Romildo do Rêgo Barros (EBP)
Una idea verdadera, simplemente, porque es
verdadera nunca vence una pasión, solamente
una pasión vence a otra pasión si fuera más
fuerte y contraria a ella. (Spinoza)
Lacan nos dejó una contribución decisiva ya en su primer Seminario, cuando definió el odio conjuntamente con el amor y la ignorancia, como una pasión del ser, y no como un afecto o un sentimiento. Lacan cita este trío de pasiones también en “Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje” y en la “Dirección de la cura…” (donde los cita como formas de la “demanda sin objeto”, etc.). Aunque estas pueden nacer muchas veces de contingencias, son pasiones en el sentido de que operan como necesidades.
Me parece que la particularidad del odio, entre otras, está en la permanencia de la pasión, en su carácter de fundamento, que no se extingue al ser “expresado” bajo la forma de la ira o de la cólera².
El odio tiene una permanencia que se liga al hecho de que su objetivo no es el dolor ni la angustia del otro, como en el sadismo, sino su destrucción: es preciso que el ser del otro odiado no forme más parte del mundo, no retorne más. Cabe recordar la deliciosa historia de su juventud, contada por Lacan en el Seminario 20, que transcurría en el predio donde vivía, cuyo portero dedicaba a las ratas un odio absoluto, descripto por Lacan como “un odio igual al ser de la rata”³.
Incluso aunque no suceda nunca, la destrucción del otro continua en el horizonte del odio: basta con pensar en el odio religioso, en el odio racial o en el odio de clase; todos ellos por encima de las contingencias, y verán de lo que estoy hablando. En cierto sentido, la furia sería hasta una suspensión de la pasión en función de la acción inmediata.
Un ejemplo, a partir de un hecho ocurrido el año pasado en Rio: en una esquina de Copacabana, un inmigrante sirio vendía fatay. Se acerca un desconocido y comienza a gritar, amenazándolo con un caño de fierro: “¡vuelva a su país!”. La llegada de otras personas impidió la masacre.
Podemos identificar en ese suceso más de un nivel: en el primero, tenemos a la furia, que empuja al que pasa a la agresión contra alguien que no conocía, tal vez nunca antes lo haya visto, pero que, si puedo decirlo así, agitaba con su propio cuerpo y con sus fatays un significante que mostraba la exclusión: sirio, o inmigrante, o refugiado, o hasta terrorista; un significante que tenía la función precisa de representar la extrañeza. El sirio era un supuesto excluyente del transeúnte. Así como éste, a su vez, lo excluía. “¡Vuelve a tu país!” era una orden, y al mismo tiempo un pedido de que sea recompuesta la pureza del cuerpo sin extrañeza, sin el suplemento real que constituye una objeción a la completud de lo imaginario. Un real que fuese equivalente a lo imaginario. Una pregunta: ¿no será esa la esencia del fascismo? En este sentido, el extraño no necesita ser sirio ni vender fatays; podía ser negro, indio, mujer o gay. Alcanzaba, incluso, con pertenecer a una hipotética minoría, como en el caso de los negros y las mujeres en Brasil, aunque esto esté lejos de ser una estadística verdadera. Ellos son minoría, no por ser menos numerosos que la mayoría, sino por ser suplementarios, por situarse más allá de todo lo que se reconoce como todo⁴. Me parece que éste es el verdadero sentido de la segregación.
Pienso que, contrariamente a Deleuze; Lacan, así como Freud, situó de un modo diferente esa relación. Esta fue situada por ambos de un modo topológico: hay una expulsión originaria (Austossung), constituyente del adentro y del afuera, que a partir de ahí se oponen. Lo que fue expulsado del sujeto retorna como odio al extraño, que es un desdoblamiento del odio de sí.
En el caso del sirio, como indica Freud en “La negación” (1925), el extraño que el agresor sitúa es, en verdad, una proyección. O “un reencuentro”, como decía Freud. El encuentro con un sirio apela a la exclusión que, en verdad, ya hubo en la constitución del sujeto. Es literalmente un encuentro con lo real.
La furia, o la ira, para usar el término de Séneca, es la explosión contingente de un afecto que se enraiza en la pasión del odio.
Traducción: Silvina Molina
Revisión: Ana Beatriz Zimmerman Guimarães
¹ Texto extraído de la discusión que ocurrió en la EBP Sección SP, el 26 de noviembre de 2018.
² SÉNECA, Sobre la Ira. São Paulo: Compañia de las Letras. Libro de Sêneca para Novatus, su Hermano mayor.
³ LACAN, J. El Seminario, libro 20, Aún. Buenos Aires: Paidós, 2008, p.176.
⁴ Cabe recordar la definición que Gilles Deleuze dio sobre la mayoría y la minoría, en una entrevista dada a Tony Negri en los años 90: “las mayorías y las minorías no se distinguen por su número. Una minoría puede ser más numerosa que una mayoría. Lo que define a la mayoría es un modelo con el cual se debe estar de acuerdo: por ejemplo, el europeo medio adulto macho habitante de ciudades… sin embargo una minoría no tiene modelo, es un devenir, un proceso”. Disponible en: http://clinicand.com/2018/04/28/596/