¨Estaba enamorado, teníamos química. Llegaba la hora de los bifes y la parte orgánica funcionaba pero yo estaba en Saturno. Hay gente a la que le gustan las chicas, gente a la que le gustan los chicos. ¿Por qué no puede haber gente que no sienta atracción por ningún genero?¨
Así refiere la reciente nota de un diario[1] a lo que intitula: La asexualidad, la orientación sexual más incomprendida.
La nota cristaliza cómo lo que podría leerse como un síntoma frente al encuentro con el Otro sexo, o a la entrada del cuerpo en los juegos del amor, hoy resulta arrasado por nuevos significantes que intentan amalgamar una significación obturando la pregunta por la sexuación. Propiciando lo que Catherine Millet ha denominado una ¨huida de lo sexual¨[2].
Si el cuerpo habla malentendiendo su goce, ¨errando lo que quiere decir¨[3], subsumir el malentendido a una nomenclatura clasificatoria y universal, destierra el nombre singular de una discordancia estructural. Aquello que no encaja se promete erradicable; la felicidad, posible y la huida de lo sexual, pone en cuestión el lazo amoroso.
La idea de una felicidad plena tiene efectos en los lazos mismos, con una menor tolerancia a lo que del Otro emerge como alteridad en tanto diferencia que amenaza al sujeto en su identidad; lo hetero del Otro devuelve la propia ajenidad. El lazo se torna frágil.
En su Seminario Aun, Lacan propone al amor como aquello que suple la relación sexual que no hay.
Desde allí, la pregunta: ¿Cómo pensar los derroteros del amor en una época en que los lazos parecen refractarios a hacer entrar cualquier arista que ponga de manifiesto la imposibilidad de relación sexual? O, desde la lógica falo-castración: si es la falta en tanto operatoria, condición del amor, ¿qué del amor en la época del hedonismo feliz?
A. es una joven que, empujada por el ideal de la época, le propone a su pareja una relación abierta. El retorno de angustia no se hace esperar, tocando los cimientos de un fantasma de ser engañada, que no cesa. Se dificulta su relación de este modo. El análisis se orienta a horadar el ideal que sostiene como contracara que alimenta su ganancia de goce bajo el ser engañada. Hace de tope, develando que el sujeto se sirve de las formas que toma el ideal para dar cuerpo a su propio fantasma.
M. es una mujer trans que luego de su operación de reasignación genital la atormenta la idea de que ha cometido un error. Si antes su cuerpo le producía un malestar, ahora no puede vivir con su transformación. Es la pareja del amor quien le corrobora, después de un tiempo y mucha insistencia de M., que efectivamente ha cometido un error. Esto la alivia. Es aquí el lazo amoroso lo que permite hacer entrar la discordancia que no cesa de no erradicarse.
El significante horada el cuerpo, deja como resto la imposibilidad de relación entre los sexos, entre los goces; un muro estructural.
Si el goce sexual -fálico- se satisface con el autoerotismo de la pulsión, no se relaciona con el Otro, ¿cómo pensar el lazo?
Para que el amor permita una relación, el goce pulsional tendrá que ¨ser descompletado para verse embarcado en los asuntos del deseo¨[4] y condescender al signo de goce del Otro que podría provocarlo.
El desplazamiento de la contingencia a la necesidad, punto de suspensión del que se amarra el amor, podrá devenir escritura sobre el trasfondo de lo que no cesa de no escribirse.
Paula Husni (Buenos Aires, EOL)
[1] https://www.pagina12.com.ar/344746-asexualidad-la-orientacion-sexual-mas-incomprendida
[2] https://www.lanacion.com.ar/2180901-biografiacatherine-millet-el-movimiento-metoo-es-absolutamente-antidemocra
[3] Lacan, J., El Seminario, libro 20, Aun, Buenos Aires, Paidós, 1985, pág. 146.
[4] Miller, J.-A., El partenaire-síntoma. Buenos Aires, Paidós, 2008, pág. 157