Por Oscar Reymundo

Recibimos de Freud la herencia de un descubrimiento que se volvió central en la obra de Lacan, un imposible de descifrar que nos lanza en un rumbo, que por dirigirse a lo real de un goce sin ley, atenta contra la vida misma. En «Cosas de familia en el inconsciente», Miller dice que la familia es «…el mito que da forma épica a lo que opera en la estructura» y que «las historias de familia siempre son el cuento sobre cómo le ha sido robado al sujeto el goce que merecía».[1] Mito, historias, ficciones que, por un lado, permiten tratar con palabras el silencio de la pulsión y, por otro, señalan que no hay nada de natural ni en el sujeto ni en la familia humana. Así, la coincidencia que pueda existir entre padre, madre e hijo -o mejor, función paterna, función materna, pequeño a con la familia biológica, esa coincidencia, debemos considerarla contingente. En «Nota sobre El Niño», Lacan destaca el carácter necesario de esa ficción para que el cachorro humano se constituya como ser hablante y sujeto de deseo que tiene un lugar en el deseo del Otro: «La función de residuo que la familia conyugal[2] sostiene (a la vez que mantiene), en la evolución de las sociedades, pone de relieve lo irreductible de una transmisión -que es de un orden distinto que el de la vida según las satisfacciones de las necesidades vitales- es la de una constitución subjetiva que implica la relación con un deseo que no sea anónimo».[3]

Traducción: Marita Salgado

NOTAS

  1. Miller, J-A. (2006), Cosas de família en el inconsciente, Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España, Barcelona: ELP, p. 344.
  2. Las nuevas formas de familia se incluyen hoy, en diversos países, en el concepto de familia conyugal.
  3. Lacan, J. (1987), Nota sobre el niño, El Analiticón. Psicoanálisis con niños, Madrid: Correo/ Paradiso, p. 16.