Cuando me preguntan, digo que no soy un artista, porque artista es aquel que vive de su arte. Yo pinto cuadros. Pienso que la pintura para mí es un residuo incurable de lo infantil. Cuando niño, me refugiaba por largos períodos en los colores de mi calei-d’scópico. Aquel pequeño objeto podía transportarme para un mundo luminoso de imágenes. Comencé a pintar muy temprano. Mi primer cuadro al óleo data de 1974.

Mas tarde, redescubrí la pintura en la Escuela Guignard y después en los ateliers de los artistas plásticos Júlia Portes y Orlando Castaño. Innúmeros cuadros fueron pintados. Pero el análisis interrumpió durante años la pintura que, ahora, es retomada para recoger los residuos intratables de ese proceso.

Considero que el arte puede ser pensado en dos dimensiones. La primera, referida a Freud, como un efecto de la sublimación y tiene el papel de construir la cultura. Para Freud, el arte tiene inclinación al ideal, a la repetición y a la perfección. Es   simbólico, bello, armónico y virtuoso, y sirve para elevarnos o apaciguarnos. Así, en esa vertiente tenemos el paradigma del arte clásico y moderno. Finalmente, el arte como cultura sirve para la identificación, el reconocimiento y la representación fálica.

La segunda concepción, referida a Lacan puede ser dividida en dos propuestas. La primera es concerniente al objeto a. Luego, la creación es una especie de respuesta a la castración.

La segunda propuesta de Lacan, a partir de la lectura de Joyce, concerniente al arte contemporáneo, es el arte como sinthoma. Este arte es una especie de grafía del Eso. En su singular absoluto, la pintura muestra – es eso – y nada más.  Entonces, en el arte, el sujeto encuentra, no aquello que sabe, sino lo que ignora.

Así, el arte en Lacan es aquello que provoca el asombro, la duda, la inquietud. En esa perspectiva, el arte no es cultura y, de manera radical, hasta puede oponerse a la cultura, y como sinthoma nos inquieta, nos desestabiliza y nos angustia. Por tanto, si para Freud el arte se registra como simbólico, para Lacan se expresa como un pedazo, un trozo de real, de modo que, en ese paradigma, existe una opacidad en su definición.

Para hablar un poco de amor en ese litoral entre psicoanálisis y arte, entre el hombre y la mujer, que sería hasta entonces vehiculizado por el objeto a, Lacan va a proponer el sinthoma. Si no hay relación sexual entre los seres hablantes, el sinthoma es todo lo que resta, de modo que la relación ocurre apenas de manera intersintomáthica[1].

Finalmente, el nuevo amor es un enigma, visto que el amor es vacío de saber, sin semblantes, sin identificaciones y sin Otro. Por eso es siempre nuevo, inclusive porque apenas cada uno tendrá que encontrar sus propias respuestas, a partir del amor al sinthoma que anuda la pulsión, el cuerpo y el deseo. Por lo tanto, se puede decir que esos elementos del amor aluden también al arte.

El fin de análisis resulta en un enlazamiento siempre singular entre el Uno del conjunto vacío, el sinthoma y el nuevo amor. Por tanto, es el amor al sinthoma que habilita el pasaje del Uno agujero del objeto a al Uno del conjunto vacío del S(A/). Entonces, el arte como sinthoma, tiene la función de circunscribir el borde del agujero, el agujero de S(A/).


[1] LACAN, J. Conclusion du IXo. Congrés de L’École Freudienne de Paris. In: La cause freudienne, No. 103. Paris : Navarin, 2019, p. 23.