Gustavo A. Zapata Machín (NEL)

“Existe una razón particular por la que el alma no puede rápidamente cambiar o detener sus pasiones, razón que me ha permitido escribir antes, en la definición de las pasiones, que son no solamente causadas, sino también sostenidas y fortalecidas por algún movimiento particular de los espíritus. Esta razón es que casi todas las pasiones van acompañadas de alguna emoción que se produce en el corazón, y por consiguiente, también en toda la sangre y los espíritus de suerte que, hasta que ha cesado esta emoción, permanecen presentes en nuestro pensamiento del mismo modo que persisten en él los objetos sensibles mientras actúan sobre los órganos de nuestros sentidos. Y así como el alma, al atender intensamente a alguna cosa, puede dejar de oír un pequeño ruido o de sentir un pequeño dolor, más no puede dejar igualmente de oír el trueno o de sentir el fuego que quema la mano, de la misma manera puede fácilmente superar las pequeñas pasiones, pero no puede dominar las más violentas y más fuertes mientras no se calma la emoción de la sangre y de los espíritus. Lo más que puede hacer la voluntad mientras esta emoción esté en vigor, es no consentir en sus efectos y contener varios de los movimientos a que el cuerpo está dispuesto. Por ejemplo, si la cólera hace levantar la mano para pegar, la voluntad puede generalmente contenerla; si el miedo incita a las gentes a huir, la voluntad puede detenerlas, y así en otros casos.¹

Así razona René Descartes en el siglo 17, en su Tratado de las pasiones del alma, el efecto que tienen las pasiones en la vida de las personas, su origen, su función en la relación que tienen consigo mismas, y el modo en el que modulan la experiencia de la vida afectiva. Incluso prescribe, especialmente con la cólera, cuál sería la clave que dominaría su avasallante impacto en el alma: el uso de la voluntad comandada por la razón, prescripción que vamos a encontrar de nuevo hoy en la reflexión psicológica y filosófica actual en torno a la cólera.

La elaboración clásica en torno a las pasiones ha contado siempre entre sus protagonistas a la cólera. La Ilíada, atribuida a Homero, es un canto a la cólera y toda la filosofía griega la toca de un modo u otro como una pasión con dos caras: una cara caótica, destructiva, inmanejable, y otra cara con propósito, constructiva, manejable. Desde siempre se le ha asimilado a la locura, se le sitúa incluso entre una de sus causas, y se le hace residir en el cuerpo, tanto su causa como sus manifestaciones.

Por mucho tiempo se le tuvo como una pasión ligada a los dioses, primero en los que residían en los panteones griego y romano, luego en el dios único de las religiones monoteístas, podemos incluso encontrarla como un rasgo característico de las deidades de nuestras civilizaciones precolombinas, y en las mitologías religiosas más complejas del lejano oriente. Si nos atenemos a la indicación de Lacan en el seminario La angustia² de que los dioses son un índice de lo Real, entonces tenemos una guía de trabajo para examinar la cólera.

En el argumento de nuestro IX ENAPOL queda consignado un aserto: la cólera no ha recibido mucha atención de parte los psicoanalistas, lo cual es cierto en parte, aunque tanto Freud como Lacan han dejado coordenadas precisas para orientarnos en la investigación, pues la apuesta es a situar las relaciones de la cólera con la pulsión, con el deseo, el goce, y establecer las condiciones de posibilidad de una clínica que permita circunscribir sus relaciones con el odio, la indignación y otras pasiones, y su especificidad, asumiendo radicalmente las consecuencias del corte que opera Freud con su invención, con la guía de la enseñanza de Lacan, en el modo de pensar y arreglárnosla con eso que comúnmente se llama la “naturaleza humana”. Este es el verdadero desafío para el psicoanálisis de orientación lacaniana, poder esclarecer algo en este campo, en una época marcada por el desorden en lo real agudizado por la respuesta siempre fallida que da esa alianza capitalismo+ciencia, y que deja al sujeto, de nuevo, a merced de los dioses.

Notas

¹ DESCARTES, R. Tratado de las pasiones del alma. Recuperado en: https://bit.ly/2NJSQOh

² LACAN, J. El seminário, libro 10, La angustia.