la que lleva el exilio en lo sexual, rechazando la contingencia del encuentro por lo asegurado del intercambio económico, nada del no-todo podrá hacerse presente para la invención única que requeriría un amor real que sea “como dormir y estar despierto”[2].

 

¡Abrazo desde un amor sin comillas!

 


 

[1] Borges, Jorge Luis, La pesadilla”, Siete noches, México, Editorial Meló, 1980, pp. 16.

[2] García, Charly y Aznar, Pedro, Tango, Pasajera en trance, álbum 1986, Sony Music

Celeste Viñal