Sobre “El rinoceronte” de Eugène Ionesco¹

Carlos Márquez (NEL)

Fuera del dispositivo los modos de hacer y de ser de cada uno pueden fortalecer, frente a la contingencia, el rasgo de carácter y la reivindicación de la pequeña diferencia que está en la base de la política contemporánea. En el dispositivo, por el contrario, debemos distinguir decididamente entre la supuesta subversión singularizante que opera desde el olvido del hablante como efecto del discurso del Otro, y lo que cayendo como diferencia absoluta constituye el producto privilegiado del proceso analítico.

Si tomamos la obra El Rinoceronte de Ionesco como una alegoría de la dialéctica de las identificaciones en un análisis, de la cual la psicología de las masas no es sino la proyección de sombras en la pared de la caverna, vemos cómo la deriva del rasgo de carácter, lejos de llevar a la autodeterminación, afinca en un destino de hombre masa.

Cada estación del vía crucis encuentra una manera de justificar su ruin elección por la uniformidad con el pretexto de afirmar su especificidad. Mientras que el borracho, el cobarde, el tipejo que es el protagonista, pone su esperanza en identificaciones que van alienándose más conforme se desarrolla la comedia de su existencia, se precipita hacia un amor que no por ser recíproco puede evitar caer en la tentación de la “rinoceridad”.

En ese momento la negatividad toma toda la escena. En soledad, frente a su imagen en un espejo, hace un patético intento por integrarse a la manada. Impotente se percata de que cada rasgo de carácter ha sido asimilado y no queda más que un desecho como el representante de una humanidad para la que no hay salvación. Únicamente queda el odio de sí.

A partir del hecho inexplicable de que Berenger no puede convertirse en rinoceronte, es que puede hacer un gesto digno, mientras que las cosas que amaba y los significantes que comandaban su deseo están haciendo barullo en las calles conformando un río indiferenciado. Se des-estima, rompe con su aspiración a ser diferente a partir de sus identificaciones, acepta la debilidad del amor y del deseo sexual como refugio de su ser marchito, tomando sobre sí la carga de ser un hombre como ningún otro.

El estilo lejos de ser el culmen de mi especificidad, constituye el satisfasciente borroso que, por no poder representarme, más odio de mí y del cual estoy en el deber de captar cómo se lee desde las ruinas de mis identificaciones fundamentales proyectadas sobre la figura de mis semejantes.


¹ IONESCO, E., El rinoceronte. Argentina: Losada.