Peter Molineaux
Asociado NEL-Santiago

 

Según señala Eric Laurent en una de las entrevistas realizadas por los organizadores del IX ENAPOL[1], para Freud la cuestión del padre y el odio tiene un punto de interés en Psicología de las masas y análisis del yo: el conductor de la masa no encarna al padre del Edipo sino al padre de la horda, aquel que ostenta la facultad de gozar de todas las mujeres, aquel que goza sin límites.

En ese texto de 1921, Freud da el ejemplo paradigmático de la religión Católica: “Cristo formula expresamente este amor igual para todos: «De cierto os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a Mí lo hicisteis». Respecto de cada individuo de la masa creyente, Él se sitúa como un bondadoso hermano mayor; es para ellos un sustituto del padre.”[2]

El fenómeno de masa revive al padre muerto, disolviendo las prohibiciones y la regulación fundadas con su asesinato, identificando al grupo con su potencia y poniéndola al servicio de la segregación en vez de la exogamia.

Este recordatorio vivo de la psicología en juego en los grupos da cuenta cotidianamente —grupos hay por donde se mire— de la fuerza pulsional que busca encausar la ley Edípica con la prohibición y la separación que ejerce.

Aunque Strachey apunte en su introducción a la escasa relación entre la Massenpsychologie y la obra freudiana inmediatamente anterior —Más allá del principio del placer— hay que considerar que la psicología de las masas muestra un notable tratamiento y destino de la recién constatada pulsión de muerte: la destrucción del otro grupo, del segregado. ¿Se expresa algo de ésta fórmula en el odio? ¿En la época de la caída y proliferación de los nombres del padre, adviene la pulsión de muerte bajo la forma de la destrucción del otro grupo a travez de la identificación a un padre gozador-de-todo?

Si Edipo y el nombre del padre son un tratamiento para regular eso que trae el padre de la horda, ¿hay un retorno vía la identificación a ese padre primitivo en el odio actual?

En su artículo Racismo 2.0,[3] Laurent da una pista para pensar la torsión entre los padres freudianos y el odio: “El crimen fundador no es el asesinato del padre, sino la voluntad de asesinato de lo que encarna el goce que yo rechazo.” No se trata, por lo tanto, solamente de un fenómeno de masas que aviva lo pulsional erótico hacia el interior del grupo y expulsa lo mortífero para ponerlo fuera: se trataría más bien de algo del goce del otro como causa del rechazo.

Lacan introduce a Hamlet como contrapunto a Edipo. Dedica siete clases del Seminario 6 a esa obra de Shakespeare, sirviéndose en la primera de ellas de una nota de Freud, que cita:

“Hamlet lo puede todo, menos vengarse del hombre que eliminó a su padre y usurpó a éste el lugar junto a su madre, del hombre que le muestra la realización de sus deseos infantiles reprimidos. Así, el horror que debería moverlo a la venganza se trueca en autorreproche, en escrúpulo de conciencia […]. De tal modo he traducido a lo consciente aquello que en el alma del protagonista tiene que permanecer inconsciente.”[4]

Lacan trabaja ese “escrúpulo de consciencia” para mostrar una diferencia central entre las dos tragedias:

“Aquí está en juego un elemento esencial, y ésta es una primera diferencia, en la hebra, con respecto a la fabulación fundamental, primera, del drama de Edipo. Edipo no sabe. Cuando sabe todo, el drama se desencadena, lo cual llega hasta su autocastigo, es decir, hasta la liquidación de la situación por parte de él mismo. Pero el crimen edípico es cometido sin darse cuenta. En Hamlet, el crimen edípico es sabido, y sabido por su víctima, la cual aparece para darlo a conocer al sujeto.”[5]

Edipo no sabe. Hamlet sabe. Lacan se pregunta por qué Hamlet no puede llevar a cabo su acto, el de matar al usurpador del trono del amado padre, quedándose en un extenso to be or not to be. Solo al final de la obra puede darle a Claudio el golpe mortal, in extremis, cuando el mismo Hamlet está ya herido de muerte.

La respuesta que da Lacan apunta a que hay algo insoportable del goce del padre, de eso que representa en la consciencia el “escrúpulo”: “¿Ante qué se encuentra Hamlet en ese Ser o no ser? Él debe ir al encuentro del lugar que ocupa lo que su padre le dijo. Y lo que su padre le dijo en calidad de fantasma [fantóme] es que fue sorprendido por la muerte “en plena flor de [sus] pecados”.[6]

La imposibilidad para Hamlet de llevar a cabo su acto radica en que Claudio está en el lugar del padre que goza —goza de la madre y goza del reino— y que ese goce le habla a Hamlet sin velo de su propio deseo incestuoso. Saber, desde el principio de la historia, del goce que está en juego, pone a Hamlet, a diferencia de Edipo —que no sabe hasta el final— en una posición muy diferente. En un torbellino de malentendidos la obra culmina con los protagonistas muertos. El acto se realiza, pero tiene como efecto la destrucción de la familia y, como bien señala Lacan, viene otra dinastía, los Fortinbras, a reemplazarlos.

El “odio al goce del otro” planteado por Miller en Extimidad[7] como odio a lo particular del goce del otro apunta también a lo más íntimo del propio goce y está en línea con lo que elabora Lacan con Hamlet. Es un odio que no está regulado por la castración ni por el inconsciente que se funda en el no-saber. Para poder realizar su acto, Hamlet tiene que recibir una estocada mortal primero, para poner al final la falta —castración/no-saber/inconsciente— que no se introdujo al principio como sí lo fue para Edipo.

La imposibilidad de Hamlet muestra lo irreductible del goce, de lo pulsional. Claudio está vivo y gozando y Hamlet no puede matarlo sin matarse también. Eso irreductible se constata en la obra. Eso es lo que vela —en el mejor de los casos regula— el complejo de Edipo. Se odia el goce, pero no se destruye, pues si se destruye me destruyo también.

 


 

[1] https://ix.enapol.org/es/boletin-oci-3/

[2] Freud, S.; Psicología de las masas y análisis del yo, Obras Completas, Tomo XVIII, p. 90. Amorrortu Editores, 1992.

[3] Laurent, E.; Racismo 2.0, Lacan Cotidiano 371, http://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-371.pdf

[4] Lacan, J.; El Seminario, Libro 6, Editorial Paidós, 2014, p. 263, citando a Freud.

[5] Ibid, p. 268.

[6] Ibid, p. 273.

[7] Miller J.- A., Extimidad. Buenos Aires: Paidós. 2010.