Ciudad de México, 5 de enero 2021

Estimada Marita,

Alguna vez te escuché hablar de algo que me interesa mucho. En verdad, no recuerdo qué dijiste. Solo sé (?) que hablaste de la lengua amorosa. Evoco tu voz, tus gestos y un halo poético en tu ponencia que para mí se redujo al valor de las invenciones amorosas de la lengua o tal vez las invenciones de la lengua amorosa.

El amor es un decir, singularísimo y poético más allá de cualquier lirismo. En Los trumanos, JAM hace interesantes recorridos de los que solo tomaré para este breve intercambio, 3 puntos:

– La cita: “¿Por qué el deseo se convierte en amor? Los hechos no permiten decirlo»

– Que «el amor es confusión», «hecho de cualquier modo, de piezas y pedazos.»

– Y, tomando a Elliot, que el mundo se termina no con un estallido sino con un quejido o un murmullo ¿Estopa del amor?

Quisiera pedirte que digas algo de cómo piensas la lengua amorosa: la de los amorosos que escuchamos en nuestros divanes -Sabines en el aire-, y también la del análisis que se inventa, bajo transferencia, su propia lengua.

Un abrazo!

Ana Viganó

Lima, 18 de enero 2021

Querida Ana,

He tratado de hacer memoria; de las invenciones amorosas de la lengua, recuerdo haber mencionado un pequeño texto del escritor J. R. Ribeyro, en el que cuenta que los amantes suelen rebautizar el cuerpo amado o partes de este durante el encuentro amoroso; una vez espetados, esos nombres, que a veces son poéticos y otras, disparatados, compelen a la pareja a su uso reiterado. “El día que no se lo diga, la habrá dejado de querer”; así concluye este breve texto que ilustra el tránsito de la contingencia a la necesidad, que hace síntoma, y a su eventual cese… “La felicidad no siempre es divertida”, dice R. W. Fassbinder. Pero ¿es la lengua del amor o la del deseo la que intenta atrapar al objeto inefable?

En fin, “¿qué valor tiene el amor sin el deseo?”, le pregunta el personaje de Juliette Binoche a su psiquiatra en Clara y Claire. Digo, para entrar en materia, no sea que la religión nos gane la mano. ¿Cómo afrontar, entonces, en nuestras consultas, esa catástrofe psíquica que el encuentro amoroso suele acarrear, para bien y para mal? Amor, deseo y goce no son lo mismo: es un modo de abordar la cuestión. De todos modos, hay allí algo indialectizable… “Desde donde (se) vocifera… aquello cuya falta haría vano el universo”.

Me encantaría conocer tu opinión al respecto.

Un fuerte abrazo,

Marita Hamann

Ciudad de México, 19 de enero 2021

Querida Marita,

Un destello del objeto inefable brilla desde el cuerpo poniendo en marcha el deseo que, en su afán de atraparlo, esfuerza su camino por la palabra de amor que se inventa allí entre dos. Algo de ese destello del objeto y su relación con el deseo que provoca pasa a la palabra en cierta forma, con las vestiduras del amor, hechas a medida de los amantes. Y si algo del objeto está en juego, su falta radical se presentifica pero también su goce parcial recuperado entre placeres y penas. Bien dices: amor, deseo y goce no son lo mismo. Pero son las pelotitas del malabarista en el acto de la vida.

¿Contingencia-necesidad o viceversa? «Se precisaron de todas esas cosas / para que nuestras manos se encontraran.”, dice Borges en Las causas, notable plural. Pero dirá, en La dicha, «Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno. / El que lee mis palabras está inventándolas.” Con nuestra causa una y sola, percutiendo siempre, podríamos decir también. Las causas y la causa, motores del baile de las pelotitas. La “dicha” tal vez no sea siempre divertida…

Arriesgo entonces, mejor, por la vía de lo dicho y el decir. En el análisis: la palabra como experiencia amorosa, hace presente las causas y la causa; la escritura de la transferencia, testimonia lo que esa lengua amorosa inventada allí -no de la nada-, puede celebrar de novedad en el amor y en el síntoma.

Me gustaría escucharte una vez más.

Ana Viganó

Lima, 25 enero 2021

Cierto, para que un saber se suponga, y un decir despegue, se requiere del amor; la pulsión, en cambio, prescinde. Por eso, en el análisis, se ofrece el saber que no se tiene. Por amor al inconsciente, un errar se instala; la lengua común suscita la lengua del Otro, en su afán de transmitir una experiencia, que no es común. Flechando al sujeto del inconsciente, alguna cosa puede ser sabida y, también, algo se muestra imposible. Aquí, es un medio que va del saber a lo real, distinguiendo saber y verdad, amor y deseo; de la metáfora a la letra.

Más allá, ¿notaste que Miller dice, en Los usos del lapso, que el odio es “un sentimiento post analítico del que se hace meritorio el analista por haber trabajado contra la homeostasis”? Si las cosas van bien, continúa, el pase permite que la Escuela tome el relevo de la transferencia, lo que produce un alivio al analista, resto de la operación.

Querida Ana, me has obligado a dar una vuelta más, a volver a leer; te lo agradezco. El amor fue el pretexto, un lazo ha sido el motor.

Con afecto

Marita Hamann