Sin duda, las tecnologías de comunicación contemporáneas, más aún en esta época de pandemia, se han constituido en un espacio mediante el cual las nuevas generaciones interactúan de forma constante. Hoy es el lugar privilegiado para hacer conocer con facilidad acerca de sus intereses, ideales y fracasos, o de lo más íntimo de una forma abierta con frecuencia, sin tapujos. Al mismo tiempo, por ser más un lenguaje donde prevalece la imagen, tienden a exponer un cuerpo sin ex-istencia, más afín con una consistencia sometida a la mirada de un otro, en un intento vano de reduplicar la distancia y la diferencia entre la realidad virtual y el “face to face”, que inauguran nuevas formas de intercambio, y que producen nuevos lazos identitarios y formas variadas de eróticas colectivas que inciden en los narcisismos contemporáneos.

Llama la atención los modos de encuentros y desencuentros en las relaciones amorosas, que con frecuencia aparecen o desaparecen con la velocidad de un “click”. Si bien es cierto, se trata de nuevos lenguajes que en apariencia se han empobrecido, los comentarios de los diversos internautas alrededor de los mencionados hechos, un tanto sorpresivos o abruptos, tienen el poder de reintroducir de alguna manera, la pregunta o la evocación del hecho en cuestión y así devolver una cierta “humanidad” a lo que sucede en el tejido social, y que, de alguna manera retorna a los concernidos a su condición de sujetos y les permite en ocasiones a preguntarse por lo que no marcha en el amor, pregunta fecunda para el psicoanálisis. Hay otros aspectos que convienen destacar acerca de las redes en la mediatización de modos de acercamiento a las comunidades de goce que se presentan con un magnetismo especial, frente al aburrimiento y al sin tiempo de la pandemia, con la novedad de lo prohibido y bajo el supuesto anonimato de no estar “a cuerpo presente”, aparece una oferta seductora que ofrece nuevas experiencias y emociones, que taponan la falla estructural del sujeto.

Como aseveré al comienzo de esta propuesta de trabajo, las nuevas tecnologías, con todas sus bondades para el progreso de la civilización, no dejan de presentar una contracara, la de ser agentes eficientes en sus propuestas “tipo” de modos de habitar el mundo en los que la distancia y la diferencia, elementos indispensables para pensar la existencia de los sujetos humanos, casi desaparecen y, cuando estas aparecen, son limitadas a los “paladares” de pulcritud y belleza determinados por los poderes de turno, sean políticos, económicos o sociales, considerados “correctos”. Conformarse en razón de esas variables ofrece la sensación de “well being”, bienestar identitario, ideales de una época que se traducen en muchas ocasiones bajo la forma de demandas y exigencias inhumanas transmitidas por las redes que, desde el lugar de la experticia, la de los “influencers” entre otros, raramente invitan al intercambio interhumano.

Piedad Ortega de Spurrier (NEL – AMP)